Huracán
latinoamericano
Efraín Rincón Marroquin
(@EfrainRincon17)
En los últimos días, América
Latina ha experimentado situaciones complejas que atentan contra la estabilidad
de algunas de sus naciones. Dentro de ese nuevo escenario, Venezuela pasó de ser el problema para
convertirse en uno de los problemas de la región, para infortunio de los venezolanos.
Si analizamos con
objetividad lo qué está ocurriendo en Latinoamérica, se percibe el hartazgo de
los ciudadanos contra liderazgos y políticas que profundizan la inequidad
histórica de las mayorías, en combinación con un plan orquestado por grupos
radicales para desestabilizar la región, a través de la violencia y la anarquía.
Se mezclan los aires de cambios con rasgos de un retroceso que amenaza la
institucionalidad democrática de América Latina.
El caso de Chile resulta
difícil de comprender para quienes no vivimos allí. En los últimos años, Chile
fue considerado el país con el mayor grado de desarrollo económico y el mayor nivel de estabilidad democrática de
la región, acompañado de una aceptable calidad de vida de sus habitantes. En el
caso de los migrantes venezolanos, Chile se convirtió en uno de los destinos
más atractivos para alcanzar el progreso que en su país no pueden tener. Es
insólito observar como en cuestión de días esa percepción desapareció,
sumergiendo al país en el peor escenario desde la salida de Pinochet del poder,
lo cual nos obliga a hablar de un antes y un después, porque Chile no volverá a
ser el modelo que soñábamos instaurar en muchas de las naciones
latinoamericanas.
Creer que el ambiente de
violencia que se ha adueñado de las calles de Chile, se debe sólo al aumento
del precio del metro y a la acumulación de una deuda social, resulta bastante
ingenuo, especialmente, por la cantidad de pérdidas humanas y el nivel de destrucción
que han producido las protestas. Los daños en infraestructura y en servicios
públicos, así como el incendio de edificios y centros comerciales, han dejado
cuantiosísimas pérdidas económicas que afectarán el desempeño económico de la
nación, trastocando la tranquilidad y el presupuesto familiar de millones de
ciudadanos. Sin duda, estarán peor que antes. Al observar la ferocidad e
irracionalidad de las protestas, parece que el propósito de fondo es la renuncia
del presidente Piñera para implantar un modelo político de izquierda más
radical, cuya legitimidad se fundamentaría en una asamblea constituyente que
produzca una nueva constitución para Chile. De esa manera, la izquierda pretende
conquistar nuevos espacios en su incansable afán de propagarse por toda la
región.
En el caso de Ecuador, el
plan de desestabilización aparentemente pudo frenarse a tiempo y el presidente
Moreno, después de impulsar un diálogo nacional, logró calmar los ánimos al
dejar sin efecto el decreto de eliminación del subsidio a los combustibles. La
violencia dejó menos daños humanos y materiales que en Chile, pero en el fondo
la idea igualmente era sacar a Lenin Moreno del poder, promovida por grupos
radicales comandados por Correa y Maduro. Por ahora, Ecuador está a salvo pero
la amenaza contra la institucionalidad democrática ronda por Quito.
En Argentina, la izquierda
volvió otra vez al poder. El presidente y candidato oficialista, Mauricio
Macri, reconoció inmediatamente la victoria de su adversario Alberto Fernández,
ofreciéndole toda la colaboración institucional para que la transición sea lo
menos traumática posible para el pueblo
argentino. A pesar que la elección se desarrolló normal y pacíficamente, el
futuro de Argentina no es promisorio, no sólo por la crisis que heredó la nueva
administración, sino por la conocida manera con la que gobiernan los peronistas
bajo la égida de la señora Cristina de Kirchner. Falta ver si el presidente
Fernández gobierna con autonomía y criterio propio que le permita lograr los
acuerdos necesarios para tomar decisiones, en el entendido que no alcanzó la
mayoría parlamentaria; o, por el contrario, permita que se imponga el liderazgo
de la vicepresidenta, con una posición radical y polarizada que, sin duda,
empeorará el difícil escenario social y económico de la Argentina.
Finalmente, el presidente
Evo Morales proyecta el rostro más visceral del autoritarismo en Bolivia. Después
de 14 años en el poder, pretende mantenerse a través de un fraude electoral.
Aquí es cuando se hace efectivo el refrán “si no ganan, arrebatan”. Los
bolivianos exigen un cambio apoyado en el poder de los votos, sin embargo,
Morales se empeña en conservar el poder haciendo uso de la fuerza que le
proporcionan las armas de la República y el control de las instituciones,
especialmente, la instancia electoral. De continuar en sus pretensiones
autoritarias, Bolivia tendría un gobierno ilegítimo que llevaría al país a un
escenario de conflictividad e inestabilidad política, económica y social, bajo
el dominio de una dictadura de izquierda.
Es un momento crucial para
la región. El régimen de Maduro tiene sus manos metidas en las acciones
desestabilizadoras que estamos observando. Él sabe que en la medida que se
debilite la influencia del Grupo de Lima y se pierda el interés por Venezuela
por parte de aliados más ocupados en resolver sus propias crisis, contará con
más tiempo para oxigenar a su debilitado gobierno. La libertad y la democracia
están seriamente amenazadas; ojalá las democracias del mundo estén conscientes
de este peligro y asuman la responsabilidad histórica de preservar la democracia,
el modelo político más perfectible que conozca la humanidad hasta el momento.
Profesor Titular
Eméritus de la Universidad del Zulia (Venezuela)