domingo, 24 de enero de 2021

 

La administración Biden y Venezuela

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Como nunca antes había sucedido, las pasadas elecciones presidenciales norteamericanas despertaron un inusitado interés entre los venezolanos. Muchos pensaron que el destino de Venezuela se estaba jugando el 3 de noviembre. Con razón o sin razón, las expectativas que generó Donald Trump acerca de la liberación de Venezuela de las garras de la dictadura, generaron actitudes radicales entre los venezolanos que desembocaron en una polarización similar a la que, por más de 20 años, hemos vivido en el país. La emocionalidad le ganó la partida a la racionalidad, en un proceso en el que éramos simples espectadores, con la respectiva frustración para quienes no vieron alcanzados los objetivos.

Se abre un nuevo episodio bajo el liderazgo del presidente Biden, quien ha reafirmado el reconocimiento al presidente interino Juan Guaidó y a la Asamblea Nacional elegida en 2015. ¿Qué podemos esperar los venezolanos de la administración del presidente Biden? Ante todo, debemos aprender de las experiencias anteriores y mantener un optimismo prudente y racional frente a la nueva administración, pues, ha quedado suficientemente claro que los norteamericanos no nos liberarán de la peor tragedia humana vivida por país alguno en América Latina, Ciertamente, Estados Unidos ha sido un aliado muy importante que debemos mantener y cuya influencia en una futura negociación es clave, pero la primerísima responsabilidad nos corresponde a los venezolanos unidos alrededor de un propósito común.

Seguramente, el presidente Biden acometerá cambios en su política hacia Venezuela, pero no será de inmediato. Primero debe ordenar su casa; hacerle frente a un país polarizado, dividido y fuertemente impactado por la pandemia y la consecuente crisis económica. Le corresponde crear las condiciones necesarias para garantizar el éxito de su gobierno y consolidar la legitimidad que el pueblo norteamericano le otorgó el 3 de noviembre.

Estimo que, por lo menos durante los primeros 100 días de su gobierno, el presidente Biden no tendrá a Venezuela dentro de sus prioridades; ese tiempo lo dedicará a aplacar el vendaval político que afecta a su país. Después podría orientar su política hacia Venezuela a través de un proceso  de negociación multilateral en búsqueda de elecciones libres que den como resultado un nuevo gobierno en Venezuela. Dentro del proceso de negociación, la Unión Europea tendría una participación más activa que hasta el momento y, muy probablemente, se incorporaría Cuba, junto al Grupo de Lima y, por supuesto, Estados Unidos, quien tratará de distribuir el protagonismo internacional que en otrora pretendió concentrar Trump. La cercanía del partido demócrata con la Unión Europea y la relación directa que mantuvo Biden con Cuba, como Vice-Presidente de Obama, son aspectos con suficiente peso para pensar en su incorporación en la futura estrategia liderada por Estados Unidos.

En tal sentido, parece lógico que Biden apostará por la negociación directa entre el régimen de Maduro y los factores de oposición, bajo la coordinación de un equipo de facilitadores internacionales confiables, en vez de la política dura de sanciones implementadas por Trump. Cabría preguntarnos, entonces, ¿acaso las sanciones fueron inútiles? Si consideramos exclusivamente el propósito por el que fueron implantadas, debemos admitir que no cumplieron el objetivo, pues, el régimen de Maduro se mantiene en el poder y el gobierno de transición tan sólo fue un deseo bien intencionado. Sin embargo, las sanciones dejaron al descubierto ante el mundo la naturaleza mafiosa y criminal de la dictadura, acrecentando su deslegitimidad nacional e internacional.

Es prematuro plantear cuál es el tratamiento que la administración Biden le dará a las sanciones contra el régimen madurista; lo que parece ser lógico, es que la negociación traería consigo la eliminación o flexibilización de las mismas, abriendo espacios para una futura negociación que resulte atractiva para el régimen y logre el consenso suficiente entre los negociadores de la oposición. Este proceso supondría, aunque no les guste a los radicales, ofrecer garantías aceptables a los principales líderes de la dictadura y preservar la vida política del chavismo en la competencia electoral.

Lo que pretendo destacar es que, en esta nueva etapa, los responsables de la destrucción de la República se sentarán en la mesa de negociaciones junto con la oposición, tratando de alcanzar un acuerdo que desemboque en elecciones libres, competitivas y un árbitro electoral absolutamente institucional. Ello implicaría el nombramiento de un nuevo CNE, revisión y actualización del Registro Electoral, calendario electoral, legalización de los partidos a quienes les han usurpado su identidad, liberación de presos políticos y normas que efectivamente garanticen que las elecciones sean fiel reflejo de la opinión mayoritaria de los venezolanos.

El proceso de negociación debe establecer firmemente que la opción electoral no es sólo votar, tal como hasta ahora lo ha practicado el régimen, sino elegir. Con condiciones institucionales, estoy convencido que los venezolanos volveremos a confiar en el poder del voto para lograr los cambios. Sólo espero sabiduría, prudencia y grandeza por parte de los factores de oposición para ir unidos en este nuevo escenario, pues, la intervención militar y las salidas mágicas sólo existen en algunas mentes desubicadas.

 Profesor Titular Emérito de la Universidad del Zulia (Venezuela)

miércoles, 13 de enero de 2021

 

Los desafíos de la democracia norteamericana

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

En plena efervescencia, me atrevo a plasmar algunas reflexiones en torno a la compleja realidad que está experimentando Estados Unidos, a raíz de las elecciones presidenciales del pasado 3 de noviembre.

Vienen tiempos difíciles para esa gran nación; quienes piensen que ésta es una situación pasajera están equivocados en sus apreciaciones. Los retos son muchos y la capacidad para enfrentarlos inmensa.

Los desafíos que hoy enfrenta Estados Unidos son de diversa índole y múltiples las causas que los generan. En mi opinión, para ser justos, es conveniente dejar de lado los prejuicios que descalifican cualquier análisis.  Pensar que  Trump es el único responsable del conflicto norteamericano es una opinión tan sesgada como aquella que plantea su absoluta inocencia en el problema.

La sociedad norteamericana está secuestrada por el radicalismo de izquierda y el de derecha. La política ha llevado al país a extremos peligrosos que podrían confluir en episodios muy lamentables en el devenir de esa nación. No es posible tolerar los excesos de un liberalismo desenfrenado, apoyado por grupos fanáticos del partido demócrata, ni mucho menos el conservadurismo que promueve la supremacía blanca, defendido por Trump y algunos líderes del partido republicano. Una democracia sana se fundamenta en ideas que reúnan el mayor nivel de consenso posible de la sociedad, colocando límites institucionales a proyectos que pretendan llevar al país al barranco. El primer gran desafío es la construcción de un discurso conciliador, incluyente y que ponga el énfasis en las virtudes que han empoderado a la democracia y al Estado de Derecho. Es momento oportuno para implementar la política pedagógica que promueva el fortalecimiento de los valores de la cultura democrática norteamericana, actualmente amenazada.

El otro gran desafío es sanar las heridas producidas por la polarización política y la profunda división que ha perturbado el alma de esa nación. Al igual que el radicalismo, cuando la división se adueña de la sociedad, entonces, se debilita el interés general de la nación para favorecer a grupos de poder que pretenden dominar a la sociedad e imponer una agenda propia, transformada por los medios de comunicación en la agenda que debe seguir la nación. Le corresponde al presidente Biden erigirse en el líder de todos los norteamericanos, dando cabida en su gobierno a ideas diferentes a las suyas, impedir una política revanchista contra sus adversarios políticos y fortalecer las instituciones democráticas. Si por el contrario, es incapaz de zafarse de grupos radicales que lo apoyaron en su campaña, entonces, se profundizará la crisis atentando lamentablemente contra la institucionalidad democrática de ese gran país.   

Por otra parte, la democracia se fortalece en la medida que su sistema electoral es transparente, ecuánime e imparcial, protegido de toda duda que pueda afectar su idoneidad. Si bien es cierto que el sistema electoral norteamericano ha funcionado durante mucho tiempo, también es cierto que debe ajustarse a condiciones diferentes a las que le dieron origen. El colegio electoral no siempre representa la voluntad mayoritaria de los ciudadanos y la opinión de las minorías. El candidato que gana un estado, por estrecho que sea el margen de la victoria, se lleva en su totalidad los representantes electorales, dejando sin valor los votos de quienes sufragaron por el candidato perdedor. A ello se le suma, la cantidad de disposiciones y normas electorales establecidas de manera autónoma por los estados de la unión. Un mínimo de homogeneidad y coherencia de esas normas ayudaría a implementar un sistema electoral sólido, cuyos resultados no se vean afectados por interpretaciones legales y políticas de partes interesadas.

Hay razones suficientes, expresadas desde hace mucho tiempo atrás, para acometer una evaluación objetiva del actual sistema electoral norteamericano y realizar las reformas necesarias para adecuarlo a los nuevos tiempos porque, querámoslo o no, en estas elecciones el sistema salió afectado, cuando menos ha dejado en el ambiente dudas acerca de su efectivo funcionamiento. Eliminar las dudas electorales, es otro de los grandes desafíos que debe enfrentar la democracia más estable del planeta.

La salud de la institucionalidad democrática de Estados Unidos es un tema que debe interesarnos a todos. Hago votos porque la racionalidad política se imponga sobre la mezquindad de quienes se empeñan en destruir el legado de libertad que hemos aprendido de la nación norteamericana.

Profesor Titular Emérito de la Universidad del Zulia (Venezuela)