Violencia
criminal
Efraín Rincón Marroquín
(@EfrainRincon17)
Bajo el pretexto del
asesinato de George Floyd, ocurrido el 25 de mayo en Minneapolis, Minnesota, miles
de ciudadanos han salido a las calles en varias ciudades de Estados Unidos,
para protestar contra la discriminación racial practicada por los cuerpos
policiales. Protestar contra la discriminación de cualquier tipo, es un asunto
absolutamente legítimo por el que deben luchar los ciudadanos dentro de una
sociedad democrática. Pero, en esta oportunidad, la exigencia de justicia fue
rebasada por actos violentos, saqueos y
atrocidades cometidas por manifestantes que actuaron deliberadamente con un
propósito diferente al que los llevó a protestar. A todas luces, puede
apreciarse la intervención de “una mano peluda” que pretende desestabilizar a
Estados Unidos en plena pandemia del covid-19 y, precisamente, seis meses antes
de las elecciones presidenciales del 4 de noviembre próximo, en las que el
presidente Trump podría reelegirse.
Atrás quedaron las lecciones
que nos dejaron las manifestaciones cívicas y pacíficas protagonizadas por el
reverendo Martin Luther King, a favor de los derechos de los afroamericanos; protestas,
en las que sin duda hubo prepotencia y excesos por parte de los cuerpos
policiales, pero los manifestantes tenían como único propósito exigir justicia
a favor de una minoría segregada históricamente por el establishment norteamericano.
Nunca perdieron el foco estratégico, hasta alcanzar en 1964 la aprobación de la
ley de los Derechos Civiles (Civil Rigths Act), con lo cual la paz y la
civilidad vencieron a la violencia racial.
La barbarie pretende ahora debilitar
a la institucionalidad democrática norteamericana, pero no podrán. Las alarmas
están encendidas; el plan desestabilizador de la izquierda para acceder al
poder a través del caos está develado. Es el mismo guion que se repite una y
otra vez, en Ecuador, Chile y ahora en Estados Unidos, con la complicidad de la
narcotiranía venezolana, el castrocomunismo cubano y la izquierda progre norteamericana
y europea. Resentidos y fracasados que nos quieren hacer creer que luchan por
la libertad y la justicia, cuando la verdad de sus pretensiones es la creación
de un “nuevo” orden que permita la instauración del comunismo en el Occidente.
Las fuerzas demoníacas del
comunismo están sueltas en el mundo; la libertad y la democracia están amenazadas.
El germen del comunismo ya está plantado y cuenta con recursos suficientes,
sólo esperan el momento para actuar definitivamente; por ahora, están probando,
a través de ensayo y error, la reciedumbre de las instituciones democráticas y
el apoyo de ciudadanos incautos y manipulables para dar el golpe que anhelan
desde hace mucho tiempo.
Los ciudadanos que amamos la
libertad como supremo derecho del ser humano y defendemos la democracia como un
sistema político perfectible, estamos en la obligación de actuar contra el
virus del comunismo, a veces disfrazado de “democracia progresista”. No
perdamos más tiempo.
En circunstancias como las
que hoy vive Estados Unidos, el conflicto venezolano cobra mayor relevancia,
pues, queda demostrada una vez más la amenaza que representa la narcotiranía
venezolana para la democracia y la seguridad del continente, no por Maduro sino
por lo que está detrás. Como lo hemos repetido innumerables veces, el régimen
de Maduro es una combinación peligrosa de tiranía, narcotráfico, terrorismo,
guerrilla y paramilitarismo, en alianza perfecta con gobiernos, movimientos y
líderes del comunismo y la ultraizquierda del mundo. Con semejante perfil,
resulta obvia la intervención de la narcotiranía en los últimos episodios
desestabilizadores que han sufrido varios países de la región, incluido Estados
Unidos.
La narcotiranía
chavista-madurista aun cuenta con recursos para financiar movimientos que se
infiltran en las naciones para provocar el caos, a través de protestas alineadas
con su proyecto para desestabilizar gobiernos democráticos opuestos al régimen.
En el caso de Colombia, por ejemplo, la estrategia de desestabilización operada
por la narcotiranía es más sutil pero igualmente peligrosa. Se trata del
financiamiento de un proyecto comunicacional, en alianza con el exguerrillero
Gustavo Petro, para enlodar la imagen de Uribe Vélez y desarticular el gobierno
del presidente Duque. Petro jamás ha escondido su aspiración de gobernar a
Colombia e implantar el comunismo que no pudo lograr con el M-19. Él trabaja
sin descanso para alcanzar el objetivo, ojalá que por el bien de Colombia y de Venezuela
no se materialice.
Sin ánimo de jugar a los
extremismos, la amenaza de la narcotiranía venezolana es real. Se está agotando
el tiempo de los comunicados diplomáticos y de las presiones internacionales.
Es hora de defender con firmeza y contundencia la libertad y la democracia en
América Latina y, ello tiene como condición sine qua non, la salida del régimen
usurpador de Maduro. Líderes democráticos del mundo y de Latinoamérica, ustedes
tienen la palabra, actúen a tiempo antes de que sea muy tarde.
Profesor Titular Emérito de la Universidad del Zulia (Venezuela)