Las siete plagas de Egipto
Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)
Además de una situación económica que devora nuestros
exiguos bolsillos, con expectativas muy negativas a corto plazo, estamos frente a un gobierno mentiroso y
truculento que pretende darle un cariz diferente a delitos que todos sabemos cómo
sucedieron. Cualquier invento es válido, aunque resulte inmoral y repugnante,
para justificar posiciones e ideas insostenibles, por parte de una revolución
que desde hace mucho tiempo perdió el respeto por la vida humana.
El funcionamiento de los servicios públicos no puede
estar peor. A pesar del exorbitante aumento de las tarifas de electricidad, los
apagones y racionamiento del servicio son el pan de cada día, con pronósticos
dramáticos para el año próximo. Venezuela es un país a oscuras. Asimismo, ciudades,
pueblos y comunidades enteras sufren la falta de agua potable, atentando contra
la maltratada salud de los venezolanos. La deficiencia de ese vital servicio se
debe, más que a la sequía, a fallas estructurales en la distribución del agua.
Las inversiones que debieron hacer oportunamente, fueron a parar en los
bolsillos de políticos y boliburgueses, sin importarles las calamidades del
pueblo venezolano. La basura, por otra parte, se ha convertido en un problema
nacional. El gobierno central y las gobernaciones se niegan asumir su
competencia en la solución de un problema que escapó del control de las
alcaldías. Mientras tanto el país luce su rostro más sucio y abandonado. Jamás
habíamos sido testigos de un deterioro tan abrumador como injustificable de
Venezuela. Ya estamos cansados de liderar las estadísticas mundiales en
problemas como la inflación, la inseguridad, la pobreza, el estancamiento de la
economía, la violación de los derechos humanos, la persecución política, las
enfermedades y la mediocridad de una élite gobernante que le quedó grande la nación.
Para empeorar la situación, enfermedades que ya habían
sido erradicadas, irrumpen de nuevo como epidemias que diezman la salud de los
venezolanos, sin distinciones de ninguna índole. El dengue y la chikunguña
suman miles de casos, frente a un gobierno que hace propaganda internacional de
lucha contra el ébola, cuando se muestra incapaz de frenar la epidemia y
mantiene sin los medicamentos esenciales a los centros de salud y farmacias. El
sencillo y simple acetaminofen, gracias al desabastecimiento de medicinas,
ahora requiere el récipe de un médico para poder comprarlo. Un gobierno que se
jacta en decir que el país dispone de 29 millones de pastillas de acetaminofen,
cuando la verdad es que esa cantidad corresponde a menos de una pastilla por
venezolano.
Pero todos estos males se reducen a uno solo, el peor
de todos, el principal culpable de nuestra desgracia nacional: la corrupción.
Este es un régimen forajido que dilapidó una fortuna tan monumental como pocos
países han disfrutado en la historia. Acabaron con montañas de dólares que
fueron a parar en cuentas gigantescas de una minoría que hizo del poder el
mecanismo más expedito para enriquecerse. Esa corrupción que contagió el alma
de los venezolanos, colocándonos como seres que en buena parte desprecia el
trabajo productivo para recibir las limosnas de un régimen que se autoproclamó
como el redentor de los pobres. Esa corrupción alejó las extraordinarias
oportunidades de convertirnos en una nación emergente. Hoy somos un país que
camina cansado detrás, pero muy lejos, del progreso y la modernidad, gracias a
unos seudolíderes que nunca debieron gobernar nuestra querida Venezuela. Si no
despertamos de esta pesadilla, este régimen apátrida y corrupto, en compañía de
las siete plagas egipcias, acabará con nosotros sin derecho al pataleo.
Profesor Titular de LUZ
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