El
laberinto latinoamericano
Efraín Rincón Marroquín
(@EfrainRincon17)
Por espacio de veinte años,
los venezolanos hemos experimentado las nefastas consecuencias de un modelo
ideológico cuya única vocación ha sido destruir a un país y secuestrar el
presente y el futuro de sus habitantes. De ser el país con mayores
potencialidades en Latinoamérica, Venezuela exhibe hoy indicadores que la ubican
como la nación más pobre de la región. El legado de Hugo Chávez se tradujo en
el aniquilamiento de la República y de las instituciones democráticas; la
devastación de la economía y de la iniciativa privada; el éxodo más gigantesco
de la historia latinoamericana, cuantificado en más de 4 millones de
emigrantes; la subordinación del Estado al poder del narcotráfico, la guerrilla,
el terrorismo, el paramilitarismo y al castrocomunismo como fuerza de
dominación extranjera en Venezuela. Lo que hasta finales del siglo XX fue referencia
de estabilidad democrática, se transformó en el siglo XXI en una de las dictaduras
más feroces, incapaces y corruptas del continente americano.
Con la llegada de Hugo
Chávez al poder en 1998, Cuba vio la oportunidad que tanto tiempo esperó para
exportar con éxito su revolución castrocomunista; disponía para tal propósito de
un líder carismático y populista con suficiente dinero para financiar los
proyectos de una izquierda regional sin poder y bastante desprestigiada. Fue
así como Chávez aprovechó hábilmente la descomunal riqueza petrolera
venezolana, producto del precio de 100 dólares por barril durante diez años
consecutivos, para consolidar su proyecto ideológico denominado socialismo del
siglo XXI.
El proyecto castro-chavista se
desarrolló en dos direcciones, en el ámbito doméstico y a nivel internacional.
Internamente, Chávez utilizó la gigantesca riqueza petrolera para instaurar un
modelo populista que le permitió crear un sistema clientelar y de control
social que garantizó su hegemonía político-electoral. Con esa gigantesca
fortuna compró además la lealtad de las fuerzas armadas para transformarlas en
un ejército pretoriano y chavista, y la de los otros poderes públicos para
crear una “institucionalidad” a imagen y semejanza de la revolución. Cual mafiosos,
Chávez y Maduro, compraron un país en el que se fraguó la más grande estafa
ideológica de la contemporaneidad latinoamericana.
Mientras tanto, la chequera
petrolera venezolana logró el empoderamiento de la izquierda latinoamericana,
financiando partidos, proyectos, líderes e insurgentes de todos los confines de
la región. Los tentáculos chavistas llegaron a la Argentina kirchnerista, a la
Bolivia de Evo, al Ecuador de Correa, al Brasil de Lula, a la Colombia de las
FARC, a la Nicaragua sandinista y a otras tantas naciones cuyos líderes se
embriagaban con el “sueño liberador” prometido por el inefable Fidel Castro, el
controversial Hugo Chávez y el portentoso Foro de Sao Paulo creado por Lula Da
Silva.
Hoy, Latinoamérica está
experimentando en carne propia los desafueros de la revolución bolivariana.
Desaparecido Hugo Chávez, el proyecto continúa en manos de Nicolás Maduro, absolutamente
fiel a la Cuba castrista y a un proyecto político cuya pretensión es instaurar
el comunismo en la región, en circunstancias donde la izquierda amenaza
nuevamente con conquistar los espacios perdidos.
Los trágicos acontecimientos
de Ecuador dejan al descubierto la participación de Maduro y de sus aliados, en
la pretensión de desestabilizar al gobierno del presidente Moreno. La
injustificada xenofobia peruana contra los venezolanos, es un elemento que
amenaza la tranquilidad del país y le otorga beneficios al régimen venezolano.
El regreso de la violencia a Colombia, liderada por las FARC, es un experimento
para desarticular a la institucionalidad democrática y fortalecer a la
insurgencia armada y a la revolución chavista-madurista. Faltan otros episodios
para completar el laberinto latinoamericano; es bastante posible que el kirchnerismo
regrese a Argentina y Morales vuelva a ganar en Bolivia. Todos estos eventos
conspiran contra la permanencia de la libertad y de la institucionalidad
democrática en Latinoamérica.
Existen suficientes
evidencias que el régimen chavista-madurista es una real amenaza para la
seguridad y libertad del continente. Quien lo ponga en duda, desconoce las
oscuras y malévolas intenciones del régimen venezolano. El resurgimiento de la
guerrilla colombiana, la protección y alianza con el narcotráfico y el
terrorismo internacional, el apoyo económico y logístico a grupos violentos en
Ecuador y Perú, las consecuencias de una diáspora que huye literalmente de
Venezuela, sin control y en cantidades gigantescas, son factores que alimentan
la desestabilización de América Latina. Urge que los gobiernos democráticos del
continente y del mundo, evalúen con objetividad y actúen con celeridad para combatir
la perniciosa influencia del chavismo-madurismo en la región, permitiendo el
fin de la usurpación del poder en Venezuela. De lo contrario, dentro de poco
podríamos vivir bajo el control de regímenes violadores de la libertad y de la
democracia, aliados del comunismo cubano y del autoritarismo ruso. Es el momento
de la democracia y de los ciudadanos. No podemos permitir que la oscuridad del
comunismo pueda vencer la luz que irradia esplendorosamente la libertad.
Profesor Titular Eméritus de la Universidad del Zulia