martes, 10 de diciembre de 2019

Boomerang
Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

El boomerang (bumerán en español) es un tipo de arma con forma curva que, cuando se lanza con precisión, vuelve a manos de la persona que lo arrojó. Algo similar está sucediendo en la oposición venezolana en relación con el tema de la corrupción. Ésta ha sido  considerada como el mayor logro del régimen chavista-madurista, acusado de ser el gobierno más corrupto en la historia del país; ahora resulta que, en los últimos días, el balón de la corrupción se pasó al campo de la oposición, enlodando los esfuerzos realizados para materializar el cambio político anhelado por la inmensa mayoría de los venezolanos.

Sería ingenuo pensar que la oposición venezolana está conformada por políticos químicamente puros, incapaces de caer en la tentación de la “buena vida” que proporciona la corrupción, pero de allí a igualarlos con los culpables del mayor y más grotesco saqueo que destruyó a la nación, me parece absolutamente desproporcionado. Estamos practicando el harakiri para beneplácito de los verdaderos culpables de la tragedia venezolana.

Como es ya costumbre, esta situación tomó por sorpresa al liderazgo opositor, mostrándose incapaces de manejar una nueva crisis en el tortuoso camino de la liberación del país. Con cada error cometido, sale ganando el régimen que, aunque incapaz y deslegitimado, continúa alcanzando éxitos en la inefable tarea de desarticular y destruir a la oposición para mantenerse en el poder.

Ya basta de tanta torpeza, irracionalidad y mezquindad por parte de algunos sectores de la oposición venezolana. No es posible que un régimen como el de Maduro, le esté ganando la batalla a todo un país que clama por un cambio político para detener la hecatombe que amenaza con destruir los cimientos de la nación. No es posible que, frente a la ignominia que padecemos los venezolanos por la voracidad insaciable del régimen, la oposición sea incapaz de articular una estrategia sólida y de largo plazo, acompañada de un discurso creíble, convincente y con la emoción suficiente que permita la conexión con todos los venezolanos que apostamos por el cambio del país. La unidad de la oposición no puede decretarse, debe construirse con base a la inteligencia, la racionalidad y el desprendimiento de líderes capaces de dejar a un lado sus intereses y visiones particulares para sumar los esfuerzos necesarios que posibiliten la salida del régimen y, con ello, la reinstitucionalización de la República y la recuperación de la economía.

Considero que Juan Guaidó y su equipo están en un buen momento para renovar su compromiso con la libertad y la democracia de Venezuela, deslastrándose de los factores y dirigentes que se han convertido en obstáculos para alcanzar la meta. Debe proyectar una conducta de absoluta intolerancia con la corrupción; denunciar sin miedos la responsabilidad de algunos de sus funcionarios que han incurrido en actos dolosos, porque la unidad perfecta no es aquella que pretende exhibirse a través de un abrazo o de un gesto de buena voluntad; la unidad perfecta es la que se construye con partidos y dirigentes capaces de privilegiar los intereses de la nación en desmedro de los propios, con paciencia suficiente para esperar su tiempo, honestos a carta cabal y con capacidad para interpretar las calamidades, esperanzas y sueños de un pueblo que no merece seguir sufriendo más. Necesitamos una oposición más inteligente y más humana, que entienda que la conexión con los venezolanos es la mejor dosis para legitimar su trabajo.

Con frecuencia nos piden a los venezolanos que no tengamos miedo; a través de estas líneas deseo exigirle a los verdaderos líderes del país que no tengan miedo de asumir con fuerza y determinación las decisiones necesarias para lograr el fin de la usurpación. El tiempo de los discursos vacíos en una campaña electoral que no existe, se agotó. No es momento de medias tintas, el tiempo se acaba y con él las esperanzas de un pueblo que hasta ahora ha intentado liberarse de un régimen que degradó el pasado del país, le robó su presente y está a punto de arrebatarnos por siempre el futuro que añoramos como sociedad libre, democrática y de progreso para todos.

Profesor Titular Eméritus de la Universidad del Zulia (Venezuela)

lunes, 4 de noviembre de 2019


Huracán latinoamericano
Efraín Rincón Marroquin (@EfrainRincon17)

En los últimos días, América Latina ha experimentado situaciones complejas que atentan contra la estabilidad de algunas de sus naciones. Dentro de ese nuevo escenario,  Venezuela pasó de ser el problema para convertirse en uno de los problemas de la región, para infortunio de los venezolanos.

Si analizamos con objetividad lo qué está ocurriendo en Latinoamérica, se percibe el hartazgo de los ciudadanos contra liderazgos y políticas que profundizan la inequidad histórica de las mayorías, en combinación con un plan orquestado por grupos radicales para desestabilizar la región, a través de la violencia y la anarquía. Se mezclan los aires de cambios con rasgos de un retroceso que amenaza la institucionalidad democrática de América Latina.

El caso de Chile resulta difícil de comprender para quienes no vivimos allí. En los últimos años, Chile fue considerado el país con el mayor grado de desarrollo económico  y el mayor nivel de estabilidad democrática de la región, acompañado de una aceptable calidad de vida de sus habitantes. En el caso de los migrantes venezolanos, Chile se convirtió en uno de los destinos más atractivos para alcanzar el progreso que en su país no pueden tener. Es insólito observar como en cuestión de días esa percepción desapareció, sumergiendo al país en el peor escenario desde la salida de Pinochet del poder, lo cual nos obliga a hablar de un antes y un después, porque Chile no volverá a ser el modelo que soñábamos instaurar en muchas de las naciones latinoamericanas.

Creer que el ambiente de violencia que se ha adueñado de las calles de Chile, se debe sólo al aumento del precio del metro y a la acumulación de una deuda social, resulta bastante ingenuo, especialmente, por la cantidad de pérdidas humanas y el nivel de destrucción que han producido las protestas. Los daños en infraestructura y en servicios públicos, así como el incendio de edificios y centros comerciales, han dejado cuantiosísimas pérdidas económicas que afectarán el desempeño económico de la nación, trastocando la tranquilidad y el presupuesto familiar de millones de ciudadanos. Sin duda, estarán peor que antes. Al observar la ferocidad e irracionalidad de las protestas, parece que el propósito de fondo es la renuncia del presidente Piñera para implantar un modelo político de izquierda más radical, cuya legitimidad se fundamentaría en una asamblea constituyente que produzca una nueva constitución para Chile. De esa manera, la izquierda pretende conquistar nuevos espacios en su incansable afán de propagarse por toda la región.

En el caso de Ecuador, el plan de desestabilización aparentemente pudo frenarse a tiempo y el presidente Moreno, después de impulsar un diálogo nacional, logró calmar los ánimos al dejar sin efecto el decreto de eliminación del subsidio a los combustibles. La violencia dejó menos daños humanos y materiales que en Chile, pero en el fondo la idea igualmente era sacar a Lenin Moreno del poder, promovida por grupos radicales comandados por Correa y Maduro. Por ahora, Ecuador está a salvo pero la amenaza contra la institucionalidad democrática ronda por Quito.

En Argentina, la izquierda volvió otra vez al poder. El presidente y candidato oficialista, Mauricio Macri, reconoció inmediatamente la victoria de su adversario Alberto Fernández, ofreciéndole toda la colaboración institucional para que la transición sea lo menos traumática posible para  el pueblo argentino. A pesar que la elección se desarrolló normal y pacíficamente, el futuro de Argentina no es promisorio, no sólo por la crisis que heredó la nueva administración, sino por la conocida manera con la que gobiernan los peronistas bajo la égida de la señora Cristina de Kirchner. Falta ver si el presidente Fernández gobierna con autonomía y criterio propio que le permita lograr los acuerdos necesarios para tomar decisiones, en el entendido que no alcanzó la mayoría parlamentaria; o, por el contrario, permita que se imponga el liderazgo de la vicepresidenta, con una posición radical y polarizada que, sin duda, empeorará el difícil escenario social y económico de la Argentina.

Finalmente, el presidente Evo Morales proyecta el rostro más visceral del autoritarismo en Bolivia. Después de 14 años en el poder, pretende mantenerse a través de un fraude electoral. Aquí es cuando se hace efectivo el refrán “si no ganan, arrebatan”. Los bolivianos exigen un cambio apoyado en el poder de los votos, sin embargo, Morales se empeña en conservar el poder haciendo uso de la fuerza que le proporcionan las armas de la República y el control de las instituciones, especialmente, la instancia electoral. De continuar en sus pretensiones autoritarias, Bolivia tendría un gobierno ilegítimo que llevaría al país a un escenario de conflictividad e inestabilidad política, económica y social, bajo el dominio de una dictadura de izquierda.

Es un momento crucial para la región. El régimen de Maduro tiene sus manos metidas en las acciones desestabilizadoras que estamos observando. Él sabe que en la medida que se debilite la influencia del Grupo de Lima y se pierda el interés por Venezuela por parte de aliados más ocupados en resolver sus propias crisis, contará con más tiempo para oxigenar a su debilitado gobierno. La libertad y la democracia están seriamente amenazadas; ojalá las democracias del mundo estén conscientes de este peligro y asuman la responsabilidad histórica de preservar la democracia, el modelo político más perfectible que conozca la humanidad hasta el momento.

Profesor Titular Eméritus de la Universidad del Zulia (Venezuela)     

martes, 15 de octubre de 2019

El laberinto latinoamericano

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Por espacio de veinte años, los venezolanos hemos experimentado las nefastas consecuencias de un modelo ideológico cuya única vocación ha sido destruir a un país y secuestrar el presente y el futuro de sus habitantes. De ser el país con mayores potencialidades en Latinoamérica, Venezuela exhibe hoy indicadores que la ubican como la nación más pobre de la región. El legado de Hugo Chávez se tradujo en el aniquilamiento de la República y de las instituciones democráticas; la devastación de la economía y de la iniciativa privada; el éxodo más gigantesco de la historia latinoamericana, cuantificado en más de 4 millones de emigrantes; la subordinación del Estado al poder del narcotráfico, la guerrilla, el terrorismo, el paramilitarismo y al castrocomunismo como fuerza de dominación extranjera en Venezuela. Lo que hasta finales del siglo XX fue referencia de estabilidad democrática, se transformó en el siglo XXI en una de las dictaduras más feroces, incapaces y corruptas del continente americano.

Con la llegada de Hugo Chávez al poder en 1998, Cuba vio la oportunidad que tanto tiempo esperó para exportar con éxito su revolución castrocomunista; disponía para tal propósito de un líder carismático y populista con suficiente dinero para financiar los proyectos de una izquierda regional sin poder y bastante desprestigiada. Fue así como Chávez aprovechó hábilmente la descomunal riqueza petrolera venezolana, producto del precio de 100 dólares por barril durante diez años consecutivos, para consolidar su proyecto ideológico denominado socialismo del siglo XXI.

El proyecto castro-chavista se desarrolló en dos direcciones, en el ámbito doméstico y a nivel internacional. Internamente, Chávez utilizó la gigantesca riqueza petrolera para instaurar un modelo populista que le permitió crear un sistema clientelar y de control social que garantizó su hegemonía político-electoral. Con esa gigantesca fortuna compró además la lealtad de las fuerzas armadas para transformarlas en un ejército pretoriano y chavista, y la de los otros poderes públicos para crear una “institucionalidad” a imagen y semejanza de la revolución. Cual mafiosos, Chávez y Maduro, compraron un país en el que se fraguó la más grande estafa ideológica de la contemporaneidad latinoamericana.

Mientras tanto, la chequera petrolera venezolana logró el empoderamiento de la izquierda latinoamericana, financiando partidos, proyectos, líderes e insurgentes de todos los confines de la región. Los tentáculos chavistas llegaron a la Argentina kirchnerista, a la Bolivia de Evo, al Ecuador de Correa, al Brasil de Lula, a la Colombia de las FARC, a la Nicaragua sandinista y a otras tantas naciones cuyos líderes se embriagaban con el “sueño liberador” prometido por el inefable Fidel Castro, el controversial Hugo Chávez y el portentoso Foro de Sao Paulo creado por Lula Da Silva.    

Hoy, Latinoamérica está experimentando en carne propia los desafueros de la revolución bolivariana. Desaparecido Hugo Chávez, el proyecto continúa en manos de Nicolás Maduro, absolutamente fiel a la Cuba castrista y a un proyecto político cuya pretensión es instaurar el comunismo en la región, en circunstancias donde la izquierda amenaza nuevamente con conquistar los espacios perdidos.

Los trágicos acontecimientos de Ecuador dejan al descubierto la participación de Maduro y de sus aliados, en la pretensión de desestabilizar al gobierno del presidente Moreno. La injustificada xenofobia peruana contra los venezolanos, es un elemento que amenaza la tranquilidad del país y le otorga beneficios al régimen venezolano. El regreso de la violencia a Colombia, liderada por las FARC, es un experimento para desarticular a la institucionalidad democrática y fortalecer a la insurgencia armada y a la revolución chavista-madurista. Faltan otros episodios para completar el laberinto latinoamericano; es bastante posible que el kirchnerismo regrese a Argentina y Morales vuelva a ganar en Bolivia. Todos estos eventos conspiran contra la permanencia de la libertad y de la institucionalidad democrática en Latinoamérica.

Existen suficientes evidencias que el régimen chavista-madurista es una real amenaza para la seguridad y libertad del continente. Quien lo ponga en duda, desconoce las oscuras y malévolas intenciones del régimen venezolano. El resurgimiento de la guerrilla colombiana, la protección y alianza con el narcotráfico y el terrorismo internacional, el apoyo económico y logístico a grupos violentos en Ecuador y Perú, las consecuencias de una diáspora que huye literalmente de Venezuela, sin control y en cantidades gigantescas, son factores que alimentan la desestabilización de América Latina. Urge que los gobiernos democráticos del continente y del mundo, evalúen con objetividad y actúen con celeridad para combatir la perniciosa influencia del chavismo-madurismo en la región, permitiendo el fin de la usurpación del poder en Venezuela. De lo contrario, dentro de poco podríamos vivir bajo el control de regímenes violadores de la libertad y de la democracia, aliados del comunismo cubano y del autoritarismo ruso. Es el momento de la democracia y de los ciudadanos. No podemos permitir que la oscuridad del comunismo pueda vencer la luz que irradia esplendorosamente la libertad.

Profesor Titular Eméritus de la Universidad del Zulia

jueves, 22 de agosto de 2019

Hambre y diáspora en el Zulia

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

En la medida que se profundiza la crisis del país, la situación del Zulia empeora peligrosamente; sobrevivir es ya una proeza titánica para los zulianos. Si alguien ha pagado con creces la incapacidad y la corrupción del régimen chavista-madurista, sin dudas, los zulianos encabezamos esa trágica lista.

En el último estudio de opinión pública de Efraín Rincón y Asociados, cuyo campo se culminó el pasado 3 de agosto, integrado por una muestra de 1.200 casos, distribuidos proporcionalmente en siete municipios del Estado Zulia (Maracaibo, San Francisco, Cabimas, Lagunillas, Mara, Machiques de Perijá y La Cañada de Urdaneta, respectivamente), se midieron diversos temas de interés general; sin embargo, en este artículo nos referiremos exclusivamente a dos temas de honda significación para las familias zulianas: la alimentación y el deseo de emigrar del país; a éste último se ha denominado como diáspora zuliana.

En términos generales, al indagar la percepción sobre la situación actual del Estado, el 97.1% proyectó una opinión negativa; sólo un 2.9% de los zulianos cree que la situación actual es buena. Nunca antes habíamos registrado cifras tan dantescas, quedando en evidencia la brutal tragedia que estamos viviendo los zulianos. A nivel personal y familiar, las cifras son igualmente dramáticas; el 82.6% reporta tener una mala situación económica, sin diferencias según la ideología política de los entrevistados. Al 80.1% de los chavistas les está yendo mal, al 80,9% de los opositores y al 84.1% de los neutrales. La crisis en el Zulia no tiene colores políticos.

En tiempos pretéritos existía la percepción generalizada que, a pesar de la mala situación del Estado, la situación económica familiar era mucho mejor, acompañado de unas expectativas positivas de cara al futuro inmediato. Los zulianos siempre abrigaron esperanzas en un mejor porvenir, desgraciadamente esto también lo destruyó la revolución.
En el caso concreto de la alimentación, más de la mitad de los zulianos (52.2%) manifestó estar comiendo dos veces, una o menos veces al día, sin considerar la baja calidad de los alimentos que consumen. Según cifras del 2017, la población general del Zulia asciende a 4.199.200 habitantes; ello significa que aproximadamente 2.191.982 zulianos están comiendo menos de lo que deben comer o, lo que es más grave, están pasando hambre. Esta situación empeora en algunas comunidades del Estado; por ejemplo, en el oeste de Maracaibo, sólo una cuarta parte de los entrevistados (25%) reportó comer tres veces al día. Estos datos revelan que la mayoría de los zulianos están sumergidos en una pobreza abismal que les impide satisfacer medianamente sus necesidades básicas, como es el derecho fundamental de alimentarse adecuadamente.

Como efecto directo de la dramática situación económica, los zulianos se han visto obligados a emigrar en búsqueda de una mejor vida. Un estudio de la firma Efraín Rincón y Asociados, contratado en agosto de 2018 por la Comisión de Derechos Humanos del Estado Zulia, reveló que para esa fecha había emigrado el 19.5% de los maracaiberos, equivalente a 337.632 habitantes. Lo que es peor, en el estudio reciente al que nos estamos refiriendo, cuatro de cada diez maracaiberos (41%) preferirían vivir en otros países; en Cabimas y Lagunillas la proporción aumenta a 53% en ambos municipios.

A nivel del Estado Zulia, el 42,1% del total de la muestra desea irse de Venezuela. Al desagregar este dato observamos que, en promedio, la mitad de los jóvenes de 18 a 34 años preferirían irse a vivir a otros países; el 49% de los entrevistados pertenecientes a la clase media también desean emigrar de Venezuela; y, otro dato muy significativo, es que el 50.6% de los opositores proyectó su deseo de emigrar del país, en contraposición del 25.1% de los chavistas y el 39.6% de los neutrales.

Los temas de la alimentación y de la diáspora, entre otros tantos, desnudan la desgracia en la que vive la inmensa mayoría de los zulianos. El hecho que más de la mitad de los zulianos (52.2%) se estén alimentando mal o estén pasando hambre, y que el 42.1% desee abandonar el país, son cifras que evidencian la vocación destructiva del régimen chavista-madurista. El Zulia es el vivo ejemplo de lo que un gobierno puede hacer para destruir lo que en otrora fuese la región más próspera y con mayores oportunidades de Venezuela.

Estoy convencido que al final el país transitará por mejores caminos. Que seremos un país libre, con trabajos productivos, con justicia y progreso con oportunidades para todos; pero también estoy convencido que lo bueno que está por venir se iniciará en el Zulia, porque somos la región con las mejores condiciones para garantizar un desarrollo integral que impactará positivamente al resto de la nación.

El nuevo gobierno democrático que administre los destinos del país, debe considerar al Zulia como un Estado estratégico en la reconstrucción nacional; si no lo hace, les auguro el fracaso de los proyectos y planes para enrumbar al país por la senda del progreso. El Zulia hoy llora lágrimas de sangre, mañana será el ejemplo de cómo pudimos levantarnos a pesar que la mafia gobernante pretendió eliminarnos de la faz de la tierra.

Profesor Titular Eméritus de LU

jueves, 15 de agosto de 2019

El populismo es popular

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Históricamente, las desigualdades estructurales de las sociedades latinoamericanas han sido caldo de cultivo para los movimientos populistas. Esta tendencia política apela al pueblo para acceder al poder, partiendo de la idea que el mismo está conformado por las clases sociales bajas, sin privilegios económicos y políticos. En tal sentido, los líderes populistas se presentan como redentores de los humildes, enfatizando que todos los males que padece el pueblo son culpa de la élite dominante enquistada en partidos políticos tradicionales, ubicados normalmente en la derecha conservadora.

Con el advenimiento del siglo XXI, el populismo llegó al poder en varios países latinoamericanos, bajo la égida de Hugo Chávez y de Fidel Castro y con el financiamiento de la portentosa chequera petrolera venezolana. De esa manera, se instauró una alianza política integrada especialmente por Venezuela, Brasil, Ecuador, Argentina, Bolivia, Paraguay y Cuba, para fortalecer a la izquierda revolucionaria y preservar los espacios conquistados en la región.

Sin embargo, a partir del segundo decenio del siglo XXI, el barco populista latinoamericano empezó a hacer aguas, con la destitución del presidente Fernando Lugo en Paraguay; la destitución de la presidenta Dilma Rousseff y el encarcelamiento de Lula Da Silva en Brasil; la derrota electoral del kirchnerismo en Argentina; el cambio de brújula política en Ecuador por parte de Lenin Moreno; la profunda crisis económica venezolana que limitó substancialmente el financiamiento a los aliados ideológicos; la crisis política que actualmente enfrenta Daniel Ortega en Nicaragua; y, además, la pérdida del predominio de los Castro, con excepción de Venezuela donde aún mantiene el control, debido al insípido liderazgo de Miguel Díaz-Canel y a la severa crisis económica que experimenta la isla.    

Cuando pensábamos que el populismo estaba derrotado en América Latina, o por lo menos atravesaba por serias dificultades, reaparece con la victoria de la dupla Fernández-Kirchner en las primarias argentinas (PASO) del domingo 11 de agosto, aventajando con 15% al presidente Macri. Bastaron menos de cuatro años para que el populismo atrajera la atención de la mayoría de los argentinos, a pesar de la corrupción, la destrucción económica y el debilitamiento institucional que sufrió el país durante la era kirchnerista. En cuestión de horas, Cristina de Kirchner pasó de victimaria a redentora del pueblo argentino, atrapado en las garras del neoliberalismo del “inefable” Mauricio Macri.

Estas elecciones PASO se constituyen en una gran encuesta nacional que anticipa los resultados de las presidenciales del próximo 27 de octubre. Parece difícil que Macri pueda superar esa ventaja en apenas dos meses, con lo cual podríamos hablar de un cambio de gobierno en Argentina. ¿Qué pasó?, ¿cuáles son las razones del triunfo del populismo?
Lo primero que debo expresar es que, a pesar de la destrucción que deja a su paso, el populismo en Latinoamérica sigue siendo popular. El discurso de salvación de los más pobres, las promesas sociales extravagantes que difícilmente las cumplen y el verbo encendido contra una derecha que sólo defiende los intereses de una minoría privilegiada, encuentran eco en la mayoría de los ciudadanos, integrada por estratos sociales bajos o por una clase media que coquetea con ideas progresistas que permitan elevar su influencia social y su bienestar económico.

La otra razón es la falta de inteligencia estratégica de la derecha para comunicar los logros en gobierno, y generar una matriz de opinión que responsabilice a los populistas de la tragedia que debe ser corregida, a través de ajustes y sacrificios necesarios para alcanzar el mayor nivel de bienestar para la sociedad en general. Resulta inexplicable que los ciudadanos soporten largos períodos con gobiernos populistas que destruyen la economía, vulneran la institucionalidad democrática, saquean el erario público e irrespetan los derechos humanos elementales; mientras  que la paciencia es cortísima frente a gobiernos democráticos con ideas de libre mercado que promueven una sociedad basada en el trabajo productivo, la competitividad en todas las áreas y la defensa de la iniciativa privada, a fin de minimizar progresivamente las relaciones de dependencia con el Estado.  

Definitivamente, la falta de un discurso creíble, convincente y conectado con las mayorías nacionales, impide que los ciudadanos puedan comprender la necesidad de políticas de ajustes, en circunstancias adversas propiciadas por gobiernos populistas incapaces y corruptos, para construir mejores condiciones que garanticen la perdurabilidad del progreso del país y de sus ciudadanos. Es necesario un discurso articulado que elimine, en las mentes de la gente, las ideas a favor de programas asistencialistas para que los pobres sigan siendo pobres, para dar paso a ideas que defiendan el trabajo, la educación y la igualdad de oportunidades, como elementos fundamentales para erradicar la pobreza y convertir a las personas en ciudadanos.

Ese es el reto de los argentinos y de Latinoamérica en general: seguir siendo pobres para legitimar a gobiernos populistas, o elegir gobiernos probos, eficientes y transparentes que combatan efectivamente la pobreza y las desigualdades para construir sociedades democráticas y con equidad social.

Profesor Titular Eméritus de LUZ

lunes, 17 de junio de 2019


La muerte de la LUZ del conocimiento
Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

En la actualidad, las riquezas de las naciones se miden por el nivel de conocimientos y capacidades de sus ciudadanos, más no por los recursos naturales que posea. Si la sociedad no se ha esforzado en cultivar el conocimiento, le costará aprovechar eficientemente sus recursos, por muchos que éstos sean. Seguirá siendo, entonces, un país esclavo de la mediocridad y de las profundas desigualdades sociales y económicas que arrastra la pobreza.

En la región latinoamericana, nadie como Venezuela, dispone de recursos naturales tan abundantes y valiosos; somos el país con el mayor volumen de reservas probadas de petróleo del mundo; tenemos hierro, metales preciosos, carbón, gas, grandes extensiones de tierras fértiles, riquezas hídricas, etc. y, por si faltase algo, tenemos una ubicación geográfica estratégica que nos conecta rápidamente con el resto del mundo. Esos extraordinarios recursos no nos salvaron de la catástrofe humanitaria que estamos padeciendo, gracias a la implantación de un régimen dictatorial, basado en la corrupción y en el desprecio visceral por el conocimiento y por las ideas del mundo civilizado.
El régimen venezolano ha fomentado la ignorancia de sus conciudadanos, a fin de garantizar el control social por parte de un poder inepto e inmoral. Mientras más ignorantes y pendencieros, más dependientes somos del Estado, castrándonos la creatividad que el conocimiento nos otorga a los seres humanos. Ya lo decía el Libertador Simón Bolívar, que “un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción”.

Lo hemos repetido hasta la saciedad, el régimen chavista-madurista ha sido la peor tragedia que ha vivido Venezuela a lo largo de su historia republicana; nada se compara con el saqueo y la destrucción perpetrada por esta mafia de forajidos y resentidos sociales. Destruyeron el país, sus instituciones y su economía, convirtiéndonos en una sociedad en la que cinco de cada diez venezolanos (47%) manifiestan el deseo de irse del país, según la encuesta nacional de Consultores 21, correspondiente al primer trimestre del 2019.

La inmensa mayoría de los venezolanos hemos vivido en carne propia las consecuencias de la hecatombe revolucionaria. Pero, en esta oportunidad, quisiera referirme al tema de la educación, inspiración de este articulo de opinión. Hugo Chávez se dio a la tarea de destruir la universidad venezolana, utilizando múltiples mecanismos: la descalificación progresiva de la academia y de la investigación -a los profesores nos transformaron en trabajadores universitarios-; la asfixia financiera convirtió a las universidades en instituciones que sólo pagan nóminas deficitarias y miserables; la violación de la autonomía universitaria, al impedir elecciones libres del gobierno universitario; y, la creación de universidades paralelas con el propósito de adoctrinar a sus estudiantes para favorecer a una idea única, en contra de la pluralidad y la criticidad que acompañan al pensamiento democrático.

Después de semejante dosis destructiva, los resultados están a la vista. Nuestras universidades sólo albergan las sombras de lo que pudo ser un futuro promisorio en manos de jóvenes preparados, capaces de liderar los cambios de la sociedad del conocimiento y de la tecnología. Impedir que la educación sea el motor que mueve la sociedad en todos los sentidos es, con seguridad, uno de los mayores crímenes del socialismo del siglo XXI. Estamos en la escala de los países más pobres del mundo, rezagados tecnológicamente y con un sistema educativo completamente aniquilado en todas sus etapas. Nos robaron las posibilidades de seguir formando capital humano de primera categoría para iniciar el tránsito hacia la globalización.

He mantenido la tesis que la única revolución que ha tenido Venezuela es la educativa. Después de ser un país analfabeto durante buena parte del siglo XX, logramos metas extraordinarias en materia educativa, a partir de 1958. La universidad se convirtió en el principal mecanismo de movilidad social en Venezuela, contribuyendo con la formación de una clase media vigorosa, que sacó de la pobreza a miles de hogares. Se consolidó una clase profesional que ya empezaba a familiarizarse con las tecnologías del nuevo milenio. Esas posibilidades fueron truncadas por el régimen, convirtiendo a nuestras universidades en casa ruinosas donde ya no hay estudiantes, ni profesores, ni investigadores que puedan contribuir con el desarrollo del país. El régimen usurpador apagó la luz del conocimiento para sumergirnos en la oscuridad de la ignorancia, el atraso y la pobreza.

Dentro de los gigantescos retos que tenemos los venezolanos por delante, la educación es un tema de máxima prioridad, junto a la reinstitucionalización democrática del país. El modelo educativo que imperó hasta el inicio de la era Chávez-Maduro, con importantísimos logros, es necesario reinventarlo. En el nuevo ciclo del país, confiado en que hemos aprendido la lección, la educación debe promover y defender con firmeza valores democráticos y ciudadanos, para que nunca jamás un régimen tiránico nos secuestre la libertad; las universidades no pueden seguir graduando desempleados, sin evaluar las verdaderas demandas del mercado laboral; ni mucho menos aceptar el ingreso de alumnos que no valoren los esfuerzos del Estado para proveerles educación; la gratuidad debería ser un tema que debe ser evaluado en el futuro.

La educación debe constituirse en una herramienta clave para empoderar al ciudadano, al recortar las distancias que lo separan de la tecnología y del desarrollo global; debe fomentar el emprendimiento y la iniciativa individual, sin que ello afecte la responsabilidad social que le es inherente. La educación debe ser una aliada poderosa de la empresa privada, capaz de generar empleos productivos, bien remunerados y de calidad que contribuyan con el bienestar general de los venezolanos. La deuda que tenemos con la educación es enorme. Debemos pagarla tanto el nuevo gobierno democrático, como todos los que creemos que la educación es la luz que nos permitirá construir la Venezuela grande que todos soñamos.

Profesor Titular Eméritus de LUZ

martes, 11 de junio de 2019


Las dos paciencias

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Se define la paciencia como “la capacidad de sufrir y tolerar desgracias y adversidades o cosas molestas u ofensivas, con fortaleza, sin quejarse ni revelarse”. Esa paciencia es la que se les pide a los venezolanos frente a esta descomunal crisis que amenaza con destruir a todo un país. Es una paciencia larga, sin respuestas concretas e invocada por políticos, según la coyuntura que estemos atravesando. “El tiempo de Dios es perfecto”; “aquí nadie se rinde”, son frases que hemos escuchado en los últimos años de la revolución chavista-madurista, en la que sobrevivir ya es toda una odisea para los venezolanos.
Si algo hemos comprobado en Venezuela, es que el tiempo de la gente no es igual al tiempo de la política; en circunstancias normales, esa premisa puede ser cierta y comprensible, pero en momentos donde la gente se está muriendo por falta de alimentos y de asistencia médica, o está huyendo del país para no dejarse morir, esa premisa es una bofetada que golpea muy fuerte la dignidad humana.

Esa paciencia que nos exigen a los ciudadanos no es la misma que practican algunos políticos, en su afán desmedido para aspirar a un cargo público, inmediatamente que oyen la palabra elecciones. A pesar de esta tragedia inédita, cuya responsabilidad es exclusiva de un régimen genocida, saqueador e inmoral; a pesar de estar conscientes -a veces dudo que lo estén- que la unidad monolítica de los factores democráticos, es un requisito obligatorio para alcanzar los objetivos supremos de la nación; a pesar de todo esto, siguen jugando su propio juego de espaldas a un pueblo sufrido que clama libertad, justicia y progreso. La paciencia de algunos políticos es más corta y mucho menos penosa que la que nos exigen a la inmensa mayoría de los venezolanos.

Después de más de cinco meses del 5 de enero, el juego está trancado. No se vislumbra en el corto plazo una salida efectiva al conflicto venezolano. Maduro continúa en el poder terminando de consumar el peor genocidio que hemos experimentado los latinoamericanos. Las fuerzas armadas siguen de espaldas a la Constitución y a la democracia, aferrados a intereses particulares que les garanticen riquezas mal habidas y beneficios que provienen de un poder inmoral e ilegítimo. Los partidos democráticos no terminan de estructurar un plan de país que conecte humanamente con las desgracias de la sociedad venezolana, sembrando una esperanza real y factible; los partidos y algunos de sus líderes están desgastados, desarticulados y sin un discurso unitario comprometido con la compleja situación que atraviesa Venezuela. Y, mientras tanto, el país se derrumba poco a poco. Las fuerzas ciudadanas están siendo diezmadas por un caos generalizado que socaba brutalmente los cimientos de nuestra existencia como nación. Si las cosas siguen por este camino, lamentablemente diremos ¡teníamos un país, lo perdimos!

No es el tiempo de la paciencia, es el momento de actuar. Ser pacientes es igual a cruzarnos de brazos a esperar el desenlace definitivo. Los políticos ya no nos pidan más paciencia, la hemos tenido en grado superlativo. Ya es hora que hagan lo que desde hace tiempo debieron haber hecho.

Estoy convencido, no obstante que, a lo largo de estos últimos veinte años, no habíamos tenido un avance tan significativo como el liderado por el presidente Guaidó. Sus esfuerzos y su tenacidad son admirables; por lo tanto, debemos preservar el activo más importante de las fuerzas democráticas. No sólo es imperativo aceptar la ruta marcada por Guaidó, es absolutamente necesario que los políticos y partidos de oposición actúen en auténtica unidad, sin agendas libres u ocultas.

Como demócrata y practicante de la civilidad, creo en la opción electoral para superar la crisis nacional. Pero esa opción no es automática ni inmediata. Es menester crear las mejores condiciones para que el resultado sea positivo y permanente en el tiempo. Sin reglas que promuevan el respeto, la equidad y una observación internacional confiable, hablar de elecciones es una manera de hacerle el juego al usurpador.   

Unas elecciones sin la instauración previa de un gobierno de transición, no resuelve de fondo la profunda crisis venezolana. Antes de la convocatoria electoral, el país necesita construir unas bases fuertes para rescatar la institucionalidad republicana y establecer las reglas de un pacto de gobernabilidad, que garantice la perdurabilidad de la paz y del modelo democrático post-revolución. Si no nos ponemos de acuerdo acerca de la operatividad del nuevo sistema político que aniquile las perversiones heredadas del socialismo del siglo XXI, entonces, los esfuerzos actuales servirán de poco en un mediano y largo plazo. Estaríamos dando de nuevo un salto al vacío.

La paciencia que les exigimos a los políticos es sacrificar, por ahora, protagonismos personales y candidaturales para sumarse a la tarea gigantesca de ponerle fin a la usurpación, haciendo uso de los medios más efectivos para alcanzar dicho propósito, encaminado al establecimiento de un gobierno de transición. ¿Acaso no nos dijeron que todas las opciones estaban sobre la mesa?, pues bien, vamos a usar las más efectivas, aquellas que pongan fin de una vez por todas a esta tragedia infernal, antes que perdamos completamente a Venezuela.

Vamos apurar el paso; el tiempo conspira contra la libertad. Este pueblo ha hecho muchos sacrificios y su paciencia está en el límite. Los políticos, tómense su tiempo, traten que sea poco, para que se pongan de acuerdo acerca del plan que haga efectiva la ruta marcada por Guaidó, con asistencia internacional. Solos no saldremos de esta tragedia.

Profesor Titular Emeritus de LUZ

viernes, 24 de mayo de 2019

Los militares o la piedra en el camino
Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

En sociedades con una frágil institucionalidad democrática, como ha sido Latinoamérica, los militares históricamente se han involucrado en temas referidos al poder político, bien para influir en la resolución de conflictos generados por la elite que detenta la hegemonía, o para ejercer directamente el poder. El establecimiento de dictaduras militares ha pretendido resolver frecuentemente las crisis políticas latinoamericanas, con resultados nefastos para esas sociedades. No obstante, el estamento militar pareciera destinado a ser actor protagónico en el destino de nuestros pueblos.

En el caso venezolano, los militares han estado invariablemente presentes en los conflictos políticos desde la instauración de la República, contribuyendo con la ruptura de un ciclo histórico y el advenimiento de una nueva era. Así fue durante el tránsito del gomecismo a la revolución de 1945; de 1948 a la dictadura perezjimenista; de 1958 al establecimiento de la experiencia democrática por cuarenta años consecutivos; y, todo parece indicar que, en esta crisis inédita del país, también tendrán los militares una participación fundamental, ya sea para ayudar a resolver esta tragedia o para empeorarla a niveles inimaginables.   
Los acontecimientos de los últimos meses apuntan que, de no lograrse una fractura significativa dentro las fuerzas armadas, el lapso del cese de la usurpación podría alargarse más allá de lo que esperamos los venezolanos, inclusive podrían debilitarse los esfuerzos de los factores democráticos para alcanzar el cambio político en el país. Cuando el pasado 23 de enero, Guaidó asumió la encargaduría de la Presidencia de la República pensamos que, por vez primera, el inicio de un nuevo ciclo histórico estaría protagonizado por la sociedad venezolana, con una participación marginal de los militares. Esta percepción se desvanece con el transcurrir de los días.

El problema de fondo es que las actuales fuerzas armadas son absolutamente diferentes a las que existían en 1958. La desinstitucionalización del estamento militar, se ha convertido en una piedra en el camino que impide el cese del régimen usurpador de Nicolás Maduro. En tal sentido, Hugo Chávez, con su innegable ascendencia sobre la fuerza armada, logró convertirla en una institución a su servicio personal y al del socialismo del siglo XXI. En tales circunstancias, los militares -o por lo menos, la máxima jerarquía- no defienden a la constitución, como es su obligación, sino sus intereses personales y los de la parcialidad política dominante. Ello ha impedido la fractura que permita el inicio del cambio político por el que tanto hemos luchado.

De manera deliberada, Chávez pervirtió a las fuerzas armadas, al despojarlas de la constitucionalidad que las obligaba velar por el mantenimiento del orden democrático, privilegiando los intereses supremos de la República. Desde 1999, las fuerzas armadas son chavistas, revolucionarias y antiimperialistas, dejaron de ser venezolanas y democráticas.
Este proceso de descomposición de las fuerzas armadas se inició cuando el ascenso y la profesionalización de los oficiales pasó a ser una competencia exclusiva del presidente; ascendían sólo los afectos al proceso, aquellos que declaraban lealtad absoluta al “comandante supremo”. Así fue abolida la meritocracia militar y se tejió una relación perversa con el líder del proceso. Después, para garantizar el favor electoral de los militares, se les permitió votar y tener una participación política intensa a favor de la revolución. Sacaron a los militares de sus cuarteles para garantizar y defender la permanencia del proceso indefinidamente. Por si fuera poco, fueron incorporados al gobierno, cuantificando más ministerios que los propios civiles, siendo beneficiarios directos de los negocios, corruptelas e ilícitos del régimen; de esa manera, las fuerzas armadas se corrompieron, transformando la lealtad y la gratitud a la revolución en el let motiv de muchos militares, especialmente, los de más alto rango o los enchufados.

Para evitar que los militares repitiesen lo que él hizo el 4 de febrero de 1992, Chávez logró además la desarticulación de los componentes de la fuerza, a fin de abortar cualquier escenario conspirativo que pusiese fin a la revolución. Esta estrategia fue perfectamente ensamblada, con la presencia de los cuerpos de contra inteligencia cubana (G2), sellándose la sumisión de las fuerzas armadas venezolanas a un gobierno extranjero y comunista, jamás visto en nuestra historia.

Estas son las fuerzas armadas que los venezolanos estamos esperando que se fracturen para salir de la tiranía genocida. Como pueden ver, apreciados lectores, la solución a esta crisis no es sencilla. Dentro de esta perspectiva, partiendo de la premisa que la intervención militar internacional no será posible, ¿se tendrá que negociar con los militares para que le retiren su apoyo a Maduro, su rehén más preciado, y faciliten el camino hacia la transición? Las opciones se reducen cada día, pero seguramente las condiciones de esa probable negociación deben resultar mayor que el costo que los militares deben pagar por su salida del poder. Esa negociación debe tener el respaldo firme y categórico de nuestros aliados internacionales, Estados Unidos, Grupo de Lima y la Unión Europea, a fin de garantizar un desenlace positivo.

La fractura automática de las fuerzas armadas es un tema que no visualizo a corto plazo; lo que está en juego no es la restitución del orden constitucional, ni tampoco el bienestar y la libertad de los venezolanos; la prioridad de los militares es la defensa de sus intereses y el establecimiento de condiciones que minimicen el peso de la justicia por delitos de lesa humanidad. Veremos cómo termina nuestra tragedia; mientras tanto los venezolanos siguen muriendo por falta de alimentos y de asistencia médica; otros miles huyen del país para sobrevivir. Este es un drama inhumano e injusto que no les duele en absoluto a los usurpadores ni a los militares tampoco. Que Dios tenga misericordia de los venezolanos.

Profesor Titular Eméritus de LUZ

martes, 14 de mayo de 2019

Una larga espera
Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

La compleja y dramática situación del país, agota la paciencia de los venezolanos; máxime cuando la mayoría ha esperado por veinte años el advenimiento de un cambio del régimen político imperante. La impaciencia crece frente a la incertidumbre; el no saber qué, cómo y cuándo va a suceder el momento definitivo del alumbramiento del cambio, hace más difícil la angustiante espera. Y, lo que es peor, con la impaciencia aparecen la frustración y la desesperanza colectivas, elementos letales en la lucha para el rescate de la libertad y la democracia en Venezuela.

Ciertamente, los cuatro meses que tiene Guaidó liderando a los factores democráticos, no pueden compararse con el sufrimiento infligido por la mafia usurpadora a lo largo de dos décadas; sin embargo, con el transcurrir de los días, la vida de los venezolanos se deteriora peligrosamente, apoderándose el pesimismo que amenaza con hacernos creer que por ahora tampoco podremos librarnos de esta pesadilla inhumana.

Es necesario deslastrarnos de actitudes negativas que no nos ayudan en estas circunstancias tan complejas. Venezuela nos quiere de pie, dando la batalla a pesar de las múltiples caídas que hemos sufrido. Física y espiritualmente fuertes; con suficientes energías para resistir hasta que llegue el fin de la usurpación. No es tarea sencilla salir de un régimen que, por un lapso de 20 años ininterrumpidos, se encargó de eliminar a la República y sus instituciones; destruir la economía con mayores oportunidades en Latinoamérica; empobrecer a la sociedad con la más próspera clase media de la región; y, producir el mayor éxodo que se haya registrado en la historia latinoamericana.

La tragedia que sembró la revolución en Venezuela es un hecho insólito e inédito; no es posible compararlo con ninguna otra experiencia del planeta. El régimen chavista-madurista es una combinación criminal de tiranía genocida, narcotráfico, terrorismo, colectivos paramilitares y guerrilla colombiana, amparada por el saqueo más grande de nuestra historia y una impunidad capaz de “legalizar” cualquier crimen por más atroz que sea. Derrotar esa mafia nos ha costado sangre, sudor y lágrimas en un lapso mayor que el que todos esperábamos. Solos no podemos.

Hasta este momento hemos avanzado significativamente pero aún Maduro permanece en el poder, sin lograr una fractura en la alianza dominante que ponga punto final a la usurpación. Todo esto a pesar que Maduro proyecta apenas un 12% de popularidad, la cifra más baja durante la era revolucionaria; con indicadores económicos que los más avezados economistas se preguntan cómo podemos sobrevivir los venezolanos en esta catástrofe; con una crisis humanitaria sin paragón en el continente americano. Sin embargo, Maduro sigue mandando a pesar de no poseer desde hace rato la gobernabilidad del país.

¿Qué más tendremos que hacer los venezolanos para conquistar la libertad, la democracia y el progreso? En mi opinión, hemos hecho todo, o casi todo, para abrazar el cambio. Cuando nos han pedido calle, hemos salido a la calle; cuando nos han dicho que sí votamos ganamos, hemos votado; cuando nos han pedido que nos abstengamos porque las condiciones electorales son un fraude, hemos dejado de votar; cuando nos han pedido organizarnos, hemos realizado esfuerzos a pesar de las restricciones del régimen. Hemos marchado por todas las calles del país; muchos han sido asesinados por hacer efectivo su derecho a la protesta. En los últimos meses, hemos apoyado y acompañado al presidente Guaidó en todas las actividades convocadas. No obstante, no hemos logrado el objetivo supremo de liberar a Venezuela.

En tal sentido, debemos admitir que la crisis venezolana es un problema que supera la voluntad y la lucha de los venezolanos; es un asunto internacional que amenaza la seguridad de la región y la preeminencia de la democracia como sistema político para nuestra América. El régimen de Maduro no sólo ha destruido al país y a los venezolanos, sino que pretende, en alianza con factores terroristas y del crimen organizado, imponer condiciones que privilegien al comunismo como modelo político bajo la tutela de Cuba.

Esa realidad harta conocida por los gobiernos democráticos del mundo, debe ser suficiente para consolidar el apoyo internacional a los demócratas venezolanos, más allá de las sanciones al régimen y a los más conspicuos personeros de la tiranía. La diplomacia del micrófono implantada por Estados Unidos, la OEA y el Grupo de Lima, debe cesar para dar paso a una diplomacia más contundente, en la que las acciones sean más importantes que los discursos. No tengo pruritos contra los Estados Unidos, jamás los he tenido porque nunca he sido comunista ni he coqueteado con esa ideología fracasada; a los que dicen que una intervención internacional atenta contra la soberanía nacional, es bueno recordarles que desde hace bastante tiempo estamos intervenidos y gobernados por los parásitos más corruptos e incapaces de Latinoamérica, como son los cubanos castro comunistas.

La defensa de la libertad, el rescate de la democracia y la llegada del progreso con oportunidades para todos, merecen tanto los esfuerzos de los venezolanos como el de los gobiernos libres y civilizados del mundo, especialmente, nuestros principales aliados, Estados Unidos, Brasil y Colombia, antes de que sea tarde y oigamos voces que digan “el hermano país de Venezuela se perdió baja la mirada indiferente de los gobiernos amigos”. Es el momento de hablar menos y de actuar con firmeza y decisión contra esta mafia que nunca debió gobernar a nuestra amada Venezuela.

Profesor Titular Eméritus de LUZ

domingo, 5 de mayo de 2019


El día antes del 1 de mayo
Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

El 30 de abril muchos venezolanos nos despertamos alarmados por las noticias que llegaban desde Caracas. Hablaban de un alzamiento militar que liberó a Leopoldo López y reconocía a Juan Guaidó como presidente interino del país. La etapa final de la Operación Libertad había iniciado un día antes del 1 de mayo, fecha en la que se anunció una marcha multitudinaria en la capital, con réplicas en todos los Estados de la República. Pensé, con la emoción que siempre nos regala la esperanza, “por fin llegó el momento tan esperado por los venezolanos”.

Pero transcurridas las horas y los días, después de aquella mañana que anunciaba aires de libertad, el régimen usurpador continúa en el poder y el presidente Juan Guaidó no ha logrado los objetivos proclamados el pasado 5 de enero, cuando asumió la dirección de la Asamblea Nacional. ¿Qué pasó?, ¿otro fracaso más?, ¿cuánto más tendremos que esperar para acariciar la libertad y el progreso secuestrados por la mafia genocida y usurpadora?
Para responder esas interrogantes, legítimas por demás, debemos analizar con objetividad los acontecimientos de estos últimos días. ¿Se logró la salida del poder de Nicolás Maduro? No, pero el avance de los factores democráticos es substancial. Estamos más cerca de la meta. Las cosas ya no volverán a ser iguales para el régimen ni para la oposición. Lo primero que debo destacar, es el factor sorpresa con el que actúo nuevamente Guaidó, agarrando fuera de base a Maduro y a sus acólitos. Liberar a Leopoldo López, el preso más emblemático para la dictadura, con la ayuda de grupos del SEBIN, no es poca cosa. Que hoy día Guaidó y López se mantengan libres y en la calle, demuestra la debilidad del régimen y la fractura dentro de los cuerpos de seguridad del Estado, la cual debe crecer con el transcurrir de los días.

Lo que parecía impensable para algunos círculos del régimen, sucedió; efectivamente, hubo negociación con el alto mando militar y con ciertos personeros influyentes de la revolución; después conoceremos las verdaderas razones del por qué Maduro no salió del poder el 30 de abril. Pero lo que si debemos tener claro es que esto pica y se extiende. Las deslealtades dentro del régimen seguirán creciendo en la medida que se den cuenta que no tienen posibilidades de sobrevivir en el mediano plazo. La salida del régimen es irreversible, no hay vuelta atrás. Mientras tanto, la contundencia de la comunidad internacional, especialmente la administración Trump, es mayor con el pasar de las horas. Estados Unidos está trabajando con firmeza y coherencia para lograr el cese de la usurpación, aunque ello signifique ejecutar una intervención militar. Esa es una opción que desde el primer momento la consideré muy probable. Los últimos acontecimientos nos están dando la razón.

En otro orden de ideas, pareciera que Nicolás Maduro es un actor de reparto en este ajedrez de la geopolítica internacional. Los verdaderos actores son Estados Unidos, Rusia y Cuba. Lo que pase con Maduro es menos importante que los intereses que defienden estas tres naciones. A Estados Unidos no le conviene que Venezuela se constituya en una amenaza para la estabilidad de la región y del territorio norteamericano; Trump no va a aceptar la intromisión de potencias extra continentales en América Latina, aunado al peligro que significa la sumatoria letal del terrorismo, el narcotráfico y la guerrilla colombiana en Venezuela.

Los intereses rusos son más mundanos, quieren que les garanticen el pago de la deuda que el régimen contrajo en los últimos años, pues, su debilitada economía no tiene capacidad para condonar esa deuda. Las posiciones destempladas del gobierno ruso en contra de USA, también forman parte del teatro, ya que los rusos necesitan aparentar el poder del cual carecen para proyectar su disminuida influencia internacional. Y, el caso de Cuba, es de absoluta sobrevivencia. La generosa y gratuita ayuda económica venezolana, a lo largo de estos últimos veinte años, les ha permitido sortear con relativo éxito las penurias de la isla sometida a la incapacidad y la corrupción crónicas del comunismo, liderado por los Castros. En tal sentido, comprendemos el planteamiento de Trump referido a un nuevo proceso de apertura con Cuba si da por finalizada su intromisión en los asuntos internos de Venezuela.

La calle y la organización popular de los venezolanos es un elemento importante en estas circunstancias, pero estoy convencido que el destino de Venezuela está por encima de las concentraciones en las calles del país. El mundo entero reconoce que Maduro es un dictador genocida que debe salir del poder, de lo contrario terminará destruyendo lo poco que queda del país. El asunto definitivo de esta tragedia ya superó las fronteras nacionales para ubicarse en un problema internacional, cuya solución definitiva requiere de la participación y el acompañamiento de gobiernos amigos, especialmente, Estados Unidos, Colombia y Brasil.

Las cartas están echadas. La dictadura de Maduro tiene sus días contados. Dios permita que el desenlace sea lo menos trágico posible, porque lo que si está claro es que Maduro sale por las buenas o por las malas. El tiempo se les agota y conspira contra la tiranía genocida.

Profesor Titular Eméritus de LUZ