Las dos paciencias
Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)
Se define la paciencia como “la capacidad de sufrir y tolerar desgracias y adversidades o cosas
molestas u ofensivas, con fortaleza, sin quejarse ni revelarse”. Esa paciencia
es la que se les pide a los venezolanos frente a esta descomunal crisis que
amenaza con destruir a todo un país. Es una paciencia larga, sin respuestas
concretas e invocada por políticos, según la coyuntura que estemos atravesando.
“El tiempo de Dios es perfecto”; “aquí nadie se rinde”, son frases que hemos
escuchado en los últimos años de la revolución chavista-madurista, en la que
sobrevivir ya es toda una odisea para los venezolanos.
Si algo hemos comprobado en Venezuela, es que el
tiempo de la gente no es igual al tiempo de la política; en circunstancias
normales, esa premisa puede ser cierta y comprensible, pero en momentos donde la
gente se está muriendo por falta de alimentos y de asistencia médica, o está
huyendo del país para no dejarse morir, esa premisa es una bofetada que golpea
muy fuerte la dignidad humana.
Esa paciencia que nos exigen a los ciudadanos no es la
misma que practican algunos políticos, en su afán desmedido para aspirar a un
cargo público, inmediatamente que oyen la palabra elecciones. A pesar de esta
tragedia inédita, cuya responsabilidad es exclusiva de un régimen genocida,
saqueador e inmoral; a pesar de estar conscientes -a veces dudo que lo estén-
que la unidad monolítica de los factores democráticos, es un requisito
obligatorio para alcanzar los objetivos supremos de la nación; a pesar de todo
esto, siguen jugando su propio juego de espaldas a un pueblo sufrido que clama
libertad, justicia y progreso. La paciencia de algunos políticos es más corta y
mucho menos penosa que la que nos exigen a la inmensa mayoría de los
venezolanos.
Después de más de cinco meses del 5 de enero, el juego
está trancado. No se vislumbra en el corto plazo una salida efectiva al
conflicto venezolano. Maduro continúa en el poder terminando de consumar el
peor genocidio que hemos experimentado los latinoamericanos. Las fuerzas
armadas siguen de espaldas a la Constitución y a la democracia, aferrados a intereses
particulares que les garanticen riquezas mal habidas y beneficios que provienen
de un poder inmoral e ilegítimo. Los partidos democráticos no terminan de
estructurar un plan de país que conecte humanamente con las desgracias de la
sociedad venezolana, sembrando una esperanza real y factible; los partidos y
algunos de sus líderes están desgastados, desarticulados y sin un discurso
unitario comprometido con la compleja situación que atraviesa Venezuela. Y,
mientras tanto, el país se derrumba poco a poco. Las fuerzas ciudadanas están
siendo diezmadas por un caos generalizado que socaba brutalmente los cimientos
de nuestra existencia como nación. Si las cosas siguen por este camino,
lamentablemente diremos ¡teníamos un país, lo perdimos!
No es el tiempo de la paciencia, es el momento de
actuar. Ser pacientes es igual a cruzarnos de brazos a esperar el desenlace
definitivo. Los políticos ya no nos pidan más paciencia, la hemos tenido en
grado superlativo. Ya es hora que hagan lo que desde hace tiempo debieron haber
hecho.
Estoy convencido, no obstante que, a lo largo de estos
últimos veinte años, no habíamos tenido un avance tan significativo como el
liderado por el presidente Guaidó. Sus esfuerzos y su tenacidad son admirables;
por lo tanto, debemos preservar el activo más importante de las fuerzas
democráticas. No sólo es imperativo aceptar la ruta marcada por Guaidó, es
absolutamente necesario que los políticos y partidos de oposición actúen en auténtica
unidad, sin agendas libres u ocultas.
Como demócrata y practicante de la civilidad, creo en
la opción electoral para superar la crisis nacional. Pero esa opción no es automática
ni inmediata. Es menester crear las mejores condiciones para que el resultado
sea positivo y permanente en el tiempo. Sin reglas que promuevan el respeto, la
equidad y una observación internacional confiable, hablar de elecciones es una manera
de hacerle el juego al usurpador.
Unas elecciones sin la instauración previa de un
gobierno de transición, no resuelve de fondo la profunda crisis venezolana. Antes
de la convocatoria electoral, el país necesita construir unas bases fuertes
para rescatar la institucionalidad republicana y establecer las reglas de un
pacto de gobernabilidad, que garantice la perdurabilidad de la paz y del modelo
democrático post-revolución. Si no nos ponemos de acuerdo acerca de la
operatividad del nuevo sistema político que aniquile las perversiones heredadas
del socialismo del siglo XXI, entonces, los esfuerzos actuales servirán de poco
en un mediano y largo plazo. Estaríamos dando de nuevo un salto al vacío.
La paciencia que les exigimos a los políticos es
sacrificar, por ahora, protagonismos personales y candidaturales para sumarse a
la tarea gigantesca de ponerle fin a la usurpación, haciendo uso de los medios
más efectivos para alcanzar dicho propósito, encaminado al establecimiento de
un gobierno de transición. ¿Acaso no nos dijeron que todas las opciones estaban
sobre la mesa?, pues bien, vamos a usar las más efectivas, aquellas que pongan
fin de una vez por todas a esta tragedia infernal, antes que perdamos completamente
a Venezuela.
Vamos apurar el paso; el tiempo conspira contra la
libertad. Este pueblo ha hecho muchos sacrificios y su paciencia está en el
límite. Los políticos, tómense su tiempo, traten que sea poco, para que se
pongan de acuerdo acerca del plan que haga efectiva la ruta marcada por Guaidó,
con asistencia internacional. Solos no saldremos de esta tragedia.
Profesor Titular Emeritus de LUZ
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