Historias de la diáspora
Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)
Todavía nos falta escuchar muchas historias de
venezolanos que han emigrado a diferentes latitudes del planeta. Sigue siendo
un fenómeno inédito para el país; no teníamos cultura migratoria y ahora
encontramos a venezolanos en cualquier parte del mundo. Los países con mayor
recepción de nuestros migrantes son los latinoamericanos, España y Estados
Unidos; pero la verdad es que, hoy día, los venezolanos están en los rincones
más apartados de la tierra.
Hemos escuchado historias de emigrantes que nos llenan
de profundo orgullo venezolano. Por ejemplo, gracias al talento y experiencia
de técnicos venezolanos, la industria petrolera colombiana (ECOPETROL) ha
elevado substancialmente su producción, superando la producción petrolera de
Venezuela. También nos llena de emoción saber que nuestros médicos son
reconocidos por su profesionalismo y mística de trabajo en Chile, Estados
Unidos y Ecuador, constituyéndose en referencia de grandes centros
hospitalarios. Las universidades norteamericanas están llenas de jóvenes
venezolanos talentosos que superan el mejor promedio de los estudiantes de ese
país. Esas son gratas noticias que proyectan el buen país que somos y que
deseamos proyectar al mundo entero.
Dentro de la cotidianidad laboral, nos llegan datos
que hablan muy bien del desempeño de los venezolanos. Son trabajadores a tiempo
completo; lejos quedó la costumbre de mirar el reloj para salir del trabajo
exactamente a la hora que culmina la jornada laboral, sin dar nada extra a la
empresa. Son serviciales y con disposición para colaborar en lo que haga falta
para optimizar el trabajo. Son capaces y quieren aprender para ser los mejores.
En su inmensa mayoría son gentiles, bien educados y respetuosos, sin olvidar la
camaradería que sólo los venezolanos somos capaces de ofrecer.
Pero indistintamente de esas buenas noticias, se
manifiesta el dolor por haber dejado a su tierra, a sus familias, a sus afectos,
a sus recuerdos. El nombre de Venezuela ronda permanentemente en sus corazones,
convirtiéndose muchos de ellos en verdaderos ciudadanos que desde la distancia
luchan para que la libertad y el progreso regresen pronto a su nación.
Hay otras historias llenas de tristeza y de angustia.
No todo es color de rosa fuera de casa, a pesar de las fantasías que vemos por
las redes. La verdad cierta es que son millones los venezolanos que
literalmente han huido del país para evitar morirse de hambre; muchos de ellos
no tienen ni idea del destino a donde se dirigen; sin planificación, sin la
probabilidad siquiera de encontrar un empleo digno. Van a la buena de Dios, esperando por un
samaritano que no los deje perecer. De esa manera se van tejiendo las historias
dolorosas de la diáspora venezolana.
En Colombia, por ejemplo, tienen plenamente
identificado al migrante venezolano. Muchos de ellos viven en las calles,
deambulando por las plazas; venden caramelos y café en avenidas y lugares
públicos; limpian parabrisas y, lo más lamentable, algunos son pordioseros que
piden limosnas para impedir que sus hijos mueran de hambre. Otras historias nos
dicen que, en ciertas ciudades latinoamericanas, la delincuencia se ha
incrementado con la presencia de venezolanos que se dedican a robar y a extorsionar
en búsqueda de un dinero que no pueden o no desean ganarse decentemente. Estas
historias nos hacen mucho daño, pues, empañan la buena imagen de la mayoría de
los venezolanos, promoviéndose así la xenofobia que empieza a crecer peligrosamente
en algunos países, especialmente, en Ecuador y Perú.
Sin duda, la diáspora venezolana es una de las
consecuencias más dramáticas e inhumanas de la revolución del siglo XXI. El
sufrimiento del emigrante es inconmensurable, dejando desprovisto al país del recurso
humano y del talento profesional que con seguridad vamos a necesitar en la
reconstrucción de la nación. Son innumerables las historias de ancianos que
están solos porque sus hijos se fueron del país, conviviendo con sus recuerdos,
tristezas y la esperanza de que algún día pueda hacerse realidad el añorado reencuentro
familiar. Son muchos los niños que crecen sin la presencia de sus padres que
tuvieron que huir del país. para buscar afuera el alimento que les permita
sobrevivir la espantosa crisis en la que está sumida la infancia venezolana.
Ciertamente, los países receptores de nuestros
emigrantes realizan esfuerzos importantes para tratar de mitigar sus
sufrimientos y carencias; los programas sociales de los gobiernos, iglesias e
instituciones filantrópicas se han incrementado substancialmente para atender a
nuestros hermanos en el extranjero; muchas gracias por su invaluable ayuda. Ese
gesto profundamente humano debe quedar por siempre en nuestras memorias, porque
la gratitud es uno de los valores más excelsos del ser humano.
Pero, en honor a la verdad, la diáspora no se detendrá
hasta tanto los venezolanos podamos celebrar el final de la usurpación del
régimen madurista. Una vez que eso suceda, con seguridad serán millones los que
regresen al país, aliviando la pesada carga que han generado a los gobiernos de
las naciones receptoras. Sólo con un gobierno de transición podremos normalizar
el flujo migratorio venezolano; de seguir Maduro en el poder, la diáspora se
incrementará de manera alarmante poniendo en peligro la normalidad y
estabilidad de la región.
Dios permita que las dolorosas experiencias que nos
deja la diáspora se transformen en condiciones favorables para los migrantes y
refuercen el amor entrañable por la tierra de la que huyeron, a la que más
temprano que tarde retornarán para reunirse con sus familias y contribuir con
el reto gigantesco de reconstruir a Venezuela.
Profesor Titular Eméritus de LUZ