jueves, 28 de mayo de 2020


Los buques del fracaso

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

El testimonio más evidente del fracaso de la narcotiranía venezolana, lo representan los buques iraníes cargados de gasolina que entraron al país. Los fracasos convertidos en victorias, reiterada estrategia comunicacional de la narcotiranía, es una historia del pasado. Ya nadie les cree sus mentiras; abusaron de la buena fe de venezolanos incautos que le brindaron su confianza a cambio de un mejor porvenir. ¡Chávez y Maduro son la peor estafa que país alguno en América Latina haya experimentado!

Durante el período democrático (1958-1998), el tema petrolero fue abordado con responsabilidad y continuidad administrativa, indistintamente del gobierno de turno. El presidente Betancourt (1959-1964) creó la Corporación Venezolana del Petróleo (CVP) y Venezuela fue fundadora de la OPEP, gracias al extraordinario desempeño de Juan Pablo Pérez Alfonso. El presidente Leoni (1964-1969), se esforzó en consolidar a la OPEP y fortalecer el papel del Estado en la industria petrolera, al impedir nuevas concesiones a consorcios extranjeros. De igual manera, el presidente Caldera (1969-1974) nacionalizó el gas y promulgó la ley de reversión de los bienes de la industria petrolera, primer paso para su nacionalización.

El presidente Pérez (1974-1979), nacionalizó la industria petrolera y creó Petróleos de Venezuela (PDVSA) y sus filiales. Contra todo pronóstico, el Estado venezolano administró con eficiencia la industria petrolera, haciendo más rentable el negocio del petróleo al construir las refinerías más grandes y modernas del mundo, garantizando con ello el consumo interno de gasolina y el del mercado internacional. Con el gobierno del presidente Herrera (1979-1984), la industria petrolera inició la etapa de su internacionalización, con la adquisición de la Veba Oíl en Alemania y otros centros refinadores en el mundo. De esa manera, PDVSA se convirtió en la quinta empresa más grande del mundo, con influencia notable en el negocio petrolero internacional.

Cuando Chávez llegó al poder en 1999, Venezuela era uno de los principales productores de crudo del mundo, con una producción promedio de 3.500.000 barriles al día, suficiente para exportar, refinar y atender cómodamente las necesidades de combustibles del país, con un precio que la convirtió en la gasolina más barata del planeta.

Bastó la llegada de la revolución para destruir el esfuerzo de más de 40 años. Destruyeron la industria petrolera de la que los venezolanos nos sentíamos orgullosos; una industria construida con talento nacional, meritocracia profesional y administrada con una gerencia del primer mundo. PDVSA fue secuestrada por incapaces corruptos que la transformaron en el principal botín de los líderes de la revolución y de “empresarios patriotas”, que en complicidad lograron amasar fortunas descomunales a costa de su ruina. PDVSA se convirtió en una agencia de empleos del PSUV, colocando en áreas prioritarias de la industria a personas sin conocimientos en el área petrolera pero, eso sí, fieles y rodilla en tierra con Chávez y la revolución. La corrupción criminal y la incapacidad sin límites destruyeron la gallina de los huevos de oro de Venezuela.

Resulta absolutamente incomprensible que hoy día los venezolanos no tengamos gasolina, teniendo el país con las reservas probadas de petróleo más grandes del planeta; con un parque refinador que en su tiempo fue el más moderno del mundo; con importantes alianzas financieras internacionales que posicionaron a PDVSA como una empresa eficiente y solvente; con experiencia de más de cien años en el manejo del petróleo; a pesar de todo ello, la narcotiranía destruyó nuestra principal riqueza, y hoy celebran la llegada de gasolina importada de Irán, cuando antes de la revolución éramos exportadores de gasolina y lubricantes de primera calidad.

Y lo más insólito, dolarizaron el precio de la gasolina cuando siempre se  rasgaron las vestiduras por gasolina barata para el pueblo ¡Hipócritas, delincuentes de cuello rojo! Sépanlo todos, la importación de gasolina iraní, además, de ser uno de los fracasos más estruendosos de la narcotiranía, no soluciona el problema de fondo; porque la cantidad de gasolina es poca y está reservada sólo para los militares y las mafias para sigan haciendo sus corruptelas, vendiendo la gasolina con un precio superior a la de los de Estados Unidos y Colombia.

A la narcotiranía jamás le ha importado los sufrimientos de los venezolanos; lo único importante ha sido la destrucción del país y hacer negocios para llenar con dinero sucio, lleno de sangre, hambre y dolor, sus bolsillos que todavía no terminan de saciarse.

Chávez y su sucesor se negaron a implementar ajustes progresivos del precio de la gasolina, hoy los venezolanos pagamos los platos rotos de la narcodictadura. En circunstancias de devastación nacional, el régimen va a oficializar la dolarización de la gasolina para seguir exprimiendo los bolsillos rotos de los venezolanos; el drama de la gasolina sólo terminará cuando esta mafia criminal abandone el poder usurpado. Con ellos en el poder nunca podremos vivir bien.

Profesor Titular Emérito de la Universidad del Zulia (LUZ)

sábado, 16 de mayo de 2020

Gobernar con y después de la pandemia

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

La pandemia del Covid-19 ha puesto a prueba la capacidad de los gobiernos del mundo para combatir un virus que ha paralizado al planeta, dejando consecuencias y nuevas perspectivas que requerirán especial atención por parte de los gobernantes y de la sociedad en general. Durante la emergencia sanitaria, ciertos gobiernos han sobresalido por su eficiente desempeño para contener la propagación del virus y evitar lamentables pérdidas humanas, como son los de Taiwán, Alemania, Nueva Zelanda, Dinamarca, Noruega, entre los más relevantes, coincidencialmente todos gobernados por mujeres. Otros, por el contrario, han desafiado los efectos de la pandemia, cometiendo errores que sus países probablemente vayan a pagar muy caro.

En estos momentos, las gestiones gubernamentales  están centradas básicamente en la difusión de intensas campañas informativas para impedir el avance del virus; ampliar y equipar instalaciones hospitalarias con insumos médicos y con la tecnología requerida para combatir la enfermedad; y, distribuir apoyos económicos (bonos contra el desempleo, alimentos, exoneraciones de pagos de servicios esenciales, créditos con cero intereses, etc.) a los sectores más vulnerables o a los más afectados por la pandemia.

Los gobiernos que están actuando responsablemente durante esta contingencia están siendo reconocidos por la opinión pública y por los ciudadanos-electores; lamentablemente, este reconocimiento tendrá una duración efímera en la mente colectiva. Los gobernantes que piensen que su correcta gestión durante la emergencia sanitaria, es suficiente aval para mantener la popularidad y granjearse el apoyo de los electores, están lejos de la realidad. Apenas regrese la “nueva normalidad”, los problemas generados por la pandemia se agravarán, dando inicio a la etapa más difícil para los gobiernos, su verdadera prueba de fuego. De la actuación post-pandemia dependerá, en gran medida, el éxito o el fracaso de gobiernos sometidos a una realidad inédita que demandan cambios y políticas efectivas, novedosas y suficientemente equilibradas para satisfacer la mayor cantidad posible de las demandas que aflorarán como hierba.

En los próximos meses, con circunstancias donde la prioridad es cómo sobrevivir en una crisis con pronósticos catastróficos, sólo dolerán los muertos propios porque los ajenos serán sólo un mal recuerdo del pasado. Atrás quedarán los esfuerzos para combatir el coronavirus; ahora lo realmente importante para  los ciudadanos-electores, es cómo el gobierno puede potenciar la economía para crear nuevos empleos y recuperar los que se perdieron; cómo hacer para no aumentar los impuestos; y, cómo frenar escenarios de inflación, escasez y devaluación, que van a afectar directamente el bolsillo de los electores. Ese es el gran reto que deben enfrentar los gobiernos en los próximos meses; el gobierno que no lo haga afrontará serios problemas.

Ello explica, por ejemplo, la insistencia del presidente Trump de reactivar cuanto antes la economía norteamericana, a pesar de las recomendaciones de expertos epidemiológicos; porque él sabe que de ello depende en gran parte su reelección en noviembre de este año. Antes de la pandemia, pocos ponían en duda la reelección de Donald Trump; existían suficientes razones para apostar por su victoria: una economía en franco crecimiento, con la menor tasa de desempleo en los últimos 50 años, la percepción generalizada del regreso de la grandeza americana y, para completar el panorama, los demócratas divididos y con actuaciones muy erráticas. Las cosas han podido cambiar; por ello, el gran reto que tiene Trump por delante es reactivar la economía o, cuando menos, vender la esperanza que él tiene más capacidad que el oponente demócrata para salir airoso de una crisis que, por los momentos, ha dejado a más de 26 millones de desempleados, la cifra más alta desde la gran depresión de 1930. Si Trump orienta su campaña en esa dirección, la probabilidad que se reelija será mayor.

La era post-covid-19 es una encrucijada que exige sabiduría de los gobernantes y paciencia de los ciudadanos. Los gobiernos tendrán que tomar decisiones audaces que requieren el mayor consenso político posible para que produzcan los resultados esperados por los ciudadanos; ello supone que los gobernantes que pretendan ser exitosos tendrán que dejar atrás actitudes autoritarias, ideologías sectarias y caprichos personales que obstaculicen la necesaria participación de los diferentes sectores nacionales, tanto en el diseño como en la implementación de un plan de reactivación económica y de protección social de las poblaciones más vulnerables.

El gobernante que crea, además, ser un superhéroe para solucionar la crisis de su país a través de su infalible capacidad, perdió el sentido común y, con seguridad, arrastrará a sus conciudadanos a una tragedia peor. En momentos cruciales como los que vive la humanidad, los gobiernos están en la obligación de convocar la unidad nacional para que los planes de emergencia aseguren la viabilidad requerida, en el entendido que las ganancias a las que aspiran unos conllevarán pérdidas para otros. Es el momento de hacer la política comprometida con los verdaderos intereses de los ciudadanos y del país, como aquella que hicieron los líderes de la segunda postguerra mundial.

Profesor Titular Emérito de la Universidad del Zulia (Venezuela)

miércoles, 6 de mayo de 2020

Venezuela cerca o lejos de la libertad

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Ambas percepciones conviven en la trágica situación del país. Con mayor frecuencia que la que deseamos, sentimos estar lejos de la ansiada libertad; pero a veces llegan ráfagas de aire fresco que nos llenan de esperanza porque el final está cerca y podemos transitar el tortuoso camino de la reconstrucción de Venezuela.

La realidad es que a la inmensa mayoría de los venezolanos nos gana la incertidumbre, porque a ciencia cierta nadie sabe lo que pueda ocurrir en Venezuela en el corto plazo. Sin duda, hemos logrado importantes avances en la lucha para liberar al país de la narcotiranía de Maduro, pero aún los resultados no permiten tener claridad acerca de cuándo y cómo terminará la peor pesadilla que país alguno haya sufrido en Latinoamérica.

En plena pandemia del Covid-19, el país recibió noticias auspiciosas que ayudan a poner fin a la narcotiranía; la acusación criminal de Maduro y de varios de su séquito como narcotraficantes, aumentó la presión internacional al judicializar delitos del régimen contra la seguridad nacional de USA y de la región. Inmediatamente, la administración Trump envió una misión naval al Caribe con el propósito de combatir el tráfico de drogas que sale desde Venezuela, para terminar de quitarle el oxígeno vital que sostiene a la narcotiranía. Fueron días muy movidos y con esperanzas renovadas.

Simultáneamente, como diría el presidente López Obrador, la pandemia del coronavirus llegó como anillo al dedo a la narcotiranía madurista. Aprovechando la forzosa cuarentena, inmovilizó al país para evitar una rebelión popular por la escasez casi total de gasolina. Incrementó el control social para alargar la sobrevivencia agónica del régimen, a pesar de la destrucción de la economía y el colapso estruendoso de los servicios públicos (electricidad, agua potable, gas doméstico, etc.); intensificó la violación de los derechos humanos, como la libertad de expresión, encarcelando a más periodistas que en otras oportunidades anteriores. La oposición ha sentido en sus hombros la feroz persecución de los cuerpos de seguridad para desarticularla y aniquilarla definitivamente; los laboratorios del G2 cubano y de tarifados “opositores” del teclado han estado más activos que nunca, difundiendo falsas noticias sobre el presidente Guaidó y el gobierno interino para asesinar la fe y la esperanza de un pueblo, que sigue aferrado a la búsqueda de la libertad y de un mejor porvenir para los venezolanos.

Pero la verdad más dolorosa es que el virus de la narcotiranía ha asesinado a muchos más venezolanos que el propio coronavirus, del que cínicamente dicen protegernos. Las muertes por asesinatos en manos de las FAES, los motines carcelarios y la masacre de los posibles invasores, desnuda con mayor fuerza la vocación criminal y genocida de este régimen. Con la cuarentena anuncian la protección de la salud del pueblo venezolano, pero en la realidad persiguen, torturan y asesinan a venezolanos inocentes, violando flagrantemente el derecho supremo de la vida.

Ahora el régimen muestra al mundo su nuevo mejor amigo, el régimen iraní. Una alianza que además de la entrega servil de nuestras refinerías a consorcios de ese país, garantiza la expansión y consolidación de grupos terroristas, como Hezzbollah, en el territorio nacional, como un escudo de protección a la revolución chavista-madurista frente a una eventual intervención internacional. De esta manera se reafirma la tríada en la que el régimen basa su poder: genocidio, narcotráfico y terrorismo.   

Con este dantesco panorama, la percepción de la lejanía de la libertad se acentúa, y con ella aparece otra vez la desesperanza y la anomia que tanto daño nos hace y nos sigue haciendo. Pero también es cierto que, con el transcurrir de los días, se hace más evidente que la narcotiranía no sólo es responsable de la muerte y la destrucción de Venezuela, sino que representa una real amenaza para la libertad, la democracia y la seguridad de Estados Unidos y de la región latinoamericana y, ello sin duda, son indicadores positivos que pueden acercar la llegada de la libertad a nuestro país.

Los días por venir seguirán siendo muy difíciles; no podemos perder la esperanza y la fe, porque más temprano que tarde los venezolanos festejaremos la liberación del país, liderado por un gobierno transitorio que erija  las bases institucionales, política y económicas para reconstruir a Venezuela y a todo su tejido social para  felicidad de los venezolanos de buena voluntad.

Profesor Titular Emérito de la Universidad del Zulia (Venezuela)