La muerte de la LUZ del
conocimiento
Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)
En la actualidad, las riquezas de las naciones se
miden por el nivel de conocimientos y capacidades de sus ciudadanos, más no por
los recursos naturales que posea. Si la sociedad no se ha esforzado en cultivar
el conocimiento, le costará aprovechar eficientemente sus recursos, por muchos
que éstos sean. Seguirá siendo, entonces, un país esclavo de la mediocridad y
de las profundas desigualdades sociales y económicas que arrastra la pobreza.
En la región latinoamericana, nadie como Venezuela,
dispone de recursos naturales tan abundantes y valiosos; somos el país con el
mayor volumen de reservas probadas de petróleo del mundo; tenemos hierro,
metales preciosos, carbón, gas, grandes extensiones de tierras fértiles,
riquezas hídricas, etc. y, por si faltase algo, tenemos una ubicación
geográfica estratégica que nos conecta rápidamente con el resto del mundo. Esos
extraordinarios recursos no nos salvaron de la catástrofe humanitaria que
estamos padeciendo, gracias a la implantación de un régimen dictatorial, basado
en la corrupción y en el desprecio visceral por el conocimiento y por las ideas
del mundo civilizado.
El régimen venezolano ha fomentado la ignorancia de
sus conciudadanos, a fin de garantizar el control social por parte de un poder
inepto e inmoral. Mientras más ignorantes y pendencieros, más dependientes
somos del Estado, castrándonos la creatividad que el conocimiento nos otorga a
los seres humanos. Ya lo decía el Libertador Simón Bolívar, que “un pueblo
ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción”.
Lo hemos repetido hasta la saciedad, el régimen
chavista-madurista ha sido la peor tragedia que ha vivido Venezuela a lo largo
de su historia republicana; nada se compara con el saqueo y la destrucción
perpetrada por esta mafia de forajidos y resentidos sociales. Destruyeron el
país, sus instituciones y su economía, convirtiéndonos en una sociedad en la
que cinco de cada diez venezolanos (47%) manifiestan el deseo de irse del país,
según la encuesta nacional de Consultores 21, correspondiente al primer
trimestre del 2019.
La inmensa mayoría de los venezolanos hemos vivido en
carne propia las consecuencias de la hecatombe revolucionaria. Pero, en esta
oportunidad, quisiera referirme al tema de la educación, inspiración de este
articulo de opinión. Hugo Chávez se dio a la tarea de destruir la universidad
venezolana, utilizando múltiples mecanismos: la descalificación progresiva de
la academia y de la investigación -a los profesores nos transformaron en trabajadores
universitarios-; la asfixia financiera convirtió a las universidades en instituciones
que sólo pagan nóminas deficitarias y miserables; la violación de la autonomía
universitaria, al impedir elecciones libres del gobierno universitario; y, la
creación de universidades paralelas con el propósito de adoctrinar a sus estudiantes
para favorecer a una idea única, en contra de la pluralidad y la criticidad que
acompañan al pensamiento democrático.
Después de semejante dosis destructiva, los resultados
están a la vista. Nuestras universidades sólo albergan las sombras de lo que
pudo ser un futuro promisorio en manos de jóvenes preparados, capaces de
liderar los cambios de la sociedad del conocimiento y de la tecnología. Impedir
que la educación sea el motor que mueve la sociedad en todos los sentidos es, con
seguridad, uno de los mayores crímenes del socialismo del siglo XXI. Estamos en
la escala de los países más pobres del mundo, rezagados tecnológicamente y con
un sistema educativo completamente aniquilado en todas sus etapas. Nos robaron
las posibilidades de seguir formando capital humano de primera categoría para
iniciar el tránsito hacia la globalización.
He mantenido la tesis que la única revolución que ha
tenido Venezuela es la educativa. Después de ser un país analfabeto durante
buena parte del siglo XX, logramos metas extraordinarias en materia educativa,
a partir de 1958. La universidad se convirtió en el principal mecanismo de
movilidad social en Venezuela, contribuyendo con la formación de una clase
media vigorosa, que sacó de la pobreza a miles de hogares. Se consolidó una clase
profesional que ya empezaba a familiarizarse con las tecnologías del nuevo milenio.
Esas posibilidades fueron truncadas por el régimen, convirtiendo a nuestras universidades
en casa ruinosas donde ya no hay estudiantes, ni profesores, ni investigadores
que puedan contribuir con el desarrollo del país. El régimen usurpador apagó la
luz del conocimiento para sumergirnos en la oscuridad de la ignorancia, el atraso
y la pobreza.
Dentro de los gigantescos retos que tenemos los
venezolanos por delante, la educación es un tema de máxima prioridad, junto a la
reinstitucionalización democrática del país. El modelo educativo que imperó
hasta el inicio de la era Chávez-Maduro, con importantísimos logros, es
necesario reinventarlo. En el nuevo ciclo del país, confiado en que hemos
aprendido la lección, la educación debe promover y defender con firmeza valores
democráticos y ciudadanos, para que nunca jamás un régimen tiránico nos
secuestre la libertad; las universidades no pueden seguir graduando
desempleados, sin evaluar las verdaderas demandas del mercado laboral; ni mucho
menos aceptar el ingreso de alumnos que no valoren los esfuerzos del Estado
para proveerles educación; la gratuidad debería ser un tema que debe ser evaluado
en el futuro.
La educación debe constituirse en una herramienta
clave para empoderar al ciudadano, al recortar las distancias que lo separan de
la tecnología y del desarrollo global; debe fomentar el emprendimiento y la
iniciativa individual, sin que ello afecte la responsabilidad social que le es
inherente. La educación debe ser una aliada poderosa de la empresa privada, capaz
de generar empleos productivos, bien remunerados y de calidad que contribuyan
con el bienestar general de los venezolanos. La deuda que tenemos con la
educación es enorme. Debemos pagarla tanto el nuevo gobierno democrático, como
todos los que creemos que la educación es la luz que nos permitirá construir la
Venezuela grande que todos soñamos.
Profesor Titular Eméritus de LUZ