Lecciones
para aprender
Efraín Rincón Marroquín
(@EfrainRincon17)
La vida es un eterno
aprendizaje. Quienes sabiamente deciden aprender de las experiencias, buenas o
malas, tienen mayores posibilidades de ser exitosos y enfrentar las
dificultades para seguir avanzando en la vida.
Con frecuencia escucho a
familiares y amigos que el 2020 nunca existió, que se vaya rápido y se lleve
todo lo malo que nos ha dejado. Apartar todo aquello que nos hace daño, sin
duda, es una sabia recomendación. Pero no pasemos tan rápido esa página sin
antes evaluar qué podemos aprender de la profunda crisis que a todos nos afectó
durante este año.
El 2020 nos dejó lecciones
que debemos aprender; creo que encontraremos allí interesantes pistas para
que en el futuro cercano podamos vivir en un mundo mejor, como el que aspiramos
todos los seres humanos de buena voluntad.
Pensábamos que lo peor había
sucedido. Las guerras mundiales, las hambrunas, las grandes crisis políticas y económicas
dejaron profundas heridas en el mundo, muchas de ellas aún sin sanar, pero nada
parecido a la pandemia del covid-19, considerada como la primera crisis de
dimensión planetaria porque trastocó al mundo en general, incluyendo a grandes
potencias y países pobres, a sociedades postmodernas y aquellas que carecen de
lo indispensable para sobrevivir.
Todos hemos sido víctimas
del virus, el mundo entero quedó paralizado y sus economías prácticamente destruidas.
Esa es la primera lección que debemos aprender: el mundo es más vulnerable de lo que creemos pero, a pesar de la
ambición y la falta de humanidad de la elite comunista china, hemos sido
capaces de levantarnos una vez más, gracias a los esfuerzos extraordinarios de
la tecnología y la ciencia médica. Vendrán tiempos mejores.
La
segunda gran lección que nos deja la pandemia es la fragilidad de la vida
humana. Nada es para siempre y, aunque la prepotencia y el
orgullo humano lo desmientan, somos más débiles de lo que nos gustaría ser. El
virus mortífero ha segado la vida de aproximadamente dos millones de personas,
sin importar su estatus social y económico. Para el coronavirus no existen
diferencias humanas de ninguna naturaleza. La lección aprendida debe ser más
humildad y temor a Dios que todo lo puede y siempre nos provee. La debilidad
humana jamás podrá superar la omnipotencia de Dios, sin su auxilio divino somos
pequeños y vulnerables.
El confinamiento que hemos
vivido a lo largo del 2020, nos dejó una tercera lección: valorar más a nuestra familia, amigos y vecinos. En la creencia que
siempre los tendremos cerca, con frecuencia olvidamos compartir y disfrutar
detalles pequeños que engrandecen el espíritu. Durante la cuarentena, cuántas
veces anhelamos abrazar a quienes más amamos sin poder hacerlo. Pues bien, de
ahora en adelante que no pase un solo día para ocuparnos de la familia,
estrechar lazos y demostrar nuestros mejores sentimientos de felicidad y
gratitud.
La
cuarta gran lección es la paciencia y perseverancia para alcanzar lo que nos
proponemos. Cuántos planes, proyectos y decisiones importantes se
perdieron, o debieron posponerse, a pesar de los esfuerzos que realizamos para
lograrlo. No siempre las cosas se dan cuándo, dónde y cómo queremos. Hace
falta, entonces, una dosis de paciencia para saber esperar, sabiduría para
actuar correctamente y fe para jamás desfallecer y sacar lo mejor que llevamos
dentro para coronar con éxito nuestros planes.
Así como la pandemia afloró
sentimientos de solidaridad a los que ya estábamos desacostumbrados, también es
cierto que muchos se aprovecharon de las desgracias ajenas, aumentando sus
ganancias a costa del sufrimiento de los enfermos de covid, especialmente, en el
sector hospitalario y farmacéutico. Esa es otra gran lección aprendida: necesitamos más amor, solidaridad y
compasión para construir una sociedad más justa y más humana.
Finalmente, la pandemia
aceleró profundos cambios que venían gestándose desde hace tiempo atrás,
especialmente, la digitalización en diversas áreas del quehacer humano:
teletrabajo, educación a distancia, marketing digital, entre otros. Nos vimos
obligados a ajustarnos a la nueva normalidad y vencer los temores y la
resistencia que genera todo proceso de cambio. La lección es que, a pesar del
vertiginoso avance de las nuevas tecnologías, no estábamos tan preparados para
asumir el cambio; hoy día, sabemos que tenemos inteligencia y capacidad para
caminar por los nuevos senderos que nos ha legado una normalidad que cambió
para siempre nuestra manera de vivir.
Estas y otras lecciones más
que nos dejan el 2020, deben llenarnos de fe, esperanza y fortaleza para
iniciar con buen pie un nuevo año cargado de extraordinarios desafíos que, sin
duda, estaremos en capacidad de superar para el bien de la humanidad.
A todos mis lectores les
deseo un bendecido y venturoso año nuevo 2021.
Profesor Titular Emérito
de la Universidad del Zulia (Venezuela)