lunes, 27 de abril de 2020

El dolor de la diáspora

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Durante estos largos días de cuarentena leí la última novela de Isabel Allende “Largo pétalo de mar”, en la que narra los sufrimientos de una familia española que, debido a sus creencias republicanas,  debió emigrar a Chile en plena guerra civil de España, gracias a gestiones realizadas por Pablo Neruda, diplomático del gobierno chileno de la época. Esa familia, al igual que millones de españoles, sufrió hambre, enfermedades, abusos y mal tratos en su tortuoso peregrinaje hasta llegar a su nueva patria, un país que para 1936 era desconocido para la mayoría de los europeos.

Leyendo la novela de la escritora chilena, llegaron a mi mente imágenes desgarradoras del dolor que está sufriendo la diáspora venezolana, especialmente, los que han emigrado a los países más cercanos como Colombia, Ecuador y Perú. Nada justifica los sufrimientos de nuestros hermanos en tierras extranjeras. Por solidaridad y respeto a la dignidad humana, los migrantes venezolanas merecen ser atendidos con la urgencia que el caso amerita.

Cuando el mundo clama por solidaridad y justicia en búsqueda de esfuerzos y voluntades para mitigar la crisis generada  por la pandemia del Covid-19, observamos con estupor cómo los venezolanos son víctimas de una xenofobia brutal en países hermanos, como es el caso especialísimo de Perú; siendo estas acciones promovidas en muchos casos por las propias autoridades de esos países. Los venezolanos están siendo echados a la calle al no poder pagar la renta de sus viviendas porque han perdido sus empleos; no tienen qué comer y deambulan por calles y refugios en búsqueda de alimentos para no morirse de hambre; están desprovistos de servicios médicos básicos; reciben ataques y ofensas que denigran su dignidad como seres humanos; están expuestos más que otros grupos de la población a contagiarse con el virus chino, poniendo en riesgo su salud, la de su familia y la de las personas de su entorno. Y cuando deciden regresar al país, la dictadura de Maduro se burla y los engaña en su buena fe, haciéndonos creer que les preocupa su situación, cuando la verdad es que sólo les importa el poder, no importa lo que tenga que hacer para mantenerlo.

La tragedia de los migrantes venezolanos no tiene parangón en la historia latinoamericana. Nunca antes habíamos presenciado tanto ensañamiento  contra algún grupo de migrantes. Duele decirlo, porque históricamente Venezuela fue un país que recibió con los brazos abiertos a extranjeros que venían de todas partes del mundo. Aquí encontraron trabajo, educación, salud y las manos generosas de un país amigo, que hizo que se sintieran  más venezolanos que los propios que nacimos en esta tierra de gracia.

Isabel Allende plantea de una manera magistral la solidaridad de Venezuela con los migrantes, al describir el segundo exilio que debieron sufrir Víctor Dalmau y Roser Bruguera, personajes centrales de su novela, debido al golpe de Estado de Pinochet en 1973. “Venezuela recibió a Víctor con la misma despreocupada generosidad con que acogía a millares de inmigrantes de varios lugares del mundo y más recientemente a los refugiados de la dictadura de Chile y de la guerra sucia de Argentina y Uruguay, además de los colombianos que cruzaban las fronteras sin permiso escapando de la pobreza…Se vivía alegremente, de parranda en parranda, con gran libertad y un profundo sentido igualitario”.

Después de haber leído tan hermosas palabras sobre nuestro país, nos cuesta comprender más la xenofobia en contra de los venezolanos. Ahora que la pobreza y el hambre se apoderan del país, los venezolanos son despreciados por países que en otrora le tendimos las manos cuando buscaban ayuda para aliviar su miseria, o la libertad que en sus países les era negada. Debemos levantar nuestras voces para denunciar con firmeza los atropellos de los que son víctimas los venezolanos en países vecinos. Sin duda, es una situación injusta que desdice de la humanidad de algunos de nuestros hermanos latinoamericanos.

Este es un tema tan doloroso que exige la actuación urgente del gobierno interino del presidente Guaidó. Es momento de tomar acciones concretas en alianza con los gobiernos democráticos de la región, como aumentar y distribuir con eficiencia y probidad la ayuda humanitaria para apoyar a los migrantes; establecer normas explícitas que castiguen las conductas xenofóbicas; implementar políticas preferenciales para proteger a niños y ancianos; activar la atención permanente de embajadas y consulados del gobierno interino de Venezuela en Colombia, Ecuador, Perú y en el resto de los países de la región; sin olvidar  que estas acciones sólo sirven para paliar la trágica situación de los migrantes venezolanos, porque la acción principal, la más importante, es lograr la salida del régimen para implantar un gobierno de emergencia y unidad nacional, y ese supremo objetivo sólo podremos lograrlo con la ayuda decidida y contundente de nuestros aliados de América Latina, Europa y Estados Unidos.

Los países democráticos de la región saben que la única manera de poner fin a los problemas económicos, de seguridad y de salud pública generados por los migrantes venezolanos en sus países, es sacar al narco dictador y liberar a Venezuela de la tragedia más espantosa que país alguno de la región ha vivido en toda su historia republicana.

Profesor Titular Emérito de la Universidad del Zulia (Venezuela)

jueves, 23 de abril de 2020

Encrucijada en la pandemia

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

A raíz de la pandemia del Covid-19, la mayoría de los gobiernos del mundo debaten acerca de cuál es la prioridad que deben atender durante la crisis sanitaria y económica que tiene paralizado a gran parte del mundo. Seguramente, la prioridad seleccionada estará en sintonía con la ideología de los gobernantes. En todo caso, el debate se centra entre la ayuda a las poblaciones más afectadas por la pandemia y/o la protección de la economía para frenar las devastadoras consecuencias de la crisis, ambas opciones perfectamente válidas.

Pero en circunstancias tan difíciles como las que experimenta el mundo, apostar por posiciones radicales resulta a todas luces contraproducente. Los gobiernos populistas tienden a creer que la prioridad son los pobres y los grupos vulnerables a quienes deben ayudar con recursos públicos para paliar las dificultades de la emergencia; en este caso, las empresas privadas, consideradas como una élite privilegiada, deben enfrentar la crisis con recursos propios. Por el contrario, los gobiernos que defienden postulados de derecha creen que la prioridad es la economía antes que la salud y protección de los más necesitados, a fin de garantizar un crecimiento que permita minimizar el impacto de la crisis generada por la pandemia.

Si alguna lección debemos aprender de esta pandemia planetaria, es la construcción de una economía diferente en la que las finanzas mundiales  deban impulsar acciones efectivas para crear empleos sostenibles, crecimiento verde y una forma distinta de vida, porque la salud de las personas y la salud del mundo son una misma cosa. Para ello es necesario tener una concepción clara de la  importancia tanto de los trabajadores como de los empleadores privados. Ambos pilares fundamentales para alcanzar el bienestar que los ciudadanos merecen dentro de una sociedad más democrática, justa y solidaria.

Si los gobiernos se empeñan obstinadamente en destinar gran parte de sus recursos para aliviar las carencias de los más necesitados, olvidando la capacidad de las empresas para generar empleos, tendremos un escenario mucho más desolador porque los programas sociales y políticas asistencialistas no son suficientes para combatir la pobreza; es vital la creación y protección de empleos productivos, de calidad y bien remunerados que sólo pueden ser generados por el sector privado de la economía, el cual requiere del apoyo económico y fiscal, y respeto institucional de los gobiernos para contribuir con el mejoramiento progresivo de la economía.

Por lo menos a nivel teórico, la cuestión parece mucho más sencilla dilucidarla. Con empresas quebradas no hay empleos, ni tampoco impuestos para que los gobiernos dispongan de recursos para programas y obras sociales que beneficien a los más pobres. En consecuencia, el sentido común aconseja que, frente a una crisis de grandes proporciones como la actual, los gobiernos deban apoyar a la empresa privada para disminuir los niveles de desempleo, pobreza y violencia que tienden a crecer en circunstancias de adversidad.

No se trata de defender o aplicar medidas neoliberales, de lo que se trata en definitiva es comprender que el trabajo productivo es el único mecanismo para generar riquezas, porque no se puede distribuir lo que no se tiene. Ciertamente, es necesario implementar programas sociales que contribuyan a aliviar las carencias materiales de los más pobres, es una cuestión de solidaridad y dignidad humana. Lo que no puede aceptarse es que gobiernos con apetencias electorales y clientelistas pretendan profundizar las desigualdades sociales con programas de asistencia social que lejos de disminuir la pobreza, la aumentan en mayores proporciones que cuando llegaron al poder.

En aras de mantener la gobernanza en los difíciles tiempos por venir, se hace impostergable un entendimiento sólido, responsable y permanente entre los gobiernos y el sector privado de la economía, con el propósito de nutrir un debate deslastrado de dogmas y prejuicios para que ganemos todos.

Este es un tema crucial en el corto y mediano plazo, pues, la crisis generada por la pandemia del covid-19 traerá consecuencias no sólo económicas, sino también políticas y culturales. Aquellos gobernantes que sean capaces de aplicar políticas con una visión de estadistas, tendrán mayor probabilidad de mantenerse en el poder y coronar con éxito, que aquellos gobernantes que están trabajando a favor de sus ideologías y sus apetencias electorales, dejando a un lado los supremos intereses de sus naciones.

Profesor Titular Emeritus de la Universidad del Zulia (Venezuela)

lunes, 6 de abril de 2020


Incertidumbre en tiempos de pandemia

Efraín Rincón Marroquín (EfrainRincon17)

Probablemente la incertidumbre sea la palabra que mejor defina la cuarentena que el mundo vive por la pandemia del Covid-19. Existe incertidumbre en el presente para enfrentar un virus letal que nos tomó por sorpresa y tiene de rodillas al mundo entero; e incertidumbre en el futuro porque desconocemos las consecuencias al finalizar la contingencia planetaria. ¿Qué pasará?, es la pregunta que todos nos hacemos a lo largo y ancho del globo terráqueo.

Los análisis prospectivos plantean escenarios catastróficos en la economía mundial. De acuerdo al Fondo Monetario Internacional, la economía mundial se reducirá en un tercio; en el caso concreto de Estados Unidos, se estima que su economía caerá entre -3% a -7%, mientras que la Unión Europea caerá en -1.8%. El mundo experimentará una recesión económica peor que la del 2008, requiriéndose más de 2,5 billones de dólares para hacerle frente a la crisis. Ello implicará un crecimiento significativo de la deuda global, ubicándose en 253 mil millones de dólares la deuda de USA y de China.  Las previsiones son peores que lo estimado antes de la pandemia, lo cual obliga el replanteamiento de las economías y del modelo de globalización imperante hasta el momento. Definitivamente, el mundo ya no será igual al que teníamos antes de la llegada del coronavirus.

El panorama para América Latina es aún más desolador, agravado por el hecho que somos la región con mayores desigualdades en el mundo. Se estima que, después de la pandemia, la pobreza pasará en promedio de 186 millones a 220 millones de personas, esto es, un incremento de 20% aproximadamente; asimismo, la pobreza extrema crecerá en 23 millones de personas, pasando de 68 millones a 91 millones. Ello debido, en gran parte, a la pérdida de empleos y de ingresos que afectará tanto a los sectores populares que laboran en la informalidad que ocupa en promedio el 36% del mercado laboral, como al 30% de la clase media que es parte de la economía formal. En el segmento de los millenials el desempleo podría ubicarse en un 48%, alejando las oportunidades de una mejor calidad de vida para los jóvenes latinoamericanos.

Otro aspecto que agravaría la situación social y económica de América Latina, es el hecho que el sector con mayor crecimiento mundial, como es la tecnología, es al que la región le invierte menos, calculándose sólo en 1.9% la inversión global latinoamericana en la tecnología mundial. Ello supondría una mayor dependencia en el comercio de materias primas, cuyo valor agregado es de apenas del 5%. La inversión en las tecnologías podría disminuir debido a un mayor desembolso del gasto público en salud y en otras áreas inherentes al combate de la pandemia del Covid-19.

Este dantesco panorama, sin duda, tendrá serias repercusiones en la gobernanza de la región y del mundo, pues, muchos gobiernos les tocará manejar situaciones inéditas que pueden comprometer su desempeño. En una crisis de estas dimensiones, parece normal volver a políticas keynesianas, a través de las cuales el Estado asume un mayor control sobre la economía, en aras de mantener y crear empleos que puedan palear los estragos de la crisis, pudiéndose generar gobiernos con una visión más nacionalista o proteccionista que afectan la globalización de la política. Frente a la fragilidad y vulnerabilidad de las sociedades latinoamericanas esta tentación puede ganar muchos adeptos, derivando en más populismo y corrupción, enemigos históricos de la democracia latinoamericana.

Sin duda vienen tiempos muy difíciles que traerán profundos cambios a los que la inteligencia humana deberá enfrentar. El éxito para superar la crisis no dependerá exclusivamente de los esfuerzos de los gobiernos, será necesario el apoyo financiero de organismos multilaterales, la concienciación y participación ciudadana frente a los nuevos retos y la voluntad política de gobernantes y empresarios para colocar como prioridad los intereses de los países, por encima de las apetencias personales y grupales que en nada contribuyen con la búsqueda de soluciones efectivas, para enfrentar la peor crisis que la humanidad ha vivido después de la segunda guerra mundial.

Frente a un escenario tan pesimista como el que vamos a enfrentar en el futuro próximo, necesariamente debemos llenarnos  de optimismo, confiar nuevamente que en tiempos de desgracias, la inteligencia humana está al servicio de causas nobles que mitiguen progresivamente los sufrimientos de la humanidad.

En tal sentido, en palabras del Dr. Edgar Jiménez, eminente analista latinoamericano, para enfrentar la actual crisis es necesario invocar y practicar una Cultura de Solidaridad Internacional que rompa los muros de nacionalismos trasnochados, y una integración y globalización de la esperanza. Dos virtudes humanas que siguen siendo mecanismos poderosos para vencer las dificultades, incluyendo las de naturaleza política y económica.

En la medida que los países más poderosos del planeta (G20) y los organismos multilaterales implementen programas de cooperación financiera y técnica a los países más vulnerables, invocando el espíritu de la solidaridad mundial, estaremos más cerca de la solución de la crisis, impregnando el ambiente mundial de la esperanza que nos regala las fuerzas y las capacidades para construir una mejor sociedad sobre las ruinas que dejó el Covid-19.   

Profesor Titular Emeritus de la Universidad del Zulia (Venezuela)