miércoles, 25 de mayo de 2016

Corrupción Asesina

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Cualquiera sea su naturaleza, la corrupción es un acto inmoral y perverso que merece el repudio absoluto de la sociedad. Tan culpable es el corrupto como sus cómplices, o aquellos que lo adulan en la espera de recibir algún beneficio. La corrupción genera consecuencias negativas en todos los órdenes de la vida del ser humano. A nivel personal, el corrupto se convierte en un vulgar delincuente de cuello blanco –o rojo en tiempos de revolución- que debería cargar con el peso de una conciencia que no lo deja dormir tranquilo, aunque sus acciones manifiesten lo contrario. En el entorno familiar, la corrupción hace estragos en valores y principios; formando hombres y mujeres al servicio del crimen y la maldad, que hacen gala de una riqueza mal habida en la que el corrupto, como diría el Papa Francisco, lleva pan sucio a la mesa de su familia.

Pero a nivel social, las consecuencias de la corrupción son mucho más nefastas, porque el daño recae no en individuos sino en comunidades enteras. Son miles o millones de inocentes los que deben pagar con sangre, sudor y lágrimas las atrocidades de unos delincuentes que nos les importa la vida y el bienestar de sus compatriotas.

La corrupción ha sido un mal endémico de la política venezolana. Con más frecuencia de la que desearíamos, vemos a políticos que llegan al poder limpios como talón de lavandera y, al poco tiempo, acumulan fortunas que dejan sin respiración a los ricos que han trabajado honestamente durante toda su vida para alcanzar esa alta posición social.

En los últimos diecisiete años, la corrupción ha llegado a límites inimaginables. Todo lo anterior a la V República es una nimiedad; los corruptos de otrora resultaron niños de pecho al lado de estos revolucionarios malandros y forajidos. Nunca antes habíamos visto nada igual. Este clan, que se llama socialista y liberador del pueblo oprimido, se robó hasta el pedacito de queso que quedó en la mesa; no dejaron nada. Han administrado la mayor riqueza que ha tenido el país durante toda su existencia republicana; se calcula que durante la revolución han ingresado a Venezuela un billón quinientos mil millones de dólares –les confieso que no se escribir tan gigantesca cantidad- y hoy no tenemos dólares para cubrir las necesidades básicas de los venezolanos.

Por culpa de la corrupción que tiene nombre y apellido, revolución chavista-madurista del siglo XXI, nuestro pueblo atraviesa la peor crisis humanitaria de su historia. Gracias a los corruptos que desconocen e irrespetan la voluntad soberana de los venezolanos, se están muriendo niños en nuestros hospitales por falta de medicinas e insumos que pueda salvarlos del cáncer y de otras enfermedades, destruyendo el futuro que estos niños representan para la nación.

Por culpa de los corruptos revolucionarios, los venezolanos estamos pasando hambre, alcanzando niveles de pobreza muy superiores a los que encontró Chávez en 1999. Muchos venezolanos están haciendo una comida al día. La gente hace colas interminables, en búsqueda de alimentos o medicinas que no hay en los anaqueles, o los pocos que se encuentran tienen precios astronómicos. Nos estamos peleando por un paquete de harina, por pañales o por cualquier otra cosa que sirva para saciar el hambre o satisfacer en algo las grandes carencias. Estamos llegando a la canibalización característica de los más pobres países africanos.

Por culpa de los corruptos que pretenden atornillarse en el poder, impidiendo la determinación de cambio de las mayorías, se destruyó la producción nacional; no hay empresas ni empleos productivos y dignos. La inflación nos devora con una fuerza telúrica. Tenemos el peor desempeño económico de la región. Hemos retrocedido en más de 70 años cuando la Venezuela rural era diezmada por la pobreza, las enfermedades y el analfabetismo. Por la corrupción de una elite perversa perdimos las oportunidades de convertirnos en un país modelo para las sociedades democráticas.

Gracias a los corruptos rojos no tenemos educación de calidad. Nuestros niños y jóvenes asisten a escuelas y liceos que no cuentan con las condiciones mínimas exigidas por el proceso educativo, con maestros que reciben salarios de miseria, sometidos a la peor indignidad que puede soportar un profesional de la valía de un educador. Asimismo, por la saciedad devoradora de los corruptos, nuestras universidades están a punto de cerrar sus puertas porque el gobierno les niega los recursos para que los profesores, empleados y obreros devenguemos salarios que se correspondan con el vital rol que cumplimos en la sociedad. Acabaron con la academia, la investigación y la extensión de nuestras superiores casas de estudio. Lo que lucía como una promesa alentadora en la construcción de la sociedad del conocimiento, hoy es un lamento que trastoca el progreso al que todos tenemos derecho.

Los corruptos del régimen se robaron los recursos destinados al mejoramiento y optimización de los servicios públicos. No hay electricidad en un país con una gigantesca riqueza hidroeléctrica; no tenemos agua, ni buenas carreteras, ni la seguridad que impida que cualquier malandro nos asalte y, lo que es peor, nos asesine por un celular o por cualquier otra cosa cuyo precio no se compara con el de nuestra propia existencia.

Por eso, la corrupción revolucionaria no sólo es inmoral sino, lo que es peor, es la asesina de Venezuela y de los venezolanos. A esos corruptos le debemos los infortunios, las desgracias y los sufrimientos que nos están consumiendo como sociedad.

La explicación es muy sencilla, no requiere de mayores análisis; a los corruptos que nos roban la vida, el bienestar y el futuro, los vamos a revocar con la fuerza, la fe y la determinación de un pueblo que se cansó que unos delincuentes sigan gobernándonos, impidiendo que seamos por siempre una nación libre, soberana, democrática y con progreso para todos.

Profesor Titular de LUZ

miércoles, 18 de mayo de 2016

Revolución tóxica

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Con esta revolución por donde metamos la cabeza nos la cortan. No ha quedado absolutamente nada que no haya sido infectado por esta plaga de ineptos, corruptos e inmorales. El país está destruido, los venezolanos estamos atravesando toda clase de penurias; mientras tanto, al régimen sólo le interesa atornillarse en el poder sin importarle la ruina total de la nación.

Mientras este régimen nos gobierne, no tendremos ninguna oportunidad de salir de esta pavorosa crisis; el presente y el futuro están condenados al fracaso y la oscuridad. Cada día que este régimen permanezca en el poder, mayores serán nuestras desgracias. La situación es insostenible, inaguantable e insoportable. El país entero clama por un cambio que nos permita vivir como una sociedad normal, alejada de esta locura que nos mantiene en total paranoia.

El régimen sigue jugando duro, haciendo abusivo uso de los recursos que aún le quedan. A diario vemos u oímos cadenas nacionales, en las que el presidente Maduro practica su incontinencia verbal, sin que los venezolanos obtengamos soluciones a los graves problemas que nos aquejan. Pero las cadenas tienen un propósito muy específico para el régimen. En primer lugar, dar la impresión que tiene absoluto control sobre el gobierno, cuando lo cierto es que Venezuela sufre la peor crisis de ingobernabilidad durante toda la era democrática. Dentro del gobierno, cada quien hace lo que le da la gana y, en su interior, cada parcela ejecuta su agenda particular y administra su cuota de poder. El gobierno es un pandemonio (una guerra a cuchillo). La unidad monolítica del chavismo es un mal recuerdo del pasado. Muerto Chávez, salieron los demonios que el comandante mantenía reprimidos e idiotizados. La única verdad es que el chavismo está dividido y los que acompañan a Maduro cada día son menos, a pesar que aparezcan muy sonreídos a su lado.

El otro propósito que persigue el régimen es demostrar su inderrotabilidad, su poder absoluto. Cuando la verdad es que desde hace tiempo está derrotado. Maduro es tan inepto que dilapidó el capital político del PSUV, transformándolo irónicamente en un partido escuálido. La otrora avalancha roja, es apenas un riachuelo que amenaza con secarse y no precisamente por culpa del “niño”. Por eso le tienen tanto miedo al revocatorio, les aterra contarse democráticamente, porque saben mejor que nadie que por mucho tiempo no volverán a ganar ninguna elección popular por pequeña que ésta sea. Todavía no terminan de recuperarse de la contundente derrota que le propinó el pueblo venezolano el pasado 6 de diciembre. Desde entonces, el inefable estratega oficialista, Jorge Rodríguez, quedó más perturbado que de costumbre.

Otro propósito, continuidad de los anteriores, es amedrentar, descalificar y anular la disidencia democrática del país, pretendiendo hacer creer que aquí no hay posibilidad alguna de materializar el cambio. Dicen que no es posible el referéndum revocatorio porque no están obligados activarlo, como si ésta fuera una prerrogativa de Maduro y del CNE. De igual manera, el boicot contra la Asamblea Nacional es permanente, violando abiertamente la soberanía popular que consagra el artículo 5 de la Constitución.

Quieren hacernos creer que los demócratas somos unos imbéciles que jamás podremos sacar al régimen a través de mecanismos constitucionales, por eso siguen jugando a la confrontación violenta, terreno donde ellos tienen ventajas. La violencia ha sido su principal fortaleza, pero la fuerza y determinación de una sociedad burlada, ignorada y maltratada, es infinitamente mayor que la prepotencia de un régimen agónico que utiliza a su antojo instituciones apátridas, corruptas e inmorales, que por prebendas y muchos dólares defienden la continuidad del régimen, a pesar de su ilegitimidad. El TSJ encargado de velar por la constitucionalidad del sistema democrático, es el principal detractor de la institucionalidad republicana. Y, por si fuera poco, una cúpula de las fuerzas armadas sigue defendiendo el régimen a cambio que les permitan enriquecerse, bajo la mirada cómplice de  autoridades y jueces. Ese es el poder en el que descansa un régimen que empieza a quitarse la máscara democrática, para transitar el camino de una dictadura peor que la que otras naciones latinoamericanas han vivido en el pasado reciente.

El régimen utiliza un guión importado del G2 cubano, expertos en amedrentar a un pueblo sometido a la más vergonzosa miseria económica, social y espiritual que podamos imaginar. Es la inteligencia cubana la que asesora al régimen, bajo la equivocada premisa que los venezolanos somos iguales a los dóciles cubanos. En diecisiete largos años no han podido vencer el espíritu cívico y democrático de millones de venezolanos, a pesar que nos mantienen en la más ruinosa situación que nunca jamás habíamos vivido como sociedad.

Frente a la debilidad del régimen y la proximidad inexorable de su final, su estrategia tiene como propósito último atemorizar, desmoralizar e inmovilizar a la sociedad venezolana. Quieren llenarnos de miedo y paralizarnos; que nos crucemos de brazos en espera de la total destrucción de Venezuela. Eso es lo que desean y proyectan en cada palabra y acción ejecutada. Pues, déjenme decirles, que no podrán con la determinación, firmeza y voluntad indoblegable de los venezolanos. Cada día será una gran oportunidad para organizarnos y unirnos alrededor de una lucha muy dura que, más temprano que tarde, rendirá jugosos frutos porque nos acompaña el poder y la misericordia de Jesucristo y la protección de su Madre Santísima. 

Esta es una lucha mística del bien contra el mal y siempre, por los siglos de los siglos, el poder infinito de Dios ha destruido las apetencias y aberraciones de Satanás. Que no nos quede duda de ello, porque si Dios está con Venezuela y los venezolanos de buena voluntad, quién contra nosotros.

Profesor Titular de LUZ

lunes, 9 de mayo de 2016

Construyendo una salida

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Los pueblos buscan incesantemente salidas que le permitan resolver sus crisis por profundas que éstas sean, porque en momentos de dificultades crece la fuerza, la voluntad y la disposición de la gente para construir un futuro más promisorio.

A veces, las alternativas elegidas resultan peor que los problemas que pretenden resolverse, como nos ocurrió en 1998 con Hugo Chávez pero, en todo caso, lo importante es la determinación para abrirse a procesos de cambio que produzcan mejoras sustanciales en la sociedad. Con frecuencia, el cambio enfrenta obstáculos que impiden que fluya a la velocidad deseada por los ciudadanos, sobre todo cuando la lucha es contra regímenes dictatoriales como el de Nicolás Maduro. Allí radica la inteligencia, perseverancia y prudencia de los líderes y del pueblo que los acompaña, en el camino para luchar por el bienestar de las mayorías. Lo que alcanzamos con facilidad y sin mayores sacrificios tiene frecuentemente una existencia efímera, es como agua que se escapa de nuestras manos.

Esa es la situación en la que nos encontramos hoy por hoy los venezolanos. La palabra cambio se ha convertido en la principal demanda del país, adueñándose de la mente y los sueños de millones de compatriotas, esperanzados que más temprano que tarde podamos salir de esta pesadilla que ya luce infinita. No nos ha tocado fácil y tampoco serán fáciles los días por venir. Debemos prepararnos emocional, física y espiritualmente para sortear con éxito las trabas, manipulaciones y subterfugios de un régimen agónico que se resiste comprender la realidad, porque les aterra las consecuencias políticas y judiciales que les espera una vez que estén fuera del poder. Ya no tendrán a su lado magistrados y jueces tarifados e inmorales ni la corrupta cúpula militar que los proteja de sus delitos.

Al evaluar el actual escenario político venezolano, debemos admitir que la situación es compleja y muy delicada. El régimen pretende proyectar la sensación que aquí no hay posibilidad de un cambio; que los intentos pacíficos, constitucionales y democráticos de la oposición están condenados al fracaso, porque los poderes públicos conspiran para el mantenimiento del status quo, a sabiendas que el régimen no cuenta con el apoyo y la legitimidad popular. No se cansan de inventar pretextos para evitar lo inevitable. Pero el final del régimen está más cerca de lo que algunos creen.

Definitivamente, la situación a la que nos ha llevado la revolución chavista-madurista es inaguantable, invivible, desesperada. No hay posibilidad alguna que el régimen revierta el estado de postración de la nación; ellos lo saben exactamente y por eso juegan a que el país se destruya con ellos, sin importar las nefastas consecuencias. Pero lo que no sabe el régimen es que el pueblo, si bien es cierto se ha equivocado varias veces, es más inteligente que los mediocres e ignorantes que nos mal gobiernan. Mientras más trabas nos coloquen, peor para ellos. Están jugando con candela y pueden quemarse porque la paciencia de los venezolanos tiene un límite y no estamos dispuestos a inmolarnos por quienes nos llenaron de desgracias y pobreza. Cuando el barco empieza a hundirse salen a flote las ratas y entre ellos hay unas cuantas.

El pueblo quiere cambio y no va aceptar que nadie le tuerza su voluntad soberana. La recolección de más de 2 millones de firmas en tiempo record –cuando sólo se necesitaban un poco más de 190.000- es una demostración fehaciente de la fuerza indetenible de millones de venezolanos. Si el CNE pretende darle largas a la activación y convocatoria del referéndum revocatorio, violando todas las normas constitucionales, tendrá que enfrentar a un pueblo que sigilosamente se está organizando para salir a la calle y demandar lo que en justa razón le corresponde.

Ellos podrán decir lo que les dé la gana. El juego del régimen es no abandonar el poder, pero la exigencia de los que verdaderamente representamos la mayoría es darnos la oportunidad de un nuevo gobierno que con capacidad, honestidad e inclusión ponga orden a este desmadre y plantee con responsabilidad y compromiso que, a pesar de la destrucción del país, existen reservas humanas y morales para administrar con eficiencia los pocos recursos que nos dejaron, pero con la confianza suficiente para que nuevas inversiones inicien la construcción de un país donde, en primer lugar, tengamos satisfechas las necesidades básicas y progresivamente alcancemos una calidad de vida digna de todos los venezolanos.

No tengamos miedo, nos están haciendo la vida de cuadritos pero la fe, perseverancia y esperanza de los venezolanos es más poderosa que la maldad y mezquindad de unos zánganos que no merecen seguir gobernándonos. Si el régimen no quiere escuchar al pueblo, entonces el pueblo en la calle pacífica y democráticamente hará valer sus legítimas aspiraciones. No se equivoquen con un pueblo que, aunque ustedes no lo crean, dejó de ser pendejo y de creer en pajaritos preñados o en aquellos que le hablan a Maduro en sus frecuentes momentos de infantil locura.

Profesor Titular de LUZ

miércoles, 4 de mayo de 2016

Retos para el porvenir

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Si los problemas actuales de Venezuela son graves, más complejos son los retos que, en el mediano y largo plazo, debemos enfrentar como sociedad. En estos últimos diecisiete años, la vocación destructiva del régimen penetró todas las áreas de la nación; prácticamente, no ha dejado piedra sobre piedra.

A la profunda crisis social y económica, y a la destrucción de la institucionalidad democrática de la Republica, se suma el mayúsculo deterioro de valores fundamentales para la construcción y consolidación de una sociedad libre, responsable, justa y solidaria. Los esfuerzos que debemos hacer como familia y sociedad deben ir de la mano con los realizados por los dirigentes políticos, económicos, culturales y religiosos del país. Definitivamente, todos hacemos falta en la reconstrucción de la nación venezolana.

La lucha por el cambio político debe ser simultánea al rescate de los valores ciudadanos y familiares; no podemos perder tiempo, porque de poco valdría cambiar el régimen si mantenemos inalterables las conducta y las actitudes que permitieron la entronización de un modelo político que pervirtió el alma de los venezolanos.

La tarea no es fácil pero tampoco imposible. Necesitamos aliados comprometidos y consecuentes que nos ayuden a resolver las contradicciones que impiden que avancemos como sociedad democrática y civilizada. Los aliados convocados son, en primer lugar, la familia como núcleo fundamental de la sociedad, cuyas normas, enseñanzas y testimonios forjan buena parte de nuestras vidas. Las escuelas, liceos y universidades dirigidas por maestros íntegros con principios, ideas y conocimientos que complementen las lecciones del hogar y suministren las capacidades profesionales para aportar al progreso del país. La iglesia, cualquiera sea su credo, que nos inculca valores éticos y morales, el respeto a Dios, el bien y el mal y la solidaridad con nuestro prójimo. Familia, educación e iglesia, son pilares que elevan nuestra responsabilidad y compromiso como ciudadanos dedicados a luchar por una sociedad donde sea posible una convivencia más fraterna, respetuosa y solidaria.

El daño ha sido tan profundo que no sólo debemos avocarnos a cambiar al régimen, esto es sólo uno de los retos que debemos superar; es necesario extirpar los tumores cancerígenos que nos enferman y debilitan como sociedad. Debemos construir un país sobre las bases de una ciudadanía activa y consciente de sus responsabilidades para elegir gobernantes capaces, probos y sensibles socialmente. Sin buenos ciudadanos jamás tendremos buenos gobernantes. La ciudadanía activa nos motiva a participar en los asuntos públicos, evitando que otros decidan por nosotros. Los verdaderos ciudadanos abandonan sus posiciones de confort y sienten la necesidad de involucrarse en aquellos procesos directamente relacionados con su destino como sociedad, no importa el tamaño o la magnitud de tales procesos. Y esos esfuerzos fortalecen la libertad y la democracia que tantas veces exigimos y pocas veces protegemos.

Debemos rescatar el valor del trabajo productivo, acompañado del esfuerzo y la perseverancia. Sin trabajo no es posible generar riqueza, ni mucho menos distribuirla con equidad. Ya basta de aplaudir a populistas y holgazanes cuyo propósito es convertirnos en una sociedad de siervos y esclavos, dependientes de la magnanimidad del Estado. Los ciudadanos seremos verdadera y permanentemente prósperos gracias a la creatividad, el ingenio y el trabajo, porque el clientelismo y el asistencialismo estatal sólo nos proveen pobreza, miseria y atraso. Venezuela es una nación que debe superar sus desgracias colectivas a través del trabajo productivo de sus habitantes, porque la inteligencia del pueblo es el mejor antídoto para curar la mediocridad y la corrupción de políticos nefastos e ignorantes.

Es fundamental convocar el respeto, la tolerancia y el entendimiento entre nosotros. La violencia y la anarquía se han apoderado de nuestro sentido común. Ciertamente, las cifras de criminalidad en Venezuela son mayores que las experimentadas por naciones con eventos bélicos. Es verdad que la delincuencia se apoderó de las calles, plazas, iglesias y de nuestros hogares. Vivimos en paranoia permanente. Pero también debemos reconocer que normalmente tenemos comportamientos más cercanos a las bestias que a ciudadanos comunes. Sólo basta con salir a la calle cualquier día para percatarnos de esa cruda realidad. Conductores que infringen las normas de tránsito; transeúntes que ensucian las calles; jóvenes y no tan jóvenes que agreden a los demás con palabras soeces o con acciones agresivas. Estamos viviendo en plena selva, tenemos inoculado odio y rencor social, pensando que sólo los más fuertes y violentos pueden sobrevivir a esta locura infernal. Somos una sociedad donde el sosiego, la tranquilidad y la paz están a punto de desaparecer, como cualquier alimento o medicina en la actualidad. Urge rescatar entonces las normas de convivencia humana, fraterna, respetuosa y solidaria.

Y por último, y no por eso menos importante, debemos esforzarnos en elevar el valor de la educación. Comprometernos como sociedad que la educación es la base del desarrollo nacional, familiar y personal. Sin educación integral seguiremos siendo un país donde prevalezca la informalidad, la mediocridad y la corrupción, como mecanismos para mejorar la calidad de vida. Debemos empecinarnos en exigir una educación de calidad al alcance de todos, que nos provea de los conocimientos y tecnologías propias de una sociedad moderna, cuyo capital más importante es el talento e ingenio de sus habitantes. Además, la educación de calidad nos hace libres y críticos frente a modelos y formulas ideológicas que pretenden someternos a la voluntad despótica de una minoría inservible. La educación de calidad y el trabajo productivo, son aliados fundamentales de la libertad y la democracia que estamos perdiendo por culpa del totalitarismo revolucionario.

Es el momento de la unidad efectiva de los venezolanos alrededor de la lucha organizada, pacifica, popular y democrática para desalojar al régimen forajido y, al propio tiempo, aunar todos los esfuerzos posibles para superar con inteligencia, perseverancia y sentido de grandeza los grandes retos que nos harán por siempre una sociedad pacifica, libre, democrática y con progreso para todos.

Profesor Titular de LUZ