El
dilema de ir o no ir
Efraín Rincón Marroquín
(@EfrainRincon17)
Un dilema aparece cuando por
mucho tiempo hemos luchado por algo que contribuya a la solución de un
conflicto y, cuando por fin llega la oportunidad, no sabemos cómo actuar porque
nos asalta la duda sobre su conveniencia. Eso nos está ocurriendo a los
venezolanos en estos momentos, a propósito de la convocatoria de elecciones
presidenciales para finales del primer cuatrimestre del 2018. Queríamos
elecciones y ahora estamos deshojando la margarita.
Sin duda es una decisión muy
difícil que debemos resolver con inteligencia, unidad y estrategia. De lo
contrario, terminaremos devorados por el régimen. Dice el adagio popular que
“la peor diligencia es la que no se hace”. En consecuencia, estamos
irremediablemente obligados a actuar, ya sea en una u otra dirección, pero
debemos decidir correctamente y con el mayor consenso posible, pues, la
oposición no puede darse el lujo de seguir cometiendo más errores.
Sin pretender dictar cátedra
desde esta columna, resulta pertinente reflexionar sobre algunas ideas en torno
a la coyuntura nacional. Ante todo, es recomendable que los dirigentes de la
oposición renuncien a la incontinencia verbal y al virus de la candidaturitis,
a fin de evitar más daño a la deteriorada confianza que la mayoría de los
venezolanos posee sobre políticos y partidos. Por su propio beneficio es bueno
que, antes de emitir cualquier opinión desenfocada, asuman con responsabilidad
la necesidad de llegar a acuerdos productivos que demuestren su madurez
política y el compromiso auténtico con los venezolanos. En tal sentido, antes
de anunciar una aspiración presidencial, es fundamental tener una estrategia
coherente sobre la conveniencia de participar o no en esa contienda electoral.
Lo demás son anuncios extemporáneos y carentes de toda lógica que sólo
benefician al régimen.
El otro aspecto es descifrar
con seriedad y en profundidad el dilema de ir o no ir a las elecciones, antes
de hacer pronunciamientos ligeros que, a las primeras de cambio, manifiestan
que está absolutamente cerrada la posibilidad de participar; o, por el
contrario, que indistintamente de las condiciones electorales, se debe
participar. Ambas opciones deben ser cuidadosamente analizadas. Las posiciones
radicales no pueden formar parte de las alternativas para una decisión tan
compleja como ésta. Debemos actuar con sentido común y en sintonía con la crisis
descomunal que ha generado este régimen. Lo que pretendo subrayar es que
cualquiera sea la decisión, debe contar con el consenso unánime –cuando menos
mayoritario- de los factores de oposición. La división de los factores
democráticos es el peor daño que podemos hacerle a la lucha por el rescate de
la libertad de Venezuela.
Hasta el momento de escribir
este artículo no había salido humo blanco del diálogo en Dominicana. Entiendo
que el tema electoral es la piedra de tranca para alcanzar un acuerdo
beneficioso para el país. Pareciera que todo dependerá de los resultados a los
que llegue el diálogo. En caso que existiesen las condiciones mínimas para
participar en las elecciones, deberían acordarse los puntos siguientes: a)
decisión unánime de participar en las elecciones, lo cual supondría la
recomposición unitaria de la oposición, una fractura opositora sería desastrosa;
b) candidato único seleccionado por consenso nacional. No tenemos tiempo ni
recursos para unas primarias en las que participarán dirigentes que no generan
entusiasmo ni convocan la esperanza nacional; además, tendría más chance de
ganar aquel que tenga una mejor maquinaria electoral que no necesariamente
representa el genuino sentimiento de las mayorías nacionales, sobre todo frente
a un fuerte abstencionismo. Debe ser un líder que sienta que el poder es la vía
más expedita de servirle al país, con absoluto desprendimiento, y con vocación
de inclusión para convocar a la reconstrucción de Venezuela. Ese líder puede
estar dentro de los partidos, en las empresas, en la sociedad civil. Debe ser
una voz que le hable a la nación con autoridad y con suficiente capacidad para
reorientar el rumbo del país, señalando los sacrificios que debemos hacer pero,
al propio tiempo, sembrando la esperanza en un destino promisorio. Lo reitero
nuevamente, Venezuela no necesita un mesías, ni un iluminado y mucho menos un
charlatán de los que abundan en situaciones de crisis; necesitamos un estadista
que se comprometa a gobernar en la transición, sin más aspiraciones que el
rescate de la libertad, la institucionalidad democrática y las oportunidades de
progreso para todos los venezolanos. Ese será su mayor honor y no la búsqueda
del poder para beneficios personales y grupales; c) se supone que la
participación de la oposición estaría sustentada en condiciones electorales
equitativas, en cuyo caso parte de la campaña tendría que dedicarse al rescate
del valor del voto para combatir la abstención que ha crecido
significativamente en las dos últimas elecciones, además, de tratar con
responsabilidad y seriedad el tema de la organización electoral, tantas veces
mal manejada; y, d) la campaña debe servir, además, para profundizar las
contradicciones del régimen y el chantaje revolucionario, ofreciendo un plan
mínimo de gobierno que genere confianza para la recuperación del país lo más
prontamente posible. Decirles a los venezolanos, como me refirió un buen amigo
politólogo, ¿ustedes quieren ir a La Habana o a Copenhague? Si prefieren La
Habana, quédense con Maduro; si quieren ir a Copenhague, entonces, vamos a
luchar para hacer realidad las legítimas aspiraciones de millones de
venezolanos.
Si, por el contrario, la
decisión es no participar, la oposición tiene el deber insoslayable de
explicarnos las razones que motivan dicha decisión, que igualmente debe ser
tomada por unanimidad. Porque si sale a la palestra electoral un “opositor”
financiado por el régimen, entonces, los esfuerzos acometidos podrían no dar
los resultados esperados. En ese escenario, no sólo basta con manifestar la no
participación electoral, sino establecer un plan que contribuya con la
implosión del régimen y, en consecuencia, la materialización del cambio
político del país.
En ambos escenarios, el acompañamiento
y comprensión de la comunidad internacional son vitales, más cuando ha
manifestado su interés por la crisis venezolana, proponiendo alternativas para
su solución a mediano y largo plazo. Necesitamos la ayuda internacional,
especialmente para enfrentar la crisis humanitaria, pero ésta sólo podrá ser
efectiva si internamente los factores de oposición demuestran unidad,
coherencia, inteligencia y estrategia para alcanzar los objetivos. De lo
contrario, no podemos pedirle a los extranjeros lo que los propios venezolanos
no hemos querido hacer para salvar a Venezuela.
Hago votos para que podamos
tomar una decisión inteligente y racional en las circunstancias más complejas
que nunca antes ha vivido el país. Es el momento del desprendimiento y la
grandeza nacional y de hacer renacer la confianza y la esperanza perdidas; debemos
estar convencidos que juntos podemos alcanzar el propósito supremo, porque las
ansías de libertad y progreso de los venezolanos son inmensamente más grandes
que las miserias y la degradación a la
que nos quiere someter este régimen.
Profesor Titular Emeritus de LUZ