martes, 26 de febrero de 2019

El rostro de la crueldad humana

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Cuando un régimen, como el de Nicolás Maduro, basa sus pírricas victorias en el sufrimiento y en la muerte de sus conciudadanos, estamos frente a una tiranía cuya crueldad no tiene límites, pues, su vocación genocida es la única opción que tiene para mantener el poder usurpado.

Lo que vimos el pasado 23 de febrero no nos debe sorprender a los venezolanos; la represión y la violencia se han convertido desde hace tiempo en el guion de este régimen delincuente y forajido, que al sentirse perdido recurre a la fuerza para esconder la debilidad que lo persigue como una sombra. Los que sí debieron sorprenderse son algunos actores internacionales que, escudados en una neutralidad cómplice, todavía abogan por un diálogo con el régimen para resolver el conflicto venezolano. La alta comisionada para los derechos humanos de la ONU, ex presidenta Bachelet, bastante parca en sus declaraciones, ha manifestado su repudio por la violencia del régimen que no sólo impidió el ingreso de la ayuda humanitaria sino, lo que es peor, incendiaron tres gandolas con alimentos y medicinas destinadas a aliviar el sufrimiento de miles de venezolanos, cometiendo así un delito de lesa humanidad. Ante los ojos del mundo, el peor rostro del régimen quedó desnudo; quienes dudaban de semejante atrocidad, allí están los resultados, sumado a las palabras de la señora Delcy Rodríguez que textualmente afirmó, “ayer solamente vieron un pedacito de lo que nosotros estamos dispuestos a hacer”. Como dirían los abogados, “a confesión de partes relevo de pruebas”.

Dentro de un escenario polarizado como el que actualmente caracteriza a Venezuela, tendríamos que admitir, entonces, que en los sucesos acontecidos durante los días 23 y 24 de febrero, existe un ganador y un perdedor. Si escuchamos solamente las declaraciones del usurpador y de su camarilla, ellos ganaron ese round con un costo que hará más difícil su salida pacífica del poder, aunado al creciente repudio mundial por semejante crueldad. El régimen está agotando aceleradamente cualquier proceso de negociación que permita el cese a la usurpación y la conformación de un gobierno de transición; todo parece indicar que escogieron el camino de la violencia y la radicalización; están dispuestos a matar e incendiar el país para mantenerse en el poder. Ello traería consecuencias funestas para el régimen, las cuales repercutirán en la población venezolana. Pero créanme, esa supuesta victoria es el presagio de una derrota contundente y definitiva, porque nunca la crueldad ha sido aliada de victorias permanentes en el tiempo.

Por otra parte, es conveniente decir que el “supuesto derrotado” por el régimen -el pueblo venezolano dirigido por el presidente encargado Juan Guaidó-, no ha colocado todas las piezas del ajedrez; perdiendo hemos ganado porque el juego apenas comienza con el apoyo contundente de la comunidad internacional, más comprometida que nunca con el rescate de la libertad y la democracia en Venezuela, entendiendo que todas las opciones para resolver la crisis están sobre la mesa. Con un pueblo movilizado en la calle que clama libertad y justicia, y que no está dispuesto a seguir sufriendo esta tragedia humana impuesta por el régimen usurpador, a pesar de una aparente desesperanza después del 23-F. Con una fuerza armada que no termina de dar el paso final pero que, sin duda, está experimentando un quiebre progresivo en sus estructuras de mando que afianzan el debilitamiento del régimen. No por casualidad el régimen ha echado mano de colectivos, presidiarios, guerrilleros colombianos y toda suerte de organizaciones irregulares para defender a la revolución; la lealtad de las fuerzas armadas al régimen está a prueba.

A pesar de las dificultades, no es el momento de lamentaciones y de frustraciones, a pesar de la legitimidad de esos sentimientos. Todos queremos salir cuanto antes de esta tragedia inhumana e injusta, pero la política no nos provee de soluciones mágicas e inmediatas, especialmente, en el combate contra un régimen que por espacio de veinte años destruyó la institucionalidad republicana del país; pulverizó la economía nacional transformándonos en la nación más pobre de la región; propició el éxodo de casi 4 millones de compatriotas que literalmente fueron obligados a huir de su tierra; permeó en las entrañas de la sociedad el cáncer de la corrupción y de la impunidad; inoculó el germen del odio y la división social; desarticuló y desinstitucionalizó a las fuerzas armas; y, violó la soberanía nacional al permitir que la inteligencia cubana se convirtiera en el verdadero gobernante  de Venezuela. Por si fuera poco, este régimen ha mantenido relaciones directas y muy lucrativas con el narcotráfico, se alió con el terrorismo internacional y abrió las fronteras de Venezuela para que fueran usadas como aliviadero de la guerrilla colombiana.  Apreciados lectores, ¿les parece poco todo lo que este régimen ha hecho durante dos décadas?; tanto daño que podríamos calificarlo desde ya como la peor desgracia que hemos soportado los venezolanos en toda nuestra historia republicana.

Pues bien, con esa realidad nos estamos enfrentando una vez más, pero ahora en condiciones mucho más favorables y alentadoras que antes. Hemos avanzado muchísimo en apenas un mes. Hoy existe plena convicción internacional que Maduro es el usurpador del poder en Venezuela; que el régimen es asesino y violador confeso de los derechos humanos. Hoy existe una clara visión que el régimen de Maduro se constituye en una amenaza para la seguridad y la estabilidad de Latinoamérica y de otros países democráticos del planeta.

La estrategia de los factores democráticos venezolanos se mantiene incólume; con el pasar de los días se acrecienta la presión internacional, así como la esperanza de un pueblo que se resiste a vivir en esclavitud, pobreza y rodeado de muerte. La comunidad internacional, especialmente Estados Unidos, Colombia y Brasil, están comprometidos con la libertad de Venezuela; no nos dejarán solos y harán todo cuanto puedan para liberarnos de esta tragedia. Seguramente vendrán días muy difíciles, en el que nos invada la incertidumbre y la desazón por no haber alcanzado el objetivo. Tengamos fe porque estamos frente al quiebre inexorable de un ciclo histórico para dar paso a uno nuevo, en el que los venezolanos podamos vivir por siempre en libertad, con seguridad y con bienestar para todos.

Venezuela está sufriendo un parto doloroso, pero más pronto que tarde disfrutaremos de la alegría que nos acompaña el nacimiento de una nueva vida, el nacimiento de una nueva Venezuela que con el trabajo fecundo de sus hijos la haremos grande como siempre la soñamos.

Profesor Titular Emeritus de LUZ

domingo, 17 de febrero de 2019


El 23 de febrero

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

De nuevo, una fecha se convierte en referencia para los venezolanos dentro del calendario de una solución a la dramática crisis que vive el país. El presidente encargado Juan Guaidó, ha planteado que el próximo 23 de febrero entrará la ayuda humanitaria internacional a Venezuela, con la anuencia o no de las fuerzas armadas. Sin embargo, de manera reiterada y haciendo uso de todos los medios, incluyendo a la ley de Amnistía y Garantías, Guaidó les ha hablado con firmeza a los militares conminándolos que se coloquen del lado de la Constitución y del pueblo, y permitan el ingreso de la ayuda humanitaria; de esa manera, se precipitaría el desconocimiento militar al régimen de Maduro, conformándose un gobierno de transición para la realización de elecciones libres en un plazo prudencial.

Guaidó conectado con el sentimiento mayoritario de los venezolanos, sabe que el país apuesta por una salida pacífica de la crisis, aquí nadie quiere guerra, pero la gente está impaciente y no puede esperar mucho más; por ello, Guaidó ha manifestado insistentemente que la usurpación de Nicolás Maduro debe finalizar con el menor trauma posible para los venezolanos, consciente que ello dependerá de la actitud que asuman los militares en estas horas cruciales para el destino de la patria.

Negar la crisis humanitaria de Venezuela refleja la perversidad de un régimen empeñado en asesinar a los venezolanos, especialmente a los más vulnerables que son la mayoría de la nación. Mientras miles de niños mueren por desnutrición o por falta de alimentos; mientras los enfermos crónicos temen morir por no disponer del medicamento que les alarga la vida; mientras millones de venezolanos no pueden comer porque no hay alimentos o sencillamente no tienen cómo comprarlos, al usurpador sigue sin importarle la tragedia en la que sumergió al país; a pesar de su desnudez, el régimen desea librar una guerra que ya perdió. Y, créanme, esa no es la opción más inteligente para quienes irreversiblemente ya no podrán gobernar el país.

Sin pretender colocarle una fecha límite a la crisis venezolana, el 23 de febrero se perfila como un día decisivo, en el que comprobaremos de qué lado está la mayoría de los militares venezolanos; si se mantienen leales a la tiranía o, por el contrario, honran el juramento de defender a la Constitución y al pueblo. Si ocurre lo segundo -todos quisiéramos que así fuese- el desenlace será relativamente pacífico y, en el corto plazo, se enrumbaría el país hacia la transición. Si ocurriese el primer escenario, entonces, el presidente Guaidó estaría obligado constitucional y moralmente a que la ayuda humanitaria ingrese al territorio nacional, aunque ello signifique la intervención internacional con fines humanitarios para defender los derechos humanos de la población venezolana.

En cualquier escenario, la situación de Maduro luce muy complicada; todo pareciera indicar que es el comienzo definitivo del fin o el final definitivo de la tragedia. El poder de maniobra del régimen se reduce con el pasar de los días. Y, lo que es peor para Maduro y su camarilla, históricamente los militares venezolanos han tenido poca disposición de inmolarse por su superior, especialmente, por uno que no tiene capacidad alguna para protegerlos frente a un desenlace fatal. Nuestros militares no tienen vocación de kamikaze, aunque oigamos a algunos estar dispuestos a dar su vida por la revolución. Estos últimos forman parte de la cúpula que durante veinte años se benefició de las prebendas, negocios y corruptelas de un régimen que se encargó de desarticular y desintitucionalizar a las fuerzas armadas, para ponerlas al servicio de una revolución que resultó ser la peor estafa en la historia de Venezuela.

Estamos viviendo tiempos decisivos en los que la neutralidad no tiene cabida. Por eso los militares venezolanos aún tienen la oportunidad de salvar su honor, a fin de evitar que la historia los juzgue como traidores a la libertad, a la Constitución y al pueblo venezolano. En todo caso, en palabras del Dr. Ángel Lombardi, por vez primera en la historia republicana venezolana, un ciclo se cerrará y otro se abrirá sin el protagonismo de las fuerzas armadas; en esta oportunidad, el rescate de la libertad y la democracia es obra de la sociedad civil venezolana (partidos políticos, estudiantes, movimientos sociales, gremios, trabajadores, empresarios, amas de casa, etc.) que, por espacio de dos decenios, resistió los embates de la peor tiranía que nunca jamás tuvimos y, aún así, mantuvo intacta su vocación democrática para luchar sin descanso hasta conquistar de nuevo la libertad.

Se siente cerca la victoria en esta cruenta y larga batalla. Estamos frente a una tormenta perfecta, en la que todos los factores están alineados a favor del cambio político en Venezuela. Hoy tenemos condiciones con las que antes no contábamos. Existe una estrategia y una ruta definida: 1. Cese de la usurpación; 2. Gobierno de transición; y, 3. Elecciones libres. Logramos el apoyo y una multitudinaria movilización popular; las calles en todo el país gritan con brío ¡libertad!; se hizo posible, contra todos los pronósticos, la unidad útil de la oposición democrática; el liderazgo de Juan Guaidó se conectó con la emoción de la gente, brotando de nuevo la esperanza, a través de un discurso fresco y sencillo que transmite la sensación que ¡sí se puede!; la comunidad internacional mayoritariamente reconoce la presidencia de Juan Guaidó y, ahora más que antes, realizan esfuerzos extraordinarios para que por fin se instaure la democracia en nuestro país.

Estos acontecimientos deben estar siendo evaluados detenidamente por las fuerzas militares. Aún quedan algunos días para que tomen una decisión inteligente y desconozcan a un régimen que destruyó al país, a los venezolanos y a sus propias familias. Ustedes saben que Maduro no les garantiza ninguna protección y, mucho menos, el futuro para vivir con dignidad. Al régimen se le acabaron las opciones. Lo inteligente, humano y patriota es que, ustedes militares, se coloquen del lado correcto de la historia. El noble pueblo venezolano les recompensará la hidalguía de haber defendido a la Constitución y haber contribuido con la instauración de la libertad en nuestro país. Den un paso al frente para evitar mayores calamidades. Pero sepan que, con ustedes o sin ustedes, los venezolanos rescataremos la libertad, la justicia, la democracia y el progreso para todos.

Profesor Titular Emeritus de LUZ

domingo, 10 de febrero de 2019


Ayuda humanitaria que salva vidas

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

La profunda e inédita crisis política que experimenta Venezuela, producto de un régimen que por veinte años ha pretendido destruir a la nación y empobrecer a los venezolanos, tiene su peor rostro humano en la diáspora venezolana y en el cuadro generalizado de miseria que demanda con urgencia la ayuda humanitaria internacional. Estos dos aspectos han influido en el escenario de cambio que empieza a perfilarse a partir del pasado 5 de enero, bajo el liderazgo del presidente encargado Juan Guaidó, sensibilizando a la comunidad internacional sobre la pronta y necesaria salida de Nicolás Maduro del poder usurpado.

Venezuela sufre hoy la diáspora más grande que haya registrado América Latina en toda su historia. Se calcula que cerca de 4 millones de venezolanos han salido del país; un gran porcentaje de estos migrantes han huido del país por falta de condiciones mínimas que le garanticen su sobrevivencia humana; no tienen empleo, ni comida, ni medicinas y, lo que es peor, los persigue el miedo de morir en un país donde la vida cada vez vale menos.
Lo he dicho en reiteradas oportunidades, la diáspora convirtió la crisis venezolana en un problema de Estado para las naciones de la región, especialmente, para los gobiernos de Colombia, Ecuador, Brasil, Perú, Argentina y Chile, así como los Estados Unidos y España, entre otras naciones del mundo. Sin duda, la emigración venezolana ha repercutido gravemente en la economía, en los servicios públicos, en los programas de asistencia social y en la propia seguridad de esas naciones, motivando a sus gobiernos a tomar decisiones que permitan la restitución de la democracia y la Constitución en Venezuela y, por ende, la salida del poder de Nicolás Maduro. Están conscientes, hoy más que nunca, que la instauración de un gobierno de transición en Venezuela, es el camino correcto para neutralizar las peligrosas consecuencias de la diáspora venezolana en América Latina, pues, con seguridad muchos de los emigrantes retornarían a Venezuela apenas mejore la calamitosa situación que sufre la nación.

El otro caballo de troya de esta crisis es la ayuda humanitaria. En estricto sentido, la ayuda humanitaria tiene como propósito salvar las vidas de seres humanos en riesgo de morir, así como aliviar las necesidades básicas de los grupos más vulnerables de la sociedad. El sufrimiento del pueblo venezolano infringido por un régimen tiránico que viola flagrantemente los derechos humanos de sus conciudadanos, se ha convertido también en una razón de especialísimo peso en el contundente apoyo de la comunidad internacional para liberar a Venezuela de la usurpación de Nicolás Maduro.  

Tanto la diáspora como la ayuda humanitaria le han dado una visión internacional más humana al conflicto venezolano. Sabemos que el fondo de la crisis es eminentemente político, basado en la entronización de un régimen fallido y forajido, incapaz de resolver los más ingentes problemas del país; un régimen corrupto que saqueó las arcas del fisco nacional haciendo inmensamente ricos a la elite gobernante, a costa del hambre y la muerte de los venezolanos; un régimen que viola con cinismo los más elementales derechos humanos; en fin, un régimen ilegitimo y usurpador que destruyó la institucionalidad republicana colocándose de espaldas a la Constitución y a los ciudadanos. Desde hace tiempo, esa realidad la sentimos en carne propia los venezolanos y es conocida al detalle por la comunidad internacional; pero lo que hoy está en los ojos del mundo es la vocación criminal de una tiranía, que no le importa el dolor y el hambre de niños y ancianos que claman por ayuda humanitaria para evitar morirse por desnutrición o por la ausencia de un medicamento vital para aliviar sus dolencias.

Esta es la percepción que las democracias del mundo tienen hoy día del usurpador Nicolás Maduro y de toda la cúpula de un régimen que se atrinchera para defender sus oscuros intereses, impidiendo que los más necesitados tengan acceso a alimentos y a asistencia médica inmediata. Que el régimen usurpador niegue la existencia de una crisis humanitaria en Venezuela, es ya un delito de lesa humanidad; bloquear la llegada de una ayuda urgente que pretender salvar de la muerte a más de 300 mil venezolanos, es la perversidad de un régimen que pasará a la historia, no sólo como la peor tiranía del siglo XXI latinoamericano, sino como un régimen genocida que pretendió asesinar a su pueblo con el hambre y por la falta de asistencia médica.

Frente a cualquier discusión jurídica, lo que subyace es que Venezuela está sometida a un estado de necesidades básicas (alimentos, salud, seguridad) que amenazan con eliminar a los ciudadanos más vulnerables, dentro de una sociedad en la que más del 80% son pobres y más de la mitad de éstos están dentro del umbral de la pobreza crítica. La verdad dantesca de todo esto es que cada día mueren decenas de niños por desnutrición o por falta de medicamentos; también es verdad que familias enteras se encuentran en completo de estado de inanición; que cada vez son más los pacientes con enfermedades crónicas destinados a morir porque no tienen asistencia médica o el tratamiento que les permita mantenerse vivos; que cientos de ONG no se dan abasto frente a la creciente demanda de medicinas y alimentos de venezolanos de todos los rincones del país. Esa es la cruel realidad de nuestro país; nunca antes una nación de la región había sufrido los peores embates del hambre y la pobreza, producto de un modelo ideológico corrupto e inmoral cuyo único objetivo es mantenerse en el poder, aunque ello signifique el exterminio de los venezolanos.

Satisfacer las necesidades básicas de los más vulnerables, justifica la acción internacional para evitar la muerte de miles de venezolanos a los que el régimen les niega la vida; dentro de este concepto de Estado de Derecho de necesidad, se eximiría de responsabilidad a quienes intentan aliviar los sufrimientos y carencias de seres humanos que padecen necesidades que puedan derivarse en muerte. Por eso la importancia de la ayuda humanitaria internacional, como un mecanismo humano y moral para aligerar el cese de la usurpación y propender al advenimiento de un gobierno de transición que corrija las profundas desigualdades de la Venezuela que heredamos del régimen castro comunista de Nicolás Maduro.

Profesor Titula Eméritus de LUZ