Las
emociones ganan elecciones
Efraín Rincón Marroquín
(@EfrainRincon17)
La Ciencia Política ha planteado
que las emociones son parte integral del comportamiento político de los
ciudadanos. Hoy se reconoce que la
mayoría de los electores vota por emociones; vota por amor y lealtad, con el
corazón; vota por rabia, frustración y castigo, con el hígado; o vota por
necesidad material, con el estómago. Analizar las emociones en un contexto
electoral, puede ser la clave para ganar una elección fundamentada en la
estrategia correcta.
Al igual que en la vida, las
emociones en la política carecen de racionalidad para tomar buenas decisiones.
Con más frecuencia de la que deseamos, las emociones en política nos invitan a
seguir un rumbo que termina siendo peor a lo que antes rechazábamos. En las
últimas décadas, América Latina se ha convertido en un sube y baja emocional
electoralmente hablando, destacando dos emociones básicas: la esperanza que
promete un cambio de manos de un mesías; y, el hartazgo contra un sistema o un
proyecto político que impide la llegada del cambio, o ha destruido las
posibilidades de la gente para conquistar un mejor porvenir. Ambas emociones,
bastante conectadas, han estado invariablemente presentes en los procesos
electorales latinoamericanos.
El pasado 11 de abril, los
ecuatorianos eligieron el presidente de la República para los próximos cuatro
años, bajo la pérfida sombra de Rafael Correa. Otra vez, el correísmo se
convirtió en el sentimiento que polarizó a Ecuador e impulsó el voto a favor o
en contra de Andrés Arduz, candidato del expresidente Correa. Las elecciones
las ganó el anticorreísmo; ganó Guillermo Laso, porque supo conectarse con la
principal emoción de la mayoría de los electores, el profundo rechazo por lo
que significó y significa Correa en la vida de los ecuatorianos.
Contra muchos pronósticos,
Lasso ganó la presidencia con el 52.36%, por una ventaja de más de 400 mil
votos sobre Arduz. Tan sólo dos meses atrás, los correístas daban por segura la
victoria en la segunda vuelta. La tarea lucía muy sencilla; Lasso un banquero
con poca conexión popular era fácilmente derrotable. Hicieron todos los
esfuerzos para que fuese Lasso el candidato contrincante en vez de Yaku Pérez,
genuino representante de un sector de la izquierda ecuatoriana, pero débil
frente al “poderío” de la revolución ciudadana. Pero, ¡sorpresa!, los
resultados terminaron por hundir el apoyo que aún tiene o tenía Correa en su
país.
La principal referencia de
las elecciones presidenciales de Ecuador fue la polarización protagonizada por
el correísmo y el anticorreísmo, éste último representado tanto por la
izquierda como por la derecha. Fue una elección de todos contra Correa, el
menos importante era Arduz percibido como un segundón, un títere dominado por
su mentor político.
Las dificultades para lograr,
en la segunda vuelta, el apoyo directo
de Yaku Pérez, obligó a cambiar la estrategia de la campaña de Lasso, ideada
por el consultor Jaime Durán Barba, orientada a conquistar los votos de los
izquierdistas Pérez y Hervas, cuyos electores
tenían en común la animadversión por
Correa. Interpretar correctamente el sentimiento preponderante de la campaña,
sumado a un refrescamiento de la imagen del candidato y el uso intenso de la
plataforma tik tok, fue la clave del triunfo de Guillermo Lasso.
Una frase logró unificar los
sentimientos de electores que en la primera vuelta eran fuertes adversarios de
Lasso. ¡Encontrémonos para lograrlo!, fue el mensaje que permitió que
los izquierdistas –radicales y light- terminaran votando por un candidato que,
como Lasso, era contrario a sus ideas, pero pragmáticamente era el único que
podía lograr hacer realidad la promesa básica de la campaña: derrotar a Correa
y a su modelo ideológico.
El desafío de Guillermo
Lasso es gigantesco. Gobernar a un país con una profunda crisis económica y
social, heredada por una de las peores gestiones que ha tenido la nación y por
la pandemia del covid-19, demanda un nuevo gobierno que interprete y se ocupe
de las necesidades de la mayoría, combinando elementos de una economía de mercado capaz de generar
confianza, atraer inversiones, generar empleos productivos y de calidad y
garantizar una mejor calidad de vida de los ecuatorianos. La izquierda populista
no ha logrado cristalizar esos sueños, y los gobiernos de centro derecha
tampoco han logrado convencer a esas mayorías que sus políticas son más beneficiosas
que el socialismo. De ese tamaño es reto que debe enfrentar el presidente
Lasso.
Por el bien de Ecuador y por
la democracia latinoamericana, hago votos por el éxito del nuevo gobierno. Confío
que pueda ser el inicio de una etapa más próspera para la región
latinoamericana.
Profesor Titular Emérito
de la Universidad del Zulia (Venezuela)
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