miércoles, 29 de octubre de 2014


Armas contra Ideas

Efraín Rincón Marroquín

 
Cuando un gobierno privilegia al sector castrense en mayor grado que al sector educativo, deja claro su apego al autoritarismo y su profundo desprecio por la civilidad, esencia de las democracias modernas. Pero también puede interpretarse como un acto de adulación a los militares cuando está consciente del frágil apoyo popular que disfruta. En estos últimos quince años, los venezolanos hemos sido testigos de un régimen conformado en su mayoría por militares; con un discurso militarista y guerrerista; con estrategias, tácticas y programas propios de un cuartel y absolutamente contrarios a principios ciudadanos, tan altamente valorados por el Libertador Simón Bolívar. Dentro de este régimen, el estamento civil apenas sirve para guardar la farsa de una democracia cada vez más deficitaria.

Son abundantes los ejemplos que corroboran nuestra afirmación. El toque de diana se ha convertido en el “grito de guerra” de las campañas oficialistas, especialmente, en el día de las elecciones. Los nombres de los comandos de campaña del PSUV, son referidos a batallas libradas por venezolanos de otros tiempos; los servicios estratégicos están en manos de militares; la pretendida solución de los problemas más álgidos de la nación (economía, desabastecimiento, bachaqueo, energía eléctrica, entre otros), se les encomienda a militares que rotan de un cargo a otro con la misma frecuencia que son transferidos de una a otra plaza militar. Los incrementos salariales son religiosamente respetados, sin necesidad de levantarse en huelga o protestar, por lo menos no públicamente. Los beneficios sociales que disfrutan son espléndidos y muy frecuentes. El estamento militar no sólo tiene garantizado un salario indexado, en momentos donde la inmensa mayoría de los venezolanos apenas nos alcanza el salario para medio comer y pagar servicios públicos cada vez más caros y deficientes, sino que disfrutan de programas sociales a través de los cuales les regalan desde carros, viviendas, artefactos eléctricos hasta teléfonos celulares. Muchos recursos para garantizar su “lealtad” a la revolución y al gobierno cívico-militar.

Mientras tanto, los otros sectores de la sociedad no forman parte del banquete revolucionario. En el caso de la educación, un profesor universitario venezolano devenga un salario mensual que oscila entre 65 y 150 dólares, cuando en Chile y Ecuador el salario mínimo de un profesor universitario es superior a los 1.000 dólares. La educación de calidad es la más importante prioridad de las naciones con una visión moderna y progresista. En nuestro país, por el contrario, la renuncia de profesores se ha incrementado vertiginosamente en los últimos años, pues, los irrisorios salarios y beneficios los empujan a labrarse un mejor futuro en otros países del mundo, con lo cual se agrava la crisis universitaria. Definitivamente, las universidades son la cenicienta de este gobierno. En vez de fortalecer y apoyar las universidades autónomas, el régimen ha creado universidades de todo tipo que, a la larga, también las abandonan, constituyéndose en una pesada carga para las finanzas públicas. En definitiva, ni a las universidades autónomas ni a las oficialistas, se les presta la debida atención para que puedan cumplir con el propósito de educar con eficiencia y calidad a las nuevas generaciones de venezolanos. La mediocridad, la ignorancia y la defensa de intereses subalternos, le impide al régimen ver la importancia de la educación en la construcción del progreso para todos los venezolanos.

En el caso de la Universidad del Zulia, el gobierno aprobó sólo el 30% del presupuesto requerido para garantizar su funcionamiento en el próximo año. Este gobierno ha convertido a las universidades en meras instituciones que sólo disponen recursos para pagar salarios de hambre a los que allí laboramos. El fomento y apoyo a la ciencia y tecnología, esencia de la sociedad del conocimiento, no es preocupación de este gobierno, brilla por su ausencia. Convertir nuestras universidades en verdaderos centros del conocimiento, es un espejismo que este régimen se ha encargado de profundizar. Cuando las ideas y el conocimiento de los ciudadanos, son menos importantes que las armas que agreden al pueblo, es un síntoma inequívoco de la podredumbre de un gobierno que desprecia a los ciudadanos para favorecer a quienes creen ser sus “salvadores” en momentos en que el barco empieza a hundirse.

                             
                                                                      Profesor Titular de LUZ

miércoles, 22 de octubre de 2014


Las siete plagas de Egipto

 

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

 
A los venezolanos nos tienen azotados las siete plagas de Egipto. Con el amanecer de un nuevo día se multiplican los problemas y se agiganta la incapacidad del régimen para solucionarlos. A veces cuesta creer lo que nos sucede; pareciera que estamos viviendo una novela del realismo mágico propia de García Márquez. Con todo lo que vivimos a diario, todavía no termina nuestra capacidad de asombro con este gobierno.

Además de una situación económica que devora nuestros exiguos bolsillos, con expectativas muy negativas a corto plazo,  estamos frente a un gobierno mentiroso y truculento que pretende darle un cariz diferente a delitos que todos sabemos cómo sucedieron. Cualquier invento es válido, aunque resulte inmoral y repugnante, para justificar posiciones e ideas insostenibles, por parte de una revolución que desde hace mucho tiempo perdió el respeto por la vida humana.

El funcionamiento de los servicios públicos no puede estar peor. A pesar del exorbitante aumento de las tarifas de electricidad, los apagones y racionamiento del servicio son el pan de cada día, con pronósticos dramáticos para el año próximo. Venezuela es un país a oscuras. Asimismo, ciudades, pueblos y comunidades enteras sufren la falta de agua potable, atentando contra la maltratada salud de los venezolanos. La deficiencia de ese vital servicio se debe, más que a la sequía, a fallas estructurales en la distribución del agua. Las inversiones que debieron hacer oportunamente, fueron a parar en los bolsillos de políticos y boliburgueses, sin importarles las calamidades del pueblo venezolano. La basura, por otra parte, se ha convertido en un problema nacional. El gobierno central y las gobernaciones se niegan asumir su competencia en la solución de un problema que escapó del control de las alcaldías. Mientras tanto el país luce su rostro más sucio y abandonado. Jamás habíamos sido testigos de un deterioro tan abrumador como injustificable de Venezuela. Ya estamos cansados de liderar las estadísticas mundiales en problemas como la inflación, la inseguridad, la pobreza, el estancamiento de la economía, la violación de los derechos humanos, la persecución política, las enfermedades y la mediocridad de una élite gobernante que le quedó grande la nación.

Para empeorar la situación, enfermedades que ya habían sido erradicadas, irrumpen de nuevo como epidemias que diezman la salud de los venezolanos, sin distinciones de ninguna índole. El dengue y la chikunguña suman miles de casos, frente a un gobierno que hace propaganda internacional de lucha contra el ébola, cuando se muestra incapaz de frenar la epidemia y mantiene sin los medicamentos esenciales a los centros de salud y farmacias. El sencillo y simple acetaminofen, gracias al desabastecimiento de medicinas, ahora requiere el récipe de un médico para poder comprarlo. Un gobierno que se jacta en decir que el país dispone de 29 millones de pastillas de acetaminofen, cuando la verdad es que esa cantidad corresponde a menos de una pastilla por venezolano.

Pero todos estos males se reducen a uno solo, el peor de todos, el principal culpable de nuestra desgracia nacional: la corrupción. Este es un régimen forajido que dilapidó una fortuna tan monumental como pocos países han disfrutado en la historia. Acabaron con montañas de dólares que fueron a parar en cuentas gigantescas de una minoría que hizo del poder el mecanismo más expedito para enriquecerse. Esa corrupción que contagió el alma de los venezolanos, colocándonos como seres que en buena parte desprecia el trabajo productivo para recibir las limosnas de un régimen que se autoproclamó como el redentor de los pobres. Esa corrupción alejó las extraordinarias oportunidades de convertirnos en una nación emergente. Hoy somos un país que camina cansado detrás, pero muy lejos, del progreso y la modernidad, gracias a unos seudolíderes que nunca debieron gobernar nuestra querida Venezuela. Si no despertamos de esta pesadilla, este régimen apátrida y corrupto, en compañía de las siete plagas egipcias, acabará con nosotros sin derecho al pataleo.

Profesor Titular de LUZ

miércoles, 8 de octubre de 2014


La violencia política: una opción peligrosa

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Cuando un gobierno decide tomar el camino de la violencia política para tratar de esconder sus propios errores, está eligiendo la opción más peligrosa porque nadie sabe cómo y cuándo puede terminar la violencia. El gobierno es el principal garante del orden y la estabilidad de la nación; su deber constitucional es preservar la paz, alejado de cualquier incitación a la violencia entre sus seguidores. No existe ningún hecho, por repudiable que éste sea, que justifique la confrontación contra quienes manifiestan su oposición al gobierno.

La verdad es que los venezolanos estamos hastiados del discurso irrespetuoso, ofensivo y amenazante del gobierno en circunstancias cuando ha sufrido la desaparición de algunos de sus dirigentes. La historia se repite cual guión de una telenovela. La respuesta inmediata es la de culpar a la oposición de la muerte de alguno de los suyos, tal como ocurrió con el vil asesinato del diputado Robert Serra y del fiscal Danilo Anderson. Antes de iniciar las investigaciones pertinentes, los radicales del régimen empezaron a vociferar epítetos contra la oposición democrática, acusándola de estar aliada con personas e instancias internacionales que asesinaron a Serra, con la intención de sembrar la violencia y desestabilizar al país.

Días después del asesinato de Serra, el peso de los hechos revela la realidad de tan horrendo crimen. Aunque no conozcamos los resultados de las investigaciones, todo indica que el asunto se deriva de enfrentamientos internos protagonizados por los denominados colectivos, aliados indiscutibles del régimen en la tarea de “limpiar” al país de la basura apátrida y oligarca. Hoy, en las palabras de las autoridades policiales, algunos de los líderes de estos colectivos no son más que jefes de mafias que operan en la ciudad capital. En todo caso, con el transcurrir de los días, podríamos tener información más objetiva en torno a la verdad que esconde el asesinato de Robert Serra.

Lo importante de destacar acá es que a ningún venezolano le conviene una escalada de violencia que, a la larga, empeoraría la grave situación que atravesamos; un llamado a la violencia por parte del gobierno no va a esconder su incapacidad para resolver los problemas del país; cuidado si no se aligera la pérdida vertiginosa del apoyo popular. La oposición ha demostrado reiteradamente su apego a la institucionalidad democrática y el respeto a la Constitución. La inmensa mayoría de sus líderes han apostado, a pesar de las injustas y desiguales condiciones, participar en los diversos procesos electorales convocados por el CNE, con excepción de las parlamentarias del 2005. Precisamente, el llamado a la paz y a la concordia, por parte de Henrique Capriles en abril del 2013, cuando existían dudas razonables del triunfo de Nicolás Maduro (ganó con menos de 2%), le valió las críticas de muchos opositores que pensaban que el triunfo debía pelearse a como fuera lugar. Sin embargo, Capriles manifestó su posición firme de impedir una guerra entre venezolanos, a pesar de las acusaciones inventadas por los más relevantes líderes de la revolución.

Decía Mandela que el amor y el perdón, y no el odio y la violencia, son virtudes naturales en el corazón de los seres humanos. Vivió 27 años de su vida injustamente encarcelado, por culpa de un régimen racista que hizo de la violencia su principal atributo y, cuando recobró la libertad, fue capaz de inspirar a su país por los caminos de la unión, la inclusión y la grandeza. Dejó a un lado el odio y el rencor para construir una sociedad más justa de la que le tocó vivir a lo largo de su existencia.

Estoy convencido que un régimen como el que nos gobierna, hace oídos sordos a la prudencia y al sentido común; muchos de sus dirigentes creen que la incitación a la violencia es la opción para preservar el poder cuya ilegitimidad se agranda con el pasar de los días. Cuidado y no les salga el tiro por la culata.

Con el riesgo de ser señalado por algunos lectores, estoy convencido que las armas para liberarnos de esta pesadilla es el compromiso con la paz, el trabajo permanente y la inclusión, convenciendo con argumentos sólidos y atractivos a los incrédulos y desesperanzados que sí es posible construir un mejor país con el concurso de todos. Recordemos siempre que la violencia es el arma de los que no tienen la razón y el odio es la prédica de aquellos que desprecian la libertad y la dignidad del ser humano.

Profesor Titular de LUZ