viernes, 16 de abril de 2021

 

Las emociones ganan elecciones

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

La Ciencia Política ha planteado que las emociones son parte integral del comportamiento político de los ciudadanos. Hoy se reconoce que  la mayoría de los electores vota por emociones; vota por amor y lealtad, con el corazón; vota por rabia, frustración y castigo, con el hígado; o vota por necesidad material, con el estómago. Analizar las emociones en un contexto electoral, puede ser la clave para ganar una elección fundamentada en la estrategia correcta.

Al igual que en la vida, las emociones en la política carecen de racionalidad para tomar buenas decisiones. Con más frecuencia de la que deseamos, las emociones en política nos invitan a seguir un rumbo que termina siendo peor a lo que antes rechazábamos. En las últimas décadas, América Latina se ha convertido en un sube y baja emocional electoralmente hablando, destacando dos emociones básicas: la esperanza que promete un cambio de manos de un mesías; y, el hartazgo contra un sistema o un proyecto político que impide la llegada del cambio, o ha destruido las posibilidades de la gente para conquistar un mejor porvenir. Ambas emociones, bastante conectadas, han estado invariablemente presentes en los procesos electorales latinoamericanos.

El pasado 11 de abril, los ecuatorianos eligieron el presidente de la República para los próximos cuatro años, bajo la pérfida sombra de Rafael Correa. Otra vez, el correísmo se convirtió en el sentimiento que polarizó a Ecuador e impulsó el voto a favor o en contra de Andrés Arduz, candidato del expresidente Correa. Las elecciones las ganó el anticorreísmo; ganó Guillermo Laso, porque supo conectarse con la principal emoción de la mayoría de los electores, el profundo rechazo por lo que significó y significa Correa en la vida de los ecuatorianos.

Contra muchos pronósticos, Lasso ganó la presidencia con el 52.36%, por una ventaja de más de 400 mil votos sobre Arduz. Tan sólo dos meses atrás, los correístas daban por segura la victoria en la segunda vuelta. La tarea lucía muy sencilla; Lasso un banquero con poca conexión popular era fácilmente derrotable. Hicieron todos los esfuerzos para que fuese Lasso el candidato contrincante en vez de Yaku Pérez, genuino representante de un sector de la izquierda ecuatoriana, pero débil frente al “poderío” de la revolución ciudadana. Pero, ¡sorpresa!, los resultados terminaron por hundir el apoyo que aún tiene o tenía Correa en su país.

La principal referencia de las elecciones presidenciales de Ecuador fue la polarización protagonizada por el correísmo y el anticorreísmo, éste último representado tanto por la izquierda como por la derecha. Fue una elección de todos contra Correa, el menos importante era Arduz percibido como un segundón, un títere dominado por su mentor político.

Las dificultades para lograr, en la segunda vuelta,  el apoyo directo de Yaku Pérez, obligó a cambiar la estrategia de la campaña de Lasso, ideada por el consultor Jaime Durán Barba, orientada a conquistar los votos de los izquierdistas Pérez y  Hervas, cuyos electores tenían en común la animadversión  por Correa. Interpretar correctamente el sentimiento preponderante de la campaña, sumado a un refrescamiento de la imagen del candidato y el uso intenso de la plataforma tik tok, fue la clave del triunfo de Guillermo Lasso.

Una frase logró unificar los sentimientos de electores que en la primera vuelta eran fuertes adversarios de Lasso. ¡Encontrémonos para lograrlo!, fue el mensaje que permitió que los izquierdistas –radicales y light- terminaran votando por un candidato que, como Lasso, era contrario a sus ideas, pero pragmáticamente era el único que podía lograr hacer realidad la promesa básica de la campaña: derrotar a Correa y a su modelo ideológico.

El desafío de Guillermo Lasso es gigantesco. Gobernar a un país con una profunda crisis económica y social, heredada por una de las peores gestiones que ha tenido la nación y por la pandemia del covid-19, demanda un nuevo gobierno que interprete y se ocupe de las necesidades de la mayoría, combinando  elementos de una economía de mercado capaz de generar confianza, atraer inversiones, generar empleos productivos y de calidad y garantizar una mejor calidad de vida de los ecuatorianos. La izquierda populista no ha logrado cristalizar esos sueños, y los gobiernos de centro derecha tampoco han logrado convencer a esas mayorías que sus políticas son más beneficiosas que el socialismo. De ese tamaño es reto que debe enfrentar el presidente Lasso.

Por el bien de Ecuador y por la democracia latinoamericana, hago votos por el éxito del nuevo gobierno. Confío que pueda ser el inicio de una etapa más próspera para la región latinoamericana.

Profesor Titular Emérito de la Universidad del Zulia (Venezuela)