…El
saber nada te vale
Efraín Rincón Marroquín
(@EfrainRincon17)
Nuestro país está patas
arriba al igual que el régimen de Nicolás Maduro. Lo que debe ser lógico y
normal, aquí es anormal y excepcional. Hicieron de Venezuela una nación donde
los corruptos e incapaces son los que nos gobiernan, y los que menos estudian
tienen el privilegio de ganar más dinero que los profesionales, haciendo
realidad el adagio popular “suerte te de Dios que el saber nada te vale”.
En un mundo donde la
globalización promueve la sociedad del conocimiento y la tecnología, acompañada
de una mayor especialización profesional, en Venezuela en cambio se privilegia
la mediocridad, el bachaqueo y otras actividades informales como mecanismos para
generar riqueza y bienestar personal y familiar.
Atrás quedaron los días
donde la educación era un factor clave en la movilidad social y en una mejor
calidad de vida, antídoto de la pobreza y la marginalidad. En el primer periodo
de la democracia (1958-1998), gracias a la educación, los venezolanos alcanzamos
importantes avances sociales; la universidad democrática, popular y autónoma
logró sacar de la pobreza a millones de familias que formaron parte de una
vigorosa clase media con mucho más oportunidades que las generaciones
anteriores. La educación fortaleció la visión de progreso de los venezolanos,
nos permitió conocer otros países proporcionándonos la posibilidad de
contrastar realidades y superarnos para enfrentar las adversidades. No tengo
dudas, a pesar del masivo fraude propagandístico del régimen, que la educación fue
la verdadera revolución en la mal llamada IV República.
De ser una nación
empobrecida, rural y analfabeta, fuimos la nación latinoamericana con la mayor
matrícula universitaria, profesionales con el más alto nivel académico y con
disposición de asumir los retos de una sociedad cercana a la modernidad. Hoy
día de poco vale el estudio y la calificación profesional para lograr mejores
condiciones de vida, realidad decretada por un grupo de inadaptados y
resentidos sociales que le temen a las ideas y al conocimiento, porque su
visión del hombre nuevo es imagen y semejanza de la corrupción, la servidumbre
y la mediocridad profesional.
Con profunda indignación e
impotencia observamos a diario la diáspora de talentos venezolanos.
Profesionales altamente calificados deben emigrar a otras naciones en búsqueda
de lo que este régimen les niega; esos talentos que tanta falta nos harán cuando
el cambio sea una realidad, estarán prestando sus habilidades y capacidades
altamente valoradas en otras naciones del mundo. No sólo escasea la comida, las
medicinas, la seguridad, el progreso, la justicia y la libertad, sino el
talento necesario para construir, sobre las cenizas revolucionarias, una
Venezuela mejor como la que todos soñamos.
Qué podemos decir de los
profesionales que deseamos o que debemos quedarnos en el país por diferentes
razones; la tragedia que vivimos es igualmente infernal. Salarios miserables,
condiciones laborales inhóspitas y la desgracia de lo poco que valen nuestros
estudios y formación. Un bachaquero, un contrabandista de combustible, un
gestor informal de trámites burocráticos, gana mucho más que un profesor
universitario, un ingeniero, un médico o un maestro de escuela, con el
agravante que los profesionales educan, construyen, inventan, generan progreso,
mientras que los otros son delincuentes que dejan una estela de vicios y antivalores
que nos degradan como sociedad.
Pero igual ocurre con las
actividades y oficios artesanales de buena procedencia. Cualquier trabajo
realizado por un mecánico, un técnico no profesional o un plomero cuesta el ojo
de una cara. Al escuchar lo que cuestan sus servicios, nos infartamos porque
muchas veces lo que cobran por una o dos horas de trabajo, es lo que a duras
penas ganamos en un mes. No existe proporción alguna. El trabajo de los
profesionales vale muchísimo menos que el de cualquier trabajador sin educación
formal, con el agravante que cada vez que decretan un aumento del salario
mínimo se deterioran aún más nuestros salarios de hambre.
La consecuencia directa de
esta contradicción es la pérdida del valor del estudio como mecanismo idóneo
para progresar en la vida, mediante trabajos productivos o iniciativas
personales que fortalecen la economía y la sociedad. Para los que nos dedicamos
a la docencia, resulta cada vez más difícil motivar a nuestros jóvenes a que estudien
y se preparen para alcanzar el éxito, porque sus principales referentes son la
escoria que sin méritos ni esfuerzos viven mejor que ellos.
Afortunadamente no todo está
perdido. Todavía tenemos tiempo y oportunidades de edificar una sociedad donde
los valores del estudio, el esfuerzo, la perseverancia y la honestidad se
conviertan en pilares fundamentales de los venezolanos que ahora debemos sacrificarnos
más que antes para alcanzar el bienestar que merecemos.
El reto de las familias es
inculcarles a sus hijos que el pan diario debe ganarse con educación, trabajo y
honestidad porque lo contrario significa, como diría el Papa Francisco, llevar a
la casa un pan sucio producto de la corrupción. Sin educación no podremos
construir una Venezuela decente porque en definitiva los buenos ciudadanos y
los profesionales de calidad son los responsables directos de elegir un buen
gobierno, diferente a los corruptos, ignorantes e incapaces que nos han
gobernado en los últimos 17 años. Ese es uno de los mayores retos que debemos
enfrentar como sociedad en el corto y mediano plazo.
Profesor Titular de LUZ