lunes, 25 de enero de 2016

¿Diálogo o cambio de Gobierno?
Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

La gravedad de la crisis nacional demanda respuestas efectivas y urgentes. No hay tiempo que perder porque estamos muy cerca  de una crisis humanitaria de incalculables consecuencias. La paciencia está llegando a los límites y el pueblo ya no acepta más pretextos ideológicos que pretendan esconder la terrible responsabilidad del régimen. Es hora de actuar sin más dilaciones.

En una sociedad civilizada y democrática, el diálogo y la concertación son elementos esenciales del juego político. Pero ese diálogo debe ser responsable, transparente y bajo el más absoluto respeto y reconocimiento del adversario. Exigir un diálogo para seguir haciendo lo mismo, sin voluntad alguna de rectificación, no tiene sentido. En ese escenario, el diálogo sólo es un mecanismo para ganar tiempo y retardar hasta donde más se pueda la salida del régimen; en esas circunstancias quien sale perdiendo es el país que sigue hundiéndose bajo la tozudez de un gobierno cuyo único interés es mantenerse en el poder sin importarle las calamidades del pueblo.

Convocar un diálogo para profundizar los errores que nos han llevado a la ruina, no cuenta con el respaldo de los venezolanos. Dialogar para esconder la nueva realidad política de Venezuela es un contrasentido. Dialogar para evitar lo inevitable, es una maniobra que sólo le interesa a una cúpula que tiene muchísimo que perder en los nuevos tiempos por venir.

Sinceramente, estoy convencido que el régimen ni quiere ni cree en el diálogo, porque ellos perdieron la vocación democrática y la capacidad de unir a la nación en la construcción de un nuevo modelo que permita levantar a Venezuela de las ruinas provocadas por la revolución. Quienes se ufanan en desconocer la voluntad popular, haciendo uso de triquiñuelas legalistas para menoscabar la autonomía soberana de la Asamblea Nacional, no pueden generarnos confianza alguna. Quienes insisten en aplicar el Plan de la Patria y culpar a terceros de los errores que nos han hecho más pobres y miserables, no piensan rectificar ni comprometerse a cambiar lo que no sirve. Siguen aferrados al recuerdo de un legado que destruyó las enormes posibilidades de progreso de los venezolanos. Siguen pensando en el pasado, defendiendo sus intereses y parcelas de poder para continuar con el festín de Baltazar, con el más grotesco saqueo de nuestra historia. Siguen aferrados a un modelo incapaz, inmoral, corrupto y sectario. Piden diálogo para esconder la gigantesca podredumbre de un régimen que amenaza con destruir absolutamente todo de lo poco que aún queda en pie.

Frente a tanta incompetencia, los venezolanos nos negamos a ser engañados de nuevo; nos negamos a convalidar una mentira que traerá más sufrimientos y hará más difícil la recuperación de la institucionalidad democrática, la economía y los valores de una sociedad libre, con justicia social y progreso para todos. Queremos soluciones urgentes y de fondo que permitan aliviar la pesada carga que llevamos sobre nuestros hombros.

Las experiencias recientes nos han enseñado que para este régimen el diálogo es una trampa caza bobos; es un mea culpa hipócrita y oportunista. Quienes se han burlado del pueblo haciendo uso blasfemo del Cristo Crucificado, no tienen derecho a nuevas oportunidades. Su tiempo se les agoto y deben echarse a un lado para permitir que otros venezolanos conduzcan al país y lo lleven a puerto seguro.

No van a cambiar, no va a rectificar, no van a mejorar, por eso millones de venezolanos de buena voluntad exigen un cambio de gobierno. Nicolás Maduro no tiene nada nuevo que decir y hacer por los venezolanos. Está comprobada su incapacidad e inmadurez para gobernar la nación. Ahora el camino que le corresponde transitar a los factores democráticos es evaluar cuál de los mecanismos constitucionales es el más idóneo para sortear exitosamente esta difícil y compleja coyuntura, e iniciar una estrategia de opinión pública que prepare a los venezolanos a una transición lo menos traumática posible, fortalecida por la legitimidad popular y por la total disposición de contribuir con la elección de un nuevo gobierno cuyo único compromiso sea la paz, la felicidad, la unión y el progreso de todos los venezolanos, sin las oprobiosas exclusiones a la que hemos sido sometidos por espacio de 17 años.

La democracia, entre sus virtudes, nos provee de mecanismos para cambiar gobiernos que no sirven, gobiernos que estafaron la buena fe de los ciudadanos colocándolos en condiciones de absoluta precariedad. Por eso, este nefasto régimen que llegó al poder gracias a la democracia, se debe ir democrática y constitucionalmente para evitar a toda costa perder a nuestra querida y amada Venezuela. ¡Cómo no quieres cambiar, los venezolanos te vamos a cambiar!

                               Profesor Titular de LUZ

lunes, 18 de enero de 2016

Una ilusión de riqueza con olor a corrupción

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Según el Diccionario de la Lengua Española, “la ilusión es la falsa percepción acerca de un objeto o fenómeno debido a una errónea interpretación de los sentidos”, o también se define como “la esperanza sin fundamento real”. Esto está sucediendo en la Venezuela de la revolución chavista; nos engañaron con una ilusión de bienestar colectivo producto de una gigantesca riqueza petrolera que fue aprovechada por una minoría de privilegiados, a través del peor saqueo que ha sufrido la hacienda pública venezolana en toda nuestra historia.

El régimen se las ingenió para pulverizar una gigantesca riqueza petrolera; una riqueza tan grande  que cualquier nación desarrollada palidecería de envidia por su enorme cuantía. Sin embargo, en Venezuela esa riqueza sólo sirvió para enriquecer a una minoría a través de guisos y negocios de todo tipo. No quedó  nada que no fuera penetrado por los tentáculos de los enchufados, con la participación directa y complaciente de las altas esferas de la revolución bolivariana.

Mientras los revolucionarios de cuello blanco, corbatas de seda y joyas costosísimas robaban a la nación sin remordimientos ni misericordia, el pueblo llano no se percató del saqueo –o quiso hacerse el loco- porque el régimen nos ilusionó con un bienestar efímero, consecuencia del enorme gasto público que puso a rodar montañas de dinero en la calle. Con bombos y platillos, el régimen anunció  la desaparición de la pobreza –mal endémico de la IV República- para dar paso a la definitiva reivindicación social del pueblo de Bolívar. La riqueza petrolera por fin había sido sembrada en el pueblo, “único dueño” del petróleo. Tuvieron que transcurrir más de 16 años para darnos  cuenta de la peor estafa política e ideológica que hemos padecido los venezolanos. Estafa que puede resumirse como la corrupción más perversa e inmoral de la que tenga memoria la nación venezolana, trayendo consigo más pobreza, hambre y miseria que la que teníamos hace 17 años atrás.

Si los años 80 del siglo XX fueron catalogados como la década perdida de América Latina, la revolución chavista-madurista debe ser considerada como la peor plaga del país en todos los tiempos. La corrupción, sin duda alguna, es el emblema que caracteriza a esta legión de delincuentes y forajidos. Hicieron de los guisos, las trampas y las corruptelas su razón de vida. Acabaron con todo porque para ellos hasta el hambre y la salud del pueblo tiene precio.

La fuerza de los hechos deja al descubierto la realidad que pretenden esconder con su verborrea barata y su moral de pacotilla. Destruyeron la gallinita de los huevos de oro; de ser una de las más importantes empresas petroleras del mundo, convirtieron a PDVSA en chatarra con una deuda descomunal; se dejó de producir y refinar petróleo para convertirla en el centro de los guisos del régimen. Importación de alimentos con sobreprecio; contratos de construcción de viviendas adjudicados a personeros del régimen; adquisición de equipos y maquinarias de segunda mano compradas como nuevas y con sobreprecio. Contratos multimillonarios que se repartían entre los benefactores del régimen, dinero que después era lavado en Norteamérica, Europa y paraísos fiscales. Con absoluta responsabilidad, podemos decir que PDVSA ahora es propiedad de los enchufados y corruptos del régimen.
En cada obra, programa, misión o proyecto ejecutado por el régimen está metida la mano peluda de la corrupción. Destruyeron la producción agropecuaria del país. Hoy, millones de hectáreas de tierras fértiles están abandonadas, producto de una abusiva política de invasiones y expropiaciones, aduciendo que la tierra no podía ser propiedad de terratenientes y oligarcas. 

Pero en el fondo, ¿cuál fue la verdadera razón para destruir el campo venezolano? Las importaciones masivas de alimentos, cuyos contratos fueron a parar a manos de un grupito de privilegiados que se hicieron multimillonarios importando, en alianza con productores extranjeros, toda clase de alimentos con sobreprecio y, mucho de ellos no aptos para el consumo humano por estar vencidos. Lo importante nunca fue alimentar al pueblo, sino el tremendo negocio que significa importar alimentos con condiciones muy onerosas para la Republica pero muy beneficiosas para los corruptos. Son tan inmorales que jugaron con el hambre y la salud de los venezolanos, porque en materia de importación de medicinas e insumos médicos la historia también está plagada de guisos y chanchullos. Hoy día no hay comida ni medicinas, ni mucho menos producción para mitigar el hambre que está presente en millones de hogares de la nación.

Para “resolver” la crisis eléctrica realizaron también muchas importaciones de equipos, insumos y plantas eléctricas con el mismo pretexto, hacer jugosos negocios para unos pocos porque la crisis se ha acentuado con apagones y calles oscuras que fomentan el crimen y la delincuencia.

Todas las áreas del quehacer nacional están minadas por la corrupción revolucionaria; la capacidad y creatividad que les ha faltado para gobernar al país, las usaron con extraordinariamente desempeño para husmear, inventar y concretar los guisos que les proporcionan montañas de verdes que hoy están en extinción, gracias a la voracidad de unos inmorales y forajidos que siguen culpando a terceros de las desgracias que estamos padeciendo los venezolanos.

La inmoralidad revolucionaria se escandalizó con el desangre de divisas generado por los raspacupos, restringiendo de inmediato la distribución de divisas por ese concepto, pero lo que suponíamos los venezolanos, y lo reveló finalmente el inefable Giordani, es que el verdadero desangre de divisas lo protagonizaron empresas de maletín a las que el régimen les entregó dólares preferenciales para aumentar sus abultadas cuentas en el extranjero. Giordani preguntó al gobierno por el destino de unos 25.000.000.000 millones de dólares entregados a esas empresas; vaya usted a saber cuántos millones más se esfumaron por esa vía, y ahora quieren completar semejante déficit con una tal emergencia que nos empobrecerá más a través de impuestos, controles, restricciones y de una inflación que, según las estimaciones, este año será superior al 500%. Quieren enmendar la tragedia que ellos ocasionaron, con la misma fórmula que permitió la corrupción y la destrucción de Venezuela.

En pocas palabras, el régimen dilapidó, o mejor dicho se robó, la más grande fortuna que los venezolanos hemos tenido. En vez de gobernar con inteligencia, honestidad, eficiencia gerencial y la participación real de todos los actores nacionales, prefirieron implantar un modelo ideológico obsoleto, corrupto, excluyente, inmoral y destructor para enterrar las extraordinarias oportunidades de desarrollo y modernidad que tuvimos tan cerca. Nos ofrecieron, por el contrario, una ilusión de riqueza e inclusión social tanta falsas como los espejismos del desierto o como una escalera de anime.

Hoy tenemos un país destruido, con el peor desempeño económico del mundo; una sociedad corrompida sin los valores fundamentales para salir airosos de esta pavorosa crisis. Todo esto gracias a la corrupción, la avaricia y la ambición desmedida de unos resentidos sociales que llegaron al poder con la firme intención de no dejar piedra sobre piedra; llegaron para arrasar una nación que creyó sinceramente en sus promesas de libertad, justicia y progreso, a cambio se llenaron los bolsillos y se transformaron en los nuevos ricos de la patria; de supuestas víctimas pasaron a ser victimarios y verdugos del pueblo. 

Tuvieron todo para construir y hacer grande a Venezuela; pero terminaron engañando vilmente a los más pobres, a los indefensos, a ellos les robaron todo; por eso, se les acabó su tiempo y estamos iniciando una nueva era donde los protagonistas seremos los venezolanos que realmente amamos nuestra patria. Los corruptos, delincuentes, inmorales y traidores revolucionarios serán juzgados, sino por la justicia terrenal, con toda seguridad por la justicia divina que puede tardar pero siempre llega.

Profesor Titular de LUZ

lunes, 11 de enero de 2016

La estrategia es Venezuela

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Dicen que lo bueno se repite y eso también es válido para la política. Cuando una estrategia es efectiva y cumple correctamente con su propósito, la racionalidad política recomienda mantener su aplicación a fin de consolidar los buenos resultados que produjo; de lo contrario, es necesario desecharla y replantearse una nueva estrategia.

La actual coyuntura política venezolana se debate entre el pasado y el presente dirigido a construir un mejor futuro; entre una agenda pública que privilegia la radicalización política y el culto hacia una personalidad desaparecida físicamente, y una agenda que desnuda la peor crisis de nuestra historia republicana y responsabiliza a Nicolás Maduro como el verdadero culpable de la catástrofe nacional, acompañada de la firme decisión  de presentar soluciones efectivas que encaminen al país por senderos de progreso. Efectivamente, existen dos visiones y dos modelos políticos de país. El primero representado por el régimen madurista y el PSUV, fracasado y de espaldas a la realidad nacional; y, el modelo democrático que apuesta por la reconciliación del país y la necesidad de unir todos los esfuerzos y talentos como única opción para salir de esta pavorosa crisis que amenaza con destruirnos como sociedad libre y democrática. El pasado 6 de diciembre, la inmensa mayoría de los venezolanos votamos por el segundo modelo, razón por la cual los que lideran esa visión de país deben seguir trabajando con inteligencia y sentido común para materializarla en el menor lapso de tiempo posible.

La estrategia está clarísima. La unidad democrática aplicó una estrategia exitosa y obtuvo los mejores resultados en los últimos diecisiete años; pues bien, lo recomendable es afianzarla, impidiendo que los trapos rojos oficialistas la distraigan de los objetivos trazados. Todos sabemos que el régimen, como alumno sobresaliente del castrocomunismo, es muy hábil para distorsionar la realidad y hacerse pasar por víctimas de las oprobiosas agresiones de la derecha fascista y apátrida. Arman alharacas mediáticas con la intención de confundir a la opinión pública y esconder las verdaderas razones de la estruendosa paliza electoral y la descomunal incapacidad para gobernar el país. Están secuestrados en sus propios errores y no pueden salir del pantano sin que algunas de las parcelas del poder se vea afectada. Los radicales le exigen a Maduro profundizar las políticas revolucionarias que destruyeron a Venezuela; mientras que los menos radicales aconsejan rectificar frente a los errores que amenazan con desaparecer cualquier vestigio de la revolución bolivariana. Si no hace le llueven las críticas internas y las del país, y si hace algo se genera la ira de los defensores a ultranza del legado del comandante eterno. Ellos saben que no tienen salida; que cualquier cosa que hagan, les traerá consecuencias cuyo costo difícilmente podrán pagar.

Quieren arrastrarnos al terreno de la radicalización estéril y de la basura ideológica. Este es un momento de quiebre histórico de un régimen que agotó la capacidad de manipular la opinión y los sentimientos de la mayoría nacional. Pocos le creen y cada día son menos los que confían en ellos. Están perdidos en su propio laberinto y piensan que los venezolanos los acompañaremos en semejante locura. El pueblo pendejo ya se acabó, porque lo que viene de ahora en adelante es cambio, progreso y justicia para todos.

Si ellos se empeñan seguir hablando del pasado –la IV República, el Caracazo, el 12 de abril, etc.-, los demócratas debemos hablar del presente –la crisis económica: escasez, inflación, desempleo, pobreza y hambre; inseguridad y servicios públicos absolutamente colapsados- y trabajar para tratar de enderezar esta situación con políticas efectivas que devuelvan la confianza para invertir y hacer crecer la economía. Ellos hablan de un muerto y su legado, nosotros hablamos del vivo que gobierna desde la oscuridad de Miraflores y es el único culpable de la crisis de Venezuela. Ellos hablan de radicalización y confrontación, nosotros hablamos de respeto, diálogo e inclusión  de todos  los venezolanos. Ellos defienden a los enchufados, narcosobrinos y los privilegios de corruptos y forajidos; nosotros debemos luchar para que cada venezolano tenga un empleo estable y productivo, alimentos y medicinas, educación de calidad, vivienda digna y suficiente seguridad para no sentirse como presos en sus propias casas. Ellos promueven la división y el odio entre los venezolanos; los demócratas hacemos los esfuerzos necesarios para hacer posible la reconciliación y unidad de Venezuela, liberando a los presos políticos, instaurar el diálogo y el entendimiento nacional, y desterrar para siempre toda política de persecución y criminalización de la disidencia democrática.

Ellos amenazan con inundar las calles de Caracas con fotografías de su líder fallecido, nosotros debemos enarbolar la bandera tricolor para que los vientos de cambio ondean con fuerza nuestra esperanza en un promisorio porvenir. Ellos practican la violencia y hacen uso de legalismos para violar la soberanía popular, nosotros somos defensores de la voluntad de este pueblo heroico y testimonio permanente de paz y justicia.

El régimen esconde su responsabilidad al culpar a terceros de la terrible crisis que nos afecta a todos por igual; los demócratas denunciamos con firmeza y valentía a quienes hicieron uso del poder no para servir a Venezuela sino para servirse y robar los dineros públicos, las oportunidades y el futuro de los venezolanos. El régimen sigue apostando al fracaso, la pobreza y miseria del país; los demócratas somos constructores del cambio que traerá una sociedad más libre, democrática, con progreso y oportunidades para todos.

No perdamos tiempo en discusiones inútiles que no interpretan el verdadero sentir de la población, sino que pretenden sumergirnos en un círculo vicioso lleno oscuridad y podredumbre. No hagamos caso de las bravuconadas y obscenidades de aquellos a quienes se les pasó su hora y todavía piensan que aquí hay esclavos de una ideología tóxica y destructiva. Vienen tiempos mejores a pesar de las dificultades que hoy nos agobian, y en ese nuevo escenario no estarán quienes se empecinan en creerse herederos de una gloria putrefacta y de oropel. Sigamos con la estrategia que reclama el acompañamiento a los venezolanos y trabajemos con responsabilidad, desprendimiento e inteligencia para constituirnos en una verdadera opción de poder en la Venezuela grande y hermosa con la que todos soñamos.
 
                                              Profesor Titular de LUZ  

martes, 5 de enero de 2016

Sentido Común y Racionalidad Política
Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Transcurrido el reencuentro con la familia y los amigos, el bullicio y la alegría que producen las fiestas de Navidad y de Año Nuevo, nos toca lidiar otra vez con una cotidianidad cuyo desenlace es de pronóstico reservado. Estamos frente a un gobierno que no termina de entender y aceptar la nueva realidad política que el país decidió moldear a partir del pasado 6 de diciembre. Obstinadamente, el régimen intenta hacer uso de triquiñuelas legales amparadas por el TSJ, de los cuales trece de sus miembros fueron nombrados inconstitucionalmente, que propicia un golpe judicial sin precedentes. El propósito fundamental es desconocer la soberanía popular y boicotear la mayoría absoluta de la MUD en la Asamblea Nacional, alcanzada democráticamente en las elecciones del 6-D. Son 112 piedritas en los zapatos de un régimen que se acostumbró a gobernar arbitrariamente, sin ningún tipo de control y fiscalización. Jamás le ha rendido cuentas al pueblo, verdadero dueño de la soberanía nacional.

Las últimas acciones del régimen denotan su profunda vocación dictatorial y autoritaria, al pretender imponer la voluntad de una minoría sobre la decisión soberana y libérrima  de 8 millones de venezolanos. Es un régimen que perdió la poca cordura que le quedaba, e irresponsablemente coloca al país a las puertas de una confrontación inconveniente y muy peligrosa. Los hechos demuestran que para el régimen, la Constitución sólo sirve cuando favorece sus intereses, violándola flagrantemente cuando prevalece el interés nacional. Como todo régimen dictatorial, cree que la Constitución  está hecha a la medida de los caprichos y ambiciones de una camarilla corrupta e inmoral que desangró al país, sumergiéndonos en la peor miseria que hemos vivido durante la era republicana.

En democracia, los vencedores de las elecciones deben defender el derecho de los ciudadanos, haciendo respetar su opinión expresada libre y soberanamente a través del sufragio. El pasado 6 de diciembre, la inmensa mayoría de los venezolanos le otorgamos un claro y amplio mandato popular a la Unidad Democrática, demandando cambios profundos en el modelo político imperante desde 1998. Desde la Asamblea Nacional, ese mandato debe ser ejercido a plenitud, sin que les tiemble el pulso y con estricto apego a la Constitución y las leyes. Lo contrario sería defraudar la confianza de un pueblo que decidió darse una nueva oportunidad en democracia transitando el camino de la paz y la unidad nacional.

Con la instalación de la Asamblea Nacional, se escribirán nuevas páginas en la historia del país, llenas de esperanza e incertidumbre al propio tiempo, pero impregnadas de un cambio que con el esfuerzo de todos empezaremos a construir más temprano que tarde.

Vendrán tiempos muy difíciles, con lo cual debe imponerse el sentido común y la racionalidad política. Sentido común para un régimen que despilfarró  la confianza de buena parte del país y se encuentra perdido en su propio laberinto, generado por la arrogancia, corrupción y sectarismo con el que han gobernado la nación. Frente al contundente rechazo popular y su incapacidad para buscar soluciones efectivas para aliviar la dramática crisis económica, el régimen debería ser humilde e inteligente para reconocer sus errores e iniciar un diálogo sincero y productivo que impida el colapso total de Venezuela. Si por el contrario, Maduro y Cabello continúan  actuando de la manera como lo vienen haciendo, estarán cavando su propia fosa, haciendo realidad la frase “si no cambian, los cambian” porque, a decir verdad, sobran las razones, todas fundamentadas en el respeto a la Constitución Nacional, para salir de esta pesadilla que nos consume con el transcurrir de cada día.

Por otra parte, la racionalidad política debe ser fiel compañera de la Unidad Democrática, en circunstancias donde se perfila como la nueva mayoría nacional. Es necesario seguir trabajando con inteligencia y desprendimiento, consolidando la unidad como la principal virtud que exigimos los venezolanos de quienes pretenden conducir el país por mejores derroteros. La Unidad Democrática debe oír las voces sabias de todos los sectores del país, evitando enfrascarse en peleas estériles con quienes nunca les ha importado el porvenir de la patria, sino la defensa de privilegios generados por un poder corrompido. La prioridad es trabajar incansablemente en la solución de la crisis que nos aniquila como sociedad y acompañar solidariamente a los venezolanos en momentos de tantas dificultades; sólo así se ganarán la confianza de Venezuela y empezaremos a percibirlos como una real opción de poder. La racionalidad política aconseja no perder un juego que tanto costó ganar; no dejarse arrastrar por la impulsividad que muchas veces generan las arbitrariedades e injusticias de un régimen forajido. Calma y cordura, prudencia e inteligencia, unidad y amplitud, deben ser las armas fundamentales de los factores democráticos para instaurar la institucionalidad perdida, levantar una economía fuerte y con progreso,  y convertirse en la referencia fundamental de las cosas buenas que disfrutaremos los venezolanos con la llegada de un nuevo amanecer.

Los que transitan por el camino correcto de la historia, se hacen acreedores de la legitimidad popular;  son defensores de la verdad y la justicia; y, son acérrimos enemigos de la violencia, la mezquindad y el odio que promueven los que traicionaron las esperanzas de los venezolanos y pretenden secuestrar nuestro legítimo derecho de vivir en una hermosa nación donde cabemos todos. El cambio nos pertenece a todos los venezolanos de buena voluntad. Defendámoslo con todas nuestras fuerzas, ese es nuestro mayor compromiso con la Venezuela Unida.


Profesor Titular de LUZ