miércoles, 31 de octubre de 2018

Un llamado desesperado

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

La Iglesia Católica, en nombre de la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV) y de esclarecidos prelados, entre los que destacan el cardenal Baltazar Porras, el padre Luís Ugalde S.J. y el padre Francisco Virtuoso S.J., han planteado una visión muy clara acerca de la crisis inédita que experimenta el país. Los planteamientos de la Iglesia no se han quedado en el diagnóstico, ya conocido por todos, sino que han propuesto ideas que contribuyan con la búsqueda de opciones para resolver este conflicto que ya se torna inhumano, inaguantable e injustificable desde todo punto de vista. Seguramente nadie como la Iglesia y sus pastores, le han hablado al país con tanta coherencia y sabiduría, privilegiando el bien común, la vocación incluyente y fraterna y la búsqueda incesante del bienestar de todos los venezolanos. La actitud democrática y valiente de la Iglesia Católica, debería ser ejemplo a seguir por las diferentes organizaciones y personalidades que conforman la oposición democrática venezolana, especialmente los dirigentes y partidos políticos.

Desde todas partes del mundo oímos opiniones que desnudan el conflicto venezolano; voces que se levantan para denunciar las atrocidades del régimen de Nicolás Maduro y su pretensión de instaurar una dictadura comunista en Venezuela. El Ministro de Estado para las Américas de la cancillería británica, Sir Alan Duncan, pronunció recientemente un discurso en la Conferencia de Chatham House sobre América Latina 2018, donde expresó “…hoy quiero enfocar mis comentarios sobre un país que ofrece un fuerte contraste: Venezuela. Haré esto porque es un Estado fallido que presenta la crisis económica y humanitaria más profunda que haya sido creada por el hombre en la historia moderna de América Latina. Su impacto negativo, vívidamente ilustrado por el éxodo de más de dos millones de personas que han huido a otros países, representa un desafío sin precedentes para la región”.

Las palabras de Duncan podríamos resumirlas en tres puntos generales. El primero, Venezuela es hoy un Estado fallido, incapaz de garantizar la gobernanza (buen gobierno) del país; en segundo lugar, el régimen ha producido la peor crisis económica y humanitaria que se haya registrado en la historia moderna de la región; y, por último, el conflicto venezolano se constituye en un desafío peligroso para América Latina. La crisis venezolana desbordó las fronteras patrias para convertirse en un problema que efectivamente afecta la estabilidad política, económica y social de la región latinoamericana. Esa dantesca realidad es conocida suficientemente por los gobiernos democráticos del mundo, muchos de ellos ocupados en plantear propuestas que resuelvan el conflicto que nos agobia. Y, ni que decir de los que vivimos en el país, no sólo conocemos la cruda realidad, sino que somos víctimas de la barbarie de un régimen que trabaja cada día para eliminar de raíz cualquier vestigio de tranquilidad y bienestar de los venezolanos.

Hemos llegado demasiado lejos, mucho más de lo que jamás imaginamos. Lo que parecía imposible, esta mafia gobernante lo ha logrado para desgracia de Venezuela. Han sido exitosos en la instauración de un régimen político que devastó la institucionalidad democrática, destruyó los cimientos de una economía libre y productiva, pulverizó los valores ciudadanos para la defensa de la libertad y la democracia, resquebrajó la unidad de las familias venezolana al propiciar el más grande éxodo que tengamos memoria los latinoamericanos; es un régimen que ha llenado de pobreza y miseria a un país que posee todos los recursos, incluyendo el talento humano, para alcanzar el desarrollo integral; en fin, se propusieron y lograron instaurar una dictadura comunista en pleno siglo XXI y en el país menos pensado del planeta. En veinte años arrasaron con Venezuela y todavía pretenden seguir gobernando haciendo uso del poder que les proveen las armas de la República, la corrupción en todos los niveles del gobierno y el narcotráfico como negocio muy lucrativo para los potentados del régimen.

¿Qué más tiene que pasar para que los venezolanos actuemos en unidad para combatir esta plaga que pretende exterminarnos como sociedad? Nada justifica que en la hora más oscura de nuestra historia contemporánea, existan sectores de la oposición cuidando sus intereses particulares en vez de sumar voluntades para rescatar al país. Pero lo más lamentable de semejante mezquindad es que, mientras que este régimen permanezca en el poder, continuarán peleando cual borrachos por una botella vacía, porque actualmente no existe posibilidad alguna de llegar al poder si la oposición está dividida, desarticulada y, lo que es más imperdonable, enemistada. Mientras los dirigentes y partidos de oposición actúen por su cuenta realizando asambleas en plazas públicas, caminando por calles desoladas, o plasmando su irracionalidad y visceralidad a través de las redes sociales, se hará mucho más difícil la salida del régimen y la construcción de la transición a la democracia. Es el momento de decidir qué deseamos para Venezuela, una dictadura comunista o un sistema que permita el rescate de las libertades democráticas y de una economía vigorosa, productiva y al servicio del bienestar de los venezolanos.

En la peor tragedia que hemos vivido los venezolanos durante la era republicana, recordemos las palabras de Martin Luther King: “Nadie se nos montará encima si no doblamos la espalda”. Hagamos un alto a la irracionalidad, a la falta de sentido común, a la mezquindad que impide abrazar lo mejor que tenemos como venezolanos para que, unidos y comprometidos con Venezuela, redoblemos los esfuerzos como uno solo para aligerar esta pesada carga que amenaza con eliminarnos.

En nombre de millones de venezolanos de buena voluntad, hago un llamado desesperado a la oposición venezolana para que depongan las actitudes mezquinas que impiden construir el túnel que nos permita ver la luz al final del mismo. Es imperativo, es urgente, es un compromiso con Venezuela que los líderes democráticos se reúnan para dialogar con franqueza y fortalezcan los aspectos que los unen, deslastrándose de aquellos que los separan. Este pueblo sabrá agradecer ese noble gesto, en la convicción que los venezolanos le recompensaremos el sacrificio y la entrega por la nación. Si ustedes acuerdan la unidad política que estamos necesitando, podremos decir con seguridad que falta poco para iniciar el camino de la libertad y la democracia. No defrauden a su país, a sus hijos, a sus familias, porque probablemente después no tendrán el coraje de mirarlos a los ojos sabiendo que no hicieron lo suficiente para liberar a Venezuela de esta mafia que nos desgobierna.

Profesor Titular Eméritus de LUZ   

martes, 23 de octubre de 2018


URU: 45 años de historia

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

El 24 de octubre de 1973, el Zulia escribió otra gloriosa página en su rutilante historia; ese día nació la Universidad Rafael Urdaneta (URU), primera universidad privada de la provincia venezolana. A lo largo de 45 años de labor ininterrumpida, la URU ha sido pilar fundamental del progreso de la región y del país, contribuyendo con la formación de recursos humanos altamente calificados en diferentes áreas del conocimiento y de la tecnología. La URU fue protagonista de primera fila en el proceso de modernización que experimentó el Zulia durante los últimos años del siglo pasado; y, en las primeras décadas del siglo XXI, a pesar de la profunda crisis que nos agobia, la URU sigue apostando por el país, manteniendo intacta su vocación de servicio, la defensa de la libertad y de la democracia, y la absoluta convicción que con educación de calidad y con ciudadanos profesionales, podremos reconstruir la Venezuela con la que soñamos la inmensa mayoría de los venezolanos.

La visión de futuro, la ética y el compromiso con la región por parte de un notable grupo de zulianos, entre los que destaca el Dr. Eloy Párraga Villamarín (+), su primer Rector, hicieron posible la creación de una universidad privada ranqueada entre las más importantes de la nación. Por vez primera, los estudiantes del interior del país tuvimos la oportunidad de cursar carreras como Ciencias Políticas y Psicología, hasta esa fecha reservadas a universidades de la capital de la República. Ese ha sido uno de los tantos logros de la URU, aunado a la oferta de otras carreras claves para el desarrollo nacional, enmarcadas dentro de la ingeniería, la administración de empresas y la producción agropecuaria.

En lo personal, me siento honrado y profundamente orgulloso que sea la URU mi Alma Mater; la que me formó como Politólogo y abrió sus puertas para iniciarme en la docencia universitaria, la gran pasión de mi vida. Además de profesor en varias asignaturas, me correspondió dirigir las Escuelas de Ciencias Políticas y Administración de Empresas, respectivamente, durante un lapso de doce años. La responsabilidad profesional, la disciplina académica y la disposición permanente para adquirir nuevos conocimientos, son lecciones que aprendí en la URU de la mano de talentosos profesores que han dejado huella profunda en mi peregrinaje politológico. Recuerdo con especial afecto y gratitud a Romano Pastore (+), jefe, socio y mejor amigo, Carlos Altimari Gásperi, Jorge Sánchez Meleán, Beatriz Aparicio de De La Hera, María Jesús Fuentes, Alfredo Keller (tutor de nuestra Tesis de Grado), al Rector Párraga Villamarín, quien asumió la responsabilidad de dirigir la universidad, cumplir rigurosamente con sus funciones docentes y atender los compromisos políticos, entre otros tantos profesores y compañeros con gran mística de trabajo y honorabilidad a carta cabal.

Pero no conforme con ello, le entregué a la URU la formación profesional de mis dos hijos. Laura Virginia egresó como Psicóloga y José Miguel como Ingeniero Electricista, ambos profesionales competentes y capaces de asumir los nuevos retos que demanda la sociedad del conocimiento. Por tal razón, estoy doblemente agradecido con la Universidad Rafael Urdaneta.

En su etapa más reciente, con las nuevas y modernas instalaciones, ubicadas en el Parque Vereda del Lago, la URU se ha convertido en el centro cultural por excelencia de la ciudad. Su Aula Magna luce esplendorosa, ofreciendo un espacio excepcional para que artistas nacionales e internacionales deleiten con su arte y talento a los maracaiberos. De esta manera, la URU cumple celosamente con las funciones que le corresponde como una de las instituciones privadas de educación superior más reputadas del país.

Al arribar al cuadragésimo quinto aniversario, la URU es una institución que continúa guardando un lugar preferente en la historia contemporánea del Estado Zulia; es una institución con suficiente solvencia académica y moral para afianzar su contribución al desarrollo regional y nacional, entendiendo que su participación e involucramiento público luce oportuno y necesario para definir los retos que debe asumir el país en el momento más oscuro de su historia republicana.

Deseo expresar mis sinceras felicitaciones por este nuevo aniversario de la URU, al amigo Rector Jesús Esparza Bracho, extensivo a las restantes autoridades rectorales, al personal directivo, profesores, personal administrativo y obrero y, de manera muy especial, a los miles de jóvenes que cursan estudios en la URU, demostrando cada día que a pesar de las dificultades, Venezuela es un país por el que vale la pena luchar. ¡Enhorabuena mi amada Universidad, feliz cumpleaños!

Para finalizar, deseo aprovechar la oportunidad para felicitar efusivamente a mis amigos integrantes de la promoción URU-Octubre 82, al cumplir 36 años de haber alcanzado una meta importante en nuestras vidas al recibir el título de Politólogos. Un gran abrazo para cada uno de ustedes queridos colegas.

Profesor Titular Eméritus de LUZ

miércoles, 17 de octubre de 2018


¿Cuántos más Fernando Albán?

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Las manos de los dictadores están llenas de sangre, de hambre, de dolor y de muerte. Practican la perversidad, el cinismo y la inmoralidad para tratar de esconder su principal debilidad, el inmenso repudio que la sociedad siente por ellos. La fuerza de la que se ufanan se apoya en las más viles atrocidades para mantenerse en el poder a través del tiempo.

Sólo basta mirar la historia para corroborar la crueldad de la que son capaces los dictadores, no importa si son de derecha o de izquierda. A sus espaldas, dejan una estela de muerte y de destrucción. Les molesta todo aquel que se oponga sus macabros planes y proyectos. Pretenden hacer creer que sólo ellos encarnan el amor por el pueblo, la honestidad más pura, o la fuerza salvadora para liberar a la sociedad de los males engendrados por otros que deben ser aniquilados.

Venezuela no escapa del sufrimiento que provoca la dictadura del socialismo del siglo XXI. Realmente es una calamidad la que estamos viviendo los venezolanos. A los jefes de la dictadura no les importa la vida, la dignidad humana y la libertad que heredamos de la democracia. Sólo les importa mantenerse en el poder para disfrutar de las comodidades, las extravagancias y las riquezas que sólo por esta vía pueden obtener. Las consecuencias de la descomunal corrupción y el saqueo que la dictadura ha operado en Venezuela, no son comparables con ninguna de las otras dictaduras que ha sufrido el país.

La extraña muerte del concejal metropolitano Fernando Albán, desnudó de nuevo al régimen de Maduro. La tesis del suicidio es una fábula que sólo creen los victimarios de Venezuela. No les bastó encarcelarlo ilegal y arbitrariamente, sino que lo torturaron salvajemente hasta dejarlo muerto para inventarse una historia de engaños y manipulación. Lamentablemente, Fernando es un venezolano que pagó con su vida la lucha por la libertad del país. Eso no puede seguir pasando en Venezuela. El nombre de Fernando Albán debe recordarnos que, aunque a veces parezcamos indolentes, en el país aún existe reserva moral, voluntad y valentía para vencer a la oscuridad y a la maldad encarnada por la dictadura.

A lo largo de estos últimos veinte años, son muchos los Albán que mueren cada día en Venezuela. Cientos de jóvenes han muerto en manos de los cuerpos de seguridad, cuando luchaban cívicamente en las calles por el supremo derecho de la libertad de su país. Otros tantos mueren a diario porque no hay medicinas y, si las encuentran, no pueden comprarlas porque están muy caras, mientras que la dictadura injustificadamente se opone a que llegue la ayuda humanitaria del exterior. También son miles los niños que mueren por desnutrición o por falta de atención médica; el hambre está tocando con dolor las puertas de miles de hogares, siendo los niños y los ancianos los más vulnerables. El hambre y la desnutrición son los delitos más abominables de esta dictadura que no le importa la vida de los venezolanos. Desgraciadamente, otros venezolanos abatidos por los infortunios que les acarrea el régimen, cuando la fe y la esperanza los abandonan, deciden acabar efectivamente con su vida dejando a sus familias en total abandono.

Otros mueren sin haber fallecido. Mueren de dolor e impotencia cuando obligados abandonan a su país, a sus familias, a sus amores, buscando nuevos horizontes, porque quedarse en Venezuela significa sobrevivir apenas o dejarse morir. Tantos jóvenes ven desechos sus sueños de hacerse hombres y mujeres de bien, aptos para construir un mejor país que el que tenemos; esos jóvenes mueren poco a poco en manos de una dictadura que les robó su futuro, que les impide vivir digna y decentemente.

Esta dictadura igualmente sembró la cultura de la muerte en manos de delincuentes que roban y asesinan sin control alguno y, muchos de ellos, amparados por los cuerpos de seguridad y tribunales de la República. Delincuencia que ha apagado miles y miles de vidas humanas a lo largo de esta plaga que se hace llamar socialismo del siglo XXI. En nuestro país, se asesina por un teléfono celular, por zapatos deportivos, por una bolsa de comida, mientras tanto la dictadura alimenta el odio y el resentimiento de grupos colectivos que actúan bajo la influencia diabólica de la revolución.

¿Cuántos más Fernando Albán tendrán que morir antes que la luz de la libertad y la justicia se apoderen por siempre de Venezuela? Ojalá pronto demos por concluida la fase más oscura del destino nacional. Ojalá se imponga de una buena vez el espíritu de la unidad nacional para que todos luchemos para sembrar de nuevo en Venezuela la cultura de la vida, la reconciliación, la hermandad que nos ha caracterizado a través de los años, la libertad y la vocación por el trabajo productivo que nos traiga más y mejores oportunidades para todos. 

Profesor Titular Eméritus de LUZ

miércoles, 10 de octubre de 2018

Voto castigo

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

En una democracia con elecciones libres y competitivas, el voto es un arma poderosa de los ciudadanos, es una fuerza capaz de cambiar el destino de  la nación. Ciertamente, los comicios son un evento muy importante porque eligen gobiernos federales, regionales o municipales, así como los miembros de los órganos legislativos de la comunidad política. Está claro que en la medida que las sociedades poseen altos niveles de ciudadanía, existe mayor probabilidad de elegir buenos gobiernos o, por lo menos, detener institucionalmente la marcha de administraciones que se constituyen en peligro o amenaza para la sociedad en general.

En tal sentido, los ciudadanos usan el voto para premiar a los buenos gobiernos permitiendo su reelección o, por el contrario, castigan a los malos gobernantes que actúan en detrimento de los intereses de la sociedad. En los sistemas democráticos, el voto es el mecanismo idóneo para cambiar a aquellos regímenes que por su incapacidad son ilegítimos por desempeño. Los electores siempre actúan movidos por las emociones; votan con el “corazón” por lealtad y gratitud hacia su opción de preferencia; votan con el “estómago” para recibir del gobierno los beneficios que permitan paliar sus carencias; o, votan con el “hígado” (rabia, indignación) para castigar a los culpables de sus desgracias. A este último, se le conoce como voto castigo, bastante utilizado en América Latina a causa del desenamoramiento de los electores con dirigentes y partidos políticos corruptos, ineficientes y estafadores de la buena fe de los ciudadanos.

Sobran los ejemplos que ilustran esa realidad. Los argentinos castigaron la corrupción y los abusos de poder del clan de los Kirchner; los colombianos le propinaron una lección a Santos y a sus aliados guerrilleros impidiendo que, por ahora, el comunismo llegue a Colombia; los mexicanos votaron contra la corrupción y la delincuencia institucional encarnada por el PRI y el presidente Peña Nieto. Y, el pasado domingo 7 de octubre, los brasileños le cobraron al Partido de los Trabajadores (PT), a Lula Da Silva y a Dilma Rousseff, todo el entramado de corrupción que en los últimos años protagonizó Brasil con la anuencia y participación de la alta dirigencia del PT. El voto castigo se encargó de defenestrar al populismo de izquierda de los Kirchner y de Lula, la impunidad del PRI  y las aspiraciones comunistas de Petro, evitando de esta manera un “mal mayor” para esas naciones de la región.

Sin embargo, las consecuencias del voto castigo no siempre son favorables para la sociedad en el mediano y largo plazo. Ocurre con frecuencia que después que pasa la emoción de haber castigado a los victimarios, el remedio resulta peor que la enfermedad. De eso sabemos bastante en Venezuela. En 1998, la mayoría de los venezolanos votó para castigar el bipartidismo adeco-copeyano, eligiendo a un “mesías” y “salvador de la patria” llamado Hugo Chávez Frías. Votaron para liquidar el pasado inmundo y corrupto de los políticos de siempre; votaron por un político nuevo e impoluto; un hombre que liberaría al país de la pobreza y la corrupción; un súper héroe que traería orden, progreso y justicia. ¡Y qué vaina nos echamos! Hemos pagado con lágrimas, sudor y sangre la llegada al poder de la peor mafia que nunca antes tuvimos. Una pandilla de delincuentes que saquearon al país y destruyeron todo vestigio de honestidad, decencia y moral en la política. La corrupción que juraron acabar, es ahora la marca que los identifica, con fortunas tan cuantiosas que dejan abrumado a cualquier multimillonario que ha trabajo con tesón su riqueza.

El voto castigo se apropió de la decisión de millones de brasileños para cambiar el rumbo de ese país. Muy probablemente, Jair Bolsonaro se convertirá en el próximo presidente del Brasil, después de haber ganado en la primera vuelta con el 46.6% de los votos, muy cerca del porcentaje (más del 50%) establecido para ganar la presidencia el pasado 7 de octubre. A Bolsonaro se le conoce como un político ultraderechista, admirador de la dictadura brasileña y por sus declaraciones de tinte machista, racista y homofóbica, opuesto a la corrupción protagonizada por Lula y el PT que desmejoró substancialmente la calidad de vida de los brasileños. De acuerdo a la voluntad mayoritaria del país, Bolsonaro representa el cambio y la esperanza que no pudo proyectar Fernando Haddad del PT, quien obtuvo apenas el 28.46% de los votos.

Los retos que debemos enfrentar los latinoamericanos son enormes. El enamoramiento de los ciudadanos con la democracia, el respeto a los derechos humanos, el ejercicio de gobiernos más eficientes y transparentes, la eliminación del populismo de izquierda o de derecha, el rescate de la racionalidad y el sentido común en la política, el acompañamiento a la población a través de programas efectivos de emprendimiento social y económico, la creación y consolidación de una ciudadanía más responsable y comprometida; en fin, necesitamos replantearnos la política más allá del maniqueísmo estéril y los dogmas que impiden ver con absoluta claridad que lo realmente importante es la libertad y la democracia al servicio de mejores ciudadanos.

No es fácil superar los graves problemas que aquejan a América Latina, mucho más complicado en el caso venezolano en el que nos corresponde empezar de nuevo, reconstruir una sociedad de las cenizas que el populismo comunistoide plantó en nuestra tierra y en el alma de millones de venezolanos. Para eso necesitamos unidad, racionalidad e inteligencia para vencer la oscuridad y la pobreza con la que el socialismo del siglo XXI tiñó de rojo el presente y futuro de Venezuela..

Hago votos porque el castigo que los brasileños le propinaron a la corrupción y a la impunidad, sea el inicio de un cambio cuya luz irradie a Venezuela y a todas las naciones de la región latinoamericana.  

Profesor Titular Eméritus de LUZ  

martes, 2 de octubre de 2018


Unidad, presión social y comunidad internacional

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

En la última semana del mes de septiembre, el tema de Venezuela tuvo mayor resonancia internacional que lo acostumbrado. El epicentro fue la Asamblea General de las Naciones Unidas, en la que varios presidentes alzaron su voz para defender a los venezolanos en contra de la tiranía que cercena nuestros derechos fundamentales y mantiene secuestrada la libertad, la democracia, la justicia y el progreso con oportunidades para todos los venezolanos.

Es un gesto que debemos agradecer profundamente, porque nos hace sentir que a la comunidad internacional le importa mucho el conflicto venezolano. Gran parte de los mandatarios latinoamericanos, incluyendo al presidente Trump, plasmaron en sus discursos su disposición de contribuir con una solución que alivie las desgracias que estamos viviendo, proyectando un cabal conocimiento de la dura e injustificable realidad que la dictadura ha generado en el país. El mundo entero sabe quién es el verdadero culpable de la catástrofe venezolana; el mundo libre se convenció que la democracia venezolana y el sistema de libertades han sido aniquilados por la mafia gobernante. Hoy, el mundo tiene además exacto conocimiento que Venezuela es un país pobre que atraviesa la peor crisis desde la instauración de la República. Las desgracias del socialismo del siglo XXI que, con habilidad y con la petrochequera, Chávez pretendió esconder, hoy es un grito que retumba en el universo con graves consecuencias para la revolución y sus conspicuos dirigentes.

El drama venezolano es tan complejo que solos no podremos superarlo; sin duda, hace falta la presión internacional para lograr un quiebre del modelo ideológico que nos permita formar un gobierno de transición. Pero la presión internacional es sólo uno de los factores que coadyuvarán con la solución de la crisis venezolana. Es fundamental que, simultáneamente, nos ocupemos de resolver los problemas internos que obstaculizan la unidad y la articulación de la oposición venezolana. Sin ese ingrediente, cualquier esfuerzo será incompleto y quedarán insatisfechas las expectativas colectivas acerca del cambio político en el país.

Seguramente, a algún lector le parezca que el tema de la unidad de la oposición es llover sobre mojado. Por mi parte, estoy absolutamente convencido que éste es el más importante de los aspectos para liberarnos de la mafia que nos destruye como sociedad libre y democrática.

Veamos por un momento todas las implicaciones que podría generar la unidad de la oposición venezolana. Plantea el profesor Alarcón Deza, Director del Centro Político de la UCAB, que gran parte de las transiciones democráticas en el mundo se han producido por la movilización y presión social masivas, tal como lo indicó Samuel Huntington. Esa movilización masiva debe estar exenta del miedo y de la violencia que conmina al régimen a reprimirla. Debe ser una movilización organizada y orientada hacia una meta viable que, cuando menos, contribuya progresivamente con el quiebre de la tiranía. Pues bien, eso sólo puede materializarse mediante la unidad de los factores opositores, más allá de las fronteras establecidas por los partidos políticos. Cuando hablamos de oposición nos referimos a cualquier individuo, asociación, grupo o institución que se opone a la dictadura. Esa oposición debe practicar la unidad y plantearse objetivos basados en la racionalidad política. De esa manera, la colectividad contará con un referente confiable, creíble y esperanzador para consolidar la lucha por la libertad de Venezuela.

Por otra parte, el inicio de la transición democrática es producto de una combinación del conflicto y la negociación. La primera encabezada por la presión social organizada; y, la segunda, llevada a cabo entre los dirigentes de la oposición y el gobierno. Sin unidad estructural y estratégica de la oposición, no hay posibilidad que ambas puedan materializarse, entronizándose el control del régimen sobre la sociedad. Dentro de las opciones, la negociación es una alternativa. Entonces, sin unidad y sin un plan consensuado, ¿quién va a representar a la oposición en las negociaciones de cara a un gobierno de transición?  

Asimismo, la unidad verdadera promueve la inclusión política y social de la nación. Practica la tolerancia y el respeto entre los aliados, ya sea aquellos que han luchado por años contra el régimen, como los que siendo afectos al proceso, están desesperanzados y frustrados porque fueron estafados en su buena fe. La inclusión es testimonio que, en esta hora menguada del país, todos somos necesarios, olvidando lo que nos separa o nos separó y fortaleciendo las cosas comunes que nos unen. Una oposición dividida y desarticulada es el mejor caldo de cultivo para regímenes totalitarios, por eso la dictadura promueve los desacuerdos y diferencias entre sus adversarios; saben que “divide y vencerás” es uno de los aspectos que le han permitido mantenerse en el poder a pesar de su estruendoso fracaso.

Una oposición unida piensa racional y estratégicamente, aspecto crucial para el diseño de un plan mínimo que permita la gobernabilidad dentro de la transición. Un plan que destaque los elementos básicos para iniciar la reconstrucción del país, así como las reglas del juego que deben respetar los líderes de la oposición en el corto y mediano plazo. Ese plan debe ser el compromiso para asumir una actitud responsable y de grandeza frente al país; un plan que entierre de una buena vez los intereses y aspiraciones personales y partidistas de la oposición política.

Una oposición unida irradia respeto y legitimidad en el concierto internacional. Los países amigos además de imprimir velocidad para enfrentar la crisis humanitaria de los venezolanos, también verían con satisfacción a un liderazgo cuya prioridad es luchar con la sociedad para alcanzar un futuro promisorio para todos los venezolanos. Habría más razones para apostar y luchar con todos los medios para lograr el rescate de Venezuela.

Y, finalmente, en un gobierno de transición debemos estar preparados para participar en elecciones libres y competitivas, cuyo resultado sea la elección de un líder, más que un presidente, con capacidad, voluntad y perseverancia para unir a un país deseoso de construir los cimientos de una nueva República, para que nunca jamás sea asaltada por una minoría forajida, incapaz, inmoral y corrupta.   

Hoy como ayer la UNIDAD es obligatoria para conquistar la libertad y rescatar la institucionalidad republicana de Venezuela. Sin ella estamos perdidos.

Profesor Titular Eméritus de LUZ