miércoles, 31 de enero de 2018

El dilema de ir o no ir

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Un dilema aparece cuando por mucho tiempo hemos luchado por algo que contribuya a la solución de un conflicto y, cuando por fin llega la oportunidad, no sabemos cómo actuar porque nos asalta la duda sobre su conveniencia. Eso nos está ocurriendo a los venezolanos en estos momentos, a propósito de la convocatoria de elecciones presidenciales para finales del primer cuatrimestre del 2018. Queríamos elecciones y ahora estamos deshojando la margarita.

Sin duda es una decisión muy difícil que debemos resolver con inteligencia, unidad y estrategia. De lo contrario, terminaremos devorados por el régimen. Dice el adagio popular que “la peor diligencia es la que no se hace”. En consecuencia, estamos irremediablemente obligados a actuar, ya sea en una u otra dirección, pero debemos decidir correctamente y con el mayor consenso posible, pues, la oposición no puede darse el lujo de seguir cometiendo más errores.

Sin pretender dictar cátedra desde esta columna, resulta pertinente reflexionar sobre algunas ideas en torno a la coyuntura nacional. Ante todo, es recomendable que los dirigentes de la oposición renuncien a la incontinencia verbal y al virus de la candidaturitis, a fin de evitar más daño a la deteriorada confianza que la mayoría de los venezolanos posee sobre políticos y partidos. Por su propio beneficio es bueno que, antes de emitir cualquier opinión desenfocada, asuman con responsabilidad la necesidad de llegar a acuerdos productivos que demuestren su madurez política y el compromiso auténtico con los venezolanos. En tal sentido, antes de anunciar una aspiración presidencial, es fundamental tener una estrategia coherente sobre la conveniencia de participar o no en esa contienda electoral. Lo demás son anuncios extemporáneos y carentes de toda lógica que sólo benefician al régimen.

El otro aspecto es descifrar con seriedad y en profundidad el dilema de ir o no ir a las elecciones, antes de hacer pronunciamientos ligeros que, a las primeras de cambio, manifiestan que está absolutamente cerrada la posibilidad de participar; o, por el contrario, que indistintamente de las condiciones electorales, se debe participar. Ambas opciones deben ser cuidadosamente analizadas. Las posiciones radicales no pueden formar parte de las alternativas para una decisión tan compleja como ésta. Debemos actuar con sentido común y en sintonía con la crisis descomunal que ha generado este régimen. Lo que pretendo subrayar es que cualquiera sea la decisión, debe contar con el consenso unánime –cuando menos mayoritario- de los factores de oposición. La división de los factores democráticos es el peor daño que podemos hacerle a la lucha por el rescate de la libertad de Venezuela.

Hasta el momento de escribir este artículo no había salido humo blanco del diálogo en Dominicana. Entiendo que el tema electoral es la piedra de tranca para alcanzar un acuerdo beneficioso para el país. Pareciera que todo dependerá de los resultados a los que llegue el diálogo. En caso que existiesen las condiciones mínimas para participar en las elecciones, deberían acordarse los puntos siguientes: a) decisión unánime de participar en las elecciones, lo cual supondría la recomposición unitaria de la oposición, una fractura opositora sería desastrosa; b) candidato único seleccionado por consenso nacional. No tenemos tiempo ni recursos para unas primarias en las que participarán dirigentes que no generan entusiasmo ni convocan la esperanza nacional; además, tendría más chance de ganar aquel que tenga una mejor maquinaria electoral que no necesariamente representa el genuino sentimiento de las mayorías nacionales, sobre todo frente a un fuerte abstencionismo. Debe ser un líder que sienta que el poder es la vía más expedita de servirle al país, con absoluto desprendimiento, y con vocación de inclusión para convocar a la reconstrucción de Venezuela. Ese líder puede estar dentro de los partidos, en las empresas, en la sociedad civil. Debe ser una voz que le hable a la nación con autoridad y con suficiente capacidad para reorientar el rumbo del país, señalando los sacrificios que debemos hacer pero, al propio tiempo, sembrando la esperanza en un destino promisorio. Lo reitero nuevamente, Venezuela no necesita un mesías, ni un iluminado y mucho menos un charlatán de los que abundan en situaciones de crisis; necesitamos un estadista que se comprometa a gobernar en la transición, sin más aspiraciones que el rescate de la libertad, la institucionalidad democrática y las oportunidades de progreso para todos los venezolanos. Ese será su mayor honor y no la búsqueda del poder para beneficios personales y grupales; c) se supone que la participación de la oposición estaría sustentada en condiciones electorales equitativas, en cuyo caso parte de la campaña tendría que dedicarse al rescate del valor del voto para combatir la abstención que ha crecido significativamente en las dos últimas elecciones, además, de tratar con responsabilidad y seriedad el tema de la organización electoral, tantas veces mal manejada; y, d) la campaña debe servir, además, para profundizar las contradicciones del régimen y el chantaje revolucionario, ofreciendo un plan mínimo de gobierno que genere confianza para la recuperación del país lo más prontamente posible. Decirles a los venezolanos, como me refirió un buen amigo politólogo, ¿ustedes quieren ir a La Habana o a Copenhague? Si prefieren La Habana, quédense con Maduro; si quieren ir a Copenhague, entonces, vamos a luchar para hacer realidad las legítimas aspiraciones de millones de venezolanos.

Si, por el contrario, la decisión es no participar, la oposición tiene el deber insoslayable de explicarnos las razones que motivan dicha decisión, que igualmente debe ser tomada por unanimidad. Porque si sale a la palestra electoral un “opositor” financiado por el régimen, entonces, los esfuerzos acometidos podrían no dar los resultados esperados. En ese escenario, no sólo basta con manifestar la no participación electoral, sino establecer un plan que contribuya con la implosión del régimen y, en consecuencia, la materialización del cambio político del país.

En ambos escenarios, el acompañamiento y comprensión de la comunidad internacional son vitales, más cuando ha manifestado su interés por la crisis venezolana, proponiendo alternativas para su solución a mediano y largo plazo. Necesitamos la ayuda internacional, especialmente para enfrentar la crisis humanitaria, pero ésta sólo podrá ser efectiva si internamente los factores de oposición demuestran unidad, coherencia, inteligencia y estrategia para alcanzar los objetivos. De lo contrario, no podemos pedirle a los extranjeros lo que los propios venezolanos no hemos querido hacer para salvar a Venezuela.
Hago votos para que podamos tomar una decisión inteligente y racional en las circunstancias más complejas que nunca antes ha vivido el país. Es el momento del desprendimiento y la grandeza nacional y de hacer renacer la confianza y la esperanza perdidas; debemos estar convencidos que juntos podemos alcanzar el propósito supremo, porque las ansías de libertad y progreso de los venezolanos son inmensamente más grandes que las miserias y la degradación  a la que nos quiere someter este régimen.

Profesor Titular Emeritus de LUZ  

martes, 23 de enero de 2018

Chantaje y miedo

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

El chantaje y el miedo han sido utilizados con inusitada habilidad por esta revolución. En tiempos de Chávez, el chantaje estuvo asociado con la esperanza en un futuro promisorio que sólo él podía proveer como salvador y corazón de la patria; mientras ese futuro llegaba –todavía algunos lo siguen esperando-, creó las misiones para instaurar un modelo asistencialista y de dependencia perniciosa  de los sectores populares con el Estado, garantizándose un mercado cautivo que en cada elección le dio los votos suficientes para mantenerse en el poder por trece años consecutivos. El chantaje de Chávez fue posible gracias a la abundancia de dólares con la que pudo crear una gama   de programas sociales que aparentemente satisfacían las necesidades más inauditas de los venezolanos; hasta las mascotas y los árboles tenían su respectiva misión. La montaña de petrodólares que ingresó al país, permitió que la corrupción y los excesos más grotescos fueran el mecanismo de dominación política del único y todopoderoso proveedor de los venezolanos.

Ahora con Nicolás Maduro, en tiempos de vacas flacas, el chantaje revolucionario está mostrando su rostro más criminal e inhumano, sustentado en el control de la miseria y el hambre de los venezolanos. Después del peor saqueo a la Hacienda Pública hecho por gobierno alguno y la destrucción de la economía nacional, el régimen se ha visto obligado a direccionar sus beneficios sociales, concentrándolos básicamente en la comida, a través de los CLAPS, el área más sensible y vulnerable de la inmensa mayoría de los venezolanos. 

El control del régimen tiende a fortalecerse en la medida que se incrementa la escasez de los alimentos básicos y los precios son inalcanzables debido a la hiperinflación, aunado al aniquilamiento delincuencial de supermercados y abastos privados. Nada se mueve en este país sin la autorización del régimen, incluyendo la producción, importación y distribución de alimentos.

En este escenario, el régimen se convierte prácticamente en el único proveedor de comida para millones de venezolanos que viven en hambruna, quienes esperan con desesperación las cajas CLAP para paliar el hambre por escasos días, porque ésta no alcanza para más. Al propio tiempo, como el régimen es quien determina la fecha y las normas de cualquier elección popular, empieza a prepararse para la elección presidencial aprobando bonos –contra la guerra económica, navideños, para las embarazadas-, proyectando así el mensaje que en este país sólo la revolución tiene los recursos y la voluntad para beneficiar a la población, porque la oposición es sencillamente la culpable del desmadre nacional.

El chantaje revolucionario aflora en los venezolanos un sentimiento terrible y paralizante, como es el miedo a perder lo poco a lo que pueden acceder en medio de tanta miseria. Y ese miedo viola la dignidad humana, manteniéndonos esclavos de un amo que sólo le importa el poder y los beneficios que de él se derivan para el disfrute de una minoría corrupta, inmoral e incapaz.

El gran reto que tenemos por delante es vencer el chantaje y el miedo que Maduro ha enquistado en el alma de los venezolanos. Sólo así seremos capaces de liberarnos de esta pesadilla para empezar la reconstrucción de una sociedad mejor para todos. Y, ¿a quién le corresponde tan titánica tarea? La respuesta más sencilla es a todos los venezolanos; pero en una sociedad civilizada se requiere de dirección y organización para alcanzar las metas colectivas; lo contrario, es el inicio de la anarquía que no resolverá la profunda crisis que estamos viviendo.

En tal sentido, es fundamental un liderazgo responsable, fielmente comprometido con los supremos intereses nacionales y con capacidad suficiente para impulsar el rescate de la institucionalidad republicana, porque sin ésta cualquier iniciativa resulta sencillamente una quimera. Necesitamos extirpar las raíces de este modelo que pervirtió la esencia libertaria y democrática de los venezolanos.

La tarea es difícil pero no imposible. Es fundamental renovar nuestras fuerzas y optimismo; recomponer todo lo que está descompuesto; unir todo lo que se ha dividido; trazar nuevas estrategias, dejando a un lado el inmediatismo y las falsas expectativas del pasado. Es vital que el liderazgo opositor se reencuentre y acuerde, a través del consenso, ciertas medidas que combatan la anomia en la que nos encontramos actualmente y permita levantarnos nuevamente. Eso significa, entre otras cosas, evaluar con mucho cuidado y total desprendimiento la elección presidencial de este año.

De una vez por todas pisemos tierra firme y convenzámonos que las condiciones actuales no permiten la competencia de varios candidatos presidenciales de la oposición; necesitamos un solo candidato, pero no cualquier candidato; uno que emerja del mayor consenso nacional posible para impedir las heridas y desencuentros que normalmente dejan las primarias. Ese candidato nacional debe acompañar a los venezolanos en sus problemas y aspiraciones, sin necesidad que lo veamos como el mesías que viene a salvarnos de la crisis, tal como lo hicimos con Chávez en 1998.

En estas circunstancias tan difíciles que parece no haber salida, hace falta un líder que, impregnado de un contundente apoyo popular, logre la conexión con la gente y pueda explicarles que el chantaje revolucionario es una trampa caza bobos, que pretende mantenernos de rodillas ante un régimen absolutamente incapaz de generar el progreso que todos aspiramos. Ese chantaje lo desenmascaramos poniendo al descubierto los errores y contradicciones del régimen, que son muchísimas por cierto. Convenciendo, además, a los venezolanos que el chantaje de Maduro significa más hambre, pobreza y servidumbre. Necesitamos, en consecuencia, que el líder nacional presente propuestas que contribuyan con la solución de los problemas y permita que la esperanza renazca de nuevo en nuestros corazones, en las calles y en cada rincón de Venezuela. Esa es una manera de desterrar el miedo que nos mantiene paralizados como sociedad.

El otro reto, no menos importante, es exigir nuevas autoridades y normas electorales que garanticen la transparencia, la equidad y la imparcialidad que demanda toda elección verdaderamente democrática. Si esa exigencia no es posible satisfacerla, entonces, muy a mi pesar, el régimen saldrá nuevamente victorioso a través del fraude sistémico implantado en su modelo electoral.

Tenemos la obligación de vencer el chantaje y el miedo, sólo así podremos combatir la dictadura narco-comunista que pretende apropiarse de lo poco que aún nos queda, de nuestra dignidad y de la aspiración de ser una nación libre y próspera por siempre.


Profesor Titular Emeritus de LUZ

miércoles, 17 de enero de 2018

La diáspora

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

La revolución chavista-madurista ha traído consigo procesos inéditos en el país. La instauración de un andamiaje institucional a la medida del régimen, violando flagrantemente la Constitución Nacional, es sin duda un proceso inédito en Venezuela; ni siquiera visto en otras dictaduras que tuvieron el cuidado de mantener por lo menos la formalidad legal.

La entrada al túnel criminal de la hiperinflación, acompañada por cifras negativas del PIB por cuatro años consecutivos que mantienen arruinada nuestra economía, también es algo nuevo para los venezolanos. Nunca antes habíamos vivido tanta miseria. Este régimen es el campeón mundial del hambre y la pobreza, todo lo que toca lo destruye; ese comportamiento también es inédito en el planeta tierra.

Pero en esta oportunidad vamos a referirnos a otro aspecto también desconocido para nosotros, como es la migración de venezolanos en proporciones gigantescas. De ser un país de inmigrantes pasamos a ser un país de emigrantes, con el atenuante que lo que estamos viviendo se parece más a la huida de los desplazados y refugiados experimentada por Colombia y por otras naciones europeas y africanas. Nuestra gente se muere de hambre, no tiene empleos dignos y productivos, los azota la inseguridad en las calles y en sus hogares y, frente a esta dolorosa realidad, prefieren emigrar para mitigar las carencias que crecen con el pasar de los días, aunque ello signifique separarse de sus familias y de sus afectos más entrañables.

Las consecuencias de la diáspora son dramáticas. A nivel familiar, en la esfera íntima y personal, la diáspora deja en nuestros corazones un profundo vacío por los hijos, familiares y amigos que se han visto obligados a abandonar Venezuela, en búsqueda de un mejor porvenir. A nivel nacional ya estamos sintiendo el impacto de ese fenómeno social. Se están perdiendo muchos talentos valiosos y necesarios; hombres y mujeres inteligentes, bien formados y con una extraordinaria capacidad profesional que, de ahora en adelante, estarán al servicio del progreso de los países que los han acogido. La educación de la que nos sentíamos orgullosos, está entrando en franca decadencia; los maestros y profesores universitarios están renunciando de sus trabajos porque no les alcanza el miserable sueldo que ganan; los médicos no cuentan con las condiciones mínimas para desempeñar con eficiencia y dignidad su noble profesión. En nuestro país, mientras nos gobierne esta mafia, los profesionales no podremos ofrecer nuestros conocimientos y capacidades para contribuir con el desarrollo nacional; sencillamente no valemos nada para este grupillo de corruptos e ignorantes.

En cualquier oficina, negocio, restaurante o comercio, las historias diarias son las renuncias masivas de sus empleados porque, a pesar de horas extenuantes de trabajo, están destinados a ser más pobres, pues, este régimen perverso y criminal abolió el valor del trabajo como herramienta fundamental para escalar socialmente. Ya lo importante no es si trabajas o no, porque lo que ganas, no importa cuánto, no te alcanza para vivir con dignidad.

Y lo más lamentable es que la diáspora va a incrementarse en este año que recién comienza; solamente un cambio de rumbo político en el país puede detenerla. Según las encuestas nacionales de Consultores 21, para el primer trimestre del 2017, el 30% de los venezolanos manifestó su deseo de irse del país; a finales del año pasado, la cifra se elevó a 40%. Lo más grave es que de ese 40%, más de la mitad (51%) son jóvenes entre 18 y 24 años; el 55% pertenece a la clase media-alta; y, el 33% forman parte de los estratos popular y marginal del país.

Emigrar ya no forma parte de una minoría calificada que hizo planes de trabajo para marcharse a otros países, con la idea de minimizar las dificultades que supone todo nuevo plan de vida. Actualmente, la idea de emigrar está presente en las grandes ciudades, en pueblos y caseríos y en los rincones más apartados de la geografía nacional, especialmente, en estados fronterizos como Zulia, Táchira, Los Llanos y el Sur.
En las fronteras venezolanas, las historias migratorias son dantescas. Hombres y mujeres que literalmente huyen del país porque están muriendo de hambre, para pasar a formar parte del círculo de nuevos indigentes en tierras extranjeras. Cúcuta, Barranquilla, Manaos, Curazao y Bonaire, son ciudades que testimonian crudamente el sufrimiento de nuestra gente. Imaginémonos por un instante cómo será la situación que están viviendo acá, cuando prefieren ser indigentes en otras naciones.

La última encuesta de Consultores 21, correspondiente a diciembre de 2017, reporta igualmente que el 29% de las familias venezolanas tiene por lo menos uno de sus miembros fuera del país; con semejantes cifras, se calcula que la diáspora es de más de 4 millones de venezolanos, la cual se incrementó a partir del 2014, con el inicio del gobierno de Nicolás Maduro.

Si la situación del país continúa deteriorándose vertiginosamente, tal como la visualiza todas las proyecciones, pronto Venezuela será un país de viejos que vivirán de los recuerdos de tiempos pretéritos, acariciando la esperanza que, más temprano que tarde, pueda producirse el reencuentro con sus seres queridos, esparcidos por todo el mundo. No tendremos una generación de relevo que, con su fuerza y entusiasmo, contribuya con el desarrollo de la nación, replicando la realidad de algunos países europeos donde la tasa de natalidad es negativa y los adultos representan la mayoría de esas sociedades.

Que Dios nos ilumine y nos provea de la sabiduría necesaria para que juntos podamos levantar a nuestra patria de las cenizas y la oscuridad en la que se encuentra actualmente. Que nos llene de fe, fortaleza y amor patrio para que cese la diáspora y volvamos a unirnos en el trabajo fecundo que nos permita vivir por siempre en una Venezuela libre, justa, luminosa y con oportunidades de progreso para todos. ¡Que Dios tenga misericordia de Venezuela y de sus hijos!

Profesor Titular Emeritus de LUZ

miércoles, 10 de enero de 2018

Año nuevo, vida dura

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Una popular canción venezolana de la Billo`s Caracas Boys, entona alegremente “año nuevo, vida nueva más alegres los días serán; año nuevo, vida nueva con salud y prosperidad…”, recordándonos que con la llegada de un nuevo año las cosas cambian, trayéndonos alegría y bienestar. En todo caso, la canción hace referencia a la esperanza que, más que un sentimiento, representa una actitud invaluable frente a la vida por difíciles que sean las cosas.

Pero desde hace bastante tiempo, el régimen se ha encargado hábilmente de ir erosionando la poca esperanza que atesoramos los venezolanos, para dar paso a la desesperación y a la impotencia que produce ver cómo unos desalmados destruyen el país, llenándolo de hambre, miseria y atraso.

La maldad de este régimen no tiene pausa; no desaprovechan un segundo de sus miserables vidas para agravar esta pesadilla que lleva diecinueve años y, para la inmensa mayoría, empieza a hacerse insoportable e invivible. Ni siquiera nos dieron tiempo, después del cañonazo de año nuevo, para soñar con metas que permitan mejorar nuestra deteriorada calidad de vida. No tienen misericordia con los venezolanos. La dura realidad impide que tomemos oxígeno para seguir en la dura lucha de cada día.

No hacen falta pronósticos y proyecciones de expertos para saber y sentir con profundo dolor que el 2018 será más catastrófico que el año anterior. La economía, principal dolor de cabeza de los venezolanos, seguirá empeorando peligrosamente. La inflación continúa haciendo estragos en el presupuesto familiar, convirtiendo en miserables a los más pobres y empobreciendo estruendosamente a la exigua clase media venezolana. Nadie saldrá ileso de esta criminal hiperinflación, excepto los que integran la elite mafiosa que nos mal gobierna. La trágica situación económica se refleja con su mayor crueldad, no en las cifras frías de los indicadores económicos, sino en el deterioro físico y la delgadez de la gente que ya no puede esconder el hambre y la desesperación. Estamos frente a una crisis humanitaria de dimensiones colosales, en la que la hambruna empieza a destacarse como un rasgo característico de la sociedad venezolana. Nunca antes país alguno de la región, había experimentado semejante estado de postración, habida cuenta que no existe nada que justifique este desenlace.

Por otra parte, el desabastecimiento de alimentos, medicinas e insumos básicos aumentará alarmantemente conforme pasen los días. Ya, en los primeros días del mes de enero, los anaqueles de abastos y supermercados lucen vacíos; apenas ofrecen productos que no forman parte de la dieta básica. Este sombrío panorama va a complicarse porque no existen políticas gubernamentales para incentivar la producción nacional, aunado a los controles y fiscalizaciones arbitrarias que impiden que la economía recobre la confianza tan necesaria en tiempos de populismo revolucionario.

El nuevo año inició con saqueos en las principales ciudades del país; unos provocados por el hambre y la imposibilidad de adquirir alimentos para sus familias; otros, por razones delictivas amparadas en la impunidad y la pérdida de valores esparcidos a lo largo y ancho del país. Colas interminables para tratar de comprar lo poco que queda a precios inalcanzables que cambian en cuestión de horas. Por si fuera poco, el colapso de los servicios públicos complementa el rosario de problemas que debemos enfrentar cotidianamente; cortes y apagones eléctricos diariamente y comunidades oscuras y repletas de basura que afectan la frágil salud de los venezolanos.

El país se cae a pedazos y son más los venezolanos que piensan que la única salida es huir, a cualquier parte sin planes de ningún tipo, porque lo importante es salir de este infierno legado del comandante supremo. ¡Cuánto dolor ver a mi hermoso país en condiciones tan miserables!

Y lo peor es que no se vislumbra una solución racional de esta crisis que nada ni nadie puede o desea detener. El gobierno sigue empecinado en responsabilizar a terceros de su estruendoso fracaso y de su incapacidad para gobernar la nación; no obstante, el régimen acumula poder a través de un masivo y sistémico fraude electoral y en la más perversa dominación política, como es el control del hambre y de la miseria de los ciudadanos. Esta es una dictadura absolutamente criminal e inhumana; la vida y la dignidad humanas son valores que no existen en su conciencia.

Por otro lado, observamos a una oposición que se tomó en serio la letra de una de las canciones de Shakira “bruta, ciega, sordomuda, torpe, traste y testaruda”; no dice ni hace nada y sigue pensando que algún acontecimiento cósmico y sobrevenido resolverá el cataclismo generado por esta revolución corrupta, incapaz e inmoral. Mientras tanto, tal como niños malcriados pelean y se desacreditan entre sí, haciendo añicos la unidad que por un tiempo generó más éxitos que fracasos en esta cruenta batalla contra el chavismo-madurismo. Una oposición atomizada que subestima a la dictadura madurista, creyendo que con las trampas y condiciones inequitativas e ilegales impuestas por este CNE, podremos salir de una dictadura que se mantendrá en el poder, aunque sea con votos que sólo existen en las mentes retorcidas de sus estrategas y de las rectoras electorales.

La situación es complicada y sumamente peligrosa, explosiva podríamos decir. Cualquier cosa puede pasar, incluso, no pasar absolutamente nada y, de manera inexorable, perdamos la oportunidad de rescatar la libertad y la institucionalidad democrática secuestradas por una plaga que jamás debió llegar al poder.  

Dice el adagio popular que “no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”, pero es necesario hacer el trabajo y hacerlo bien para obtener mejores resultados. Por lo pronto, es vital reconstruir la unidad de la oposición, transformándola en una instancia incluyente, con una visión estratégica a mediano y largo plazo, desprendida de intereses particulares y decidida a conquistar la confianza y la esperanza en la inmensa mayoría nacional. Una unidad con suficiente fuerza popular y autoridad moral para exigir nacional e internacionalmente condiciones electorales justas, incluido el nombramiento de un CNE institucional y verdaderamente imparcial. Otra cosa urgente, es que la oposición no se contagie de candidaturitis presidencial y prevalezca el sentido común al seleccionar a un candidato de unidad nacional, en el que todos nos sintamos representados. Ello serviría, además, para enviar un mensaje claro y contundente al mundo sobre la decisión férrea que nos motiva para rescatar la democracia y sembrar la libertad en terreno fértil para que nadie más vuelva a arrebatárnosla.

De lo contrario, no tendremos vida para pagar con lágrimas, sudor y sangre la instauración definitiva del más criminal y perverso régimen político, como es el comunismo chavista-madurista del siglo XXI. O trabajamos inteligente e incasablemente para elegir a un nuevo gobierno en el 2018, o la dictadura acabará con todos los que aún vivimos en Venezuela.

Profesor Titular Emeritus de LUZ