miércoles, 25 de julio de 2018

Ciudad muerta

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

El título del artículo no hace referencia al pueblo de Ortiz, Estado Guárico, donde Miguel Otero Silva se inspiró para escribir su novela “Casas Muertas”, publicada por vez primera en 1955. Estamos hablando de Maracaibo, otrora referencia portentosa de desarrollo y modernidad, hoy convertida en un basurero a cielo abierto. Nunca antes Maracaibo había sufrido tanto abandono y desprecio por quienes desgraciadamente la gobiernan.
Las enfermedades, las guerras de caudillos y la pobreza que azotaron a Ortiz a principios del siglo XX, tal como lo describe Otero Silva en su novela, es poca cosa en comparación con las calamidades que, en pleno siglo XXI, sufrimos los maracaiberos y los zulianos en general, en manos de unos gobernantes que les sobra la capacidad para destruir todo lo que consiguen a su paso, y una maldad infinita en contra de un pueblo laborioso, noble y apegado entrañablemente a sus querencias.

No hay palabras para describir la situación actual de Maracaibo. Nuestra capital es una ciudad fantasma que ha perdido el brillo de los colores que enamoraban a propios y extraños. La alegría contagiante de su gente, el dinamismo cotidiano, la voluntad para emprender y hacer grandes cosas, todo se ha perdido por culpa de una camarilla que, teniendo el poder y los recursos suficientes, están de espaldas al pueblo porque su prioridad es la  defensa de sus particulares y oscuros intereses.
Muchas veces oímos decir que a Maracaibo le faltaba un gobierno del PSUV para sacarla del foso en la que la derecha la había metido. ¡Cuánto cinismo, cuánta mentira! Hoy estamos más abajo del foso, sin perspectivas de mejorar a corto y mediano plazo. El amor que hipócritamente dicen profesar por Maracaibo es altamente tóxico, realmente son amores que matan.

El caos y la pobreza han africanizado a Maracaibo. Cualquier localidad de un país suramericano, por pequeña que sea, está en mejores condiciones que la segunda ciudad de Venezuela. Ningún servicio público funciona. Los vertederos públicos de basura a lo largo y ancho de la ciudad, delatan inexcusablemente la incapacidad del nuevo alcalde para cumplir con sus obligaciones, con la amenaza de una epidemia que complicaría aún más la existencia de los maracaiberos frente a la ausencia de medicinas y de salud pública. La falta del servicio eléctrico es otra tragedia que ha trastocado nuestra maltratada y exigua calidad de vida. Ya no es sólo el impacto demoledor que ello provoca en la economía del Estado, sino en el sosiego y tranquilidad que como seres humanos necesitamos tener en nuestros hogares. El derecho al descanso reparador nos ha sido arrebatado. Vivir en el Zulia es un monumento al heroísmo porque cualquier mortal no aguanta la desgracia a la que nos ha sometido esta revolución de pacotilla.

Ni hablar de la falta crónica de agua potable, del transporte público, del deterioro de vías, plazas e infraestructura en general. Maracaibo es fiel ejemplo de la desidia y del abandono del peor gobierno que jamás tuvimos. Duele en lo profundo del alma ver a la ciudad del sol amada aniquilada, ruinosa y sin fuerzas para levantarse contra quienes mutilan su grandeza.

Al rosario de problemas, agreguémosle la anarquía colectiva que ya es parte de la anormalidad en la que vivimos. La falta de semáforos y de vigilancia policial contribuye con la locura que se apodera de nosotros. Gracias a la crisis, el flujo vehicular ha disminuido significativamente porque, de lo contrario, las muertes por accidentes viales serían catastróficas.

Frente a esta calamidad pavorosa urge la unidad del Zulia; esa unidad que libró tantas batallas y contribuyó a la materialización de importantes logros, convirtiéndonos en referencia nacional e internacional. Esa unidad que nos hizo indomables frente a las mezquindades del centralismo; una unidad que amalgamó el alma del Zulia por encima de intereses partidistas y grupales. Esa unidad debemos rescatarla para conquistar de nuevo el orgullo de ser zulianos. Sólo con una unidad monolítica, luchadora, irreverente y fiel, a imagen y semejanza de lo que ha sido el Zulia a lo largo de la historia, podremos vencer a quienes obstinadamente usan el poder para destruir la grandeza de los zulianos.

El Zulia nos exige unidad, nobleza y entrega en los peores momentos que ha vivido a lo largo de la vida republicana del país. Si no actuamos a la altura de esta compleja situación, tanto al gobierno como a la oposición, “…Chinita tendréis que meter la mano y mandarlos pal infierno”, como lo cantó Ricardo Aguirre en su inmortal Grey Zuliana.

Profesor Titular Eméritus de LUZ

miércoles, 18 de julio de 2018

¡Se busca!

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Los venezolanos estamos tras la búsqueda de los elementos que nos permitan liberarnos de esta horrenda pesadilla revolucionaria. Sabemos desde hace bastante tiempo de quién es la culpa de la tragedia que vivimos; sabemos dónde están y qué hicieron para transformar el oro en estiércol y convertir a Venezuela en uno de los países más pobres del orbe. También sabemos que siguen usando del poder para hacerse más ricos a costa del hambre del pueblo y destruir a la nación. Sabemos que son unos delincuentes, inmorales y corruptos que mancillan el honor de la patria y son indignos de llamarse venezolanos. Son una plaga que no tiene similitud alguna con los peores gorilas que a través de la historia han usurpado el poder en América Latina.

¿Qué nos hace falta para vencer a quienes pretenden aniquilarnos como país?, ¿dónde podemos encontrar esa fuerza liberadora? En mi opinión, entre otros tantos factores, debemos buscar estos tres: un líder creíble que aglutine el sentimiento nacional mayoritario que se opone al régimen; la articulación de la oposición orientada por un plan de unidad nacional y con visión estratégica a mediano y largo plazo; y, la tercera, consecuencia de las anteriores, la masiva organización y participación popular para rescatar la energía que elimine la anomia y el conformismo que nos mantiene inertes frente a la debacle.
Me declaro opuesto a cualquier liderazgo mesiánico, sus resultados siempre son devastadores. Pero es perentoria la presencia de un líder democrático, responsable, capaz y con visión de estadista. Un liderazgo de esta naturaleza ordenaría la casa después de tanto abandono y desidia; podría apuntar hacia la dirección correcta y establecer las fases para alcanzar la meta final; de igual manera, un buen líder es capaz de inspirar a la sociedad en la búsqueda de sus supremos intereses. Pero, ¿dónde está ese líder? Por el momento no está visible públicamente. Me resisto a pensar que, después de 40 años de ejercicio democrático y 20 años consecutivos de lucha contra la dictadura, carezcamos de líderes capaces de maniobrar en esta tormenta y llevar al país a puerto seguro. Sin ese líder, ya sea de los partidos, ONG o sector privado, la compleja tarea de rescatar el país será más difícil, pues, no tendremos la dirección y motivación necesarias en circunstancias de tanto desánimo y desesperanza. Necesitamos que alguien nos diga ¡Si se puede! y ¡Juntos vamos a lograrlo! y que actúe en consecuencia.

El otro aspecto que andamos buscando es la articulación de una oposición responsable, comprometida con el país y más generosa que la actual. Sería injusto afirmar que la oposición venezolana no ha hecho nada por el país; pienso que han habido muchas equivocaciones y en la lucha política han privado los intereses particulares, el cálculo estéril y hasta cierta dosis de ingenuidad y estupidez. Pero continuar con este discurso es nocivo; es urgente la recomposición de la oposición venezolana como tantas veces lo he manifestado. Lo que nació después de la MUD fracasó; estamos a punto de perder el país, ya perdimos la democracia y las instituciones; este es un país que milagrosamente aún sobrevive, razón suficiente para reconstruir la unidad política y trabajar afanosamente en las estrategias para vencer a la tiranía. Creo que el aprendizaje es abundante para enmendar los errores, sacudir el polvo de los zapatos y apresurar el paso que los venezolanos estamos exigiendo antes que desaparezcamos como sociedad civilizada. Todavía estamos a tiempo.

Y, por último, sin la participación popular todo esfuerzo resultará inútil. En estos momentos, Venezuela luce como un país fantasma aunque los venezolanos llevemos por dentro la rabia y el sabor amargo de esta crisis descomunal. Estamos anestesiados frente a la tragedia; nuestra lucha cotidiana se centra en la sobrevivencia familiar y personal para no dejarnos morir; mientras tanto el régimen se atornilla porque no existe ningún muro de contención contra sus aberraciones; ellos están solos en el campo de juego. Sin duda están ganando el partido y, si nos mantenemos como hasta ahora, con seguridad derrotarán definitivamente a la democracia y al progreso de los venezolanos. Aunque resulte difícil creerlo, en pleno siglo XXI, la tiranía vencerá a la libertad y la oscuridad se impondrá sobre la luz. Venezuela pasará a la historia como un país en el que un grupo de criminales y desadaptados tomó el poder e instauró la dictadura más nueva del planeta.

Si los venezolanos no vemos un liderazgo con credibilidad que sea capaz de hacer brotar de nuevo la fe y las esperanzas perdidas, así como una oposición que vea más allá de su ombligo y se coloque a la altura del compromiso histórico que demanda la patria, entonces, nos iremos los que podamos irnos y los otros nos acostumbraremos a vivir en una sociedad a imagen y semejanza del modelo comunista.

En este escenario, de nada servirán las gestiones de buena voluntad y los castigos ejemplarizantes de personeros del régimen por parte de la comunidad internacional. Si nosotros y, muy especialmente, los dirigentes nacionales, no nos atrevemos a rescatar el país, mal podríamos exigirle al mundo que haga lo que a nosotros nos corresponde hacer.

Un líder creíble y auténtico, una oposición unida y articulada estratégicamente y la participación multitudinaria de los venezolanos son, en mi humilde opinión, los elementos claves para desamarrar el nudo que nos ata al infortunio heredado por esta revolución de pacotilla que mantiene secuestrado el mejor futuro que los venezolanos nos merecemos.

Profesor Titular Eméritus de LUZ

martes, 10 de julio de 2018


El huracán populista mexicano
Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

El populismo de izquierda entró por la puerta grande a México. El pasado 1° de julio la coalición Juntos haremos historia, integrada por los partidos Morena, PT y ES, se convirtió en un huracán electoral que destruyó los cimientos del tradicional bipartidismo mexicano para convertirse en la nueva hegemonía política de ese país. Bajo el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), México inaugura un nuevo ciclo político fundamentado en la izquierda populista. Después de tres intentos consecutivos (2006, 2012 y 2018),  AMLO logró conquistar la confianza de las mayorías promoviendo un discurso de justicia social y redención popular, de combate a la corrupción y de eliminación de la mafia política que ha mantenido el poder en los últimos setenta años. López Obrador se convierte así en una especie de salvador que prometió sacar a México de la pobreza impulsada por el PRIAN –PRI y PAN-, con la pretensión de implantar un cambio radical del sistema político mexicano.

Sin duda, los mexicanos le firmaron un cheque en blanco a López Obrador, otorgándole el poder que nunca antes había detentado presidente mexicano desde hace mucho tiempo. La elección del pasado 1° de julio es considerada como la más importante de la historia de México, no sólo por la gran cantidad de cargos a elegir, sino por el enfrentamiento encarnizado entre las fuerzas tradicionales, representadas por el PRI y el PAN,  y el cambio político representado por el liderazgo de López Obrador, quien se constituyó en la marca más poderosa de la campaña electoral del 2018.

Son muchos los aspectos que merecen ser destacados para tener una visión exacta de lo que ocurrió en México el 1° de julio y lo que acontecerá en los próximos veinte años. La participación electoral (63,4%) ha sido la más alta de la historia reciente mexicana; sufragaron 56.608.050 electores de los 89.332.031 que conforman el padrón electoral. López Obrador se convirtió en el presidente que ha obtenido la mayor cantidad de votos  (30.112.109, 53%) de todos los tiempos; la ventaja respecto a Ricardo Anaya, que se ubicó en segundo lugar, fue de 17.502.637 votos. Al sumar los votos de Anaya y Meade (21.898.850), la ventaja sigue siendo de 8.213.259. Con tales resultados, el mapa mexicano se tiñó de color vino, perdiendo solamente en Guanajuato de los 32 Estados de la República Mexicana.

De igual manera, el 1° de julio se eligieron nueve gubernaturas, de las cuales Morena ganó cinco (Ciudad de México, Morelos, Chiapas, Tabasco y Veracruz); tres las ganó el PAN (Guanajuato, Puebla y Yucatán) y Movimiento Ciudadano ganó Jalisco. En relación con la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, de los 300 curules elegidos directamente, la coalición Juntos haremos historia obtuvo el 73%; la coalición México al Frente 22% y la coalición Todos por México 5%. El panorama en el Senado no difiere mucho del anterior. El Senado está integrado por 128 senadores, de los cuales 64 son electos como mayoría relativa, 32 como la primera minoría y los 32 restantes por representación proporcional. De los 96 senadores elegidos directamente, 56% pertenece a Juntos haremos historia, 30% a México al Frente y 14% a Todos por México.

El hartazgo se apoderó de la voluntad de millones de mexicanos que decidieron votar con el hígado; votaron con rabia para castigar a los culpables de la corrupción y las desigualdades sociales, convencidos “que peor de lo que hoy estamos no podemos estar”. Votaron en contra de Peña Nieto y del PRI, principales derrotados de estas elecciones; votaron en contra de “la mafia del poder” que implantó  el gasolinazo y las reformas fiscales; que no combatió  la inseguridad y privilegió la impunidad; en contra de la “mafia” responsable de la pobreza y la inequidad. En fin, los mexicanos votaron por un cambio capaz de desterrar sus desgracias colectivas. Y la verdad, le entregaron a López Obrador todo el poder para que mejore sustancialmente su calidad de vida; con semejante mandato popular, AMLO no tiene pretextos para no cumplirle a México.   

Escucho opiniones que pretenden dejar en evidencia la ignorancia o ingenuidad del pueblo mexicano al elegir a AMLO como su presidente para el próximo sextenio. “Los mexicanos no aprendieron de la tragedia de Venezuela”, “nadie escarmienta con cabeza ajena”, son opiniones que no reflejan necesariamente la actual realidad de México. Vamos a estar claro, la victoria de López Obrador no es responsabilidad exclusiva de los electores que lo votaron; son muchas las razones que, nos guste o no, contribuyeron con la llegada al poder de la izquierda populista. En todo caso, el pueblo fue el operador político de la victoria arrolladora de Morena en casi toda la geografía mexicana.  

A nivel interno, los principales partidos del stablisment no hicieron absolutamente nada para frenar la evidente victoria de AMLO. En vez de llegar a acuerdos que permitiesen presentarse como una opción de unidad nacional, con voluntad para enderezar los entuertos históricos y con capacidad para gobernar eficiente y honestamente a México, aprovecharon la campaña para insultarse mutuamente, convencidos que al final, tal como ocurrió en el 2006, las encuestas se equivocarían y el apoyo hacia López Obrador no sería suficiente para ganar la elección. ¡Qué falta de realismo político! Mientras que Anaya y Meade se peleaban, López Obrador crecía y legitimaba el discurso contra la “mafia del poder”. Al final de la campaña empezaron hablar del voto útil para vencer a AMLO, pero ya no había tiempo y, como lo diría el propio López Obrador, “ese arroz ya estaba cocido”.          
Se hicieron esfuerzos a través de las redes sociales para sensibilizar a los mexicanos sobre la crisis venezolana. Éstos no lograron permear a la sociedad mexicana; para la mayoría de los mexicanos, Venezuela es una realidad lejana que no tiene ningún símil con México; muchos afirman “nosotros no somos como los venezolanos”. De nada valió asociar a López Obrador con Chávez o Maduro. Cuando el pueblo está férreamente decidido, no hay nada que impida consumar su decisión.

Con el ascenso de AMLO al poder sólo queda esperar. O cumple sus promesas dentro de la institucionalidad republicana, instaurando cambios progresivos que fortalezcan la democracia y la justicia social; o, el cambio radical podría ser un salto al vacío que traiga más desgracias a los mexicanos que las que existen en la actualidad. Ojalá el huracán electoral de AMLO no se convierta en un huracán que destruya a ese noble y hermoso país latinoamericano.

Profesor Titular Emeritus de LUZ