miércoles, 7 de marzo de 2018

Transformemos la quietud en huracán

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

El país se mantiene en una aparente quietud frente al vendaval que amenaza con destruirlo todo. Observamos a un gobierno que sigue jugando duro, a pesar de estar cercado internacionalmente y padecer de un profundo déficit de gobernabilidad. Un régimen dispuesto a poner toda la carne en el asador, a fin de garantizar su permanencia en el poder por un tiempo más. Por ahora, Nicolás Maduro juega solo en el tablero electoral, utilizando el chantaje y la presión para que salga una candidatura creíble de la oposición que legitime el proceso comicial del próximo mes de mayo. Pero con seguridad, Maduro no puede invocar en este momento una de las frases preferidas de su difunto mentor: “ven a mí que tengo flores”. La procesión oficialista también va por dentro y eso no puede perderse de vista.

Por otra parte, vemos a una oposición que no termina de definir cuál es su rol en estas circunstancias tan difíciles para los venezolanos. La MUD se esforzó en elaborar un documento público que ciertamente esboza una posición coherente frente a la negativa de no participar en los comicios presidenciales, pero todavía está lejos de despertar emoción y convicción entre los millones de ciudadanos que aspiramos un cambio del rumbo político en Venezuela. Deshojaron la margarita respecto a no participar en las elecciones, pero aún no proyectan la estrategia unitaria que requiere la nación en sus momentos más oscuros.

Algunos connotados analistas piensan, con mucha preocupación, que el germen de la conformidad se está apoderando del alma de los venezolanos, nos cruzamos de brazos a esperar que un hecho fortuito cambie las cosas; otros, siguen insistiendo que un sector de la oposición le hace el juego al gobierno y, por esa razón, políticos y partidos deben ser eliminados, invocando a la antipolítica como vía mesiánica para resolver el caos. Otros tantos, critican el mutismo de la oposición, dejando abierta la puerta del desánimo y la desesperanza de quienes necesitan creer que es posible una salida del régimen a mediano plazo.

Realmente estamos viviendo la peor tragedia de nuestra vida republicana. Pareciera que estuviésemos en el limbo, con una crisis que empeora con los días y, con ella, el hambre, la miseria y la diáspora se convierten en la referencia viva de nuestras desgracias como sociedad. Sin embargo, la complejidad de la situación puede generar eventos que trastoquen la quietud de estos días y la transformen en movimiento interesante.

No dispongo de información oficial acerca de las conversaciones entre el régimen y la oposición, después del fracaso del diálogo en Dominicana. Pero no debe extrañarnos que algo esté sucediendo; en definitiva, la esencia de la política es la negociación para llegar a acuerdos fructíferos que beneficien a la comunidad nacional. El cambio de fecha de la elección presidencial, el silencio de la MUD y la actitud dubitativa de Henry Falcón, presagian qué algo puede estarse cocinando entre los factores políticos del país. Frente a esa posibilidad es necesario mantener una posición flexible, alejada de los radicalismos que niegan cualquier intención de negociar con el régimen. Pero esa flexibilidad no puede confundirse con debilidad, incoherencia y falta de estrategia. Todo lo contrario, la oposición democrática debe prepararse para afrontar con firmeza, valor y unidad los retos de la sociedad venezolana y mostrarse, ante el régimen y el mundo, como un grupo cohesionado que efectivamente sabe hacia dónde va, consciente de los sacrificios que supone la materialización de un cambio con las dimensiones de la crisis venezolana.

Si la oposición venezolana actúa racionalmente, convencida unitariamente qué debemos hacer para salir de esta pavorosa estrategia y construye, al propio tiempo, las bases de la transición, negociar con el régimen es una opción real, habida cuenta que ellos tienen el poder en sus manos; además, son ellos quienes tienen más que perder en un “costo de salida” cada vez más difícil y comprometido. Para ninguno de los dos sectores la negociación es sencilla y rápida.

En tal sentido, no participar en las elecciones presidenciales no puede ser un tema definitivo y cerrado. Hay que estar vigilante del desarrollo de los acontecimientos. Uno de ellos es el agravamiento peligroso de la crisis venezolana que podría facilitar acciones que trastoquen la relativa estabilidad del régimen. Una crisis con una dimensión inédita es aliada de la conflictividad social y del malestar de las fuerzas armadas, cuya cúpula por ahora sostienen al régimen. El otro aspecto a considerar, es el ambiente internacional cada vez menos proclive a seguir apoyando a un gobierno abiertamente dictatorial y, en consecuencia, profundamente deslegitimado.

Lo importante, entonces, es que la oposición esté preparada y tenga la capacidad suficiente para crear un movimiento de unidad nacional que dirija y organice la lucha democrática e impregne de emoción, esperanza y confianza al pueblo venezolano. Lo malo no es negociar, insisto en esto; lo dañino y demoledor es negociar sin tener previsto un plan estratégico que contemple las acciones antes y después de los comicios que reelijan a Maduro como presidente ilegítimo por seis años más.
Quiero mantener mi posición desde hace bastante tiempo. Los esfuerzos acometidos, sin una estrategia unitaria, coherente, racional y de largo alcance, resultarán absolutamente inútiles. Por ello es bueno recordarle a la dirigencia opositora que es momento del reencuentro fecundo y auténtico, cuyos objetivos supremos sean el rescate de la libertad, la reinstitucionalización democrática y la instauración de una economía fuerte, moderna y con oportunidades para todos los venezolanos.

Me resisto a creer que la tiranía tenga más fuerza que la libertad; niego rotundamente que el mal venza al bien; creo fervientemente que la educación y el progreso son los antídotos de la pobreza, el hambre y la miseria impuesta por un régimen corrupto, inmoral y opresor como el que dirige Maduro y sus acólitos. Esas son razones que deben movernos para aniquilar la quietud y transformarla en un huracán que nos devuelva la esperanza y la confianza para luchar unidos por un país mejor en el que todos hacemos falta.

Profesor Titular Emeritus de LUZ