Los
desafíos de la democracia en América Latina
Efraín Rincón Marroquín
(@EfrainRincon17)
De acuerdo al Informe del
Instituto Internacional para la Democracia y Asistencia Electoral (IDEA
Internacional), correspondiente al año 2019, la democracia latinoamericana
presenta avances cuantitativos importantes, reflejado en el hecho que 9 de cada
10 latinoamericanos viven en democracia. Sin embargo, a nivel cualitativo, el
informe acusa un profundo deterioro de la calidad de la democracia
latinoamericana y el ascenso al poder de gobiernos populistas a través del
voto.
El deterioro de la
democracia latinoamericana ha generado la reducción de los espacios para la
acción cívica, el debilitamiento de los frenos y contrapesos institucionales,
altos niveles de desigualdad, corrupción e impunidad y violación de los derechos humanos, especialmente,
en el triángulo antidemocrático de la región integrado por Cuba, Venezuela y
Nicaragua.
Otros datos del último informe
de IDEA, resaltan las amenazas que se ciernen sobre la democracia
latinoamericana. La fatiga con el sistema democrático es una realidad
inocultable. El apoyo ciudadano a la democracia se ubicó en 48%; en otras
palabras, el 52% de los latinoamericanos rechaza o les resulta indiferente la
democracia, erosionándose peligrosamente su legitimidad. De igual manera, la
confianza de los ciudadanos en los parlamentos se ubicó en 21%, en los partidos
políticos 13%, en los tribunales electorales 28% y 45.5% en las elecciones.
Estas cifras tan desalentadoras profundizan la crisis de las instituciones de
la democracia representativa en América Latina y la pérdida del valor del voto
como mecanismo de cambio social.
En el 2018, la aprobación
promedio de los gobiernos de la región se ubicó en 32%, 28% por debajo de la
aprobación correspondiente al 2008 (60%). Son muchas las razones que explican la
desaprobación mayoritaria sobre los gobiernos latinoamericanos. La frustración de
ciudadanos cuyas demandas y expectativas no son satisfechas por los gobiernos;
el miedo de las clases medias de perder lo que han ganado económica y
socialmente a lo largo del tiempo; y, la cultura del privilegio cada vez más
enquistada que profundiza las desigualdades sociales, fortaleciendo la
indignación de los ciudadanos contra la política y las élites, el voto anti-establishment,
la conflictividad social y la aparición de gobiernos populistas tanto de
izquierda como de derecha.
A ello se suma la profunda
crisis sanitaria y económica heredada de la pandemia del covid-19. La CEPAL
proyecta una caída de -5.3% de la economía latinoamericana en el 2020; 12
millones de nuevos desempleados para sumar 37.7 millones; 28.7 millones más de
pobres para sumar 215 millones; 15.9 millones de pobreza extrema para sumar 87
millones. Este dramático panorama amenaza la gobernabilidad de los países
latinoamericanos, por la carencia de recursos públicos para hacerle frente a
una crisis generalizada, aumentando la pretensión autoritaria de los gobiernos
para mantener el control social y las posibilidades para que modelos populistas
accedan al poder a través de voto, impulsados por el hartazgo de los ciudadanos
frente a gobiernos ineptos y cada vez más corruptos.
Frente a tan sombrío
escenario, ¿qué está haciendo la dirigencia política para defender la
democracia y preservar las libertades ciudadanas? El balance no es positivo. Los
errores se repiten una y otra vez, sin aprender las lecciones de experiencias
pasadas. Cuando creemos que la democracia está preparada para impulsar los
cambios que permitan vencer desigualdades históricas, sin amenazar las libertades
ciudadanas y la economía de mercado, aparece en el horizonte el populismo con
sus promesas de redención social y otra vez elegimos aventuras que ponen en
riesgo la institucionalidad democrática y producen el colapso económico que
trae más pobreza y profundiza las desigualdades que prometen combatir.
El ejemplo más reciente lo
constituye Bolivia, con el triunfo contundente de Luís Arce, candidato del
partido MAS liderado por Evo Morales. Cuando muchos pensaron que el socialismo
estaba de salida en Bolivia, los ciudadanos renovaron la confianza a ese
proyecto político a través del voto. ¿Por qué regresa el socialismo a Bolivia cuando
hace unos meses atrás se suponía liquidado?
La respuesta más sencilla es
responsabilizar a los bolivianos por su reiterada equivocación. Pero existen razones
profundas que explican la victoria de Arce. No debemos simplificar las cosas y
excluir del problema a la dirigencia democrática boliviana, responsable directa
del retorno del socialismo a Bolivia. El primer error fue desestimar al adversario
y evitar la unidad de la oposición. Se privilegió la inmadurez política, las
agendas particulares y la absoluta carencia de realpolitik, aunado al pésimo desempeño
del gobierno interino, agravado por la pandemia del covid-19. La oposición no
supo comunicar una propuesta diferente con real opción de poder y la conexión emocional
con el pueblo tampoco funcionó. Frente a este desorden, Arce cabalgó triunfante
con el discurso de la liberación de Bolivia en manos de oligarcas que quieren el
poder para oprimir al pueblo.
Eso mismo está ocurriendo en
Venezuela, y me temo pueda ocurrir en Chile, Ecuador, o Colombia. Una
dirigencia demócrata desconectada con la realidad social e intoxicada con egos personales
que impiden el triunfo de la libertad sobre modelos populistas cuyos remedios
resultan peor que la enfermedad.
Profesor Titular Emérito
de la Universidad del Zulia, Maracaibo, Venezuela.