Ya
deshojamos la margarita, ¿ahora qué?
Efraín Rincón Marroquín
(@EfrainRincon17)
Luego de un largo silencio y
de mucha incertidumbre, la oposición democrática venezolana anunció que no
participaría en las elecciones presidenciales, convocadas por el CNE para el
próximo 22 de abril. Esa decisión, tomada por los partidos políticos que
integran a la MUD, es coherente con el resultado arrojado por el diálogo entre
la oposición y el régimen, recientemente realizado en República Dominicana.
Frente a la negativa del régimen de acceder a las exigencias plasmadas por la
oposición, entre las que destacan condiciones electorales justas que promuevan
la libre competencia electoral, la oposición asumió una difícil decisión que
generará riesgos y retos que deben ser superados con una estrategia racional,
viable y capaz de convocar a una verdadera unidad nacional. Pero es justo
señalar la coherencia con la que actuó la oposición, contrario a los pronósticos
del ala más radical del amplio espectro opositor venezolano.
Estoy convencido que el
abstecionismo por sí solo no es suficiente para resolver la inédita crisis
venezolana; es menester diseñar e implementar un plan a corto, mediano y largo
plazo que nos conduzca a la materialización del cambio político al que
aspiramos millones de venezolanos, tomando en consideración tanto los factores
–nacionales e internacionales- que favorecen el cambio como aquellos que lo
impiden. Es un momento oportuno para que la dirigencia opositora pise tierra
firme y aprenda de los éxitos y errores del pasado. Es un buen momento para
trabajar en serio por el país, dejando a un lado las actitudes mezquinas que
han contribuido enormemente con la división de la oposición, la desconfianza en
los partidos y sus dirigentes, la desesperanza de la gente y la tentación de
invocar otra vez a la antipolítica como vía para alcanzar la redención social.
Ésta es una nueva oportunidad que se le presenta a la oposición para demostrarles
a los venezolanos y a la comunidad internacional que existe la voluntad, el compromiso
y la capacidad para organizar la lucha ciudadana que permita iniciar el
tránsito del camino a la libertad y a la institucionalidad democrática en
Venezuela.
Comunicar la decisión de no
participar el 22-A no es suficiente; los venezolanos estamos esperando acciones
concretas que renueven la confianza en la dirigencia opositora y marquen la
ruta para rescatar la libertad secuestrada por la mafia gobernante. Una de esas
primeras acciones debería ser, en nuestra opinión, la renovación auténtica de
la unidad. No importa cuanto tenga que repetirlo, sin unidad nacional no es
posible salir de esta crisis en la que estamos entrampados. Ello implica, en
consecuencia, la creación de un Frente Nacional por la Democracia –o como
quiera llamarse- conformado por todos los sectores de la vida nacional,
incluyendo el chavismo disidente. De manera simple, quien se autoexcluya de la
coalición democrática, debe considerársele como un colaboracionista del régimen.
En ese Frente Nacional hacen
falta todos pero, en aras de conquistar la confianza perdida y hacer renacer la
esperanza, es menester que nuevos rostros luzcan como los voceros de la
coalición; personalidades que despierten la emoción y la convicción que juntos
podemos lograrlo. El tema de la comunicación es vital en esta dura etapa que
nos toca enfrentar, corrigiendo los déficit de tiempos preteridos. Hay tanta
tela de donde cortar para que la oposición siga comportándose reactivamente
frente al discurso oficial. El régimen se equivoca, se contradice
permanentemente, engaña y manipula, gobierna de espaldas a los venezolanos, se
burla de los temas de interés nacional, aquellos que realmente le importan a la
gente. Esos son los temas que debemos asumir a fin de liderar la agenda
pública. Es necesario guardar las hachas, cuchillos y ametralladoras utilizadas
entre algunos opositores y dirigir las baterías contra los verdaderos enemigos
de la nación. Ello significa unificar el discurso de los dirigentes en el
exilio con el manejado internamente. Lo contrario es seguir generando más
confusión, incoherencia y desánimo popular. La causa es una sola y su defensa
debe orquestarse impecablemente, de esa manera ganará más apoyo internacional
la lucha contra una tiranía corrupta que pretende enquistarse en el poder.
La decisión de no participar
el 22-A no puede ser considerado como un acto abstencionista en sí mismo; es
una acción ciudadana que se revela frente a los abusos y corruptelas de un
régimen que pretende aprovecharse del poder del voto para justificar su farsa
electoral. En consecuencia, se hace imperioso seguir presionando por la
restitución de un sistema electoral que nos permita efectivamente elegir entre
varias opciones en condiciones equitativas, más que votar por una única opción
que pretende ser árbitro y parte del proceso comicial.
Desde hace rato el régimen
está en campaña, haciendo uso de lo único que sabe hacer: engañar, ofrecer un
futuro que dilapidó, hablar de un progreso económico que no tiene capacidad ni
voluntad para alcanzarlo, invocar la figura de un difunto que es el verdadero
responsable de esta calamidad. Ellos no pueden hacer otra cosa, su habilidad
está al servicio de la maldad y la destrucción de los venezolanos. A tal
efecto, la oposición democrática, a pesar de no tener un candidato
presidencial, debería iniciar una campaña nacional e internacional que termine
de desnudar al régimen, que genere emoción entre los opositores y que profundice
las contradicciones de la revolución. Esa campaña permitiría combatir la anomia
que se ha apoderado del alma del venezolano, inyectando nuevos bríos a la dura
batalla que debemos librar contra la tiranía. En esa campaña, además, debe
hablárseles claro a los venezolanos, señalando las dificultades del momento pero también las inmensas
posibilidades de alcanzar el cambio, haciendo énfasis en que los venezolanos
que queremos vivir en libertad, democracia y con progreso para todos, somos uno
solo integrado por millones de voluntades dispuestas a luchar por nuestra
Venezuela.
Es posible que algunos me
tilden de ingenuo pero, vista la complejidad de la situación del país, no
percibo otro mecanismo que la unidad monolítica del pueblo venezolano, dirigida
por líderes probos y fielmente comprometidos con la grandeza de la nación, para
salir de esta pavorosa crisis que nos destruye vorazmente. Ese liderazgo
fortalecería y legitimaría aún más la ayuda que las democracias del mundo nos
están brindando en nombre de la libertad y el respeto a los derechos humanos.
Aprovechemos esta coyuntura, muy difícil por demás, para levantarnos y lograr
por fin la meta que desde hace tiempo tenemos pendiente: construir una
Venezuela libre al servicio del progreso y de mejores oportunidades para todos
los venezolanos.
Profesor Titular
Emeritus de LUZ
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