miércoles, 30 de diciembre de 2020

 

Lecciones para aprender

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

La vida es un eterno aprendizaje. Quienes sabiamente deciden aprender de las experiencias, buenas o malas, tienen mayores posibilidades de ser exitosos y enfrentar las dificultades para seguir avanzando en la vida.

Con frecuencia escucho a familiares y amigos que el 2020 nunca existió, que se vaya rápido y se lleve todo lo malo que nos ha dejado. Apartar todo aquello que nos hace daño, sin duda, es una sabia recomendación. Pero no pasemos tan rápido esa página sin antes evaluar qué podemos aprender de la profunda crisis que a todos nos afectó durante este año.

El 2020 nos dejó lecciones que debemos aprender; creo que  encontraremos allí interesantes pistas para que en el futuro cercano podamos vivir en un mundo mejor, como el que aspiramos todos los seres humanos de buena voluntad.

Pensábamos que lo peor había sucedido. Las guerras mundiales, las hambrunas, las grandes crisis políticas y económicas dejaron profundas heridas en el mundo, muchas de ellas aún sin sanar, pero nada parecido a la pandemia del covid-19, considerada como la primera crisis de dimensión planetaria porque trastocó al mundo en general, incluyendo a grandes potencias y países pobres, a sociedades postmodernas y aquellas que carecen de lo indispensable para sobrevivir.

Todos hemos sido víctimas del virus, el mundo entero quedó paralizado y sus economías prácticamente destruidas. Esa es la primera lección que debemos aprender: el mundo es más vulnerable de lo que creemos pero, a pesar de la ambición y la falta de humanidad de la elite comunista china, hemos sido capaces de levantarnos una vez más, gracias a los esfuerzos extraordinarios de la tecnología y la ciencia médica. Vendrán tiempos mejores.

La segunda gran lección que nos deja la pandemia es la fragilidad de la vida humana. Nada es para siempre y, aunque la prepotencia y el orgullo humano lo desmientan, somos más débiles de lo que nos gustaría ser. El virus mortífero ha segado la vida de aproximadamente dos millones de personas, sin importar su estatus social y económico. Para el coronavirus no existen diferencias humanas de ninguna naturaleza. La lección aprendida debe ser más humildad y temor a Dios que todo lo puede y siempre nos provee. La debilidad humana jamás podrá superar la omnipotencia de Dios, sin su auxilio divino somos pequeños y vulnerables.

El confinamiento que hemos vivido a lo largo del 2020, nos dejó una tercera lección: valorar más a nuestra familia, amigos y vecinos. En la creencia que siempre los tendremos cerca, con frecuencia olvidamos compartir y disfrutar detalles pequeños que engrandecen el espíritu. Durante la cuarentena, cuántas veces anhelamos abrazar a quienes más amamos sin poder hacerlo. Pues bien, de ahora en adelante que no pase un solo día para ocuparnos de la familia, estrechar lazos y demostrar nuestros mejores sentimientos de felicidad y gratitud.

La cuarta gran lección es la paciencia y perseverancia para alcanzar lo que nos proponemos. Cuántos planes, proyectos y decisiones importantes se perdieron, o debieron posponerse, a pesar de los esfuerzos que realizamos para lograrlo. No siempre las cosas se dan cuándo, dónde y cómo queremos. Hace falta, entonces, una dosis de paciencia para saber esperar, sabiduría para actuar correctamente y fe para jamás desfallecer y sacar lo mejor que llevamos dentro para coronar con éxito nuestros planes.

Así como la pandemia afloró sentimientos de solidaridad a los que ya estábamos desacostumbrados, también es cierto que muchos se aprovecharon de las desgracias ajenas, aumentando sus ganancias a costa del sufrimiento de los enfermos de covid, especialmente, en el sector hospitalario y farmacéutico. Esa es otra gran lección aprendida: necesitamos más amor, solidaridad y compasión para construir una sociedad más justa y más humana.

Finalmente, la pandemia aceleró profundos cambios que venían gestándose desde hace tiempo atrás, especialmente, la digitalización en diversas áreas del quehacer humano: teletrabajo, educación a distancia, marketing digital, entre otros. Nos vimos obligados a ajustarnos a la nueva normalidad y vencer los temores y la resistencia que genera todo proceso de cambio. La lección es que, a pesar del vertiginoso avance de las nuevas tecnologías, no estábamos tan preparados para asumir el cambio; hoy día, sabemos que tenemos inteligencia y capacidad para caminar por los nuevos senderos que nos ha legado una normalidad que cambió para siempre nuestra manera de vivir.

Estas y otras lecciones más que nos dejan el 2020, deben llenarnos de fe, esperanza y fortaleza para iniciar con buen pie un nuevo año cargado de extraordinarios desafíos que, sin duda, estaremos en capacidad de superar para el bien de la humanidad.

A todos mis lectores les deseo un bendecido y venturoso año nuevo 2021.

Profesor Titular Emérito de la Universidad del Zulia (Venezuela)

miércoles, 2 de diciembre de 2020

 

“Elecciones” en dictadura

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

En dictadura se vota, en democracia se elige. Sólo con elecciones libres, legítimas y competitivas, los ciudadanos pueden ejercer el derecho del voto para elegir gobiernos producto de la voluntad mayoritaria de los electores. Todo lo demás es un fraude.

Los cubanos han votado durante más de sesenta años de revolución castrista y siguen sumidos en una de las peores tiranías criminales del mundo. Las elecciones en Cuba sólo han servido para mantener en el poder al clan genocida de los Castro y destruir  la vida, el presente y el futuro de los cubanos. Esa lección la aprendió muy bien Hugo Chávez, superada en grado superlativo por Nicolás Maduro.

El fraude del 6 de diciembre, orquestado por Maduro y por un grupo de opositores tarifados, igualmente tiene como propósito atornillar en el poder a la dictadura chavista-madurista, apoyada en una Asamblea Nacional que va a cumplir al pie de la letra los designios del tirano, en búsqueda de encontrar la legitimidad que el fraude nunca podrá devolverles.

Los que creen que el fraude traerá cambios positivos en la trágica situación de Venezuela, están equivocados. El régimen pretende mantenerse indefinidamente en el poder y los diputados alacranes desean disfrutar del generoso pago por los servicios prestados a la tiranía. Los que crean que con esa asamblea nacional se restituirá la institucionalidad democrática secuestrada por el propio régimen, no entienden que ellos pagan y se dan el vuelto, se creen los amos del país. Con esa escoria gobernante, los venezolanos jamás tendremos posibilidades de salir de esta descomunal crisis.

Con el fraude consumado a la vista de los venezolanos y de la comunidad internacional, Maduro pretende eliminar cualquier vestigio democrático, así como a la desarticulada oposición venezolana para terminar de instaurar el anhelado comunismo castrista chavista. Creo que no les resultará fácil hacerlo.

Si bien la pandemia del covid-19 le ha sido favorable al régimen de Maduro, pienso que con el fraude no correrán con la misma suerte. La inmensa mayoría de los venezolanos no va participar en ese sainete; la escasísima participación electoral va a profundizar el desprecio que sentimos los venezolanos por el régimen, fortaleciéndose el rechazo que la comunidad internacional tiene por la dictadura madurista.

También es cierto que el fraude agravará la crisis política e institucional de Venezuela, abriendo desafíos que deben resolverse en el corto plazo. Por un lado, en enero del 2021 vence el período constitucional de la legítima Asamblea Nacional dirigida por Juan Guaidó y se instalaría la asamblea fraudulenta e ilegítima. ¿Se extenderá la continuidad administrativa de la legítima Asamblea Nacional? ¿Seguiremos con dos asambleas, dos gobiernos y con dobles instituciones? Frente a esta realidad tan compleja resulta imposible pensar en un escenario que posibilite una salida política de la crisis.

Por otra parte, a la verdadera oposición le corresponde asumir con inteligencia y desprendimiento los grandes retos que tiene por delante. El tiempo se les agota. Reconstruir la confianza y la credibilidad que perdió por sembrar altas expectativas que no han sido cumplidas; lograr la conexión y la confianza de la gente, convenciéndola que efectivamente existe una estrategia factible que nos permita alcanzar el cambio político; iniciar la recomposición interna de los cuadros y estructuras, privilegiando la unidad de propósito y estrategia, porque para que los venezolanos confiemos en la oposición, deben dar muestras efectivas que  realmente los anima la libertad del país, dejando a un lado agendas ocultas, egos tóxicos y escenarios improbables que sólo existe en la mente de algunos dirigentes.

La consulta popular propuesta por la sociedad civil e impulsada por el interinato de Juan Guaidó, podría ser una nueva oportunidad para que la oposición se reinvente y logre aglutinar el apoyo mayoritario de los venezolanos en una ruta efectiva para rescatar la libertad y la democracia, teniendo muy en cuenta el apoyo internacional, bastante disminuido por la pandemia y por la tensa situación política que vive Estados Unidos a raíz de las elecciones del 3 de noviembre. Lograr reconstruir el apoyo mayoritario entre los venezolanos y reconquistar un sólido apoyo de la comunidad internacional, es otro de los grandes desafíos que la oposición democrática debe superar exitosamente.

Sin embargo, lo único cierto que hasta este momento tenemos los venezolanos, es un panorama sombrío para el 2021; el juego político cerrado, sin solución del conflicto a corto plazo, con un país cada vez más empobrecido y con el aumento de la diáspora una vez que bajen los efectos de la pandemia.

Reitero que la esperanza que aun palpita en millones de corazones venezolanos, sólo podremos hacer realidad con un espíritu unitario en el que la libertad y la democracia sea la única opción por la que luchemos juntos oposición y ciudadanos.

Profesor Titular Emérito de la Universidad del Zulia (Venezuela)

miércoles, 28 de octubre de 2020

 

Los desafíos de la democracia en América Latina

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

De acuerdo al Informe del Instituto Internacional para la Democracia y Asistencia Electoral (IDEA Internacional), correspondiente al año 2019, la democracia latinoamericana presenta avances cuantitativos importantes, reflejado en el hecho que 9 de cada 10 latinoamericanos viven en democracia. Sin embargo, a nivel cualitativo, el informe acusa un profundo deterioro de la calidad de la democracia latinoamericana y el ascenso al poder de gobiernos populistas a través del voto.

El deterioro de la democracia latinoamericana ha generado la reducción de los espacios para la acción cívica, el debilitamiento de los frenos y contrapesos institucionales, altos niveles de desigualdad, corrupción e impunidad  y violación de los derechos humanos, especialmente, en el triángulo antidemocrático de la región integrado por Cuba, Venezuela y Nicaragua.

Otros datos del último informe de IDEA, resaltan las amenazas que se ciernen sobre la democracia latinoamericana. La fatiga con el sistema democrático es una realidad inocultable. El apoyo ciudadano a la democracia se ubicó en 48%; en otras palabras, el 52% de los latinoamericanos rechaza o les resulta indiferente la democracia, erosionándose peligrosamente su legitimidad. De igual manera, la confianza de los ciudadanos en los parlamentos se ubicó en 21%, en los partidos políticos 13%, en los tribunales electorales 28% y 45.5% en las elecciones. Estas cifras tan desalentadoras profundizan la crisis de las instituciones de la democracia representativa en América Latina y la pérdida del valor del voto como mecanismo de cambio social.

En el 2018, la aprobación promedio de los gobiernos de la región se ubicó en 32%, 28% por debajo de la aprobación correspondiente al 2008 (60%). Son muchas las razones que explican la desaprobación mayoritaria sobre los gobiernos latinoamericanos. La frustración de ciudadanos cuyas demandas y expectativas no son satisfechas por los gobiernos; el miedo de las clases medias de perder lo que han ganado económica y socialmente a lo largo del tiempo; y, la cultura del privilegio cada vez más enquistada que profundiza las desigualdades sociales, fortaleciendo la indignación de los ciudadanos contra la política y las élites, el voto anti-establishment, la conflictividad social y la aparición de gobiernos populistas tanto de izquierda como de derecha.

A ello se suma la profunda crisis sanitaria y económica heredada de la pandemia del covid-19. La CEPAL proyecta una caída de -5.3% de la economía latinoamericana en el 2020; 12 millones de nuevos desempleados para sumar 37.7 millones; 28.7 millones más de pobres para sumar 215 millones; 15.9 millones de pobreza extrema para sumar 87 millones. Este dramático panorama amenaza la gobernabilidad de los países latinoamericanos, por la carencia de recursos públicos para hacerle frente a una crisis generalizada, aumentando la pretensión autoritaria de los gobiernos para mantener el control social y las posibilidades para que modelos populistas accedan al poder a través de voto, impulsados por el hartazgo de los ciudadanos frente a gobiernos ineptos y cada vez más corruptos.

Frente a tan sombrío escenario, ¿qué está haciendo la dirigencia política para defender la democracia y preservar las libertades ciudadanas? El balance no es positivo. Los errores se repiten una y otra vez, sin aprender las lecciones de experiencias pasadas. Cuando creemos que la democracia está preparada para impulsar los cambios que permitan vencer desigualdades históricas, sin amenazar las libertades ciudadanas y la economía de mercado, aparece en el horizonte el populismo con sus promesas de redención social y otra vez elegimos aventuras que ponen en riesgo la institucionalidad democrática y producen el colapso económico que trae más pobreza y profundiza las desigualdades que prometen combatir.

El ejemplo más reciente lo constituye Bolivia, con el triunfo contundente de Luís Arce, candidato del partido MAS liderado por Evo Morales. Cuando muchos pensaron que el socialismo estaba de salida en Bolivia, los ciudadanos renovaron la confianza a ese proyecto político a través del voto. ¿Por qué regresa el socialismo a Bolivia cuando hace unos meses atrás se suponía liquidado?

La respuesta más sencilla es responsabilizar a los bolivianos por su reiterada equivocación. Pero existen razones profundas que explican la victoria de Arce. No debemos simplificar las cosas y excluir del problema a la dirigencia democrática boliviana, responsable directa del retorno del socialismo a Bolivia. El primer error fue desestimar al adversario y evitar la unidad de la oposición. Se privilegió la inmadurez política, las agendas particulares y la absoluta carencia de realpolitik, aunado al pésimo desempeño del gobierno interino, agravado por la pandemia del covid-19. La oposición no supo comunicar una propuesta diferente con real opción de poder y la conexión emocional con el pueblo tampoco funcionó. Frente a este desorden, Arce cabalgó triunfante con el discurso de la liberación de Bolivia en manos de oligarcas que quieren el poder para oprimir al pueblo.

Eso mismo está ocurriendo en Venezuela, y me temo pueda ocurrir en Chile, Ecuador, o Colombia. Una dirigencia demócrata desconectada con la realidad social e intoxicada con egos personales que impiden el triunfo de la libertad sobre modelos populistas cuyos remedios resultan peor que la enfermedad.

Profesor Titular Emérito de la Universidad del Zulia, Maracaibo, Venezuela.

lunes, 31 de agosto de 2020

                                               Sin grandeza no tendremos libertad

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

“Las grandes almas tienen voluntades, las débiles tan sólo deseos”

(Proverbio Chino)

Los venezolanos hemos hecho todo y más para rescatar la libertad y la democracia que, desde hace más de veinte años, un régimen tiránico mantiene secuestradas. Hemos realizado marchas multitudinarias, ejemplo de civilidad y de coraje para el mundo al enfrentarnos indefensos ante un régimen criminal. Hemos votado y también nos hemos abstenido cuando la dirigencia opositora nos los ha pedido. Los hemos acompañado en la calle una y otra vez, con fuerza y determinación. Muchos jóvenes valientes han sido asesinados, han entregado su vida a cambio de nuestra libertad, dejando en el camino una estela de luto y dolor. Otros tantos venezolanos han sido encarcelados en las mazmorras de los cuerpos de seguridad del Estado, salvajemente torturados, violando sus derechos y el debido proceso. La dictadura ha llenado de muerte y sufrimientos a nuestro país, se burló de la dignidad de un pueblo que nació para ser libre.

Millones de venezolanos de a pie también han ofrendado todo cuanto tienen en esta lucha sin fin. Aquellos que a duras penas pueden comer una vez al día; quienes han perdido sus empleos y engrosan la larga lista de pobres y marginados; aquellos que mueren de mengua en un hospital por falta de medicinas y de asistencia médica; quienes son asesinados a manos de una delincuencia empoderada por el régimen; aquellos que han perdido la seguridad social y un retiro digno después de largos años de trabajo personal y familiar; familias que se han quedado solas porque sus hijos se fueron a otras tierras buscando lo que no pueden encontrar en su país.

A esos venezolanos que somos la inmensa mayoría del país, no les importamos  a la dictadura ni a las oposiciones, en cualquiera de sus denominaciones. Estamos en el centro de una batalla campal escenificada por grupos que luchan entre sí para ver quien tiene más capacidad para destruir lo poco que nos queda, sepultar las esperanzas que aún se mantienen vivas e impedir  el cambio que todos anhelamos.

Cuánta grandeza les falta a los dirigentes de la oposición para compensar los sacrificios que con sangre, sudor y lágrimas hemos pagado los venezolanos. La mezquindad, la vanidad y la soberbia les han segado el sentido común e impiden honrar su compromiso para liberar a Venezuela.

Sin grandeza no tendremos libertad, porque la prepotencia les impide dejar a un lado sus intereses personales y agendas particulares para construir la unidad que nos permita vencer a la tiranía. La falta de grandeza alimenta los protagonismos estériles de algunos que se creen ungidos por la divinidad; cultiva la altivez en circunstancias donde lo propio es sumar voluntades; fortalece la autosuficiencia cuando el proyecto que necesitamos construir requiere de la participación de todos los que deseamos la libertad de la nación. La falta de grandeza es la imagen de la hipocresía con la que algunos actúan, fingiendo una voluntad de lucha que ya tienen hipotecada con el régimen.

¡Ya basta de tanta miseria humana, de tanta insensibilidad! Por una vez en la vida pónganse las manos en su corazón y piensen en Venezuela; piensen que este país que se cae a pedazos está habitado por millones de venezolanos que la están pasando muy mal, que sólo les exigimos un mínimo de responsabilidad e inteligencia para llegar a un acuerdo unitario que nos permita alcanzar la libertad.

De nada sirve el llamado de los alacranes a votar cuando todas las condiciones benefician la perpetuidad del régimen y les provee la legitimidad de la que carecen; de nada sirva que Capriles, otrora líder del país, participe en  elecciones acompañadas de soledad y fracaso; para qué sirve el proyecto personal de María Corina cuando lo que pide no está en nuestras manos, depende de la decisión de uno de nuestros aliados; de qué nos ha servido el radicalismo y envalentonamiento de dirigentes que desde el exilio apuestan por más división de la oposición. Maduro sigue gobernando y los venezolanos seguimos entrampados en una tragedia que se agrava con el pasar de las horas.

Por favor, por el bien de la patria, guarden sus rencores, sus resentimientos, sus traiciones; guarden los protagonismos que poco a poco asesinan al país. Hagan un esfuerzo supremo y piensen que su mayor grandeza y gloria es servirle a Venezuela con amor, entrega y verdadero patriotismo. Pónganse de acuerdo y de una vez por todas venzamos al culpable de la desgracia de los venezolanos. De lo contrario, ustedes tampoco son dignos de gobernar a Venezuela.

La grandeza nos hará libres. Hoy más que nunca construyamos la unidad nacional para rescatar la democracia y ser libres por siempre.

Profesor Titular Emérito de la Universidad del Zulia (Venezuela).

martes, 7 de julio de 2020

Una coalición nacional

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

La complejidad de la crisis venezolana rebasa el análisis politológico, al tratar de encontrar alternativas que permitan resolver la tragedia que por más de dos décadas ha vivido el país. Cuando estamos cerca de alcanzar los objetivos, algo se interpone y se retrasa una vez más el rescate de la libertad de Venezuela. La lucha contra el régimen chavista ha estado llena de muchos sinsabores y pocos éxitos que no se han aprovechado correctamente, en aras de la liberación de nuestra nación.

Los momentos de alegría que, durante este largo tiempo, hemos sentido los demócratas venezolanos han sido efímeros, precisamente, porque hemos estado casi siempre a la caza de un evento fortuito que cambie el panorama, y al no llegar nos invade la frustración y el desánimo. Sin embargo, con el inicio del 2019 hubo un cambio substancial en la estrategia para ponerle fin a la usurpación de Maduro. La presidencia interina de Juan Guaidó, acompañada  del reconocimiento de 60 país, abrió la oportunidad que estábamos esperando. El escenario internacional se alineó perfectamente a favor de la libertad del país, bajo el influyente liderazgo de la administración Trump. La presión de países democráticos y de foros internacionales, las sanciones norteamericanas al régimen y la multitudinaria participación de la gente que de nuevo salió a la calle, proyectaban un escenario óptimo para fracturar al régimen y proceder a un proceso de negociación que abriría las puertas a un gobierno de transición. Inesperadamente, el 30 de abril de ese mismo año, gracias a la ambición personal de un dirigente opositor que siempre ha creído representar la mejor opción para gobernar al país, se perdieron los esfuerzos realizados por Guaidó y sus aliados. De nuevo la desesperanza y la pérdida de una oportunidad de oro permitió al régimen mantener el poder a pesar de su debilidad.

El 5 de enero de 2020, cuando se esperaba que la reelección de Guaidó transcurriera sin mayores problemas, la oposición hace otra implosión ejecutada, esta vez, por un grupo de parlamentarios “opositores” financiados por el régimen para dividir a la Asamblea Nacional y defenestrar a Juan Guaidó. Afortunadamente, este episodio que deja en evidencia la podredumbre de algunos sectores de la oposición venezolana, fue superado temporalmente por la gira exitosa que emprendió el presidente Guaidó  por Colombia, Europa y Estados Unidos. Una gira que propició que el tema venezolano estuviese nuevamente en la palestra internacional, después de haber permanecido en el refrigerador durante varios meses.

Frente a este nuevo escenario, Guaidó ha planteado la propuesta del gobierno nacional de emergencia para enfrentar la catastrófica situación del país, agravada por el covid-19, sin que hasta el momento haya despertado interés en la colectividad nacional. Esta propuesta, como otras tantas, es un conjunto de buenas intenciones que no lograrán cambiar la dramática situación de Venezuela, sino está acompañada de decisiones y acciones más contundentes y conectadas con la verdadera realidad política que nos circunda.

Para agravar el dantesco panorama nacional, llenando de más confusión e incertidumbre a los venezolanos, la narcotiranía ha convocado a unas elecciones parlamentarias, violando todas las normas constitucionales, con el único objetivo de perpetuarse en el poder e invocar una legitimidad de la que carece, gracias a  la participación complaciente de un sector de la oposición que se dejó seducir por los encantos del alacrán (entiéndase dinero del régimen), pretendiéndonos convencer que la vía electoral, tal como le gusta a Maduro, es la única opción para salir de la crisis.

Esta situación nos coloca en el borde del barranco. Por ahora, parece que no hay salida para solucionar nuestras desgracias. Lo que sí tenemos claro es que  la narcotiranía está haciendo todo cuanto puede para mantener viva a la revolución, asumiendo los riesgos que ello pudiera significar y profundizando todavía más la inédita crisis que estamos padeciendo. Las últimas declaraciones del general Padrino López, en las que afirma que la oposición jamás llegará al poder mientras existan las fuerzas armadas que él comanda, ponen en evidencia que las elecciones en Venezuela sirven exclusivamente para votar con reglas que permitan la perpetuidad del régimen, jamás para elegir entre diferentes opciones en un ambiente de reconocimiento y respeto de los competidores, imparcialidad y equipad por parte del ente electoral y garantías de resultados transparentes que representen la voluntad soberana de los electores.

Los venezolanos no queremos votar, deseamos elegir, a través de elecciones libres y justas, una opción de poder capaz de construir el cambio que anhelamos, que con seguridad no lo garantiza la narcotiranía de Maduro. Ahora, ¿qué debe hacer la oposición democrática decente para lograr elecciones libres? Por ahora, creo que se está haciendo poco, y sí están haciendo más de lo que yo pueda pensar, no vemos la firmeza y contundencia de esas acciones. El ingrediente esencial de la épica que andamos buscando los venezolanos es la unidad estratégica, política, de propósitos, unidad para evaluar las alternativas que permitan el rescate de la libertad y asumir los riesgos que sean necesarios. 

Una coalición que exija condiciones electorales justas para garantizar la participación democráticas de todos los actores políticos. Sin esa coalición nacional sólida, responsable y verdaderamente comprometida con los intereses del país, cualquier propuesta caería en el vacío porque no está respaldada por el genuino espíritu de lucha de los venezolanos. Sin unidad, lamentablemente todo cuanto hagamos se perderá; mientras tanto, la narcotiranía seguirá usurpando el poder hasta que por fin logremos unirnos como uno solo para vencer la oscuridad en la que está sumida nuestra amada Venezuela.

Profesor Titular Emérito de la Universidad del Zulia (Venezuela)

miércoles, 3 de junio de 2020

Violencia criminal

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Bajo el pretexto del asesinato de George Floyd, ocurrido el 25 de mayo en Minneapolis, Minnesota, miles de ciudadanos han salido a las calles en varias ciudades de Estados Unidos, para protestar contra la discriminación racial practicada por los cuerpos policiales. Protestar contra la discriminación de cualquier tipo, es un asunto absolutamente legítimo por el que deben luchar los ciudadanos dentro de una sociedad democrática. Pero, en esta oportunidad, la exigencia de justicia fue rebasada  por actos violentos, saqueos y atrocidades cometidas por manifestantes que actuaron deliberadamente con un propósito diferente al que los llevó a protestar. A todas luces, puede apreciarse la intervención de “una mano peluda” que pretende desestabilizar a Estados Unidos en plena pandemia del covid-19 y, precisamente, seis meses antes de las elecciones presidenciales del 4 de noviembre próximo, en las que el presidente Trump podría reelegirse.

Atrás quedaron las lecciones que nos dejaron las manifestaciones cívicas y pacíficas protagonizadas por el reverendo Martin Luther King, a favor de los derechos de los afroamericanos; protestas, en las que sin duda hubo prepotencia y excesos por parte de los cuerpos policiales, pero los manifestantes tenían como único propósito exigir justicia a favor de una minoría segregada históricamente por el establishment norteamericano. Nunca perdieron el foco estratégico, hasta alcanzar en 1964 la aprobación de la ley de los Derechos Civiles (Civil Rigths Act), con lo cual la paz y la civilidad vencieron a la violencia racial.  

La barbarie pretende ahora debilitar a la institucionalidad democrática norteamericana, pero no podrán. Las alarmas están encendidas; el plan desestabilizador de la izquierda para acceder al poder a través del caos está develado. Es el mismo guion que se repite una y otra vez, en Ecuador, Chile y ahora en Estados Unidos, con la complicidad de la narcotiranía venezolana, el castrocomunismo cubano y la izquierda progre norteamericana y europea. Resentidos y fracasados que nos quieren hacer creer que luchan por la libertad y la justicia, cuando la verdad de sus pretensiones es la creación de un “nuevo” orden que permita la instauración del comunismo en el Occidente.

Las fuerzas demoníacas del comunismo están sueltas en el mundo; la libertad y la democracia están amenazadas. El germen del comunismo ya está plantado y cuenta con recursos suficientes, sólo esperan el momento para actuar definitivamente; por ahora, están probando, a través de ensayo y error, la reciedumbre de las instituciones democráticas y el apoyo de ciudadanos incautos y manipulables para dar el golpe que anhelan desde hace mucho tiempo.

Los ciudadanos que amamos la libertad como supremo derecho del ser humano y defendemos la democracia como un sistema político perfectible, estamos en la obligación de actuar contra el virus del comunismo, a veces disfrazado de “democracia progresista”. No perdamos más tiempo.

En circunstancias como las que hoy vive Estados Unidos, el conflicto venezolano cobra mayor relevancia, pues, queda demostrada una vez más la amenaza que representa la narcotiranía venezolana para la democracia y la seguridad del continente, no por Maduro sino por lo que está detrás. Como lo hemos repetido innumerables veces, el régimen de Maduro es una combinación peligrosa de tiranía, narcotráfico, terrorismo, guerrilla y paramilitarismo, en alianza perfecta con gobiernos, movimientos y líderes del comunismo y la ultraizquierda del mundo. Con semejante perfil, resulta obvia la intervención de la narcotiranía en los últimos episodios desestabilizadores que han sufrido varios países de la región, incluido Estados Unidos.

La narcotiranía chavista-madurista aun cuenta con recursos para financiar movimientos que se infiltran en las naciones para provocar el caos, a través de protestas alineadas con su proyecto para desestabilizar gobiernos democráticos opuestos al régimen. En el caso de Colombia, por ejemplo, la estrategia de desestabilización operada por la narcotiranía es más sutil pero igualmente peligrosa. Se trata del financiamiento de un proyecto comunicacional, en alianza con el exguerrillero Gustavo Petro, para enlodar la imagen de Uribe Vélez y desarticular el gobierno del presidente Duque. Petro jamás ha escondido su aspiración de gobernar a Colombia e implantar el comunismo que no pudo lograr con el M-19. Él trabaja sin descanso para alcanzar el objetivo, ojalá que por el bien de Colombia y de Venezuela no se materialice.

Sin ánimo de jugar a los extremismos, la amenaza de la narcotiranía venezolana es real. Se está agotando el tiempo de los comunicados diplomáticos y de las presiones internacionales. Es hora de defender con firmeza y contundencia la libertad y la democracia en América Latina y, ello tiene como condición sine qua non, la salida del régimen usurpador de Maduro. Líderes democráticos del mundo y de Latinoamérica, ustedes tienen la palabra, actúen a tiempo antes de que sea muy tarde.

Profesor Titular Emérito de la Universidad del Zulia (Venezuela)

jueves, 28 de mayo de 2020


Los buques del fracaso

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

El testimonio más evidente del fracaso de la narcotiranía venezolana, lo representan los buques iraníes cargados de gasolina que entraron al país. Los fracasos convertidos en victorias, reiterada estrategia comunicacional de la narcotiranía, es una historia del pasado. Ya nadie les cree sus mentiras; abusaron de la buena fe de venezolanos incautos que le brindaron su confianza a cambio de un mejor porvenir. ¡Chávez y Maduro son la peor estafa que país alguno en América Latina haya experimentado!

Durante el período democrático (1958-1998), el tema petrolero fue abordado con responsabilidad y continuidad administrativa, indistintamente del gobierno de turno. El presidente Betancourt (1959-1964) creó la Corporación Venezolana del Petróleo (CVP) y Venezuela fue fundadora de la OPEP, gracias al extraordinario desempeño de Juan Pablo Pérez Alfonso. El presidente Leoni (1964-1969), se esforzó en consolidar a la OPEP y fortalecer el papel del Estado en la industria petrolera, al impedir nuevas concesiones a consorcios extranjeros. De igual manera, el presidente Caldera (1969-1974) nacionalizó el gas y promulgó la ley de reversión de los bienes de la industria petrolera, primer paso para su nacionalización.

El presidente Pérez (1974-1979), nacionalizó la industria petrolera y creó Petróleos de Venezuela (PDVSA) y sus filiales. Contra todo pronóstico, el Estado venezolano administró con eficiencia la industria petrolera, haciendo más rentable el negocio del petróleo al construir las refinerías más grandes y modernas del mundo, garantizando con ello el consumo interno de gasolina y el del mercado internacional. Con el gobierno del presidente Herrera (1979-1984), la industria petrolera inició la etapa de su internacionalización, con la adquisición de la Veba Oíl en Alemania y otros centros refinadores en el mundo. De esa manera, PDVSA se convirtió en la quinta empresa más grande del mundo, con influencia notable en el negocio petrolero internacional.

Cuando Chávez llegó al poder en 1999, Venezuela era uno de los principales productores de crudo del mundo, con una producción promedio de 3.500.000 barriles al día, suficiente para exportar, refinar y atender cómodamente las necesidades de combustibles del país, con un precio que la convirtió en la gasolina más barata del planeta.

Bastó la llegada de la revolución para destruir el esfuerzo de más de 40 años. Destruyeron la industria petrolera de la que los venezolanos nos sentíamos orgullosos; una industria construida con talento nacional, meritocracia profesional y administrada con una gerencia del primer mundo. PDVSA fue secuestrada por incapaces corruptos que la transformaron en el principal botín de los líderes de la revolución y de “empresarios patriotas”, que en complicidad lograron amasar fortunas descomunales a costa de su ruina. PDVSA se convirtió en una agencia de empleos del PSUV, colocando en áreas prioritarias de la industria a personas sin conocimientos en el área petrolera pero, eso sí, fieles y rodilla en tierra con Chávez y la revolución. La corrupción criminal y la incapacidad sin límites destruyeron la gallina de los huevos de oro de Venezuela.

Resulta absolutamente incomprensible que hoy día los venezolanos no tengamos gasolina, teniendo el país con las reservas probadas de petróleo más grandes del planeta; con un parque refinador que en su tiempo fue el más moderno del mundo; con importantes alianzas financieras internacionales que posicionaron a PDVSA como una empresa eficiente y solvente; con experiencia de más de cien años en el manejo del petróleo; a pesar de todo ello, la narcotiranía destruyó nuestra principal riqueza, y hoy celebran la llegada de gasolina importada de Irán, cuando antes de la revolución éramos exportadores de gasolina y lubricantes de primera calidad.

Y lo más insólito, dolarizaron el precio de la gasolina cuando siempre se  rasgaron las vestiduras por gasolina barata para el pueblo ¡Hipócritas, delincuentes de cuello rojo! Sépanlo todos, la importación de gasolina iraní, además, de ser uno de los fracasos más estruendosos de la narcotiranía, no soluciona el problema de fondo; porque la cantidad de gasolina es poca y está reservada sólo para los militares y las mafias para sigan haciendo sus corruptelas, vendiendo la gasolina con un precio superior a la de los de Estados Unidos y Colombia.

A la narcotiranía jamás le ha importado los sufrimientos de los venezolanos; lo único importante ha sido la destrucción del país y hacer negocios para llenar con dinero sucio, lleno de sangre, hambre y dolor, sus bolsillos que todavía no terminan de saciarse.

Chávez y su sucesor se negaron a implementar ajustes progresivos del precio de la gasolina, hoy los venezolanos pagamos los platos rotos de la narcodictadura. En circunstancias de devastación nacional, el régimen va a oficializar la dolarización de la gasolina para seguir exprimiendo los bolsillos rotos de los venezolanos; el drama de la gasolina sólo terminará cuando esta mafia criminal abandone el poder usurpado. Con ellos en el poder nunca podremos vivir bien.

Profesor Titular Emérito de la Universidad del Zulia (LUZ)

sábado, 16 de mayo de 2020

Gobernar con y después de la pandemia

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

La pandemia del Covid-19 ha puesto a prueba la capacidad de los gobiernos del mundo para combatir un virus que ha paralizado al planeta, dejando consecuencias y nuevas perspectivas que requerirán especial atención por parte de los gobernantes y de la sociedad en general. Durante la emergencia sanitaria, ciertos gobiernos han sobresalido por su eficiente desempeño para contener la propagación del virus y evitar lamentables pérdidas humanas, como son los de Taiwán, Alemania, Nueva Zelanda, Dinamarca, Noruega, entre los más relevantes, coincidencialmente todos gobernados por mujeres. Otros, por el contrario, han desafiado los efectos de la pandemia, cometiendo errores que sus países probablemente vayan a pagar muy caro.

En estos momentos, las gestiones gubernamentales  están centradas básicamente en la difusión de intensas campañas informativas para impedir el avance del virus; ampliar y equipar instalaciones hospitalarias con insumos médicos y con la tecnología requerida para combatir la enfermedad; y, distribuir apoyos económicos (bonos contra el desempleo, alimentos, exoneraciones de pagos de servicios esenciales, créditos con cero intereses, etc.) a los sectores más vulnerables o a los más afectados por la pandemia.

Los gobiernos que están actuando responsablemente durante esta contingencia están siendo reconocidos por la opinión pública y por los ciudadanos-electores; lamentablemente, este reconocimiento tendrá una duración efímera en la mente colectiva. Los gobernantes que piensen que su correcta gestión durante la emergencia sanitaria, es suficiente aval para mantener la popularidad y granjearse el apoyo de los electores, están lejos de la realidad. Apenas regrese la “nueva normalidad”, los problemas generados por la pandemia se agravarán, dando inicio a la etapa más difícil para los gobiernos, su verdadera prueba de fuego. De la actuación post-pandemia dependerá, en gran medida, el éxito o el fracaso de gobiernos sometidos a una realidad inédita que demandan cambios y políticas efectivas, novedosas y suficientemente equilibradas para satisfacer la mayor cantidad posible de las demandas que aflorarán como hierba.

En los próximos meses, con circunstancias donde la prioridad es cómo sobrevivir en una crisis con pronósticos catastróficos, sólo dolerán los muertos propios porque los ajenos serán sólo un mal recuerdo del pasado. Atrás quedarán los esfuerzos para combatir el coronavirus; ahora lo realmente importante para  los ciudadanos-electores, es cómo el gobierno puede potenciar la economía para crear nuevos empleos y recuperar los que se perdieron; cómo hacer para no aumentar los impuestos; y, cómo frenar escenarios de inflación, escasez y devaluación, que van a afectar directamente el bolsillo de los electores. Ese es el gran reto que deben enfrentar los gobiernos en los próximos meses; el gobierno que no lo haga afrontará serios problemas.

Ello explica, por ejemplo, la insistencia del presidente Trump de reactivar cuanto antes la economía norteamericana, a pesar de las recomendaciones de expertos epidemiológicos; porque él sabe que de ello depende en gran parte su reelección en noviembre de este año. Antes de la pandemia, pocos ponían en duda la reelección de Donald Trump; existían suficientes razones para apostar por su victoria: una economía en franco crecimiento, con la menor tasa de desempleo en los últimos 50 años, la percepción generalizada del regreso de la grandeza americana y, para completar el panorama, los demócratas divididos y con actuaciones muy erráticas. Las cosas han podido cambiar; por ello, el gran reto que tiene Trump por delante es reactivar la economía o, cuando menos, vender la esperanza que él tiene más capacidad que el oponente demócrata para salir airoso de una crisis que, por los momentos, ha dejado a más de 26 millones de desempleados, la cifra más alta desde la gran depresión de 1930. Si Trump orienta su campaña en esa dirección, la probabilidad que se reelija será mayor.

La era post-covid-19 es una encrucijada que exige sabiduría de los gobernantes y paciencia de los ciudadanos. Los gobiernos tendrán que tomar decisiones audaces que requieren el mayor consenso político posible para que produzcan los resultados esperados por los ciudadanos; ello supone que los gobernantes que pretendan ser exitosos tendrán que dejar atrás actitudes autoritarias, ideologías sectarias y caprichos personales que obstaculicen la necesaria participación de los diferentes sectores nacionales, tanto en el diseño como en la implementación de un plan de reactivación económica y de protección social de las poblaciones más vulnerables.

El gobernante que crea, además, ser un superhéroe para solucionar la crisis de su país a través de su infalible capacidad, perdió el sentido común y, con seguridad, arrastrará a sus conciudadanos a una tragedia peor. En momentos cruciales como los que vive la humanidad, los gobiernos están en la obligación de convocar la unidad nacional para que los planes de emergencia aseguren la viabilidad requerida, en el entendido que las ganancias a las que aspiran unos conllevarán pérdidas para otros. Es el momento de hacer la política comprometida con los verdaderos intereses de los ciudadanos y del país, como aquella que hicieron los líderes de la segunda postguerra mundial.

Profesor Titular Emérito de la Universidad del Zulia (Venezuela)

miércoles, 6 de mayo de 2020

Venezuela cerca o lejos de la libertad

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Ambas percepciones conviven en la trágica situación del país. Con mayor frecuencia que la que deseamos, sentimos estar lejos de la ansiada libertad; pero a veces llegan ráfagas de aire fresco que nos llenan de esperanza porque el final está cerca y podemos transitar el tortuoso camino de la reconstrucción de Venezuela.

La realidad es que a la inmensa mayoría de los venezolanos nos gana la incertidumbre, porque a ciencia cierta nadie sabe lo que pueda ocurrir en Venezuela en el corto plazo. Sin duda, hemos logrado importantes avances en la lucha para liberar al país de la narcotiranía de Maduro, pero aún los resultados no permiten tener claridad acerca de cuándo y cómo terminará la peor pesadilla que país alguno haya sufrido en Latinoamérica.

En plena pandemia del Covid-19, el país recibió noticias auspiciosas que ayudan a poner fin a la narcotiranía; la acusación criminal de Maduro y de varios de su séquito como narcotraficantes, aumentó la presión internacional al judicializar delitos del régimen contra la seguridad nacional de USA y de la región. Inmediatamente, la administración Trump envió una misión naval al Caribe con el propósito de combatir el tráfico de drogas que sale desde Venezuela, para terminar de quitarle el oxígeno vital que sostiene a la narcotiranía. Fueron días muy movidos y con esperanzas renovadas.

Simultáneamente, como diría el presidente López Obrador, la pandemia del coronavirus llegó como anillo al dedo a la narcotiranía madurista. Aprovechando la forzosa cuarentena, inmovilizó al país para evitar una rebelión popular por la escasez casi total de gasolina. Incrementó el control social para alargar la sobrevivencia agónica del régimen, a pesar de la destrucción de la economía y el colapso estruendoso de los servicios públicos (electricidad, agua potable, gas doméstico, etc.); intensificó la violación de los derechos humanos, como la libertad de expresión, encarcelando a más periodistas que en otras oportunidades anteriores. La oposición ha sentido en sus hombros la feroz persecución de los cuerpos de seguridad para desarticularla y aniquilarla definitivamente; los laboratorios del G2 cubano y de tarifados “opositores” del teclado han estado más activos que nunca, difundiendo falsas noticias sobre el presidente Guaidó y el gobierno interino para asesinar la fe y la esperanza de un pueblo, que sigue aferrado a la búsqueda de la libertad y de un mejor porvenir para los venezolanos.

Pero la verdad más dolorosa es que el virus de la narcotiranía ha asesinado a muchos más venezolanos que el propio coronavirus, del que cínicamente dicen protegernos. Las muertes por asesinatos en manos de las FAES, los motines carcelarios y la masacre de los posibles invasores, desnuda con mayor fuerza la vocación criminal y genocida de este régimen. Con la cuarentena anuncian la protección de la salud del pueblo venezolano, pero en la realidad persiguen, torturan y asesinan a venezolanos inocentes, violando flagrantemente el derecho supremo de la vida.

Ahora el régimen muestra al mundo su nuevo mejor amigo, el régimen iraní. Una alianza que además de la entrega servil de nuestras refinerías a consorcios de ese país, garantiza la expansión y consolidación de grupos terroristas, como Hezzbollah, en el territorio nacional, como un escudo de protección a la revolución chavista-madurista frente a una eventual intervención internacional. De esta manera se reafirma la tríada en la que el régimen basa su poder: genocidio, narcotráfico y terrorismo.   

Con este dantesco panorama, la percepción de la lejanía de la libertad se acentúa, y con ella aparece otra vez la desesperanza y la anomia que tanto daño nos hace y nos sigue haciendo. Pero también es cierto que, con el transcurrir de los días, se hace más evidente que la narcotiranía no sólo es responsable de la muerte y la destrucción de Venezuela, sino que representa una real amenaza para la libertad, la democracia y la seguridad de Estados Unidos y de la región latinoamericana y, ello sin duda, son indicadores positivos que pueden acercar la llegada de la libertad a nuestro país.

Los días por venir seguirán siendo muy difíciles; no podemos perder la esperanza y la fe, porque más temprano que tarde los venezolanos festejaremos la liberación del país, liderado por un gobierno transitorio que erija  las bases institucionales, política y económicas para reconstruir a Venezuela y a todo su tejido social para  felicidad de los venezolanos de buena voluntad.

Profesor Titular Emérito de la Universidad del Zulia (Venezuela)

lunes, 27 de abril de 2020

El dolor de la diáspora

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Durante estos largos días de cuarentena leí la última novela de Isabel Allende “Largo pétalo de mar”, en la que narra los sufrimientos de una familia española que, debido a sus creencias republicanas,  debió emigrar a Chile en plena guerra civil de España, gracias a gestiones realizadas por Pablo Neruda, diplomático del gobierno chileno de la época. Esa familia, al igual que millones de españoles, sufrió hambre, enfermedades, abusos y mal tratos en su tortuoso peregrinaje hasta llegar a su nueva patria, un país que para 1936 era desconocido para la mayoría de los europeos.

Leyendo la novela de la escritora chilena, llegaron a mi mente imágenes desgarradoras del dolor que está sufriendo la diáspora venezolana, especialmente, los que han emigrado a los países más cercanos como Colombia, Ecuador y Perú. Nada justifica los sufrimientos de nuestros hermanos en tierras extranjeras. Por solidaridad y respeto a la dignidad humana, los migrantes venezolanas merecen ser atendidos con la urgencia que el caso amerita.

Cuando el mundo clama por solidaridad y justicia en búsqueda de esfuerzos y voluntades para mitigar la crisis generada  por la pandemia del Covid-19, observamos con estupor cómo los venezolanos son víctimas de una xenofobia brutal en países hermanos, como es el caso especialísimo de Perú; siendo estas acciones promovidas en muchos casos por las propias autoridades de esos países. Los venezolanos están siendo echados a la calle al no poder pagar la renta de sus viviendas porque han perdido sus empleos; no tienen qué comer y deambulan por calles y refugios en búsqueda de alimentos para no morirse de hambre; están desprovistos de servicios médicos básicos; reciben ataques y ofensas que denigran su dignidad como seres humanos; están expuestos más que otros grupos de la población a contagiarse con el virus chino, poniendo en riesgo su salud, la de su familia y la de las personas de su entorno. Y cuando deciden regresar al país, la dictadura de Maduro se burla y los engaña en su buena fe, haciéndonos creer que les preocupa su situación, cuando la verdad es que sólo les importa el poder, no importa lo que tenga que hacer para mantenerlo.

La tragedia de los migrantes venezolanos no tiene parangón en la historia latinoamericana. Nunca antes habíamos presenciado tanto ensañamiento  contra algún grupo de migrantes. Duele decirlo, porque históricamente Venezuela fue un país que recibió con los brazos abiertos a extranjeros que venían de todas partes del mundo. Aquí encontraron trabajo, educación, salud y las manos generosas de un país amigo, que hizo que se sintieran  más venezolanos que los propios que nacimos en esta tierra de gracia.

Isabel Allende plantea de una manera magistral la solidaridad de Venezuela con los migrantes, al describir el segundo exilio que debieron sufrir Víctor Dalmau y Roser Bruguera, personajes centrales de su novela, debido al golpe de Estado de Pinochet en 1973. “Venezuela recibió a Víctor con la misma despreocupada generosidad con que acogía a millares de inmigrantes de varios lugares del mundo y más recientemente a los refugiados de la dictadura de Chile y de la guerra sucia de Argentina y Uruguay, además de los colombianos que cruzaban las fronteras sin permiso escapando de la pobreza…Se vivía alegremente, de parranda en parranda, con gran libertad y un profundo sentido igualitario”.

Después de haber leído tan hermosas palabras sobre nuestro país, nos cuesta comprender más la xenofobia en contra de los venezolanos. Ahora que la pobreza y el hambre se apoderan del país, los venezolanos son despreciados por países que en otrora le tendimos las manos cuando buscaban ayuda para aliviar su miseria, o la libertad que en sus países les era negada. Debemos levantar nuestras voces para denunciar con firmeza los atropellos de los que son víctimas los venezolanos en países vecinos. Sin duda, es una situación injusta que desdice de la humanidad de algunos de nuestros hermanos latinoamericanos.

Este es un tema tan doloroso que exige la actuación urgente del gobierno interino del presidente Guaidó. Es momento de tomar acciones concretas en alianza con los gobiernos democráticos de la región, como aumentar y distribuir con eficiencia y probidad la ayuda humanitaria para apoyar a los migrantes; establecer normas explícitas que castiguen las conductas xenofóbicas; implementar políticas preferenciales para proteger a niños y ancianos; activar la atención permanente de embajadas y consulados del gobierno interino de Venezuela en Colombia, Ecuador, Perú y en el resto de los países de la región; sin olvidar  que estas acciones sólo sirven para paliar la trágica situación de los migrantes venezolanos, porque la acción principal, la más importante, es lograr la salida del régimen para implantar un gobierno de emergencia y unidad nacional, y ese supremo objetivo sólo podremos lograrlo con la ayuda decidida y contundente de nuestros aliados de América Latina, Europa y Estados Unidos.

Los países democráticos de la región saben que la única manera de poner fin a los problemas económicos, de seguridad y de salud pública generados por los migrantes venezolanos en sus países, es sacar al narco dictador y liberar a Venezuela de la tragedia más espantosa que país alguno de la región ha vivido en toda su historia republicana.

Profesor Titular Emérito de la Universidad del Zulia (Venezuela)

jueves, 23 de abril de 2020

Encrucijada en la pandemia

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

A raíz de la pandemia del Covid-19, la mayoría de los gobiernos del mundo debaten acerca de cuál es la prioridad que deben atender durante la crisis sanitaria y económica que tiene paralizado a gran parte del mundo. Seguramente, la prioridad seleccionada estará en sintonía con la ideología de los gobernantes. En todo caso, el debate se centra entre la ayuda a las poblaciones más afectadas por la pandemia y/o la protección de la economía para frenar las devastadoras consecuencias de la crisis, ambas opciones perfectamente válidas.

Pero en circunstancias tan difíciles como las que experimenta el mundo, apostar por posiciones radicales resulta a todas luces contraproducente. Los gobiernos populistas tienden a creer que la prioridad son los pobres y los grupos vulnerables a quienes deben ayudar con recursos públicos para paliar las dificultades de la emergencia; en este caso, las empresas privadas, consideradas como una élite privilegiada, deben enfrentar la crisis con recursos propios. Por el contrario, los gobiernos que defienden postulados de derecha creen que la prioridad es la economía antes que la salud y protección de los más necesitados, a fin de garantizar un crecimiento que permita minimizar el impacto de la crisis generada por la pandemia.

Si alguna lección debemos aprender de esta pandemia planetaria, es la construcción de una economía diferente en la que las finanzas mundiales  deban impulsar acciones efectivas para crear empleos sostenibles, crecimiento verde y una forma distinta de vida, porque la salud de las personas y la salud del mundo son una misma cosa. Para ello es necesario tener una concepción clara de la  importancia tanto de los trabajadores como de los empleadores privados. Ambos pilares fundamentales para alcanzar el bienestar que los ciudadanos merecen dentro de una sociedad más democrática, justa y solidaria.

Si los gobiernos se empeñan obstinadamente en destinar gran parte de sus recursos para aliviar las carencias de los más necesitados, olvidando la capacidad de las empresas para generar empleos, tendremos un escenario mucho más desolador porque los programas sociales y políticas asistencialistas no son suficientes para combatir la pobreza; es vital la creación y protección de empleos productivos, de calidad y bien remunerados que sólo pueden ser generados por el sector privado de la economía, el cual requiere del apoyo económico y fiscal, y respeto institucional de los gobiernos para contribuir con el mejoramiento progresivo de la economía.

Por lo menos a nivel teórico, la cuestión parece mucho más sencilla dilucidarla. Con empresas quebradas no hay empleos, ni tampoco impuestos para que los gobiernos dispongan de recursos para programas y obras sociales que beneficien a los más pobres. En consecuencia, el sentido común aconseja que, frente a una crisis de grandes proporciones como la actual, los gobiernos deban apoyar a la empresa privada para disminuir los niveles de desempleo, pobreza y violencia que tienden a crecer en circunstancias de adversidad.

No se trata de defender o aplicar medidas neoliberales, de lo que se trata en definitiva es comprender que el trabajo productivo es el único mecanismo para generar riquezas, porque no se puede distribuir lo que no se tiene. Ciertamente, es necesario implementar programas sociales que contribuyan a aliviar las carencias materiales de los más pobres, es una cuestión de solidaridad y dignidad humana. Lo que no puede aceptarse es que gobiernos con apetencias electorales y clientelistas pretendan profundizar las desigualdades sociales con programas de asistencia social que lejos de disminuir la pobreza, la aumentan en mayores proporciones que cuando llegaron al poder.

En aras de mantener la gobernanza en los difíciles tiempos por venir, se hace impostergable un entendimiento sólido, responsable y permanente entre los gobiernos y el sector privado de la economía, con el propósito de nutrir un debate deslastrado de dogmas y prejuicios para que ganemos todos.

Este es un tema crucial en el corto y mediano plazo, pues, la crisis generada por la pandemia del covid-19 traerá consecuencias no sólo económicas, sino también políticas y culturales. Aquellos gobernantes que sean capaces de aplicar políticas con una visión de estadistas, tendrán mayor probabilidad de mantenerse en el poder y coronar con éxito, que aquellos gobernantes que están trabajando a favor de sus ideologías y sus apetencias electorales, dejando a un lado los supremos intereses de sus naciones.

Profesor Titular Emeritus de la Universidad del Zulia (Venezuela)

lunes, 6 de abril de 2020


Incertidumbre en tiempos de pandemia

Efraín Rincón Marroquín (EfrainRincon17)

Probablemente la incertidumbre sea la palabra que mejor defina la cuarentena que el mundo vive por la pandemia del Covid-19. Existe incertidumbre en el presente para enfrentar un virus letal que nos tomó por sorpresa y tiene de rodillas al mundo entero; e incertidumbre en el futuro porque desconocemos las consecuencias al finalizar la contingencia planetaria. ¿Qué pasará?, es la pregunta que todos nos hacemos a lo largo y ancho del globo terráqueo.

Los análisis prospectivos plantean escenarios catastróficos en la economía mundial. De acuerdo al Fondo Monetario Internacional, la economía mundial se reducirá en un tercio; en el caso concreto de Estados Unidos, se estima que su economía caerá entre -3% a -7%, mientras que la Unión Europea caerá en -1.8%. El mundo experimentará una recesión económica peor que la del 2008, requiriéndose más de 2,5 billones de dólares para hacerle frente a la crisis. Ello implicará un crecimiento significativo de la deuda global, ubicándose en 253 mil millones de dólares la deuda de USA y de China.  Las previsiones son peores que lo estimado antes de la pandemia, lo cual obliga el replanteamiento de las economías y del modelo de globalización imperante hasta el momento. Definitivamente, el mundo ya no será igual al que teníamos antes de la llegada del coronavirus.

El panorama para América Latina es aún más desolador, agravado por el hecho que somos la región con mayores desigualdades en el mundo. Se estima que, después de la pandemia, la pobreza pasará en promedio de 186 millones a 220 millones de personas, esto es, un incremento de 20% aproximadamente; asimismo, la pobreza extrema crecerá en 23 millones de personas, pasando de 68 millones a 91 millones. Ello debido, en gran parte, a la pérdida de empleos y de ingresos que afectará tanto a los sectores populares que laboran en la informalidad que ocupa en promedio el 36% del mercado laboral, como al 30% de la clase media que es parte de la economía formal. En el segmento de los millenials el desempleo podría ubicarse en un 48%, alejando las oportunidades de una mejor calidad de vida para los jóvenes latinoamericanos.

Otro aspecto que agravaría la situación social y económica de América Latina, es el hecho que el sector con mayor crecimiento mundial, como es la tecnología, es al que la región le invierte menos, calculándose sólo en 1.9% la inversión global latinoamericana en la tecnología mundial. Ello supondría una mayor dependencia en el comercio de materias primas, cuyo valor agregado es de apenas del 5%. La inversión en las tecnologías podría disminuir debido a un mayor desembolso del gasto público en salud y en otras áreas inherentes al combate de la pandemia del Covid-19.

Este dantesco panorama, sin duda, tendrá serias repercusiones en la gobernanza de la región y del mundo, pues, muchos gobiernos les tocará manejar situaciones inéditas que pueden comprometer su desempeño. En una crisis de estas dimensiones, parece normal volver a políticas keynesianas, a través de las cuales el Estado asume un mayor control sobre la economía, en aras de mantener y crear empleos que puedan palear los estragos de la crisis, pudiéndose generar gobiernos con una visión más nacionalista o proteccionista que afectan la globalización de la política. Frente a la fragilidad y vulnerabilidad de las sociedades latinoamericanas esta tentación puede ganar muchos adeptos, derivando en más populismo y corrupción, enemigos históricos de la democracia latinoamericana.

Sin duda vienen tiempos muy difíciles que traerán profundos cambios a los que la inteligencia humana deberá enfrentar. El éxito para superar la crisis no dependerá exclusivamente de los esfuerzos de los gobiernos, será necesario el apoyo financiero de organismos multilaterales, la concienciación y participación ciudadana frente a los nuevos retos y la voluntad política de gobernantes y empresarios para colocar como prioridad los intereses de los países, por encima de las apetencias personales y grupales que en nada contribuyen con la búsqueda de soluciones efectivas, para enfrentar la peor crisis que la humanidad ha vivido después de la segunda guerra mundial.

Frente a un escenario tan pesimista como el que vamos a enfrentar en el futuro próximo, necesariamente debemos llenarnos  de optimismo, confiar nuevamente que en tiempos de desgracias, la inteligencia humana está al servicio de causas nobles que mitiguen progresivamente los sufrimientos de la humanidad.

En tal sentido, en palabras del Dr. Edgar Jiménez, eminente analista latinoamericano, para enfrentar la actual crisis es necesario invocar y practicar una Cultura de Solidaridad Internacional que rompa los muros de nacionalismos trasnochados, y una integración y globalización de la esperanza. Dos virtudes humanas que siguen siendo mecanismos poderosos para vencer las dificultades, incluyendo las de naturaleza política y económica.

En la medida que los países más poderosos del planeta (G20) y los organismos multilaterales implementen programas de cooperación financiera y técnica a los países más vulnerables, invocando el espíritu de la solidaridad mundial, estaremos más cerca de la solución de la crisis, impregnando el ambiente mundial de la esperanza que nos regala las fuerzas y las capacidades para construir una mejor sociedad sobre las ruinas que dejó el Covid-19.   

Profesor Titular Emeritus de la Universidad del Zulia (Venezuela)