viernes, 24 de mayo de 2019

Los militares o la piedra en el camino
Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

En sociedades con una frágil institucionalidad democrática, como ha sido Latinoamérica, los militares históricamente se han involucrado en temas referidos al poder político, bien para influir en la resolución de conflictos generados por la elite que detenta la hegemonía, o para ejercer directamente el poder. El establecimiento de dictaduras militares ha pretendido resolver frecuentemente las crisis políticas latinoamericanas, con resultados nefastos para esas sociedades. No obstante, el estamento militar pareciera destinado a ser actor protagónico en el destino de nuestros pueblos.

En el caso venezolano, los militares han estado invariablemente presentes en los conflictos políticos desde la instauración de la República, contribuyendo con la ruptura de un ciclo histórico y el advenimiento de una nueva era. Así fue durante el tránsito del gomecismo a la revolución de 1945; de 1948 a la dictadura perezjimenista; de 1958 al establecimiento de la experiencia democrática por cuarenta años consecutivos; y, todo parece indicar que, en esta crisis inédita del país, también tendrán los militares una participación fundamental, ya sea para ayudar a resolver esta tragedia o para empeorarla a niveles inimaginables.   
Los acontecimientos de los últimos meses apuntan que, de no lograrse una fractura significativa dentro las fuerzas armadas, el lapso del cese de la usurpación podría alargarse más allá de lo que esperamos los venezolanos, inclusive podrían debilitarse los esfuerzos de los factores democráticos para alcanzar el cambio político en el país. Cuando el pasado 23 de enero, Guaidó asumió la encargaduría de la Presidencia de la República pensamos que, por vez primera, el inicio de un nuevo ciclo histórico estaría protagonizado por la sociedad venezolana, con una participación marginal de los militares. Esta percepción se desvanece con el transcurrir de los días.

El problema de fondo es que las actuales fuerzas armadas son absolutamente diferentes a las que existían en 1958. La desinstitucionalización del estamento militar, se ha convertido en una piedra en el camino que impide el cese del régimen usurpador de Nicolás Maduro. En tal sentido, Hugo Chávez, con su innegable ascendencia sobre la fuerza armada, logró convertirla en una institución a su servicio personal y al del socialismo del siglo XXI. En tales circunstancias, los militares -o por lo menos, la máxima jerarquía- no defienden a la constitución, como es su obligación, sino sus intereses personales y los de la parcialidad política dominante. Ello ha impedido la fractura que permita el inicio del cambio político por el que tanto hemos luchado.

De manera deliberada, Chávez pervirtió a las fuerzas armadas, al despojarlas de la constitucionalidad que las obligaba velar por el mantenimiento del orden democrático, privilegiando los intereses supremos de la República. Desde 1999, las fuerzas armadas son chavistas, revolucionarias y antiimperialistas, dejaron de ser venezolanas y democráticas.
Este proceso de descomposición de las fuerzas armadas se inició cuando el ascenso y la profesionalización de los oficiales pasó a ser una competencia exclusiva del presidente; ascendían sólo los afectos al proceso, aquellos que declaraban lealtad absoluta al “comandante supremo”. Así fue abolida la meritocracia militar y se tejió una relación perversa con el líder del proceso. Después, para garantizar el favor electoral de los militares, se les permitió votar y tener una participación política intensa a favor de la revolución. Sacaron a los militares de sus cuarteles para garantizar y defender la permanencia del proceso indefinidamente. Por si fuera poco, fueron incorporados al gobierno, cuantificando más ministerios que los propios civiles, siendo beneficiarios directos de los negocios, corruptelas e ilícitos del régimen; de esa manera, las fuerzas armadas se corrompieron, transformando la lealtad y la gratitud a la revolución en el let motiv de muchos militares, especialmente, los de más alto rango o los enchufados.

Para evitar que los militares repitiesen lo que él hizo el 4 de febrero de 1992, Chávez logró además la desarticulación de los componentes de la fuerza, a fin de abortar cualquier escenario conspirativo que pusiese fin a la revolución. Esta estrategia fue perfectamente ensamblada, con la presencia de los cuerpos de contra inteligencia cubana (G2), sellándose la sumisión de las fuerzas armadas venezolanas a un gobierno extranjero y comunista, jamás visto en nuestra historia.

Estas son las fuerzas armadas que los venezolanos estamos esperando que se fracturen para salir de la tiranía genocida. Como pueden ver, apreciados lectores, la solución a esta crisis no es sencilla. Dentro de esta perspectiva, partiendo de la premisa que la intervención militar internacional no será posible, ¿se tendrá que negociar con los militares para que le retiren su apoyo a Maduro, su rehén más preciado, y faciliten el camino hacia la transición? Las opciones se reducen cada día, pero seguramente las condiciones de esa probable negociación deben resultar mayor que el costo que los militares deben pagar por su salida del poder. Esa negociación debe tener el respaldo firme y categórico de nuestros aliados internacionales, Estados Unidos, Grupo de Lima y la Unión Europea, a fin de garantizar un desenlace positivo.

La fractura automática de las fuerzas armadas es un tema que no visualizo a corto plazo; lo que está en juego no es la restitución del orden constitucional, ni tampoco el bienestar y la libertad de los venezolanos; la prioridad de los militares es la defensa de sus intereses y el establecimiento de condiciones que minimicen el peso de la justicia por delitos de lesa humanidad. Veremos cómo termina nuestra tragedia; mientras tanto los venezolanos siguen muriendo por falta de alimentos y de asistencia médica; otros miles huyen del país para sobrevivir. Este es un drama inhumano e injusto que no les duele en absoluto a los usurpadores ni a los militares tampoco. Que Dios tenga misericordia de los venezolanos.

Profesor Titular Eméritus de LUZ

martes, 14 de mayo de 2019

Una larga espera
Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

La compleja y dramática situación del país, agota la paciencia de los venezolanos; máxime cuando la mayoría ha esperado por veinte años el advenimiento de un cambio del régimen político imperante. La impaciencia crece frente a la incertidumbre; el no saber qué, cómo y cuándo va a suceder el momento definitivo del alumbramiento del cambio, hace más difícil la angustiante espera. Y, lo que es peor, con la impaciencia aparecen la frustración y la desesperanza colectivas, elementos letales en la lucha para el rescate de la libertad y la democracia en Venezuela.

Ciertamente, los cuatro meses que tiene Guaidó liderando a los factores democráticos, no pueden compararse con el sufrimiento infligido por la mafia usurpadora a lo largo de dos décadas; sin embargo, con el transcurrir de los días, la vida de los venezolanos se deteriora peligrosamente, apoderándose el pesimismo que amenaza con hacernos creer que por ahora tampoco podremos librarnos de esta pesadilla inhumana.

Es necesario deslastrarnos de actitudes negativas que no nos ayudan en estas circunstancias tan complejas. Venezuela nos quiere de pie, dando la batalla a pesar de las múltiples caídas que hemos sufrido. Física y espiritualmente fuertes; con suficientes energías para resistir hasta que llegue el fin de la usurpación. No es tarea sencilla salir de un régimen que, por un lapso de 20 años ininterrumpidos, se encargó de eliminar a la República y sus instituciones; destruir la economía con mayores oportunidades en Latinoamérica; empobrecer a la sociedad con la más próspera clase media de la región; y, producir el mayor éxodo que se haya registrado en la historia latinoamericana.

La tragedia que sembró la revolución en Venezuela es un hecho insólito e inédito; no es posible compararlo con ninguna otra experiencia del planeta. El régimen chavista-madurista es una combinación criminal de tiranía genocida, narcotráfico, terrorismo, colectivos paramilitares y guerrilla colombiana, amparada por el saqueo más grande de nuestra historia y una impunidad capaz de “legalizar” cualquier crimen por más atroz que sea. Derrotar esa mafia nos ha costado sangre, sudor y lágrimas en un lapso mayor que el que todos esperábamos. Solos no podemos.

Hasta este momento hemos avanzado significativamente pero aún Maduro permanece en el poder, sin lograr una fractura en la alianza dominante que ponga punto final a la usurpación. Todo esto a pesar que Maduro proyecta apenas un 12% de popularidad, la cifra más baja durante la era revolucionaria; con indicadores económicos que los más avezados economistas se preguntan cómo podemos sobrevivir los venezolanos en esta catástrofe; con una crisis humanitaria sin paragón en el continente americano. Sin embargo, Maduro sigue mandando a pesar de no poseer desde hace rato la gobernabilidad del país.

¿Qué más tendremos que hacer los venezolanos para conquistar la libertad, la democracia y el progreso? En mi opinión, hemos hecho todo, o casi todo, para abrazar el cambio. Cuando nos han pedido calle, hemos salido a la calle; cuando nos han dicho que sí votamos ganamos, hemos votado; cuando nos han pedido que nos abstengamos porque las condiciones electorales son un fraude, hemos dejado de votar; cuando nos han pedido organizarnos, hemos realizado esfuerzos a pesar de las restricciones del régimen. Hemos marchado por todas las calles del país; muchos han sido asesinados por hacer efectivo su derecho a la protesta. En los últimos meses, hemos apoyado y acompañado al presidente Guaidó en todas las actividades convocadas. No obstante, no hemos logrado el objetivo supremo de liberar a Venezuela.

En tal sentido, debemos admitir que la crisis venezolana es un problema que supera la voluntad y la lucha de los venezolanos; es un asunto internacional que amenaza la seguridad de la región y la preeminencia de la democracia como sistema político para nuestra América. El régimen de Maduro no sólo ha destruido al país y a los venezolanos, sino que pretende, en alianza con factores terroristas y del crimen organizado, imponer condiciones que privilegien al comunismo como modelo político bajo la tutela de Cuba.

Esa realidad harta conocida por los gobiernos democráticos del mundo, debe ser suficiente para consolidar el apoyo internacional a los demócratas venezolanos, más allá de las sanciones al régimen y a los más conspicuos personeros de la tiranía. La diplomacia del micrófono implantada por Estados Unidos, la OEA y el Grupo de Lima, debe cesar para dar paso a una diplomacia más contundente, en la que las acciones sean más importantes que los discursos. No tengo pruritos contra los Estados Unidos, jamás los he tenido porque nunca he sido comunista ni he coqueteado con esa ideología fracasada; a los que dicen que una intervención internacional atenta contra la soberanía nacional, es bueno recordarles que desde hace bastante tiempo estamos intervenidos y gobernados por los parásitos más corruptos e incapaces de Latinoamérica, como son los cubanos castro comunistas.

La defensa de la libertad, el rescate de la democracia y la llegada del progreso con oportunidades para todos, merecen tanto los esfuerzos de los venezolanos como el de los gobiernos libres y civilizados del mundo, especialmente, nuestros principales aliados, Estados Unidos, Brasil y Colombia, antes de que sea tarde y oigamos voces que digan “el hermano país de Venezuela se perdió baja la mirada indiferente de los gobiernos amigos”. Es el momento de hablar menos y de actuar con firmeza y decisión contra esta mafia que nunca debió gobernar a nuestra amada Venezuela.

Profesor Titular Eméritus de LUZ

domingo, 5 de mayo de 2019


El día antes del 1 de mayo
Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

El 30 de abril muchos venezolanos nos despertamos alarmados por las noticias que llegaban desde Caracas. Hablaban de un alzamiento militar que liberó a Leopoldo López y reconocía a Juan Guaidó como presidente interino del país. La etapa final de la Operación Libertad había iniciado un día antes del 1 de mayo, fecha en la que se anunció una marcha multitudinaria en la capital, con réplicas en todos los Estados de la República. Pensé, con la emoción que siempre nos regala la esperanza, “por fin llegó el momento tan esperado por los venezolanos”.

Pero transcurridas las horas y los días, después de aquella mañana que anunciaba aires de libertad, el régimen usurpador continúa en el poder y el presidente Juan Guaidó no ha logrado los objetivos proclamados el pasado 5 de enero, cuando asumió la dirección de la Asamblea Nacional. ¿Qué pasó?, ¿otro fracaso más?, ¿cuánto más tendremos que esperar para acariciar la libertad y el progreso secuestrados por la mafia genocida y usurpadora?
Para responder esas interrogantes, legítimas por demás, debemos analizar con objetividad los acontecimientos de estos últimos días. ¿Se logró la salida del poder de Nicolás Maduro? No, pero el avance de los factores democráticos es substancial. Estamos más cerca de la meta. Las cosas ya no volverán a ser iguales para el régimen ni para la oposición. Lo primero que debo destacar, es el factor sorpresa con el que actúo nuevamente Guaidó, agarrando fuera de base a Maduro y a sus acólitos. Liberar a Leopoldo López, el preso más emblemático para la dictadura, con la ayuda de grupos del SEBIN, no es poca cosa. Que hoy día Guaidó y López se mantengan libres y en la calle, demuestra la debilidad del régimen y la fractura dentro de los cuerpos de seguridad del Estado, la cual debe crecer con el transcurrir de los días.

Lo que parecía impensable para algunos círculos del régimen, sucedió; efectivamente, hubo negociación con el alto mando militar y con ciertos personeros influyentes de la revolución; después conoceremos las verdaderas razones del por qué Maduro no salió del poder el 30 de abril. Pero lo que si debemos tener claro es que esto pica y se extiende. Las deslealtades dentro del régimen seguirán creciendo en la medida que se den cuenta que no tienen posibilidades de sobrevivir en el mediano plazo. La salida del régimen es irreversible, no hay vuelta atrás. Mientras tanto, la contundencia de la comunidad internacional, especialmente la administración Trump, es mayor con el pasar de las horas. Estados Unidos está trabajando con firmeza y coherencia para lograr el cese de la usurpación, aunque ello signifique ejecutar una intervención militar. Esa es una opción que desde el primer momento la consideré muy probable. Los últimos acontecimientos nos están dando la razón.

En otro orden de ideas, pareciera que Nicolás Maduro es un actor de reparto en este ajedrez de la geopolítica internacional. Los verdaderos actores son Estados Unidos, Rusia y Cuba. Lo que pase con Maduro es menos importante que los intereses que defienden estas tres naciones. A Estados Unidos no le conviene que Venezuela se constituya en una amenaza para la estabilidad de la región y del territorio norteamericano; Trump no va a aceptar la intromisión de potencias extra continentales en América Latina, aunado al peligro que significa la sumatoria letal del terrorismo, el narcotráfico y la guerrilla colombiana en Venezuela.

Los intereses rusos son más mundanos, quieren que les garanticen el pago de la deuda que el régimen contrajo en los últimos años, pues, su debilitada economía no tiene capacidad para condonar esa deuda. Las posiciones destempladas del gobierno ruso en contra de USA, también forman parte del teatro, ya que los rusos necesitan aparentar el poder del cual carecen para proyectar su disminuida influencia internacional. Y, el caso de Cuba, es de absoluta sobrevivencia. La generosa y gratuita ayuda económica venezolana, a lo largo de estos últimos veinte años, les ha permitido sortear con relativo éxito las penurias de la isla sometida a la incapacidad y la corrupción crónicas del comunismo, liderado por los Castros. En tal sentido, comprendemos el planteamiento de Trump referido a un nuevo proceso de apertura con Cuba si da por finalizada su intromisión en los asuntos internos de Venezuela.

La calle y la organización popular de los venezolanos es un elemento importante en estas circunstancias, pero estoy convencido que el destino de Venezuela está por encima de las concentraciones en las calles del país. El mundo entero reconoce que Maduro es un dictador genocida que debe salir del poder, de lo contrario terminará destruyendo lo poco que queda del país. El asunto definitivo de esta tragedia ya superó las fronteras nacionales para ubicarse en un problema internacional, cuya solución definitiva requiere de la participación y el acompañamiento de gobiernos amigos, especialmente, Estados Unidos, Colombia y Brasil.

Las cartas están echadas. La dictadura de Maduro tiene sus días contados. Dios permita que el desenlace sea lo menos trágico posible, porque lo que si está claro es que Maduro sale por las buenas o por las malas. El tiempo se les agota y conspira contra la tiranía genocida.

Profesor Titular Eméritus de LUZ