lunes, 31 de marzo de 2014


Represión económica

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Podrán reprimir brutalmente las protestas pacíficas y asesinar a jóvenes que luchan por sus sueños. Podrán seguir violando el Estado de Derecho, pensando que el régimen se fortalece gracias a los excesos y arbitrariedades propios de una dictadura; podrán seguir aparentando que aquí todo está normal, pero no podrán esconder el peso de la peor crisis económica que hemos vivido los venezolanos; una crisis que nos golpea sin misericordia a todos por igual.

Si bien es cierto que las protestas que recorren las calles de Venezuela, han tenido como signo común la represión de los cuerpos militares y paramiltares, no es menos cierto que el régimen tiene diversas maneras de reprimir al pueblo venezolano, incluyendo aquellos que en su tiempo creyeron en las bondades de un proceso que terminó siendo la más grande estafa de nuestra historia.

Una de las peores represiones que sufre el pueblo de a pie es la crisis económica. Esa crisis que castiga a nuestras amas de casa cuando hacen colas interminables para buscar los alimentos que no aparecen en los anaqueles, ni siquiera en los abastos administrados por el gobierno. Esa angustia de buscar leche, azúcar, pastas, papel higiénico, pollo, o aceite, que termina en frustración por no encontrar lo que la familia necesita o, en el mejor de los casos, se encuentra menos de la cantidad requerida, gracias al racionamiento que opera a la vista de todos. La represión que sentimos cuando los salarios miserables se los traga la inflación más alta del planeta, acabando con la poca calidad de vida que este desgobierno nos está dejando.

El gobierno reprime con toda su fuerza al impedir que existan empleos productivos y de calidad, ya que su meta es expropiar o arruinar cuanta empresa próspera se tropiece; creando más pobreza y atraso; reprime a los que siguen estafando en su buena fe, al proporcionarles empleos mediocres y mal pagados con los cuales jamás podrán salir de la pobreza, máxima pretensión de un régimen que necesita de súbditos y esclavos para mantenerse en el poder.

La revolución reprime al pueblo con la corrupción que engorda las fortunas de los boliburgueses, dejando al pueblo plegado de miserias. Igualito que en las casas de cartón que cantaba Alí Primera. Esa corrupción grotesca que impide que los venezolanos tengamos acceso a una salud de calidad, o a una educación que nos encamine hacia la sociedad del conocimiento. Una doble moral revolucionaria que acusa a terceros, del robo de miles de millones de dólares en la entrega de divisas a empresas de maletín, o al financiamiento de obras que quedan a mitad del camino porque los recursos se los roban potentados y contratistas revolucionarios. Dinero del pueblo que va a parar a cuentas millonarias en el imperio, en Suiza o en los llamados paraísos fiscales. Esa represión duele más que las balas, perdigones y gases lacrimógenos porque, en definitiva, es la lanza que destruye el futuro promisorio al que tenemos derecho todos los venezolanos.

Esa represión que nos aniquila como sociedad de progreso debemos denunciarla con fuerza. Conversar con los que aun no se atreven acompañar las protestas y con argumentos convincentes, iniciar el proceso de desarticular las lealtades incomprensibles con una revolución cuyo interés no es la salvación del pueblo, sino la defensa de los intereses que les permita mantener el poder dentro de la dictadura. Esa es la tarea inmediata de quienes creemos que Venezuela nació para ser grande.
                                                           Profesor Titular de LUZ

jueves, 20 de marzo de 2014


República violada

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

República, en un sentido amplio, es un sistema político que se fundamenta en el imperio de la ley y en la igualdad de los ciudadanos ante la ley, como mecanismo para frenar los abusos del Estado, del gobierno, de las mayorías, o de aquellos que detentan el poder en cualquiera de sus manifestaciones. En consecuencia, si los ciudadanos no tienen garantizada la igualdad que les otorga la ley, se convierten en súbditos de los que detentan el poder del Estado, perdiéndose la verdadera esencia de la República.

Si nos acogemos al concepto de República, debemos admitir lamentablemente que Venezuela dejó de ser un sistema republicano, tanto porque el imperio de la ley está secuestrado por una elite que irrespeta los derechos fundamentales de los venezolanos, como porque el régimen ha admitido que gobierna sólo para aquellos venezolanos afectos a la ideología oficialista, excluyendo a la otra mitad que formamos parte de la nación.

Este régimen desprecia el concepto de ciudadanía; le resulta incómodo y contraproducente con el modelo opresor que pretende instaurar. Al no reconocer a ciudadanos que deben ser tratados con igualdad ante la ley, el gobierno deriva en una dictadura clientelista al servicio de una ideología personalista y excluyente. Eso es exactamente el sistema de gobierno que preside Nicolás Maduro.

Los últimos acontecimientos corroboran la práctica fascista del régimen madurista. La detención ilegal y arbitraria de Leopoldo López; el golpe de Estado contra los alcaldes Daniel Ceballos y Enzo Scarano; la amenaza de eliminar la inmunidad parlamentaria de María Corina Machado; las acusaciones injustificadas contra la alcaldesa Eveling de Rosales y otros alcaldes de la Unidad Democrática; el enseñamiento militar contra poblaciones enteras que protestan pacíficamente; los asesinatos brutales de estudiantes en manos de los cuerpos de seguridad y grupos paramilitares oficialistas, son acciones que evidencian la violación absoluta del Estado de Derecho en Venezuela, dando paso a la ilegalidad y a la impunidad como las joyas más preciosas de la corona de la dictadura madurista.

La exclusión es otra de las prácticas de este régimen. Testimonios sobran en estos largos 15 años. La lista Tascón, avalada por el propio Chávez; la lista Maisanta; la imposibilidad que ciudadanos opositores formen parte de los consejos comunales; el desconocimiento de los derechos de los diputados democráticos en la Asamblea Nacional; el otorgamiento de divisas sólo a empresas comprometidas con la revolución; la atención preferencial de las universidades bolivarianas en desmedro de las universidades autónomas; la división de la sociedad venezolana entre patriotas y apátridas, revolucionarios y golpistas, chavistas y escuálidos, entre otros, son acciones propias de un gobierno que jamás abandonó su origen fascista.

La violación flagrante del imperio de las leyes y el tratamiento desigual ante la ley de ciudadanos opositores al régimen, son aspectos que justifican ampliamente la jornada de protestas contra un gobierno que dejó de ser democrático para convertirse en una tiranía que oprime a sus ciudadanos. Con razón, afirmó Simón Bolívar, “si la tiranía se hace ley, la rebelión es un derecho”.
                                                                                  Profesor Titular de LUZ

lunes, 17 de marzo de 2014


Las verdades de las protestas

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

El país arde por los cuatro costados. Hasta el momento de escribir este artículo, se contabilizan más de 28 muertos, centenares de heridos y miles encarcelados. Como nunca, los venezolanos hemos sido testigos de una represión brutal contra estudiantes y sociedad civil, por parte de cuerpos de seguridad y grupos paramilitares que cuentan con la anuencia del gobierno nacional.

Esta jornada de protestas nos muestra verdades difíciles de esconder. En primer lugar, la frágil tela democrática que cubre al gobierno de Maduro se terminó de romper, para dejar al descubierto la dictadura castro comunista que pretenden instaurar desde hace 15 años. Ya no queda duda que esta es una dictadura que como tal, irrespeta los derechos fundamentales de los venezolanos, conminándonos a vivir en pobreza y atraso injustificable desde todo punto de vista.

Otra verdad revelada es que, si bien es cierto, el problema ideológico subyace y fortalece la polarización, el origen de las protestas es común a todos los venezolanos: la escasez, la carestía,  el desempleo, la inseguridad, el colapso de los servicios públicos y la educación, nos golpea a todos por igual, sin preguntar cuál es nuestra orientación ideológica.

Como tercera verdad, las protestas están siendo lideradas prácticamente por los estudiantes y parte de la sociedad civil. La pasión y la sed de justicia y libertad, han empujado a los estudiantes salir a la calle en búsqueda de un mejor país. Sin embargo, los partidos políticos aparecen replegados en este momento cuando, en nuestra opinión, es una oportunidad valiosísima para practicar la política con mayúscula. Este régimen no se combate con la antipolítica que se nutre de impulsos y del desprecio por los partidos políticos. Los partidos políticos y sus líderes deben deslastrarse de sus errores y mezquindades para presentarse como una verdadera opción de poder unitaria con propuestas más efectivas, incluyentes y democráticas que las que defiende el oficialismo.

Las crisis generan creatividad. Frente al cerco comunicacional que la dictadura ha impuesto, las redes sociales han llenado el vacío dejado por los medios tradicionales. De alguna manera, los venezolanos nos hemos informado de los hechos y atropellos que pretende esconder el régimen. Sin el apoyo de Globovisión, emisoras radiales y de algunos periódicos que practican la autocensura, la verdad ha salido a flote y se esparce a todo el mundo con la velocidad de la luz. Canales internacionales, como CNN, han cumplido con el sagrado deber de la información veraz y oportuna. Sigue siendo vital inventar formas de comunicación más artesanales que les llegue a los sectores más desposeídos de la población.

Finalmente, los sectores populares en su mayoría no terminan de involucrarse en las protestas, salvo algunas acciones en barriadas de Caracas y de otras ciudades del país. No hay duda que están esperando un discurso que interprete fielmente sus problemas y angustias, que son exactamente iguales a la de los que manifiestan en las calles de Venezuela. Todo indica que la crisis va a profundizarse; por tal razón, es necesario imprimirle un acento más social al descontento contra el gobierno, a fin de conquistar las clases populares; sólo así, los sacrificios de nuestros jóvenes darán los resultados que todos estamos anhelamos: cambio, justicia y libertad.    
Profesor Titular de LUZ

martes, 4 de marzo de 2014


Tiempos de crisis, tiempos de cambio

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Pocas veces en nuestra historia republicana, Venezuela ha vivido una crisis como la actual; no sólo por su complejidad, sino por el momento y las condiciones en las que se desarrolla. Es una crisis que abarca todas las áreas del quehacer nacional. Es una crisis política, económica y social.

La crisis es política por la incapacidad del gobierno para satisfacer las crecientes demandas de la población. Un modelo político que sustenta su poder en un liderazgo autoritario carente de legitimidad, con instituciones que han perdido autonomía para constituirse en un apéndice del poder ejecutivo, irrespetando abiertamente la Constitución Nacional. Un modelo que ha polarizado al país en dos sectores prácticamente irreconciliables, apreciándose escenarios cercanos a la ingobernabilidad. Una revolución que se transformó en una dictadura que ya no interpreta las opiniones y sentimientos de la mayoría del país. Un gobierno que camina de espaldas al pueblo.

La crisis es económica porque este gobierno cometió el prodigio de arruinar una nación con los mayores ingresos en toda su historia. Las erráticas políticas económicas, edulcoradas con populismo irresponsable e ideología trasnochada, acabaron con la producción nacional en manos de la empresa privada, para dejarnos la más alta inflación del planeta; una escasez peor a la que pueda tener una nación en plena guerra; falta de empleos productivos o empleos informales que cubren más de la mitad de la población económicamente activa. Un gobierno cuyo principal interés es importar más del 80% de lo que los venezolanos consumimos. En definitiva, una economía que colapsa frente a la ignorancia de un gobierno que perdió la brújula y el control de Venezuela.

La crisis también es social. Una de las consecuencias de una economía en bancarrota es el aumento de la pobreza. Salarios que se vuelven sal y agua y que apenas alcanzan para cubrir lo estrictamente necesario. El hambre empieza a ser síntoma de una sociedad enferma. Pero conjuntamente con la pobreza crecen otros males que nos flagelan: pésimos servicios de educación y salud pública; inseguridad desbordada a pesar que el gobierno cuenta con el personal y armamentos suficientes para combatirla, como lo demostró la ferocidad de la represión de los estudiantes. Pero la crisis social está en relación directa con la pérdida de valores fundamentales para la sana convivencia social. El derecho a la vida está arrinconado frente a la cultura de la muerte y la violencia; la solidaridad y la hermandad que nos caracterizaba está en minusvalía de cara al egoísmo que produce el bozal de arepa del gobierno. Una sociedad donde la paz se ha constituido en un instrumento del gobierno para acallar las voces que protestan en búsqueda del cambio que brota por todos los rincones de la patria.

Dentro de tan dantesco panorama, no es posible seguir confiando en el culpable de la debacle nacional; en aquel que destruyó nuestros sueños y esperanzas; en el que pretende secuestrar nuestra libertad e independencia;  ni mucho menos creer en un diálogo que sólo busca oxigenar al gobierno para recobrar las fuerzas que ya perdió. En momentos de intolerancia y polarización políticas, si en algo estamos de acuerdo la inmensa mayoría de los venezolanos, es en la lucha por un cambio para rescatar la democracia que estamos perdiendo, un cambio para construir un mejor país donde impere efectivamente la paz, el reencuentro, la justicia y el progreso que nos traiga oportunidades para todos los que vivimos en esta tierra de gracia. El que persevera vence.

                                                                       Profesor Titular de LUZ