¡A
veces estamos arriba, otras veces debajo!
Efraín Rincón Marroquín
(@EfrainRincon17)
Luís Herrera Campíns,
considerado el presidente más refranero de Venezuela, decía con frecuencia que “unas
veces estamos arriba, otras veces debajo”, haciendo alusión a las diferentes
etapas por las que atravesamos en nuestra vida terrenal. En ocasiones nos
sonríe la abundancia, el éxito, la felicidad y, por supuesto, los amigos a
granel que celebran nuestros logros; pero también hay momentos de pobreza,
tristezas, desgracias y muy pocos amigos que se solidarizan con nuestros
infortunios. ¡Qué manera tan sabia y sencilla para ilustrar la vida humana!
En días recientes, el
destacado periodista zuliano, Edward Rodríguez, escribió un artículo de opinión
titulado “Aporofobia por venezolanos emigrantes”, en el que explicaba las
tribulaciones que viven nuestros emigrantes por el hecho de ser pobres y haber
caído en desgracia por culpa de la mafia política que nos gobierna desde hace
20 años. Planteaba Rodríguez que antes los venezolanos éramos bienvenidos en
cualquier país del mundo, porque teníamos dólares para gastar y disfrutar a
manos llenas. Esa realidad cambió abruptamente, pues, hoy somos vistos como una
pesada carga para muchas naciones y sus habitantes sienten desprecio o, en el
mejor de los casos, lástima por los venezolanos regados por el mundo,
especialmente, en países latinoamericanos. El sentimiento xenofóbico empieza a
emerger con mucha fuerza contra la diáspora venezolana que crece abrumadoramente.
Somos ya un problema de Estado para Colombia, Ecuador, Perú, Brasil y Chile,
entre las naciones que reciben el mayor número de emigrantes venezolanos.
Considero que los
venezolanos, desde una perspectiva objetiva deslastrada de sentimientos y
afectos, tenemos una visión incompleta de la dramática situación de nuestros
emigrantes. Poco sabemos del impacto que la diáspora está generando en las
naciones receptoras y los sufrimientos que muchos de ellos están padeciendo en
albergues, calles y plazas del extranjero. Hay razones que impiden a los que
todavía estamos acá, tener una visión más completa de la diáspora; la primera,
tenemos que hacer malabares para sobrevivir y no dejarnos morir, cuestión que
con seguridad demanda mucho de nuestros esfuerzos y angustias como para
interesarnos por los que se fueron; la segunda razón, es la proyección
distorsionada que algunos de nuestros emigrantes proyectan en las redes
sociales. Pareciera que automáticamente al
irse del país, se alcanzan los sueños, la felicidad y las metas que en
Venezuela son imposibles alcanzar. Este es un tema álgido y muy controversial;
en todo caso, no es el eje central de este artículo.
Lo realmente importante es
que la emigración venezolana ha transitado por varias etapas con consecuencias diferentes.
Según investigaciones realizadas por Consultores 21, prestigiosa encuestadora
venezolana, el perfil de los que actualmente se quieren ir del país es muy
diferente al de los que iniciaron esta inédita emigración, con el agravante que
actualmente uno de cada dos venezolanos (47%) manifiesta su deseo de irse del
país. Los primeros emigrantes eran mayoritariamente opositores al régimen; hoy
día el 66% de los chavistas no maduristas quiere irse de Venezuela, sumado a un
17% de maduristas. La revolución está golpeando fuerte a los que otrora fueron
sus fervientes defensores. Otro dato de interés, es que de los que quieren irse
para el extranjero, el 54% pertenece a la clase media-alta y un 43% son del
estrato marginal-bajo, de allí la explicación de la Aporofobia descrita por
Edward Rodríguez. A tal efecto, si algo ha logrado “democratizar” la dictadura
de Maduro, además de la pobreza y la miseria, es la diáspora venezolana. Entre
los emigrantes cada vez hay menos diferencias políticas, socio-económicas y
geográficas. La idea de salir del país está rondando en la mente de prácticamente
la mitad de los venezolanos, y eso es un dato devastador para cualquier
sociedad del mundo.
La razón principal para querer
abandonar el país es la crisis económica (75%), seguido por razones políticas
reportadas por un 19% de los venezolanos. Si proyectamos la situación económica
en los días por venir, después de la aplicación del paquetazo revolucionario,
no resulta temerario inferir que la diáspora se incrementará, convirtiéndose con
seguridad en un problema que escapará del control del gobierno nacional y el de
los países a los que acuden mayoritariamente nuestros emigrantes.
Esas cifras corresponden a
los que declaran su intención de salir del país; ahora, ¿cuántos son los
venezolanos que se han ido? Según cifras de Consultores 21, en su Segundo
Informe sobre la Diáspora, para el segundo trimestre de 2018 habían salido del
país 5.511.965 venezolanos, los cuales representan el 17% de la población total
de la nación. De este porcentaje (17%), el 31% de los emigrantes son del Zulia
y el Occidente del país, totalizando 1.713.178 habitantes. Otro hallazgo del
estudio es que 37% de las familias venezolanas tiene al menos un miembro que ha
emigrado del país; en promedio, dos integrantes de estas familias viven fuera
del país.
Estos datos desgarradores
expresan que la emigración venezolana es un fenómeno social y humano inédito en
la región; nunca antes, en la proporción y en tan brevísimo plazo, ninguna
nación latinoamericana ha experimentado semejante situación, ni siquiera los
países con mayor tradición migratoria del continente, como es el caso de
Colombia, Haití, Cuba, entre otros. Me atrevería a decir que la diáspora
venezolana, en términos porcentuales, es mayor que la ola de refugiados sirios
que huyen de su país debido a la guerra fratricida que está diezmando a su nación.
Las consecuencias de la
diáspora son dramáticas y dejan un sabor muy amargo. El hecho que dos de cada
diez venezolanos viven fuera del país, es un dato aterrador. Es un fenómeno que
ha permeado el alma de Venezuela. La familia, centro de los afectos mejor
atesorados de los venezolanos, hoy está separada, destruida y entristecida
porque alguien o varios de la casa se fueron del país contra su voluntad,
dejando en el camino amores, recuerdos y parte de sus vidas. Ese sufrimiento difícilmente
puede ser superado para quienes la familia guarda un lugar preferente en sus
corazones. Por si fuera poco nos estamos quedando sin jóvenes, la savia de
cualquier sociedad; se nos están yendo los talentos, las capacidades y las
habilidades para reconstruir un país en ruinas que, más temprano que tarde,
recobrará el brillo de la libertad y el progreso. Por si fuera poco, estamos
siendo maltratados por minorías de países hermanos a quienes, en momentos
difíciles de su historia, les tendimos generosa y solidariamente nuestras
manos.
Ojalá, en el corto plazo, la
diáspora sea evaluada por propios y extraños, como la tragedia humana que
aligere la ruptura de las amarras que nos atan a un destino indigno y
vergonzoso para Venezuela. En la quietud de la noche, oro para que pronto
dejemos de estar abajo y nos pongamos arriba como se merecen todos los
venezolanos de buena voluntad que aman profundamente a su país, aún aquellos
que en contra de su voluntad se encuentran distantes.
Profesor Titular Eméritus de LUZ