miércoles, 25 de marzo de 2015


¿Primarias o Consenso en la MUD?

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

En la vida como en la política no siempre todo lo que se desea es posible alcanzarlo. Existen razones y circunstancias que propician o alejan la materialización del estado ideal que deseamos. La política no escapa a tal realidad, porque es una actividad humana salpicada por nuestras propias virtudes y miserias y sometida a escenarios que muchas veces no podemos controlar. Por ejemplo, si en este momento consultáramos la opinión de los venezolanos, estoy convencido que la inmensa mayoría manifestaría su deseo de establecer cuanto antes un nuevo gobierno que propicie mejores condiciones de vida para todos; sin embargo, ese deseo, por demás justificado y legítimo, no es tan sencillo alcanzarlo porque los deseos no preñan; es necesario luchar con sabiduría, voluntad y perseverancia para construir el cambio anhelado y necesario.

También estoy convencido que la gran mayoría de los opositores venezolanos, desearíamos que los candidatos de la MUD a la Asamblea Nacional, fueran seleccionados a través de elecciones primarias, a fin de robustecer la vocación democrática que nos diferencia del autoritarismo del régimen. No obstante, existen razones de fuerza mayor que impiden la realización de primarias en todos los circuitos del país, tema que no debería ser utilizado de manera indiscriminada y pública para debilitar o poner en duda los esfuerzos unitarios de la oposición venezolana.

El propósito supremo de la coalición democrática debe ser de naturaleza política, lo que supone alcanzar el mayor consenso y compromiso posibles en torno a la estrategia que le permita ser percibida mayoritariamente como una verdadera opción de poder, con confianza y suficientes atributos para dirigir el país y encaminarnos por el cambio que nos traiga libertad, justicia y progreso con oportunidades para todos. Colocar el tema electoral como principal prioridad sería contraproducente en la batalla contra un adversario que no puede ser subestimado, a pesar de su desarraigo popular e incompetencia, proyectando la imagen negativa que el objetivo esencial de la MUD no es la salud y el desarrollo del país, sino los intereses y los cálculos personalistas de determinados dirigentes y partidos políticos.

Lo prudente e inteligente es entender que lo electoral es un mecanismo constitucional que le permite al bloque democrático coadyuvar con el propósito de instaurar un modelo político absolutamente democrático, con capacidad para enderezar los profundos entuertos de esta revolución y con vocación incluyente que sume la mayor cuota de voluntades posibles. Si, por el contrario, la MUD o algunos personeros de la oposición, se enfrascan en ver las elecciones como el principio y el fin, entonces, el cáncer de las candidaturitis o planchistis arrasarían con el verdadero objetivo que es la construcción del cambio acompañado de la unidad como la principal virtud de la alternativa democrática.

Si el tema central en la MUD, en circunstancias tan complejas, es el método para seleccionar los candidatos a la AN, se estaría haciendo un inmenso favor al régimen cuya pretensión es dividir para vencer. Se estaría menospreciando la extraordinaria oportunidad de conquistar el afecto y la confianza del pueblo venezolano, para rescatarlo de esta pesadilla que lleva más de 16 años. Desde el punto de vista económico y logístico, resulta imposible realizar primarias en todo el país; el costo en los 38 circuitos donde se realizarán primarias es de aproximadamente 15 millones de bolívares (de los nuevos); la oposición no cuenta con esos recursos que por demás harán mucha falta para desplegar una campaña intensa, inteligente y convincente en contra del verdadero adversario a derrotar; por otra parte, la idea que las primarias resultarían un ejercicio de calentamiento para los comicios de la AN, pierde fuerza en momentos donde no sabemos a ciencia cierta si se realizarán elecciones y en caso de realizarse en qué fecha serían.

En nuestra opinión, la MUD debe ser absolutamente escrupulosa y transparente con los candidatos a la AN; deben ser candidatos representativos de los diferentes sectores de la sociedad venezolana; con inteligencia y capacidad de lucha; con probidad para vencer las tentaciones de la corrupción y del salto de talanqueras; hombres y mujeres con profunda vocación democrática, dedicados a tiempo completo –que no estén aspirando para cualquier otro cargo de elección popular- en las exigentes funciones que demanda una AN, cuyo reto  será el desmantelamiento del complicado entramado legal e institucional que esta revolución fabricó a imagen y semejanza de sus intereses, violando abiertamente la Constitución Nacional. Porque vamos a estar claro, unas elecciones primarias no siempre garantizan la selección de los candidatos  más idóneos para enfrentar este caos por el que transitamos los venezolanos.

En síntesis, la MUD debe hacer un extraordinario esfuerzo, tanto primarias como consenso, para presentarle a los venezolanos una lista de candidatos probos cuyo único interés sea servirle con lealtad al país, facilitando la transición política que nos merecemos. Hacer una alharaca sobre el tema de las primarias es contribuir con la confusión, incertidumbre, desconfianza y desmotivación de millones de venezolanos, que están esperando de la MUD y sus dirigentes mensajes y acciones conducentes a derrotar definitivamente un régimen que destruyó nuestra libertad y las extraordinarias oportunidades de ser un país libre, moderno, exitoso y progresista.

Profesor Titular de LUZ

miércoles, 18 de marzo de 2015


Nacionalismo hipócrita

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

El nacionalismo es “una ideología que se basa en un nivel superior de conciencia e identificación con la realidad y la historia de una nación”; asimismo, “el sentimiento de pertenencia a la nación”, se denomina patriotismo. Durante el siglo pasado, estas ideas sirvieron de fundamento al nazismo alemán y al fascismo italiano, responsables de millones de muertes inocentes gracias al racismo y al odio visceral que defendían con ardorosa devoción.

En América Latina, los movimientos nacionalistas han alimentado discursos belicistas que han desembocado en guerras innecesarias, dejando muertes, desolación y la desintegración de la unidad latinoamericana, para satisfacer el ego de seudolíderes que pretendían esconder sus incapacidades, insuflando en el pueblo un sentimiento nacionalista que en sus conciencias no existe.

Desafortunadamente, ese nacionalismo hipócrita y trasnochado está rodando desde hace mucho tiempo por Venezuela, pero ahora está alimentando actitudes bélicas en la población que, a la larga, profundizarán los graves problemas que padecemos. El nacionalismo ha sido un arma utilizada por políticos con vocación autoritaria, que se escudan en los militares para resolver los conflictos que la diplomacia y el diálogo respetuoso pueden solucionar. En las últimas semanas, el régimen ha desplegado sus baterías para enfrentar la supuesta amenaza yanqui a la soberanía nacional, efectuando despliegues militares, aprobaron una ley habilitante antiimperialista, marchas y discursos rimbombantes con el apoyo cómplice de los aliados de la región. Pero en el fondo, el régimen más que protegerse del enemigo extranjero –léase Barack Obama-, lo que pretende es desviar la atención de los venezolanos acerca de sus problemas y de la percepción generalizada sobre la responsabilidad directa de Nicolás Maduro en la pésima situación del país.

El nacionalismo que realmente está consustanciado con la esencia venezolanista es aquel que trabaja incansablemente para construir una sociedad mejor para todos, sin exclusiones como las que este régimen practica. Ese nacionalismo de pacotilla que nos quieren vender sólo sirve a los intereses de una minoría que ha desangrado el país, heredándonos la incertidumbre, el pesimismo, la pobreza y la corrupción como valores de vida. Ese nacionalismo revolucionario que pretenden que acompañemos todos los venezolanos, es el único responsable de nuestras desgracias actuales y, poco a poco, nos mina las fuerzas para continuar resistiendo la peor barbarie a la que régimen alguno ha sometido al pueblo venezolano.

Además, ese nacionalismo es incapaz y corrupto. Después de más quince años de revolución, podemos decir, parafraseando la célebre frase del comandante, “por ahora, no se cumplieron los objetivos”. La pobreza hoy alcanza a más de 10 millones de venezolanos, peor que la realidad que Chávez encontró en 1999. De nada valieron los miles de millones de dólares invertidos en una supuesta justicia social que, más que eliminar la pobreza, convirtió a los venezolanos en mendigos y pordioseros que han perdido el valor del trabajo productivo y la educación como únicos mecanismos para alcanzar el progreso personal y social.

Ese nacionalismo despilfarró más de mil millones de millones de dólares, arrasando con la bonanza petrolera más larga y abundante de nuestra historia republicana; dinero que fue a parar en bancos internacionales donde se amasan fortunas extraordinarias de personeros que llegaron al poder con una mano delante y otra atrás y, hoy día, son potentados que nos siguen chantajeando con una falsa moral revolucionaria.

Un nacionalismo hambreador que destruyó nuestros salarios, la calidad de vida y la capacidad de ahorro, sometiéndonos a infernales colas para adquirir los alimentos básicos que cada vez son más escasos y más caros. Un nacionalismo que se rompe las vestiduras para denunciar una amenaza externa pero que internamente se goza cínicamente del maltrato, la represión y persecución de ciudadanos inocentes a los que se les viola flagrantemente sus más elementales derechos humanos.

Un nacionalismo que se empecina en destruir la esperanza y los sueños por una sociedad donde el ser humano se respete por lo que es y no por lo que piensa, no puede esperar el apoyo de millones de ciudadanos que se sienten amenazados por la locura de un régimen que perdió la cordura y el sentido común, que está fuera de control para garantizar su exigua sobrevivencia.

Apreciados lectores, nunca olvidemos las palabras de uno de los más grandes genios de la humanidad, “el nacionalismo es una enfermedad infantil. Es el sarampión de la humanidad” (Albert Einstein).

 
Profesor Titular de LUZ

miércoles, 11 de marzo de 2015


La estrategia del miedo

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

 
Correcta o incorrecta, con resultados o sin éstos, nos guste o nos disguste, el régimen está desarrollando su estrategia, fundamentada básicamente en el miedo. Frente a la incapacidad para enfrentar la peor crisis de nuestra vida democrática, el régimen conoce el descontento del pueblo y está consciente, además, que el país está debajo de un inmenso tanque de combustible que sólo basta encender un fósforo para que se produzca una explosión de grandes proporciones; la sensibilidad del pueblo está a flor de piel, por eso el régimen está jugando con el miedo de la gente. Su radicalización es un ejercicio que, por ahora, puede hacerle ganar tiempo, acompañado de un feroz discurso nacionalista que nos recuerda a Argentina (1982) cuando le declaró la guerra a Inglaterra por el caso de Las Malvinas.

Las protestas que se generan a diario a lo largo y ancho del país, le produce mucho escozor y pone al descubierto su debilidad. Para evitar que el país se embochinche, está enviando señales muy concretas dirigidas a encarcelar, arbitraria e ilegalmente, a importantes dirigentes de la oposición, como es el caso del alcalde Antonio Ledezma; persigue y hostiga a María Corina Machado; destituye alcaldes democráticos; amenaza a empresarios; encarcela a jóvenes universitarios, con el propósito de advertirle a los ciudadanos lo que podría sucederles si salen a la calle a protestar. En pocas palabras, el régimen nos dice que si es capaz de encarcelar a Ledezma, siendo el Alcalde Metropolitano, qué no sería capaz de hacer en contra de indefensos ciudadanos que sólo ejercen el derecho constitucional de la protesta pacífica y democrática. En consecuencia, el régimen pretende colocar un freno a la rebeldía de un pueblo que no se cala tanta incapacidad para gobernar Venezuela, apoyado en instituciones (Asamblea Nacional, Defensoría del Pueblo, Fiscalía General, TSJ) que obedecen ciegamente las órdenes emanadas de Miraflores.

Temeroso de la furia del pueblo, el régimen se ha prohibido hablar de la crisis. Sólo basta oír las reiteradas peroratas del presidente Maduro en cadena nacional, para entender que para ellos el país es otro muy diferente al que padecemos la inmensa mayoría de los venezolanos. Jamás pronuncia la palabra crisis, ni mucho menos decide políticas serias dirigidas a recobrar la confianza necesaria para reactivar la economía. Su discurso es invariablemente político proselitista, con la pretensión de desviar la atención de los venezolanos acerca de los graves problemas que nos golpean: la inflación más alta del planeta; una escasez sin paragón en nuestra historia contemporánea; inseguridad; desempleo; colapso de la salud pública y el resto de los servicios básicos, etc. Para el régimen, el problema es el golpe de estado “azul”, orquestado por EE.UU. y los sectores de la derecha radical; el problema es la amenaza de una intervención militar gringa que ponga fin a “la soberanía de la patria”. Por ello, el deber fundamental del gobierno y de la fuerza armada es defender la patria de un enemigo imaginario, aunque ello signifique que el pueblo de Bolívar muera de mengua. Este es el gobierno que más ha abusado de la arenga proselitista, burda e irresponsable, para tratar de responsabilizar a terceros de sus propios errores e incapacidades.

La estrategia del miedo pretende alcanzar además otro resultado concreto que permita al régimen mantenerse en el poder a través de la vía electoral. Ellos apuestan, desde sus reuniones palaciegas, que un pueblo temeroso que observa la fuerza indomable de un régimen –“dime de qué presumes y te diré de qué careces”- termina pensando que no hay posibilidades de un cambio porque “esa gente se atornilló en el poder y no hay manera de sacarlos”. Pues bien, la estrategia del miedo persigue la desmovilización, desmoralización y desmotivación de millones de ciudadanos que, frente a tanta impotencia, podrían abstenerse en las próximas elecciones para la Asamblea Nacional. Si los opositores deciden no acudir a las mesas de votación, entonces, el régimen ganará de nuevo la mayoría de las curules y, de esta manera, garantiza la vigencia de la revolución.

Inocular el miedo en un pueblo, es el testimonio más expedito de la debilidad del régimen; pero si los venezolanos nos contagiamos del miedo, entonces, las cosas serán mucho más difíciles para todos, por cuanto la real posibilidad de cambio se aborta por la malévola fuerza de un miedo que nos paraliza y corroe nuestra dignidad como pueblo amante de la libertad, la justicia y el progreso.

En circunstancias tan difíciles como las que estamos viviendo, en esta vorágine que nos lleva a la locura total, recordemos con reflexiva inteligencia las palabras sencillas de San Juan Pablo II, ¡no tengáis miedo! ¡No tengáis miedo a la verdad de vosotros mismos! ¡No tengáis miedo de vosotros mismos!
Profesor Titular de LUZ

miércoles, 4 de marzo de 2015


La locura de un país

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Aún retumban en mis oídos los gritos enardecidos de los seguidores de la revolución que decían: “Chávez los tiene locos”. Con cada victoria electoral, se arreciaban los epítetos de burla e irrespeto en contra de los que mantenemos una posición contraria al proceso revolucionario, señalando que el comandante era tan fuerte que acababa con la cordura y tranquilidad de la mitad del país.

Esta locura continúa. Pero ya no es la locura que despierta el carisma de un líder que se creyó el “salvador de la patria”, ni mucho menos la locura de una victoria electoral evidenciada en mayoría aplastante y en multitudinario apoyo popular; es una locura de otro tipo, aquella que se hace presente cada día cuando nos toca vivir en carne propia los desafueros de un régimen que se ha planteado colocar este país patas arriba, llevándonos a la ruina total. Una locura que arrastra a ciudadanos angustiados que nos sentimos impotentes frente a tantos abusos e incapacidad, por parte de una minoría gobernante que sigue burlándose de un pueblo que no merece sufrir tantas  desgracias juntas.

No sólo somos el hazmerreir del mundo, sino que estamos en el abismo de la locura absoluta. Esto no lo entiende nadie y, sin embargo, el régimen pretende que nos hagamos los desentendidos y sigamos caminando como si no pasara nada.

La incertidumbre es sin lugar a dudas la mejor aliada de esta locura nacional. Para ser sinceros, creo que ni el propio régimen sabe para dónde vamos. En un país que padece la más espantosa escasez de nuestra historia contemporánea, el régimen insiste en mantener un cerco a la economía, con un control férreo que lejos de resolver el problema espanta las inversiones nacionales e internacionales; en vez de aliarse con los factores productivos para salir del abismo, los persigue, los criminaliza, actúa en su contra como quien trata a verdaderos delincuentes. Díganme, apreciados lectores, cómo se llama esto sino locura.

En un país seco de divisas, producto de la corrupción y de la más desastrosa administración de los últimos cincuenta años, el régimen no sabe qué hacer con la política cambiaria, porque cree que el responsable es la guerra económica, cuando todos sabemos que es la falta de oferta de dólares. Pues bien, inventaron el SIMADI que nació con una diferencia de apenas 8 Bs. por debajo del dólar paralelo; quince días después, la franja es de más de 70 Bs. a favor del innombrable. Esta locura no es capaz de construir confianza, base de cualquier economía sana y fuerte. Mientras tanto, los precios de los bienes y servicios suben cada día, con el agravante que la escasez tiende a incrementarse por falta de las importaciones que no pueden realizarse porque dólares no hay y el gobierno se hace de la vista gorda con la multimillonaria deuda con empresarios e importadores.

Esta locura revolucionaria sigue atentando contra nuestra salud mental. Perlas como éstas que nos dejan sin respiración: un kilo de queso semiduro Bs. 560; la lavada de un pantalón en una lavandería Bs. 200; una batería de automóvil –si la conseguimos- entre Bs. 15.000 y 20.000; un kilo de carne (ni lomito, ni solomo de cuerito) Bs. 450; y pare usted de contar porque con el inicio de cada día oímos estas frases “señor(a) a partir de hoy tenemos otro precio”, eso se repite en servicios, en alimentos, en cualquier insumo que necesitemos.

La otra aliada de esta locura revolucionaria es la parálisis del país. Venezuela se encuentra en estado de coma, en espera de un mejor equipo médico que aplique los medicamentos más pertinentes para salvar de la muerte al paciente; y, como corolario, la tercera aliada de la locura del régimen, es la pobreza de nuestro pueblo, el abandono y la desidia con la que empezamos a vivir. Pero lo más grave es que esa pobreza no sólo es material, sino que como un cáncer atenta con corroer las fuerzas y las reservas de moral y dignidad de un pueblo que se encuentra adormecido por el miedo que el régimen quiere proyectar, cuando su principal virtud es la debilidad y el fracaso que nos lleva a pensar que, a pesar de tantas desgracias, “no hay locura que dure 100 años, ni bolsas que la resistamos”.

Profesor Titular de LUZ