El
virus planetario
Efraín Rincón Marroquín
(@EfrainRincon17)
En este artículo no me
referiré a dónde, cómo y por qué se originó el Covid-19; pienso que ese tema ha
sido profusamente tratado tanto por especialistas como por opinadores que
proyectan posturas tendenciosas e interesadas.
Prefiero referirme a realidades
que, producto de la pandemia, desnudaron
dramáticamente la manera cómo hemos vivido hasta este momento. Hoy estamos más
cerca que antes de comprender la fragilidad del ser humano, la insuficiencia de
la riqueza económica y la debilidad del poder político, por fuerte que parezca.
Es momento de reflexionar acerca de un cambio en la visión del mundo global e
individual, preguntándonos lo que hemos hecho mal y cómo podemos corregirlo, aunque
ello signifique romper paradigmas que contribuyen con un mundo que hoy parece
que camina al revés o está patas arriba.
No hizo falta que brillantes
estrategas inventaran una guerra comercial para desequilibrar a la economía
mundial, el Covid-19 lo logró. Estamos frente a una crisis colosal que aún
desconocemos las implicaciones que traerá y cómo terminará. En lo que sí hay
mayor certeza, es que las economías de las naciones van a contraerse de manera
preocupante, inclusive las más prósperas del planeta.
No bastaron las armas
nucleares, la inversión de miles de millones de dólares en armamentos sofisticados
y la capacitación de ejércitos profesionales para impedir el avance del
Covid-19. Sigue avanzando alarmantemente sin que pueda ser detenido por la
fuerza militar. ¿Quién pudo imaginar siquiera que un virus obligaría a cerrar
las fronteras de los países del mundo, sin que existiese la amenaza de un
ejército enemigo? El poderío bélico de las grandes potencias resultó inútil
frente al potente virus planetario.
La salud del mundo y,
también, la de los líderes políticos y empresariales está amenazada por un
virus que se metió entre el círculo de guardaespaldas blindados, sin que se
dieran cuenta. Ese virus se ha convertido en el dolor de cabeza de gobernantes
que, sin tenerlo planificado, deben tomar decisiones audaces en todos los
órdenes de la vida de sus naciones, para hacerle frente a la contingencia y al
futuro próximo, corriendo el riesgo de ser rechazados por los ciudadanos, e
incluso perder el poder.
A nivel mundial, el poder
político, la riqueza económica y la fuerza militar de grandes y pequeñas naciones,
resultaron inservibles frente a la devastación letal de un virus que llegó sin
ser esperado. Llegó por la puerta trasera y nadie se dio cuenta.
En el plano social, el
Covid-19 superó con creces a las nuevas tecnologías en la percepción del tema
de la aldea global. Ahora, más que informarnos en tiempo real de lo que
acontece en el mundo, a través de las redes sociales, sin importar las
distancias, estamos enfrentando simultáneamente un mismo patrón de vida, más
allá de la geografía y las diferencias culturales. En estos momentos, los
ciudadanos del mundo estamos experimentando idénticos comportamientos: miedo, paranoia
colectiva, confinamiento, desolación y la amenaza de la muerte rondando entre
nosotros; acompañado de compras de pánico con su correspondiente
desabastecimiento en algunos alimentos y medicamentos, así como una serie de
preguntas, sin respuestas, acerca de cómo será el futuro que se avecina.
Analistas y pensadores ya hablan que el mundo no será igual después del
Covid-19.
Creo que, después de la II
Guerra Mundial, el mundo no había vivido una amenaza de tal magnitud, con el
agravante que las afectaciones más grandes durante la II Guerra Mundial se
concentraron en Europa, epicentro de ese evento bélico. Hoy, por el contrario,
todas las naciones del mundo estarán afectadas, de una u otra forma, por las
consecuencias del Covid-19 que aún no terminamos de descifrar, tanto en el
plano político, económico, social y cultural.
Hago estas reflexiones en
circunstancias en la que los seres humanos deberíamos estar más conscientes de
nuestra propia fragilidad. Es cierto que, frente a otras catástrofes, el hombre
ha logrado vencer las dificultades, a través de la inteligencia y la capacidad
de adaptación, en esta oportunidad pienso que no será la excepción; pero
también es cierto que hemos abusado en demasía de un poder que no tenemos;
hemos hecho gala de un excesivo ego, de la vanidad que corroe y de un permanente
desafío a Dios para ver quién puede más. Los hombres nos hemos apartado del buen
camino para transitar por el egoísmo y por
una vida frívola y banal que nos aleja de los valores humanos para construir
una mejor sociedad en la que la justicia, la honestidad y la solidaridad sean pilares
de esa felicidad que todos los seremos humanos deseamos alcanzar. Ojalá el
cambio sea para mejor.
Profesor Titular Emérito
de la Universidad del Zulia (Venezuela)