miércoles, 16 de junio de 2021

 

México logró detener el aluvión

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Las elecciones mexicanas del 6 de junio nos dejan varias lecturas que deben analizarse con objetividad y con la profundidad que el caso amerita. Lo primero que debemos resaltar, es que la participación electoral se ubicó en 52.5%, 10% menos que la registrada en el 2018 (62.65%). A pesar de ser elecciones intermedias y en plena pandemia por covid-19, la participación no varió significativamente respecto al promedio histórico. La pandemia del covid-19 tuvo menor incidencia en la abstención electoral de la que esperábamos.

Otro dato de mucho interés es que Morena no pudo retener la mayoría absoluta, tal como lo revelaron las proyecciones de la intención de voto. Hasta el momento de escribir este artículo, Morena había perdido más de 50 curules, pasando de 256 a 200 diputados; la oposición quedó representada por el PAN, partido que experimentó un crecimiento de 32%, al pasar de 77 a 114 diputados; y, el PRI obtuvo 71 diputados, 23 más que en el 2018. Con esta nueva correlación política, queda claro que los mexicanos  votaron por un equilibrio político en la Cámara de Diputados, a fin de preservar los contrapesos institucionales que provee la democracia y la constitución. Esta nueva realidad política en el parlamento, obligaría al presidente López Obrador y a su partido, a recurrir a la negociación para dirimir temas de sumo interés para el país y para el proyecto de la 4T, habida cuenta que resulta imposible que Morena pueda reunir la mayoría calificada con el apoyo de sus aliados, el PVEM y el PT, los cuales suman junto a Morena 277 diputados, faltando todavía 53 votos para alcanzarla.

Sin mayoría calificada se pone freno a reformas constitucionales que pueden afectar la institucionalidad mexicana, tales como la reelección presidencial, la reforma del INE y otros temas de significativa importancia. En definitiva, México frenó el aluvión en el Congreso, pero a nivel nacional le dio más poder a Morena, acrecentando la hegemonía política que obtuvo en el 2018,  al ganar 11 de las 15 gubernaturas en competencia y terminar gobernando 17 de las 32 gubernaturas del país, lo cual representa el 53% del territorio nacional.

 Estas cifras proyectan a un país que sigue apoyando el proyecto de la 4T pero está consciente, al propio tiempo, que son necesarios los contrapesos para evitar el autoritarismo que fácilmente se ejerce cuando se tiene todo el poder. De nuevo, le brindó la confianza al presidente López pero le restó poder en el parlamento; con lo cual podríamos inferir que, en esta oportunidad, gran parte de los mexicanos no firmaron un cheque en blanco al presidente y a su 4T.

De las elecciones del 6 de junio, se desprenden dos reflexiones básicas. La primera, las malas decisiones del gobierno tuvieron consecuencias en los resultados electorales, impidiendo que Morena obtuviera el triunfo arrollador esperado por el presidente y los dirigentes del partido. En democracia, el poder no es para siempre, permitiéndoles a los ciudadanos, a través del voto, tomar decisiones que contribuyan a retomar el rumbo perdido. La segunda reflexión es pensar que Morena ganando perdió. Los resultados están a la vista, sigue siendo la primera fuerza política de México y aun dispone de recursos suficientes, como por ejemplo el poder, para mantenerlo en los próximos años.

La disyuntiva que se les presentó a los mexicanos el pasado 6 de junio, se mantiene después de las elecciones; por el momento, pareciera estar a salvo la institucionalidad democrática del país. Le corresponde ahora a la oposición, especialmente al PAN, ejercer su rol fundamental en la política mexicana con inteligencia, unidad estratégica y visión de largo plazo, de tal manera que las mayorías lo perciban como un partido con opción real de poder para el 2024.

Para que ello se transforme en realidad, le corresponde a la oposición asumir los grandes desafíos de la democracia mexicana, ahora mayores que antes de la pandemia. Es vital que la oposición mexicana lidere una nueva narrativa confiable, convincente y que conecte con la sociedad, especialmente, con los más vulnerables, a fin de quitarle la bandera de la justicia y la inclusión social a la izquierda populista que pretende apropiárselo. Hasta tanto la oposición no construya un mensaje alternativo al de la 4T, capaz de convencer y emocionar a la gente, que la deslastre del pasado funesto que Morena quiere endosarle, resultará más difícil el inicio de un cambio político para el país. El mensaje no puede ser una reacción a lo que haga o dice el presidente; el mensaje debe ser propositivo, proyectar que la oposición está en capacidad de hacer mejor las cosas, con garantía de un buen gobierno, como lo ha hecho en varios estados de la República.

El desafío mayor es preservar la libertad y fortalecer el sistema democrático, en un ambiente que promueva la unidad nacional y la participación ciudadana,  teniendo como norte los supremos intereses del pueblo mexicano. De ese tamaño es el desafío que tiene frente a sus ojos la oposición democrática mexicana.

Profesor Titular Emérito de la Universidad del Zulia (Venezuela)

jueves, 3 de junio de 2021

 

El 6 de junio: la disyuntiva mexicana

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Sin exagerar, hay momentos en que los países se juegan el presente y el futuro. El próximo 6 de junio es uno de esos momentos para México. La elección de ese día no es una más de las tantas que han tenido los mexicanos. En esta oportunidad, la disyuntiva será votar para fortalecer la democracia y la institucionalidad republicana o votar por un sistema político basado en el autoritarismo personal de un líder que cree estar por encima de la Constitución y de las leyes. ¡Mucho cuidado! porque está en juego nada más y nada menos que la libertad de México en todas las áreas del quehacer humano. Podrían dar un salto al vacío y perder todo lo que han logrado para construir una democracia imperfecta, pero al fin y al cabo perfectible con la participación responsable y comprometida de dirigentes y ciudadanos.

La democracia se fortalece con base a acuerdos entre los actores políticos que permiten reunir el mayor nivel de consenso posible, en torno a decisiones y políticas públicas con alto impacto para la sociedad. Estos acuerdos se producen dentro de procesos de negociación –entendida como el arte de la política- en el que las partes ventilan sus propuestas y posiciones para seleccionar, finalmente, aquellas que reflejen un mínimo de entendimiento. Ello supone un juego en el que los actores deben perder algo para obtener una ganancia que satisfaga una parte de sus aspiraciones iniciales. Sólo en regímenes autoritarios, el líder supremo gana todo a costa de las pérdidas de la sociedad.

En las democracias occidentales, el centro natural de las negociaciones políticas lo constituye el poder legislativo; en el caso de México, el Congreso de la Unión es una de las instancias donde  operan los contrapesos y equilibrios institucionales para garantizar que el poder ejecutivo desarrolle una gestión apegada a la Constitución y a las leyes, preservando los intereses supremos de la República. Esa labor de contraloría y fiscalización es fundamental para proteger la libertad, la pluralidad de ideas y el robustecimiento de la democracia.

En estos tiempos difíciles y de mucha incertidumbre, por el bien de México y de la democracia, es necesario elegir un Congreso más equilibrado, con una nueva correlación de fuerzas políticas que representen legítimamente la vasta pluralidad mexicana; es necesario que prevalezca el sentido común y la grandeza de México, por encima de intereses de líderes y de grupos políticos; hoy en día es vital la unidad de México. Esto será posible si lo mexicanos votan el 6 de junio para que Morena no obtenga la mayoría absoluta en el Congreso de la Unión, evitando la tentación autoritaria y populista que se cierne sobre el país, y con ello la polarización, el odio y la división social, letales para el futuro de la sociedad.

Seguir comparando la realidad mexicana con la de otros países, por ejemplo Venezuela, no tiene caso por aquello que nadie escarmienta por cabeza ajena. Cada nación tiene sus propias particularidades, su historia, así como los mecanismos para superar las crisis o, por el contrario, anclarse en el pasado que le cierra el paso a los cambios que está experimentando la humanidad entera.

México, al igual que el resto del mundo, tiene frente a sus ojos grandes retos y desafíos que exigen el involucramiento y participación de toda la sociedad. Con absoluta responsabilidad puedo afirmar que los problemas del país, agravados por la pandemia del covid-19, no podrán resolverse con las ideas y la visión de un solo hombre acompañado por un partido cuyo principal propósito es acatar obedientemente las decisiones, directrices y hasta caprichos de su único líder, sin importar las consecuencias que ello pueda acarrearle al país.

México necesita reactivar la economía para generar empleos productivos y de calidad; ello supone un ambicioso plan basado en la confianza y en la certeza jurídica para impulsar las inversiones nacionales y extranjeras y fortalecer las empresas privadas, generadoras de siete de cada diez empleos mexicanos. También requiere de voluntad política y decisiones firmes, ajenas a la impunidad, para minimizar el clima de violencia que ha aumentado peligrosamente en los dos últimos años; necesita también de una política de apoyos sociales orientadas a sacar de la pobreza a millones de familias, fomentando el emprendedurismo y la iniciativa individual, y no convertirlos en programas utilitarios y asistencialistas que profundizan la dependencia de los ciudadanos con el Estado, cuando lo que hace falta es más ciudadanía y menos control estatal.

Estos y otros retos podrán enfrentarse con una oposición que tenga influencia real en la toma de decisiones y en la elaboración de leyes, que estén al servicio de un proyecto nacional que represente a todos los mexicanos y no a una parcialidad que, como Morena, pretende convertirse en la hegemonía dominante. Para ello es necesario que los mexicanos hagan uso del voto útil que garantice los equilibrios y contrapesos que tanta falta hacen para preservar la democracia como el sistema político y de vida de los mexicanos. Hago votos porque el 6 de junio gane México, gane la libertad y gane la democracia.

Profesor Titular Emérito de la Universidad del Zulia (Venezuela)   

jueves, 6 de mayo de 2021

 

Todo o nada, eso no existe

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Lamentablemente, la oposición venezolana perdió la capacidad organizativa para exigirle al régimen que cumpla con todas sus condiciones en un eventual proceso de negociación; ni tampoco puede darse el lujo de no hacer nada, observando pasivamente cómo el país se hunde, después de haber repetido los mismos errores en los últimos años. Las posiciones radicales le han hecho mucho daño al país y en este momento le hacen mucho más daño, porque las opciones se nos están agotando. No es posible que la oposición siga amarrada a una estrategia que no ha dado resultados; es necesario hacer algo que nos permita aprovechar óptimamente las oportunidades que se presentan, por pequeñas que éstas sean. Seguir como estamos ahora, es abonar para que el régimen de Maduro se atornille más en el poder.

Estas reflexiones las hago en ocasión de la elección de un nuevo Consejo Nacional Electoral (CNE), por parte de la Asamblea Nacional elegida en el 2020, con absoluto dominio del oficialismo. ¿Qué significa ese nuevo CNE para los venezolanos y su anhelado sentimiento de cambio?, ¿con ese nombramiento se garantizan las condiciones ideales para que la oposición participe en un futuro proceso electoral?   

El tema es complicado y requiere de un análisis objetivo y ajustado al escenario real que estamos viviendo los venezolanos. Lo primero que debo plantear, es que ese nuevo CNE abre una rendija para alumbrar la absoluta oscuridad en la que se encuentra el país. Es sólo eso, una oportunidad que debe aprovecharse con inteligencia y pragmatismo. Efectivamente, el CNE carece de legitimidad porque fue nombrado por una Asamblea Nacional ilegítima, pero también es cierto que la composición de su directiva es mucho mejor que las anteriores, garantizando cierto equilibrio en sus decisiones. En todo caso, el trabajo que realicen los rectores podría generar legitimidad por desempeño, devolviendo progresivamente la confianza y la credibilidad que el árbitro electoral perdió desde hace mucho tiempo.

Ciertamente hacen falta mejores condiciones para competir en elecciones libres, en el entendido que, con regímenes como el de Maduro, las elecciones no serán totalmente competitivas, según el decálogo democrático. Pero es una opción que debe reflexionarse seriamente. Esas condiciones que con legítima razón exigimos, no pueden lograrse si la oposición mantiene su posición de no ir a elecciones. El juego se gana jugando. La estrategia actual fracasó y debemos activarnos en un nuevo plan.

Si entramos en el juego podemos presionar para lograr que a los partidos se les devuelva su tarjeta; se eliminen las inhabilitaciones políticas; se depure el registro electoral; el control comunicacional del gobierno se limite; el plan República sea verdaderamente institucional. ¿Lograremos todas esas condiciones? Seguramente no con la rapidez que deseamos. Pero si la oposición se unifica alrededor de una estrategia electoral articulada, pueden intensificarse las presiones para alcanzar un escenario electoral más favorable.

Por otra parte, debemos entender que las elecciones regionales y municipales no son el inicio de un fin que ya está cerca. La participación electoral es un ejercicio para que la oposición gane músculos y fuerza, y éstas servirán si efectivamente la dirigencia opositora hace los esfuerzos requeridos para organizarse, articularse y unirse estratégicamente, a fin de conquistar la conexión popular que perdió vertiginosamente; además, la oposición puede aprovechar el evento electoral para aglutinar el descontento y la frustración popular, comunicando un mensaje alternativo al del régimen y proyectar que, más que un cúmulo de buenas intenciones, es una efectiva opción de poder. Deben ser éstas las razones fundamentales para participar en eventuales elecciones.

Podrían preguntarme, ¿por qué ahora la oposición debe participar y antes no? Porque en el 2018 y en el 2020 la convocatoria electoral fue un acto unilateral,  impulsado por la necesidad de legitimar a un régimen asediado por las presiones y sanciones internacionales; y, además, la mayoría de los venezolanos confiábamos en la estrategia del gobierno de transición. Esa estrategia fracasó y no existen razones para seguir aferrados a lo que ya no resulta favorable para el país. Debemos actuar en consecuencia porque la inercia ya no es opción.

Falta ahora que los políticos entiendan efectivamente lo que está en juego. No se trata, apreciados lectores, de un carnaval en el que desfilen candidatos de todas partes; aquellos que creen que les llegó la oportunidad de cobrar por los sacrificios realizados; ni mucho menos aquellos que piensan que son poseedores de la verdad única y, por lo tanto, deben ser ungidos como candidatos. De eso no se trata; si lo están viendo como una elección normal, libre y competitiva, están caminando por la vía equivocada. Entiendan de una vez por todas que, para vencer al régimen, debemos construir una oposición unida estratégicamente, cohesionada y articulada, que sea nuevamente referencia política de millones de ciudadanos que clamamos un cambio, y eso no lo lograremos si nos presentamos divididos y con agendas particulares. Ésta es una oportunidad que debe reflexionarse responsable y pragmáticamente, con cabeza fría. Hoy como ayer, el régimen coloca carnadas para lograr la fragmentación de la oposición, insiste en que todos tienen derecho a participar como candidatos. Si actuamos de esa manera, el régimen volverá a ganar la partida, con la diferencia que el nuevo CNE empieza a ser avalado por la Unión Europea y algunos sectores de la política norteamericana, y de esa manera alcanzará, por la miopía de la oposición, la legitimidad que por mucho tiempo anda buscando. No perdamos nuevamente el rumbo.

Sólo le exijo a la dirigencia opositora venezolana que no descarte a priori la posibilidad de participar en las elecciones. Pónganse de acuerdo, por favor; deslástrense de sus intereses y miserias personales y, de una vez por todas, den un paso firme por la libertad de Venezuela.

Profesor Titular Emérito de la Universidad del Zulia (Venezuela)

viernes, 16 de abril de 2021

 

Las emociones ganan elecciones

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

La Ciencia Política ha planteado que las emociones son parte integral del comportamiento político de los ciudadanos. Hoy se reconoce que  la mayoría de los electores vota por emociones; vota por amor y lealtad, con el corazón; vota por rabia, frustración y castigo, con el hígado; o vota por necesidad material, con el estómago. Analizar las emociones en un contexto electoral, puede ser la clave para ganar una elección fundamentada en la estrategia correcta.

Al igual que en la vida, las emociones en la política carecen de racionalidad para tomar buenas decisiones. Con más frecuencia de la que deseamos, las emociones en política nos invitan a seguir un rumbo que termina siendo peor a lo que antes rechazábamos. En las últimas décadas, América Latina se ha convertido en un sube y baja emocional electoralmente hablando, destacando dos emociones básicas: la esperanza que promete un cambio de manos de un mesías; y, el hartazgo contra un sistema o un proyecto político que impide la llegada del cambio, o ha destruido las posibilidades de la gente para conquistar un mejor porvenir. Ambas emociones, bastante conectadas, han estado invariablemente presentes en los procesos electorales latinoamericanos.

El pasado 11 de abril, los ecuatorianos eligieron el presidente de la República para los próximos cuatro años, bajo la pérfida sombra de Rafael Correa. Otra vez, el correísmo se convirtió en el sentimiento que polarizó a Ecuador e impulsó el voto a favor o en contra de Andrés Arduz, candidato del expresidente Correa. Las elecciones las ganó el anticorreísmo; ganó Guillermo Laso, porque supo conectarse con la principal emoción de la mayoría de los electores, el profundo rechazo por lo que significó y significa Correa en la vida de los ecuatorianos.

Contra muchos pronósticos, Lasso ganó la presidencia con el 52.36%, por una ventaja de más de 400 mil votos sobre Arduz. Tan sólo dos meses atrás, los correístas daban por segura la victoria en la segunda vuelta. La tarea lucía muy sencilla; Lasso un banquero con poca conexión popular era fácilmente derrotable. Hicieron todos los esfuerzos para que fuese Lasso el candidato contrincante en vez de Yaku Pérez, genuino representante de un sector de la izquierda ecuatoriana, pero débil frente al “poderío” de la revolución ciudadana. Pero, ¡sorpresa!, los resultados terminaron por hundir el apoyo que aún tiene o tenía Correa en su país.

La principal referencia de las elecciones presidenciales de Ecuador fue la polarización protagonizada por el correísmo y el anticorreísmo, éste último representado tanto por la izquierda como por la derecha. Fue una elección de todos contra Correa, el menos importante era Arduz percibido como un segundón, un títere dominado por su mentor político.

Las dificultades para lograr, en la segunda vuelta,  el apoyo directo de Yaku Pérez, obligó a cambiar la estrategia de la campaña de Lasso, ideada por el consultor Jaime Durán Barba, orientada a conquistar los votos de los izquierdistas Pérez y  Hervas, cuyos electores tenían en común la animadversión  por Correa. Interpretar correctamente el sentimiento preponderante de la campaña, sumado a un refrescamiento de la imagen del candidato y el uso intenso de la plataforma tik tok, fue la clave del triunfo de Guillermo Lasso.

Una frase logró unificar los sentimientos de electores que en la primera vuelta eran fuertes adversarios de Lasso. ¡Encontrémonos para lograrlo!, fue el mensaje que permitió que los izquierdistas –radicales y light- terminaran votando por un candidato que, como Lasso, era contrario a sus ideas, pero pragmáticamente era el único que podía lograr hacer realidad la promesa básica de la campaña: derrotar a Correa y a su modelo ideológico.

El desafío de Guillermo Lasso es gigantesco. Gobernar a un país con una profunda crisis económica y social, heredada por una de las peores gestiones que ha tenido la nación y por la pandemia del covid-19, demanda un nuevo gobierno que interprete y se ocupe de las necesidades de la mayoría, combinando  elementos de una economía de mercado capaz de generar confianza, atraer inversiones, generar empleos productivos y de calidad y garantizar una mejor calidad de vida de los ecuatorianos. La izquierda populista no ha logrado cristalizar esos sueños, y los gobiernos de centro derecha tampoco han logrado convencer a esas mayorías que sus políticas son más beneficiosas que el socialismo. De ese tamaño es reto que debe enfrentar el presidente Lasso.

Por el bien de Ecuador y por la democracia latinoamericana, hago votos por el éxito del nuevo gobierno. Confío que pueda ser el inicio de una etapa más próspera para la región latinoamericana.

Profesor Titular Emérito de la Universidad del Zulia (Venezuela)

domingo, 24 de enero de 2021

 

La administración Biden y Venezuela

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Como nunca antes había sucedido, las pasadas elecciones presidenciales norteamericanas despertaron un inusitado interés entre los venezolanos. Muchos pensaron que el destino de Venezuela se estaba jugando el 3 de noviembre. Con razón o sin razón, las expectativas que generó Donald Trump acerca de la liberación de Venezuela de las garras de la dictadura, generaron actitudes radicales entre los venezolanos que desembocaron en una polarización similar a la que, por más de 20 años, hemos vivido en el país. La emocionalidad le ganó la partida a la racionalidad, en un proceso en el que éramos simples espectadores, con la respectiva frustración para quienes no vieron alcanzados los objetivos.

Se abre un nuevo episodio bajo el liderazgo del presidente Biden, quien ha reafirmado el reconocimiento al presidente interino Juan Guaidó y a la Asamblea Nacional elegida en 2015. ¿Qué podemos esperar los venezolanos de la administración del presidente Biden? Ante todo, debemos aprender de las experiencias anteriores y mantener un optimismo prudente y racional frente a la nueva administración, pues, ha quedado suficientemente claro que los norteamericanos no nos liberarán de la peor tragedia humana vivida por país alguno en América Latina, Ciertamente, Estados Unidos ha sido un aliado muy importante que debemos mantener y cuya influencia en una futura negociación es clave, pero la primerísima responsabilidad nos corresponde a los venezolanos unidos alrededor de un propósito común.

Seguramente, el presidente Biden acometerá cambios en su política hacia Venezuela, pero no será de inmediato. Primero debe ordenar su casa; hacerle frente a un país polarizado, dividido y fuertemente impactado por la pandemia y la consecuente crisis económica. Le corresponde crear las condiciones necesarias para garantizar el éxito de su gobierno y consolidar la legitimidad que el pueblo norteamericano le otorgó el 3 de noviembre.

Estimo que, por lo menos durante los primeros 100 días de su gobierno, el presidente Biden no tendrá a Venezuela dentro de sus prioridades; ese tiempo lo dedicará a aplacar el vendaval político que afecta a su país. Después podría orientar su política hacia Venezuela a través de un proceso  de negociación multilateral en búsqueda de elecciones libres que den como resultado un nuevo gobierno en Venezuela. Dentro del proceso de negociación, la Unión Europea tendría una participación más activa que hasta el momento y, muy probablemente, se incorporaría Cuba, junto al Grupo de Lima y, por supuesto, Estados Unidos, quien tratará de distribuir el protagonismo internacional que en otrora pretendió concentrar Trump. La cercanía del partido demócrata con la Unión Europea y la relación directa que mantuvo Biden con Cuba, como Vice-Presidente de Obama, son aspectos con suficiente peso para pensar en su incorporación en la futura estrategia liderada por Estados Unidos.

En tal sentido, parece lógico que Biden apostará por la negociación directa entre el régimen de Maduro y los factores de oposición, bajo la coordinación de un equipo de facilitadores internacionales confiables, en vez de la política dura de sanciones implementadas por Trump. Cabría preguntarnos, entonces, ¿acaso las sanciones fueron inútiles? Si consideramos exclusivamente el propósito por el que fueron implantadas, debemos admitir que no cumplieron el objetivo, pues, el régimen de Maduro se mantiene en el poder y el gobierno de transición tan sólo fue un deseo bien intencionado. Sin embargo, las sanciones dejaron al descubierto ante el mundo la naturaleza mafiosa y criminal de la dictadura, acrecentando su deslegitimidad nacional e internacional.

Es prematuro plantear cuál es el tratamiento que la administración Biden le dará a las sanciones contra el régimen madurista; lo que parece ser lógico, es que la negociación traería consigo la eliminación o flexibilización de las mismas, abriendo espacios para una futura negociación que resulte atractiva para el régimen y logre el consenso suficiente entre los negociadores de la oposición. Este proceso supondría, aunque no les guste a los radicales, ofrecer garantías aceptables a los principales líderes de la dictadura y preservar la vida política del chavismo en la competencia electoral.

Lo que pretendo destacar es que, en esta nueva etapa, los responsables de la destrucción de la República se sentarán en la mesa de negociaciones junto con la oposición, tratando de alcanzar un acuerdo que desemboque en elecciones libres, competitivas y un árbitro electoral absolutamente institucional. Ello implicaría el nombramiento de un nuevo CNE, revisión y actualización del Registro Electoral, calendario electoral, legalización de los partidos a quienes les han usurpado su identidad, liberación de presos políticos y normas que efectivamente garanticen que las elecciones sean fiel reflejo de la opinión mayoritaria de los venezolanos.

El proceso de negociación debe establecer firmemente que la opción electoral no es sólo votar, tal como hasta ahora lo ha practicado el régimen, sino elegir. Con condiciones institucionales, estoy convencido que los venezolanos volveremos a confiar en el poder del voto para lograr los cambios. Sólo espero sabiduría, prudencia y grandeza por parte de los factores de oposición para ir unidos en este nuevo escenario, pues, la intervención militar y las salidas mágicas sólo existen en algunas mentes desubicadas.

 Profesor Titular Emérito de la Universidad del Zulia (Venezuela)

miércoles, 13 de enero de 2021

 

Los desafíos de la democracia norteamericana

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

En plena efervescencia, me atrevo a plasmar algunas reflexiones en torno a la compleja realidad que está experimentando Estados Unidos, a raíz de las elecciones presidenciales del pasado 3 de noviembre.

Vienen tiempos difíciles para esa gran nación; quienes piensen que ésta es una situación pasajera están equivocados en sus apreciaciones. Los retos son muchos y la capacidad para enfrentarlos inmensa.

Los desafíos que hoy enfrenta Estados Unidos son de diversa índole y múltiples las causas que los generan. En mi opinión, para ser justos, es conveniente dejar de lado los prejuicios que descalifican cualquier análisis.  Pensar que  Trump es el único responsable del conflicto norteamericano es una opinión tan sesgada como aquella que plantea su absoluta inocencia en el problema.

La sociedad norteamericana está secuestrada por el radicalismo de izquierda y el de derecha. La política ha llevado al país a extremos peligrosos que podrían confluir en episodios muy lamentables en el devenir de esa nación. No es posible tolerar los excesos de un liberalismo desenfrenado, apoyado por grupos fanáticos del partido demócrata, ni mucho menos el conservadurismo que promueve la supremacía blanca, defendido por Trump y algunos líderes del partido republicano. Una democracia sana se fundamenta en ideas que reúnan el mayor nivel de consenso posible de la sociedad, colocando límites institucionales a proyectos que pretendan llevar al país al barranco. El primer gran desafío es la construcción de un discurso conciliador, incluyente y que ponga el énfasis en las virtudes que han empoderado a la democracia y al Estado de Derecho. Es momento oportuno para implementar la política pedagógica que promueva el fortalecimiento de los valores de la cultura democrática norteamericana, actualmente amenazada.

El otro gran desafío es sanar las heridas producidas por la polarización política y la profunda división que ha perturbado el alma de esa nación. Al igual que el radicalismo, cuando la división se adueña de la sociedad, entonces, se debilita el interés general de la nación para favorecer a grupos de poder que pretenden dominar a la sociedad e imponer una agenda propia, transformada por los medios de comunicación en la agenda que debe seguir la nación. Le corresponde al presidente Biden erigirse en el líder de todos los norteamericanos, dando cabida en su gobierno a ideas diferentes a las suyas, impedir una política revanchista contra sus adversarios políticos y fortalecer las instituciones democráticas. Si por el contrario, es incapaz de zafarse de grupos radicales que lo apoyaron en su campaña, entonces, se profundizará la crisis atentando lamentablemente contra la institucionalidad democrática de ese gran país.   

Por otra parte, la democracia se fortalece en la medida que su sistema electoral es transparente, ecuánime e imparcial, protegido de toda duda que pueda afectar su idoneidad. Si bien es cierto que el sistema electoral norteamericano ha funcionado durante mucho tiempo, también es cierto que debe ajustarse a condiciones diferentes a las que le dieron origen. El colegio electoral no siempre representa la voluntad mayoritaria de los ciudadanos y la opinión de las minorías. El candidato que gana un estado, por estrecho que sea el margen de la victoria, se lleva en su totalidad los representantes electorales, dejando sin valor los votos de quienes sufragaron por el candidato perdedor. A ello se le suma, la cantidad de disposiciones y normas electorales establecidas de manera autónoma por los estados de la unión. Un mínimo de homogeneidad y coherencia de esas normas ayudaría a implementar un sistema electoral sólido, cuyos resultados no se vean afectados por interpretaciones legales y políticas de partes interesadas.

Hay razones suficientes, expresadas desde hace mucho tiempo atrás, para acometer una evaluación objetiva del actual sistema electoral norteamericano y realizar las reformas necesarias para adecuarlo a los nuevos tiempos porque, querámoslo o no, en estas elecciones el sistema salió afectado, cuando menos ha dejado en el ambiente dudas acerca de su efectivo funcionamiento. Eliminar las dudas electorales, es otro de los grandes desafíos que debe enfrentar la democracia más estable del planeta.

La salud de la institucionalidad democrática de Estados Unidos es un tema que debe interesarnos a todos. Hago votos porque la racionalidad política se imponga sobre la mezquindad de quienes se empeñan en destruir el legado de libertad que hemos aprendido de la nación norteamericana.

Profesor Titular Emérito de la Universidad del Zulia (Venezuela)   

miércoles, 30 de diciembre de 2020

 

Lecciones para aprender

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

La vida es un eterno aprendizaje. Quienes sabiamente deciden aprender de las experiencias, buenas o malas, tienen mayores posibilidades de ser exitosos y enfrentar las dificultades para seguir avanzando en la vida.

Con frecuencia escucho a familiares y amigos que el 2020 nunca existió, que se vaya rápido y se lleve todo lo malo que nos ha dejado. Apartar todo aquello que nos hace daño, sin duda, es una sabia recomendación. Pero no pasemos tan rápido esa página sin antes evaluar qué podemos aprender de la profunda crisis que a todos nos afectó durante este año.

El 2020 nos dejó lecciones que debemos aprender; creo que  encontraremos allí interesantes pistas para que en el futuro cercano podamos vivir en un mundo mejor, como el que aspiramos todos los seres humanos de buena voluntad.

Pensábamos que lo peor había sucedido. Las guerras mundiales, las hambrunas, las grandes crisis políticas y económicas dejaron profundas heridas en el mundo, muchas de ellas aún sin sanar, pero nada parecido a la pandemia del covid-19, considerada como la primera crisis de dimensión planetaria porque trastocó al mundo en general, incluyendo a grandes potencias y países pobres, a sociedades postmodernas y aquellas que carecen de lo indispensable para sobrevivir.

Todos hemos sido víctimas del virus, el mundo entero quedó paralizado y sus economías prácticamente destruidas. Esa es la primera lección que debemos aprender: el mundo es más vulnerable de lo que creemos pero, a pesar de la ambición y la falta de humanidad de la elite comunista china, hemos sido capaces de levantarnos una vez más, gracias a los esfuerzos extraordinarios de la tecnología y la ciencia médica. Vendrán tiempos mejores.

La segunda gran lección que nos deja la pandemia es la fragilidad de la vida humana. Nada es para siempre y, aunque la prepotencia y el orgullo humano lo desmientan, somos más débiles de lo que nos gustaría ser. El virus mortífero ha segado la vida de aproximadamente dos millones de personas, sin importar su estatus social y económico. Para el coronavirus no existen diferencias humanas de ninguna naturaleza. La lección aprendida debe ser más humildad y temor a Dios que todo lo puede y siempre nos provee. La debilidad humana jamás podrá superar la omnipotencia de Dios, sin su auxilio divino somos pequeños y vulnerables.

El confinamiento que hemos vivido a lo largo del 2020, nos dejó una tercera lección: valorar más a nuestra familia, amigos y vecinos. En la creencia que siempre los tendremos cerca, con frecuencia olvidamos compartir y disfrutar detalles pequeños que engrandecen el espíritu. Durante la cuarentena, cuántas veces anhelamos abrazar a quienes más amamos sin poder hacerlo. Pues bien, de ahora en adelante que no pase un solo día para ocuparnos de la familia, estrechar lazos y demostrar nuestros mejores sentimientos de felicidad y gratitud.

La cuarta gran lección es la paciencia y perseverancia para alcanzar lo que nos proponemos. Cuántos planes, proyectos y decisiones importantes se perdieron, o debieron posponerse, a pesar de los esfuerzos que realizamos para lograrlo. No siempre las cosas se dan cuándo, dónde y cómo queremos. Hace falta, entonces, una dosis de paciencia para saber esperar, sabiduría para actuar correctamente y fe para jamás desfallecer y sacar lo mejor que llevamos dentro para coronar con éxito nuestros planes.

Así como la pandemia afloró sentimientos de solidaridad a los que ya estábamos desacostumbrados, también es cierto que muchos se aprovecharon de las desgracias ajenas, aumentando sus ganancias a costa del sufrimiento de los enfermos de covid, especialmente, en el sector hospitalario y farmacéutico. Esa es otra gran lección aprendida: necesitamos más amor, solidaridad y compasión para construir una sociedad más justa y más humana.

Finalmente, la pandemia aceleró profundos cambios que venían gestándose desde hace tiempo atrás, especialmente, la digitalización en diversas áreas del quehacer humano: teletrabajo, educación a distancia, marketing digital, entre otros. Nos vimos obligados a ajustarnos a la nueva normalidad y vencer los temores y la resistencia que genera todo proceso de cambio. La lección es que, a pesar del vertiginoso avance de las nuevas tecnologías, no estábamos tan preparados para asumir el cambio; hoy día, sabemos que tenemos inteligencia y capacidad para caminar por los nuevos senderos que nos ha legado una normalidad que cambió para siempre nuestra manera de vivir.

Estas y otras lecciones más que nos dejan el 2020, deben llenarnos de fe, esperanza y fortaleza para iniciar con buen pie un nuevo año cargado de extraordinarios desafíos que, sin duda, estaremos en capacidad de superar para el bien de la humanidad.

A todos mis lectores les deseo un bendecido y venturoso año nuevo 2021.

Profesor Titular Emérito de la Universidad del Zulia (Venezuela)