Más
racionalidad, menos expectativas
Efraín Rincón Marroquín
(@EfrainRincon17)
En los últimos tiempos, gracias
a la locura asfixiante que estamos viviendo, los venezolanos nos ciframos altas
expectativas cuando se acerca algún acontecimiento político importante, esperando
una solución inmediata a la profunda crisis del país. La historia reciente nos
relata que con frecuencia esas
expectativas no han sido satisfechas, generándose un clima de frustración,
impotencia y desesperanza, que hacen más difícil la búsqueda de opciones
efectivas que permitan ver la luz al final del túnel. Después de tantos errores
y desilusiones, es necesario convencernos que en política
no hay soluciones mágicas ni inmediatas; todo depende de un proceso muy
complejo en manos de actores y circunstancias internas y externas que influyen
en la construcción del devenir de la nación.
Dentro del calendario de expectativas
que manejan algunos sectores políticos y de opinión del país y del exterior, el
10 de enero es una fecha donde puede ocurrir un episodio extraordinario que va
a producir el cambio político demandado por la inmensa mayoría de los
venezolanos. Frente a esa percepción, es necesario mayor ponderación y
racionalidad. No es verdad que el 11 de enero, Venezuela inicia una etapa de
transición dirigida por un nuevo gobierno porque la salida de Nicolás Maduro es
inmediata. El sentido común exige una actitud más responsable con el país,
deslastrándonos de posiciones efectistas que pretenden manipular la cruda
realidad de los hechos. Lo único cierto es que el próximo 10 de enero de 2019,
Nicolás Maduro inaugura un gobierno ilegal e ilegítimo tanto de origen como por
desempeño, con lo cual se inicia una nueva etapa en la lucha por el rescate de
la libertad y la democracia en Venezuela. El resultado final de los
acontecimientos futuros dependerá de cómo la oposición venezolana y la
comunidad internacional actúen a partir de esa fecha.
Generar falsas expectativas
es contraproducente para la aspiración legítima de un cambio político en
Venezuela, pero también es altamente favorable para un régimen dictatorial que
aún conserva el poder y pretende mantenerlo, a pesar de la ingobernabilidad, de
las fricciones internas y de la ilegitimidad que ya no puede esconder a través
de subterfugios legales. Ciertamente, Maduro es un presidente ilegítimo pero
tiene el poder y las armas y, frente a esa realidad, es inminente replantearse
las opciones que deriven en una solución de la crisis en aras de garantizar
cierta estabilidad institucional y la gobernabilidad
del país en el futuro inmediato.
La política no provee
soluciones mágicas, urge tener esto en cuenta. Pensar en una intervención
armada y cruzarnos de brazos a esperar que los marines desembarquen, es
pretender huir del compromiso que como venezolanos tenemos con el país. Pensar
en un golpe de estado para salir del régimen, es editar la tragedia que
destruyó al país en los últimos veinte años, con una visión cuartelaría de la
política que pone en entredicho la cultura democrática de la sociedad
venezolana. Creer que Maduro pueda despertarse un buen día con ganas de
renunciar porque se hartó del poder, es una ingenuidad de tontos. La tarea nos
corresponde hacerla a los propios venezolanos con unidad, inteligencia y
racionalidad, de lo contrario, la situación sería mucho peor con el régimen
atornillado al poder.
Nada de lo que pueda suceder
en el país tendrá buenos resultados sin la unidad útil de la oposición. Si los
dirigentes democráticos carecen de voluntad e inteligencia para ponerse de
acuerdo sobre las opciones más convenientes que permitan aliviar el sufrimiento
de los venezolanos, entonces, lamentablemente no tienen moral para conducir el
país, ni capacidad para hacerlo mejor que la revolución chavista-madurista. Los
venezolanos les exigimos un mínimo de respeto y consenso que les permita
encontrar puntos comunes, sin afectar la diversidad que es la esencia de la
democracia. De lo que se trata es que esa unidad útil facilite la evaluación
racional y objetiva de las opciones para rescatar la democracia,
transmitiéndoles a los venezolanos un mensaje de compromiso que devuelva la
confianza y la credibilidad perdidas. Hablarle claro al país es un ejercicio
pedagógico que la mayoría sabríamos agradecer, aunque ello signifique caer en
desgracia para una minoría radical que no termina de entender el engranaje de
un régimen que deliberadamente trabajó para quedarse en el poder, a pesar de su
incapacidad y de la falta de apoyo popular. Es una minoría que tiene el control
político de la nación, con excepción de la Asamblea Nacional que no ha cumplido
con la responsabilidad histórica que tiene con los venezolanos.
Siempre hay una luz al final
del túnel, lo difícil es construir el túnel que nos permita ver la luz. Y esa
es la tarea que nos corresponde a los venezolanos, dirigidos por una oposición
responsable y comprometida con los verdaderos intereses de la patria, avalada
por el acompañamiento internacional fundamental en la solución del conflicto.
Ya resulta tedioso hablar del tema, algunos pueden pensar que es una diligencia
perdida, pero sin la unidad útil de la oposición todo esfuerzo resultará
infructuoso. ¿Es que acaso no se dan cuenta que su tozudez e irracionalidad
pueden infligirle mayores sufrimientos al pueblo venezolano?
Desde una perspectiva
responsable y racional, ¿qué desearíamos que suceda a partir del 10-E? Pues
bien, que la oposición transmita la imagen cierta que la unidad útil está
garantizada y por falta de ésta no se terminará de perder la República. Que se
pongan de acuerdo sobre las acciones que desde esa fecha en adelante deban
realizarse para acercarnos a una etapa de transición. Que se contemple con
serenidad y realismo político una negociación con el régimen que no signifique
una entrega que mancille las aspiraciones de libertad, justicia y progreso de
los venezolanos. Que se ponga fin a opiniones tendenciosas que impiden que la
oposición rectifique sus errores, permitiendo que sacuda el polvo de sus sandalias
y continúe el camino de la lucha por un mejor futuro para todos.
Ya basta de mostrar soluciones
fáciles que tanto daño nos han hecho como país. Lo que estamos obligados a
hacer es racionalizar las expectativas, confiar en un futuro promisorio para el
país pero construido con base a la inteligencia y al desprendimiento de los actores
políticos que conforman la oposición democrática. El 10-E no se termina el
país, se inicia una nueva etapa de la lucha por la democracia y la libertad de
Venezuela. Pongámonos a la altura del compromiso que nos exige la patria.
Profesor Titular
Eméritus de LUZ