La violencia política: una opción
peligrosa
Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)
Cuando un gobierno decide tomar el camino de la
violencia política para tratar de esconder sus propios errores, está eligiendo
la opción más peligrosa porque nadie sabe cómo y cuándo puede terminar la
violencia. El gobierno es el principal garante del orden y la estabilidad de la
nación; su deber constitucional es preservar la paz, alejado de cualquier
incitación a la violencia entre sus seguidores. No existe ningún hecho, por
repudiable que éste sea, que justifique la confrontación contra quienes
manifiestan su oposición al gobierno.
La verdad es que los venezolanos estamos hastiados del
discurso irrespetuoso, ofensivo y amenazante del gobierno en circunstancias
cuando ha sufrido la desaparición de algunos de sus dirigentes. La historia se
repite cual guión de una telenovela. La respuesta inmediata es la de culpar a
la oposición de la muerte de alguno de los suyos, tal como ocurrió con el vil asesinato
del diputado Robert Serra y del fiscal Danilo Anderson. Antes de iniciar las
investigaciones pertinentes, los radicales del régimen empezaron a vociferar
epítetos contra la oposición democrática, acusándola de estar aliada con
personas e instancias internacionales que asesinaron a Serra, con la intención
de sembrar la violencia y desestabilizar
al país.
Días después del asesinato de Serra, el peso de los
hechos revela la realidad de tan horrendo crimen. Aunque no conozcamos los
resultados de las investigaciones, todo indica que el asunto se deriva de
enfrentamientos internos protagonizados por los denominados colectivos, aliados
indiscutibles del régimen en la tarea de “limpiar” al país de la basura
apátrida y oligarca. Hoy, en las palabras de las autoridades policiales,
algunos de los líderes de estos colectivos no son más que jefes de mafias que
operan en la ciudad capital. En todo caso, con el transcurrir de los días,
podríamos tener información más objetiva en torno a la verdad que esconde el asesinato
de Robert Serra.
Lo importante de destacar acá es que a ningún
venezolano le conviene una escalada de violencia que, a la larga, empeoraría la
grave situación que atravesamos; un llamado a la violencia por parte del
gobierno no va a esconder su incapacidad para resolver los problemas del país;
cuidado si no se aligera la pérdida vertiginosa del apoyo popular. La oposición
ha demostrado reiteradamente su apego a la institucionalidad democrática y el respeto
a la Constitución. La inmensa mayoría de sus líderes han apostado, a pesar de
las injustas y desiguales condiciones, participar en los diversos procesos
electorales convocados por el CNE, con excepción de las parlamentarias del
2005. Precisamente, el llamado a la paz y a la concordia, por parte de Henrique
Capriles en abril del 2013, cuando existían dudas razonables del triunfo de
Nicolás Maduro (ganó con menos de 2%), le valió las críticas de muchos
opositores que pensaban que el triunfo debía pelearse a como fuera lugar. Sin
embargo, Capriles manifestó su posición firme de impedir una guerra entre
venezolanos, a pesar de las acusaciones inventadas por los más relevantes
líderes de la revolución.
Decía Mandela que el amor y el perdón, y no el odio y
la violencia, son virtudes naturales en el corazón de los seres humanos. Vivió
27 años de su vida injustamente encarcelado, por culpa de un régimen racista
que hizo de la violencia su principal atributo y, cuando recobró la libertad,
fue capaz de inspirar a su país por los caminos de la unión, la inclusión y la
grandeza. Dejó a un lado el odio y el rencor para construir una sociedad más
justa de la que le tocó vivir a lo largo de su existencia.
Estoy convencido que un régimen como el que nos
gobierna, hace oídos sordos a la prudencia y al sentido común; muchos de sus
dirigentes creen que la incitación a la violencia es la opción para preservar
el poder cuya ilegitimidad se agranda con el pasar de los días. Cuidado y no
les salga el tiro por la culata.
Con el riesgo de ser señalado por algunos lectores, estoy
convencido que las armas para liberarnos de esta pesadilla es el compromiso con
la paz, el trabajo permanente y la inclusión, convenciendo con argumentos
sólidos y atractivos a los incrédulos y desesperanzados que sí es posible
construir un mejor país con el concurso de todos. Recordemos siempre que la
violencia es el arma de los que no tienen la razón y el odio es la prédica de
aquellos que desprecian la libertad y la dignidad del ser humano.
Profesor Titular de LUZ
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