El rostro de la crueldad humana
Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)
Cuando un régimen, como el de Nicolás Maduro, basa sus
pírricas victorias en el sufrimiento y en la muerte de sus conciudadanos,
estamos frente a una tiranía cuya crueldad no tiene límites, pues, su vocación
genocida es la única opción que tiene para mantener el poder usurpado.
Lo que vimos el pasado 23 de febrero no nos debe
sorprender a los venezolanos; la represión y la violencia se han convertido desde
hace tiempo en el guion de este régimen delincuente y forajido, que al sentirse
perdido recurre a la fuerza para esconder la debilidad que lo persigue como una
sombra. Los que sí debieron sorprenderse son algunos actores internacionales
que, escudados en una neutralidad cómplice, todavía abogan por un diálogo con
el régimen para resolver el conflicto venezolano. La alta comisionada para los
derechos humanos de la ONU, ex presidenta Bachelet, bastante parca en sus declaraciones,
ha manifestado su repudio por la violencia del régimen que no sólo impidió el
ingreso de la ayuda humanitaria sino, lo que es peor, incendiaron tres gandolas
con alimentos y medicinas destinadas a aliviar el sufrimiento de miles de
venezolanos, cometiendo así un delito de lesa humanidad. Ante los ojos del
mundo, el peor rostro del régimen quedó desnudo; quienes dudaban de semejante
atrocidad, allí están los resultados, sumado a las palabras de la señora Delcy
Rodríguez que textualmente afirmó, “ayer solamente vieron un pedacito de lo que
nosotros estamos dispuestos a hacer”. Como dirían los abogados, “a confesión de
partes relevo de pruebas”.
Dentro de un escenario polarizado como el que
actualmente caracteriza a Venezuela, tendríamos que admitir, entonces, que en
los sucesos acontecidos durante los días 23 y 24 de febrero, existe un ganador
y un perdedor. Si escuchamos solamente las declaraciones del usurpador y de su
camarilla, ellos ganaron ese round con un costo que hará más difícil su salida
pacífica del poder, aunado al creciente repudio mundial por semejante crueldad.
El régimen está agotando aceleradamente cualquier proceso de negociación que
permita el cese a la usurpación y la conformación de un gobierno de transición;
todo parece indicar que escogieron el camino de la violencia y la
radicalización; están dispuestos a matar e incendiar el país para mantenerse en
el poder. Ello traería consecuencias funestas para el régimen, las cuales
repercutirán en la población venezolana. Pero créanme, esa supuesta victoria es
el presagio de una derrota contundente y definitiva, porque nunca la crueldad
ha sido aliada de victorias permanentes en el tiempo.
Por otra parte, es conveniente decir que el “supuesto
derrotado” por el régimen -el pueblo venezolano dirigido por el presidente
encargado Juan Guaidó-, no ha colocado todas las piezas del ajedrez; perdiendo
hemos ganado porque el juego apenas comienza con el apoyo contundente de la comunidad
internacional, más comprometida que nunca con el rescate de la libertad y la
democracia en Venezuela, entendiendo que todas las opciones para resolver la
crisis están sobre la mesa. Con un pueblo movilizado en la calle que clama
libertad y justicia, y que no está dispuesto a seguir sufriendo esta tragedia
humana impuesta por el régimen usurpador, a pesar de una aparente desesperanza
después del 23-F. Con una fuerza armada que no termina de dar el paso final
pero que, sin duda, está experimentando un quiebre progresivo en sus estructuras
de mando que afianzan el debilitamiento del régimen. No por casualidad el
régimen ha echado mano de colectivos, presidiarios, guerrilleros colombianos y
toda suerte de organizaciones irregulares para defender a la revolución; la
lealtad de las fuerzas armadas al régimen está a prueba.
A pesar de las dificultades, no es el momento de
lamentaciones y de frustraciones, a pesar de la legitimidad de esos
sentimientos. Todos queremos salir cuanto antes de esta tragedia inhumana e
injusta, pero la política no nos provee de soluciones mágicas e inmediatas,
especialmente, en el combate contra un régimen que por espacio de veinte años destruyó
la institucionalidad republicana del país; pulverizó la economía nacional transformándonos
en la nación más pobre de la región; propició el éxodo de casi 4 millones de
compatriotas que literalmente fueron obligados a huir de su tierra; permeó en las
entrañas de la sociedad el cáncer de la corrupción y de la impunidad; inoculó
el germen del odio y la división social; desarticuló y desinstitucionalizó a
las fuerzas armas; y, violó la soberanía nacional al permitir que la inteligencia
cubana se convirtiera en el verdadero gobernante de Venezuela. Por si fuera poco, este régimen ha
mantenido relaciones directas y muy lucrativas con el narcotráfico, se alió con
el terrorismo internacional y abrió las fronteras de Venezuela para que fueran
usadas como aliviadero de la guerrilla colombiana. Apreciados lectores, ¿les parece poco todo lo
que este régimen ha hecho durante dos décadas?; tanto daño que podríamos
calificarlo desde ya como la peor desgracia que hemos soportado los venezolanos
en toda nuestra historia republicana.
Pues bien, con esa realidad nos estamos enfrentando
una vez más, pero ahora en condiciones mucho más favorables y alentadoras que
antes. Hemos avanzado muchísimo en apenas un mes. Hoy existe plena convicción
internacional que Maduro es el usurpador del poder en Venezuela; que el régimen
es asesino y violador confeso de los derechos humanos. Hoy existe una clara
visión que el régimen de Maduro se constituye en una amenaza para la seguridad
y la estabilidad de Latinoamérica y de otros países democráticos del planeta.
La estrategia de los factores democráticos venezolanos
se mantiene incólume; con el pasar de los días se acrecienta la presión
internacional, así como la esperanza de un pueblo que se resiste a vivir en
esclavitud, pobreza y rodeado de muerte. La comunidad internacional,
especialmente Estados Unidos, Colombia y Brasil, están comprometidos con la
libertad de Venezuela; no nos dejarán solos y harán todo cuanto puedan para
liberarnos de esta tragedia. Seguramente vendrán días muy difíciles, en el que
nos invada la incertidumbre y la desazón por no haber alcanzado el objetivo.
Tengamos fe porque estamos frente al quiebre inexorable de un ciclo histórico
para dar paso a uno nuevo, en el que los venezolanos podamos vivir por siempre
en libertad, con seguridad y con bienestar para todos.
Venezuela está sufriendo un parto doloroso, pero más
pronto que tarde disfrutaremos de la alegría que nos acompaña el nacimiento de
una nueva vida, el nacimiento de una nueva Venezuela que con el trabajo fecundo
de sus hijos la haremos grande como siempre la soñamos.
Profesor Titular Emeritus de LUZ