jueves, 25 de julio de 2013

La oposición dentro de la oposición


La oposición dentro de la oposición

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

En días pasados mientras hablaba con un amigo sobre la política venezolana, percibí un marcado desencanto en sus opiniones y una crítica bastante exaltada sobre la actuación de la Mesa de la Unidad Democrática. Al oírlo dudé si estaba hablando con un oficialista o con alguien que, manifestándose opositor, apuesta al fracaso de la alternativa democrática. Insólito, pero todavía encontramos casos como este amigo. No quiero ser cómplice ni alcahuete de los errores del liderazgo democrático, pero me resisto a erigirme como juez supremo incapaz de apreciar los avances significativos que ha tenido la oposición venezolana en los últimos años, a pesar de las dificultades de estos tiempos.

Existe una minoría que no ha entendido la gravedad de la situación del país. Lo primero es estar convencidos que ésta es una lucha entre dos modelos antagónicos; dos visiones de país que difícilmente podrán acordarse porque la existencia de un sector impide que el otro exista. Es una lucha suma cero en la que las percepciones e intereses particulares, no tienen derecho a malograr todo el esfuerzo realizado por la unidad democrática. En circunstancias tan complejas, cuando la democracia se agota progresivamente, lo mínimo que debe privar entre los que nos oponemos a este régimen autoritario, corrupto e ineficiente, es la comprensión, la prudencia y el desprendimiento. Antes que criticar para destruir es necesario opinar para construir; antes que dividir es necesario sumar, pensando que la unidad, con todas sus debilidades, sigue siendo la principal virtud de la oposición; y, antes de abstenerse y pensar que todo está perdido, urge salir a votar masivamente y demostrar que somos mayoría. Habrá quienes digan que no vale la pena votar el 8-D porque la trampa está montada; pues, si el 14 de abril no hubiésemos salido a votar como lo hicimos, a Maduro lo hubiesen proclamado con una diferencia muchísimo mayor de votos y nunca hubiéramos tenido certeza de las irregularidades de esos comicios ni de la ilegitimidad del gobierno. Cada día conocemos más al monstruo por dentro y podemos prepararnos mejor para continuar la lucha y transitar el cambio que está más cerca.

Quienes desconozcan los esfuerzos acometidos por Henrique Capriles y por los partidos de la MUD para construir una verdadera unidad en la diversidad, están más cerca del adversario que de los aliados; quienes se sientan a dictar cátedra acerca de los errores, debilidades y defectos de los candidatos de la unidad para el 8-D, están haciéndole el juego al oficialismo, en su diabólica pretensión de destruir este país. No olvidemos que el escenario electoral es una vía para alcanzar el propósito pero no es un fin en sí mismo. Lo que debe convocarnos es la política en grande; la definición de estrategias que vayan minando las bases del adversario y nos permitan ir ganando la confianza y la fe de más venezolanos para llegar al poder democráticamente. Estoy convencido que en esta parodia democrática, la competencia abierta entre oponentes, no es posible a pesar de su legitimidad; ya vendrán mejores tiempos donde el ejercicio de la política esté orientado por el respeto entre adversarios y no entre enemigos a los que deben destruirse. 

La división entre los aliados es una ruta que oscurece el panorama; un mecanismo que destruye todo cuanto se ha hecho y nos aleja de la meta trazada. Convirtiéndonos en opositores de la oposición, el oficialismo terminará montando una fiesta con el llanto de nuestra desgracia.

Publicado en Versión Final el 26-07-2013

miércoles, 17 de julio de 2013

El olvido del líder


El olvido del líder

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

“La naturaleza de los hombres soberbios y viles es mostrarse insolentes en la prosperidad y abyectos y humildes en la adversidad” Nicolás Maquiavelo

Una democracia fuerte y saludable descansa en instituciones autónomas y respetuosas de la Constitución y las leyes, y en ciudadanos conscientes de sus derechos y deberes, con suficiente capacidad para elegir buenos gobernantes. Así las cosas, la democracia puede resistir las crisis propias de un mundo tan complejo como el que vivimos actualmente, prevaleciendo el orden social. Los verdaderos líderes democráticos promueven y defienden instituciones y ciudadanos libres que conviven en una sociedad donde el respeto y la pluralidad de ideas se constituyen en rasgos que las distinguen de las demás.

Los regímenes autoritarios o totalitarios, por el contrario, desprecian esta visión de la política, resaltando el culto exacerbado a la personalidad del líder, a quien le endosan virtudes que lo asocian con la inmortalidad. El líder autoritario apela al populismo, al chantaje, al control absoluto de los poderes y a la división de la sociedad para demostrar su fuerza e inderrotabilidad. El carisma personal acompañado de la teatralidad permanente, son también herramientas utilizadas por algunos de ellos. Se mueven entre el miedo que provocan entre sus enemigos y el fanatismo de aquellos que lo sienten como su benefactor. Pero cuando los beneficios materiales desaparecen por la pérdida física del líder, entonces, lo que era frenesí incontenible, un verdadero huracán de pasiones, se transforma en desesperanza, frustración y, lo que es más cruel, en olvido hacia ese líder que creyó estar conectado afectiva y emocionalmente con el pueblo, cuando su relación era meramente utilitaria. El olvido es la peor venganza del pueblo hacia el líder que, creyéndose omnipotente e insustituible, vivió sólo para defender sus ideas e intereses y no los del pueblo que decía amar.

Dicen que el tiempo lo olvida todo, hasta aquello que parecía eterno. No hay conspiración propagandística más fuerte que el olvido de la gente; es un arma más poderosa que la imposición avasallante de recordar por la fuerza a alguien que ya no es el corazón de su patria.

Los líderes para siempre son aquellos recordados con respeto, admiración y cariño por todos, sin diferencias de ninguna índole. Son admirados como hombres y mujeres que, con virtudes y defectos, su lucha estuvo acompañada por nobles propósitos que engrandecieron a sus naciones, esperando como recompensa sólo la felicidad de sus conciudadanos. Son líderes que traspasaron las fronteras de su país, para convertirse en íconos universales. Ejemplos como   Simón Bolívar, que luchó hasta su muerte por la libertad de naciones hermanas contra el yugo español, cuyo título más honroso fue el de Libertador; Nelson Mandela (Madiba), que logró unir una nación perversamente dividida por el apartheid, practicando la humildad para inspirar la grandeza de Sudáfrica;  Mahatma Gandhi (Alma Grande), que hizo de la paz el camino de La India para combatir la dominación británica; y otros tantos líderes que dejaron a un lado la egolatría, la vanidad, la riqueza y el odio para transformarse en verdaderos testimonios de un mundo más justo y humano, donde la libertad y la dignidad del ser humano estén por encima de las miserias que frecuentemente practicamos los seres humanos. Esos líderes serán recordados con el pasar de los tiempos, porque son inmunes al olvido.
Publicado en Versión Final el 19-07-2013  

jueves, 11 de julio de 2013

Jóvenes: no pierdan la fe


Jóvenes: no pierdan la fe

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Así como los años 80 del siglo pasado, fueron catalogados como la década pérdida para Latinoamérica, los primeros trece años del siglo XXI pueden considerarse el tiempo perdido para la juventud venezolana. Atrás quedaron las promesas de cambio, justicia y progreso pregonadas por los líderes de la revolución bolivariana en las postrimerías del siglo XX. Lo que despertó el huracán revolucionario entre nuestros jóvenes, es apenas hoy una tímida brisa que no produce pasión alguna, sólo el grito ensordecedor del engaño y la manipulación que han sufrido los jóvenes venezolanos, por parte de una minoría corrupta que les hipotecó su futuro y las posibilidades de convertirse en hombres y mujeres útiles a su patria y a su familia.

Un país donde los jóvenes no cuentan con las condiciones necesarias para ofrecer su talento y capacidades en pro del engrandecimiento de la sociedad, es un país que está funcionando muy mal. Un país que no construye presente para garantizar un futuro mejor, está condenado al fracaso. La deuda de esta revolución con nuestros jóvenes es impagable; les corresponderá a los líderes democráticos asumir esta dura tarea y convencerlos que vale la pena apostar por un sueño que les permita vivir en un país donde ellos sean los protagonistas de las cosas buenas por venir.

Es lamentable ver a tantos jóvenes desperdiciando sus vidas porque no tienen un empleo productivo, estable y bien remunerado, o no cuentan con el apoyo necesario para iniciar un emprendimiento que les satisfaga sus aspiraciones profesionales y su contribución con el progreso del país. Hoy es común oír a los jóvenes decir que aquí no hay nada que hacer, que es preferible irse al extranjero, aunque eso signifique enfrentar dificultades pero con la esperanza que podrá irles mejor que en Venezuela. Cuando les preguntó a mis estudiantes de la universidad cómo ven la situación del país, sus respuestas son tan dramáticas que con frecuencia no encuentro razones para restarle fuerza a tan legítimos reproches. La inmensa mayoría quiere dejar el país porque aquí no hay futuro, no existen motivos suficientes para sembrarse en la tierra que los vio nacer. Mientras tanto, Venezuela sigue perdiendo talentos en las diferentes áreas del quehacer profesional, aprovechándolos otras naciones que han visto crecer sus empresas y negocios gracias al brillante desempeño de nuestros profesionales y científicos.

Venezuela necesita hoy más que nunca del talento, la inteligencia y creatividad de nuestros muchachos para construir la sociedad que anhelamos: libre y con oportunidades y progreso para todos. Es momento de poner nuestra atención a los jóvenes y convencerlos que, a pesar de las frustraciones e injusticias, este país sólo puede cambiar si ellos participan con la pasión que los caracteriza en la lucha de todos los días en las calles, universidades, hogares, barrios y sitios donde se reúnen. Cada minuto cuenta para poner fin a esta pesadilla que les niega la oportunidad de convertirse en los verdaderos líderes de la nueva Venezuela que está a punto de despertar. Para cuando ese día llegue, nuestros jóvenes deben estar preparados para asumir con fe y valentía la difícil tarea de abrir los caminos de una nación que logró vencer la oscuridad y la mentira de los mediocres y corruptos. Es oportuno recordarle a los jóvenes el excelente testimonio de perseverancia y constancia de Steve Jobs, al afirmar: “A veces la vida te pegará en la cabeza con un ladrillo. Pero no pierdas la fe”.
Publicado en Versión Final el 12-07-2013

jueves, 4 de julio de 2013

Deficit de Valores


Déficit de Valores

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

La violencia y la agresividad se instalaron en Venezuela para quedarse. Nos costará mucho neutralizar el profundo daño que le están haciendo a las nuevas generaciones de venezolanos. Estamos frente a un país que progresivamente ha perdido valores fundamentales que garanticen la sana convivencia social; las noticias diarias acerca de actos de pedofilia, crímenes dantescos, violencia doméstica, intolerancia social, se están convirtiendo en un rasgo distintivo de una sociedad que, como la venezolana, fue ejemplo de tolerancia, buenas costumbres y respeto por el prójimo.

¿Qué ocurrió para estar viviendo en esta violencia extrema? La respuesta es compleja, pero me atrevería a señalar una causa muy poderosa: el concepto de familia que con tanto celo construimos ya no existe. Los venezolanos cultivamos la unidad de la familia, bajo el liderazgo de padres que transmitían con su testimonio los valores que guiaban nuestras vidas. El respeto por Dios y la religión, el trabajo, las buenas normas de educación, la honestidad, la obediencia, la superación, eran valores comunes en cualquier familia venezolana, indistintamente de su situación socio-económica. Acompañados de la familia, los venezolanos contábamos con maestros dedicados y solventes moralmente. Ellos completaban en la escuela la tarea que les compete principalmente a los padres: formar hombres y mujeres de bien, al servicio de su familia, la comunidad y el país. Hasta no hace mucho tiempo atrás, los venezolanos estábamos blindados por familias estructuradas y conscientes de su rol, y por maestros que tenían muy claro cuál era su responsabilidad en el desarrollo de una sociedad de verdaderos ciudadanos. Eso no significaba que no existiesen delitos y hechos de violencia, ni mucho menos que todo era perfecto, pero existían valores que impedían la vertiginosa descomposición moral que empieza hacerse costumbre entre nosotros, destacándose el poco valor que tenemos por la vida y por la dignidad del ser humano.

Pero no podemos obviar un dato interesante. En cualquier sociedad organizada, el Estado y quienes lo representan, se constituyen en referencia fundamental para moldear el tipo de sociedad que queremos y los valores predominantes dentro de la misma. Lo que hemos visto y escuchado por espacio de 15 años se parece mucho a la descomposición social y moral que nos está aniquilando como nación. Los líderes de la revolución han utilizado un lenguaje vulgar e irrespetuoso para tratar de justificar su ideología. Abusando del poder ofenden, maldicen, vilipendian, manipulan, roban, engañan y mienten permanentemente. Esta revolución no tiene idea del significado del respeto, la tolerancia y la honorabilidad; es un gobierno de forajidos. Han dicho que robar no es delito cuando se tiene hambre; expresan sin rubor alguno que todo cuanto se diga y se haga para defender la revolución está justificado, no importa que eso signifique destruir más de la mitad del país. Pretenden crear una estructura educativa al servicio de una ideología y en perjuicio del cultivo de valores ciudadanos para niños y adolescentes. Le dan cizaña al “pueblo” para que actúe con violencia en contra de sus propios hermanos. Con tanta parafernalia jurídica, han establecido una sociedad donde los supuestos derechos están divorciados de los deberes ciudadanos, cultivando la anarquía al eliminar la prédica que dice que nuestros derechos terminan donde empiezan los de los demás. Para la revolución, el poder moral de la familia y la educación no valen nada. Razón tiene Capriles al afirmar que en Venezuela no basta con cambiar de gobierno, sino que debemos seguir luchando por una sociedad donde la familia y los valores sean los pilares para la formación de ciudadanos de bien.
Publicado en Versión Final el 5-07-2013