miércoles, 27 de junio de 2018

¿Atrapados y sin salida?

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Algo está ocurriendo en mi país que impide desamarrar el nudo que nos mantiene atados a esta tragedia que vivimos. Nadie en su sano juicio puede entender cómo hemos llegado a esta dramática situación que empeora cada día. Racionalmente no existe justificación alguna para que una camarilla ilegítima y de delincuentes continúe en el poder, sin que nada ni nadie pueda impedir que sus planes macabros sigan destruyendo a la nación.

El deterioro de la sociedad venezolana es brutal y total. Nadie se escapa de la vorágine revolucionaria; todos sucumbimos bajo la fuerza diabólica de un régimen que se planteó como propósito la destrucción de la libertad, la democracia y el progreso de los venezolanos. Somos una sociedad inerme, indefensa y anestesiada de cara al más devastador proyecto ideológico que ha experimentado América Latina durante toda la era republicana.

La realidad venezolana es dantesca. Cualquier salario pagado en moneda nacional, por alto que sea, es devorado por la inflación más alta del planeta. Los venezolanos apenas sobrevivimos; la miseria, el hambre y la pobreza se adueñaron de la vida de millones de compatriotas, destruyendo la poquita esperanza que les quedaba en sus corazones. La tragedia es cruel e inhumana. Dolorosamente debemos admitir que a corto plazo no tenemos salida. Permanecemos atrapados viendo cómo se muere un país que en otrora fue faro de libertad y de prosperidad para el mundo.

Nuestros niños se mueren por desnutrición y por falta de atención médica; este régimen inhumano está empeñado en asesinar a las nuevas generaciones de venezolanos, al igual que lo está haciendo con los ancianos, con los pacientes de enfermedades crónicas, con las mujeres embarazadas. La muerte se ha convertido en uno de los rasgos distintivos de la revolución de Chávez y Maduro.

Este régimen es un asesino compulsivo. Asesinó al trabajo como palanca poderosa para generar bienestar y productividad. Hoy el trabajo significa poco para los venezolanos porque no importa cuánto trabajemos, lo que ganamos no alcanza para nada. Asesinó al emprendimiento como fórmula para potenciar las capacidades y habilidades de la gente para  mejorar su calidad de vida y contribuir con el desarrollo del país. Este régimen asesinó a la educación como opción clave para la movilidad social. La educación dejó de ser en Venezuela la puerta que abre nuevas oportunidades para construir el gran país que tanto anhelamos. Estudiar se ha convertido en algo inalcanzable para los jóvenes, no porque no deseen educarse, sino porque sencillamente les resulta misión imposible acudir a liceos y universidades. Después de ser el país latinoamericano con la mayor matrícula universitaria, tenemos ahora universidades ruinosas sin profesores y alumnos porque la crisis los obliga a migrar o a realizar otras labores para no dejarse morir.

Este régimen asesinó la esperanza que nos permite empinarnos en las dificultades para seguir luchando y soñando por un mejor país. Asesinó la dignidad de algunos venezolanos que, a cambio de una bolsa de comida, siguen esperando la redención social que les ofreció la revolución y que jamás llegará. Parece que también asesinó el heroísmo, el coraje y la determinación de un pueblo que permitió forjar nuestra independencia y la democracia en 1.958.

Frente a este desolador panorama vemos a una oposición inmóvil, sin capacidad de respuesta para acompañar y conectarse con los venezolanos. Nuestro país está la deriva; con un régimen ilegítimo que perdió absolutamente la gobernabilidad y una oposición dividida y sin un plan para salir del abismo. Mientras tanto, la inmensa mayoría de los venezolanos paga con sangre, sudor y lágrimas las consecuencias de una crisis que amenaza con la destrucción del país y de sus instituciones. Otra minoría migra del país o espera resignada que llegue el milagro que está tardando mucho.

Por el contrario, observamos una posición más activa de la comunidad internacional a favor de la libertad y el rescate de la democracia venezolana, acusando la existencia de una crisis humanitaria sin parangón en la región latinoamericana. Estos esfuerzos tan importantes para encontrar una salida a la crisis del país, pueden perder la contundencia necesaria si de puertas adentro la oposición se mantiene inmóvil y totalmente desenfocada.
Lo que sí es una verdad inocultable es que Venezuela va camino al barranco; estamos a punto de perder nuestra propia existencia como nación. El caos es indetenible y necesitamos hacer algo para impedir la destrucción total de Venezuela. Si dentro de la casa no hacemos nada, resulta temerario exigirle a la comunidad internacional que haga lo que nosotros no queremos hacer.

Es increíble que con toda esta desgracia que hemos vivido, aún prevalezcan la mezquindad, el cálculo y los intereses inconfesables de la oposición venezolana. No es normal que los venezolanos estemos huérfanos de liderazgos serios, responsables y con visión de futuro, amantes verdaderos de la democracia y la libertad. Si ustedes no actúan a la altura de las dificultades del país, habrá razones suficientes para pensar que tampoco merecen gobernar al país, porque fueron incapaces de organizar la lucha democrática y popular y encender la llama de la esperanza para recuperar la libertad y el progreso de la nación.

Amigos de los partidos democráticos, por favor, pasen la página del odio y la inmadurez, la página de la división estéril y de los cálculos inútiles. Asuman con gallardía y coraje la defensa de Venezuela y les aseguro que este pueblo sediento de paz, libertad y bienestar se unirá al proyecto de reconstruir la patria, dirigida por mujeres y hombres de bien que aman entrañablemente a su país. No podemos perder más tiempo. Vamos a darnos la oportunidad y la confianza de que sí podemos vencer a quienes impiden desamarrar el nudo de la tragedia venezolana. Vamos como uno solo a conquistar lo que por derecho nos corresponde. Es el momento de la grandeza de la patria.

Profesor Titular Emeritus de LUZ

martes, 19 de junio de 2018

¡Por ahora no gobernaremos!

Efraín Rincón Marroquín (EfrainRincon17)

Aún retumba en mis oídos el “por ahora no se cumplieron los objetivos”, trágica frase del golpista Hugo Chávez en la mañana del 5 de febrero de 1992. Desde ese mismo momento, Chávez supo que era posible instaurar un modelo político de cambio que a la postre arruinaría a Venezuela. Ese “por ahora” lo catapultó políticamente y millones empezaron a endosarle la honestidad, la capacidad y el “amor” por el pueblo que ya escaseaba en la élite política de ese tiempo.

Veintiséis años después oigo otro “por ahora no gobernaremos”, pero esta vez  en boca de Gustavo Petro, candidato guerrillero que perdió las elecciones presidenciales colombianas del pasado 17 de junio. Esas palabras no son el consuelo tonto de quien perdió la batalla; son en sí mismas la amenaza de instaurar en Colombia un modelo político similar al chavismo con las consecuencias nefastas que los venezolanos estamos padeciendo. Ese domingo por la tarde, Petro escribió en twitter, con el cinismo que caracteriza a los comunistas, “Cuál derrota. Ocho millones de colombianos y colombianas libres en pie”.

La nueva oposición colombiana, liderada por un ex guerrillero acompañado por la izquierda más radical y subversiva, es uno de los grandes desafíos que debe enfrentar el nuevo gobierno. Ciertamente, Duque ganó con una ventaja superior a 2.3 millones de votos, pero también es verdad que Petro obtuvo una votación muy significativa, aunado a una abstención superior al 45%. La sociedad colombiana empieza a proyectar síntomas de cansancio, frustración y desesperanza que fácilmente puede ser manipulada por el discurso populista y mesiánico de la izquierda inspirada en el ideario chavista. Ya hicieron el primer intento y la verdad no ganaron, pero no les fue mal.

Iván Duque, el más joven de los presidentes de Colombia,  tiene en sus hombros la enorme responsabilidad de liberar a su país de la tentación populista y revolucionaria. Y eso no es poca cosa. Por tal razón, su única opción es gobernar bien, convocando la unidad nacional y practicando la inclusión de todos los colombianos;  de lo contrario, el “por ahora” de Petro podría hacerse realidad dentro de cuatro años.

El gran reto del presidente Duque es gobernar con mano fuerte para combatir la corrupción enquistada en las élites colombianas; administrar los recursos públicos con honestidad y eficiencia, a fin de zanjar las injusticias y la pobreza que mantienen excluidos a millones de colombianos. La pobreza se combate con una economía social de mercado que combine la productividad empresarial con la responsabilidad social y el bienestar colectivo. La visión excluyente de la política colombiana se supera con el acceso a más oportunidades educativas, laborales y de emprendimiento para que más colombianos salgan de la pobreza y contribuyan con el desarrollo integral de la nación.

El presidente Duque tiene el compromiso histórico de reivindicar a la democracia como un sistema político capaz de mejorar la calidad de vida de sus gobernados; es un imperativo hacer que los colombianos se enamoren de la democracia y la defiendan de la amenaza comunista. Duque debe conquistar la confianza de 8 millones que no votaron por él y la de los abstencionistas para evitar que apoyen a un falso mesías que a la postre les traerá más sufrimientos que alegrías. Es la hora de la Colombia libre, incluyente y solidaria de la mano de una democracia fuerte al servicio de todos.

Profesor Titular Eméritus de LUZ