Un país deprimido
Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)
Confieso que la actitud de los venezolanos acerca de
la situación del país, es asombrosa; yo diría que inédita. Nuestra capacidad de
aguante es infinita. La crisis se agrava con mayor fuerza; ya está cómodamente
instalada en nuestros hogares, dejándonos una sensación de absoluta pobreza y,
sin embargo, pareciera que aun tienen que pasar muchas más cosas para que
reaccionemos, para que tomemos conciencia del estado de postración en el que
estamos viviendo.
La depresión científicamente “es un trastorno mental
que se caracteriza por una profunda tristeza, decaimiento anímico, baja
autoestima, pérdida de interés y disminución de las funciones psíquicas”;
definición que ilustra gráficamente la psiquis actual de los venezolanos. Después
de ser un pueblo alegre y dicharachero, reímos para no llorar. Nos colocamos la
máscara de la indiferencia, cuando en el fondo de nuestro ser emerge la
incertidumbre, la frustración y la impotencia que nos mantiene en un estado de
agresividad como nunca antes lo habíamos experimentado. Basta con salir a la
calle para percatarnos cómo hemos transformado la amabilidad y los buenos
modales en violencia y hostilidad que aflora por cualquier cosa. La crisis está
carcomiendo lo mejor que llevamos dentro.
La otrora alta autoestima de los venezolanos –llegó a ser una de las más altas de la región- está hecha añicos. El régimen nos abusa, se burla y nos humilla, irrespetando nuestra dignidad como seres humanos. Sus decisiones invariablemente van dirigidas a menoscabar nuestra calidad de vida; nos han convertido en mendigos que hacen colas para comprar o buscar cualquier cosa, desde los alimentos hasta la gasolina; ni se diga de las kilométricas colas en bancos, ministerios, hospitales, empresas de servicios públicos. Las colas han copado nuestra vida y conversaciones, son el centro de la cotidianidad diaria. Empezamos hacer cosas que jamás pensamos que haríamos; y lo más doloroso es que cada vez son más las voces que anuncian que ya nos estamos acostumbrando a esta vida de escasez, de colas, de impunidad, de corrupción y de pobreza en todas las áreas del quehacer nacional.
La tristeza, la angustia, la impotencia y el irrespeto
de nuestra dignidad humana, han producido desinterés en todas aquellas
actividades diferentes a las del entorno personal y familiar. Nada nos motiva,
nada nos inspira para lograr un cambio. Nos refugiamos en nuestros espacios de
confort sin percatarnos siquiera que la vorágine revolucionaria nos arrastra a
la destrucción total. La anomia amenaza con destruir el espíritu irreverente y
protestario que en otros tiempos interpretaba nuestra gaita zuliana.
Resulta difícil entender cómo un régimen tan incapaz,
mentiroso y carente de apoyo popular, nos haya hecho la vida de cuadritos.
Permanecemos pasivos confiados en que “aquí va a pasar algo”, como si nos pareciera
poco todo lo que hemos vivido, con pronósticos más funestos conforme transcurre
el tiempo. No obstante, esa actitud pasiva y conformista que observamos en gran
parte de las personas con las que a menudo interactuamos, contrasta
diametralmente con la mayoritaria demanda de cambio que recogen los más
recientes estudios de opinión pública del país.
¿Qué nos hace falta entonces para levantarnos y vencer
tanta ignominia? Lamentablemente la depresión del país no pueden sanarla los
psiquiatras ni los antidepresivos. Sólo nuestra firmeza y determinación harán
posible que salgamos del decaimiento y desinterés que nos aniquila.
Fortalezcamos la convicción que juntos podemos construir un mejor país porque
contamos con el talento y los recursos para hacerlo. Vamos a inyectarnos una
dosis de esperanza capaz de doblegar las dudas y el miedo que nos ata a un
presente lúgubre y miserable, impidiéndonos abrazar un futuro luminoso al que
tienen legítimo derecho nuestros hijos y nietos. Jamás olvidemos que la
esperanza es el motor que mueve nuestras fibras y nos impulsa a luchar por la
grandeza que una minoría corrupta y apátrida pretende arrebatarnos. Si perdemos
la esperanza de cambio, entonces, se cumplirá el nefasto propósito del régimen,
convertirnos en una sociedad ciega, sorda y muda que se rinde ante un grupo de
forajidos que traicionaron los sueños de un país.
Vamos a levantarnos del suelo, limpiemos el polvo de
nuestros zapatos y emprendamos todos unidos el camino del cambio, porque la
historia siempre está del lado de los que luchan por la libertad, la justicia y
la grandeza de nuestra amada Venezuela. Es la hora de despertar, participar y
luchar con todas nuestras fuerzas por Venezuela, por nuestras familias, por el
futuro que ansioso espera por todos los venezolanos de buena voluntad.