Transformemos
la quietud en huracán
Efraín Rincón Marroquín
(@EfrainRincon17)
El país se mantiene en una aparente
quietud frente al vendaval que amenaza con destruirlo todo. Observamos a un
gobierno que sigue jugando duro, a pesar de estar cercado internacionalmente y
padecer de un profundo déficit de gobernabilidad. Un régimen dispuesto a poner
toda la carne en el asador, a fin de garantizar su permanencia en el poder por
un tiempo más. Por ahora, Nicolás Maduro juega solo en el tablero electoral,
utilizando el chantaje y la presión para que salga una candidatura creíble de
la oposición que legitime el proceso comicial del próximo mes de mayo. Pero con
seguridad, Maduro no puede invocar en este momento una de las frases preferidas
de su difunto mentor: “ven a mí que tengo flores”. La procesión oficialista
también va por dentro y eso no puede perderse de vista.
Por otra parte, vemos a una
oposición que no termina de definir cuál es su rol en estas circunstancias tan
difíciles para los venezolanos. La MUD se esforzó en elaborar un documento
público que ciertamente esboza una posición coherente frente a la negativa de no
participar en los comicios presidenciales, pero todavía está lejos de despertar
emoción y convicción entre los millones de ciudadanos que aspiramos un cambio
del rumbo político en Venezuela. Deshojaron la margarita respecto a no
participar en las elecciones, pero aún no proyectan la estrategia unitaria que requiere
la nación en sus momentos más oscuros.
Algunos connotados analistas
piensan, con mucha preocupación, que el germen de la conformidad se está
apoderando del alma de los venezolanos, nos cruzamos de brazos a esperar que un
hecho fortuito cambie las cosas; otros, siguen insistiendo que un sector de la
oposición le hace el juego al gobierno y, por esa razón, políticos y partidos
deben ser eliminados, invocando a la antipolítica como vía mesiánica para
resolver el caos. Otros tantos, critican el mutismo de la oposición, dejando
abierta la puerta del desánimo y la desesperanza de quienes necesitan creer que
es posible una salida del régimen a mediano plazo.
Realmente estamos viviendo
la peor tragedia de nuestra vida republicana. Pareciera que estuviésemos en el
limbo, con una crisis que empeora con los días y, con ella, el hambre, la
miseria y la diáspora se convierten en la referencia viva de nuestras desgracias
como sociedad. Sin embargo, la complejidad de la situación puede generar
eventos que trastoquen la quietud de estos días y la transformen en movimiento
interesante.
No dispongo de información
oficial acerca de las conversaciones entre el régimen y la oposición, después
del fracaso del diálogo en Dominicana. Pero no debe extrañarnos que algo esté
sucediendo; en definitiva, la esencia de la política es la negociación para
llegar a acuerdos fructíferos que beneficien a la comunidad nacional. El cambio
de fecha de la elección presidencial, el silencio de la MUD y la actitud
dubitativa de Henry Falcón, presagian qué algo puede estarse cocinando entre
los factores políticos del país. Frente a esa posibilidad es necesario mantener
una posición flexible, alejada de los radicalismos que niegan cualquier
intención de negociar con el régimen. Pero esa flexibilidad no puede
confundirse con debilidad, incoherencia y falta de estrategia. Todo lo
contrario, la oposición democrática debe prepararse para afrontar con firmeza,
valor y unidad los retos de la sociedad venezolana y mostrarse, ante el régimen
y el mundo, como un grupo cohesionado que efectivamente sabe hacia dónde va,
consciente de los sacrificios que supone la materialización de un cambio con
las dimensiones de la crisis venezolana.
Si la oposición venezolana
actúa racionalmente, convencida unitariamente qué debemos hacer para salir de
esta pavorosa estrategia y construye, al propio tiempo, las bases de la
transición, negociar con el régimen es una opción real, habida cuenta que ellos
tienen el poder en sus manos; además, son ellos quienes tienen más que perder
en un “costo de salida” cada vez más difícil y comprometido. Para ninguno de
los dos sectores la negociación es sencilla y rápida.
En tal sentido, no
participar en las elecciones presidenciales no puede ser un tema definitivo y
cerrado. Hay que estar vigilante del desarrollo de los acontecimientos. Uno de
ellos es el agravamiento peligroso de la crisis venezolana que podría facilitar
acciones que trastoquen la relativa estabilidad del régimen. Una crisis con una
dimensión inédita es aliada de la conflictividad social y del malestar de las
fuerzas armadas, cuya cúpula por ahora sostienen al régimen. El otro aspecto a
considerar, es el ambiente internacional cada vez menos proclive a seguir
apoyando a un gobierno abiertamente dictatorial y, en consecuencia,
profundamente deslegitimado.
Lo importante, entonces, es
que la oposición esté preparada y tenga la capacidad suficiente para crear un
movimiento de unidad nacional que dirija y organice la lucha democrática e
impregne de emoción, esperanza y confianza al pueblo venezolano. Lo malo no es
negociar, insisto en esto; lo dañino y demoledor es negociar sin tener previsto
un plan estratégico que contemple las acciones antes y después de los comicios
que reelijan a Maduro como presidente ilegítimo por seis años más.
Quiero mantener mi posición
desde hace bastante tiempo. Los esfuerzos acometidos, sin una estrategia
unitaria, coherente, racional y de largo alcance, resultarán absolutamente
inútiles. Por ello es bueno recordarle a la dirigencia opositora que es momento
del reencuentro fecundo y auténtico, cuyos objetivos supremos sean el rescate
de la libertad, la reinstitucionalización democrática y la instauración de una
economía fuerte, moderna y con oportunidades para todos los venezolanos.
Me resisto a creer que la
tiranía tenga más fuerza que la libertad; niego rotundamente que el mal venza
al bien; creo fervientemente que la educación y el progreso son los antídotos
de la pobreza, el hambre y la miseria impuesta por un régimen corrupto, inmoral
y opresor como el que dirige Maduro y sus acólitos. Esas son razones que deben
movernos para aniquilar la quietud y transformarla en un huracán que nos
devuelva la esperanza y la confianza para luchar unidos por un país mejor en el
que todos hacemos falta.
Profesor Titular Emeritus de LUZ