El
huracán populista mexicano
Efraín
Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)
El populismo de izquierda
entró por la puerta grande a México. El pasado 1° de julio la coalición Juntos
haremos historia, integrada por los partidos Morena, PT y ES, se convirtió en un
huracán electoral que destruyó los cimientos del tradicional bipartidismo
mexicano para convertirse en la nueva hegemonía política de ese país. Bajo el
liderazgo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), México inaugura un nuevo ciclo
político fundamentado en la izquierda populista. Después de tres intentos
consecutivos (2006, 2012 y 2018), AMLO
logró conquistar la confianza de las mayorías promoviendo un discurso de
justicia social y redención popular, de combate a la corrupción y de eliminación
de la mafia política que ha mantenido el poder en los últimos setenta años. López
Obrador se convierte así en una especie de salvador que prometió sacar a México
de la pobreza impulsada por el PRIAN –PRI y PAN-, con la pretensión de
implantar un cambio radical del sistema político mexicano.
Sin duda, los mexicanos le
firmaron un cheque en blanco a López Obrador, otorgándole el poder que nunca
antes había detentado presidente mexicano desde hace mucho tiempo. La elección
del pasado 1° de julio es considerada como la más importante de la historia de
México, no sólo por la gran cantidad de cargos a elegir, sino por el
enfrentamiento encarnizado entre las fuerzas tradicionales, representadas por
el PRI y el PAN, y el cambio político
representado por el liderazgo de López Obrador, quien se constituyó en la marca
más poderosa de la campaña electoral del 2018.
Son muchos los aspectos que
merecen ser destacados para tener una visión exacta de lo que ocurrió en México
el 1° de julio y lo que acontecerá en los próximos veinte años. La
participación electoral (63,4%) ha sido la más alta de la historia reciente
mexicana; sufragaron 56.608.050 electores de los 89.332.031 que conforman el padrón
electoral. López Obrador se convirtió en el presidente que ha obtenido la mayor
cantidad de votos (30.112.109, 53%) de
todos los tiempos; la ventaja respecto a Ricardo Anaya, que se ubicó en segundo
lugar, fue de 17.502.637 votos. Al sumar los votos de Anaya y Meade
(21.898.850), la ventaja sigue siendo de 8.213.259. Con tales resultados, el
mapa mexicano se tiñó de color vino, perdiendo solamente en Guanajuato de los
32 Estados de la República Mexicana.
De igual manera, el 1° de
julio se eligieron nueve gubernaturas, de las cuales Morena ganó cinco (Ciudad
de México, Morelos, Chiapas, Tabasco y Veracruz); tres las ganó el PAN
(Guanajuato, Puebla y Yucatán) y Movimiento Ciudadano ganó Jalisco. En relación
con la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, de los 300 curules
elegidos directamente, la coalición Juntos haremos historia obtuvo el 73%; la
coalición México al Frente 22% y la coalición Todos por México 5%. El panorama
en el Senado no difiere mucho del anterior. El Senado está integrado por 128
senadores, de los cuales 64 son electos como mayoría relativa, 32 como la
primera minoría y los 32 restantes por representación proporcional. De los 96
senadores elegidos directamente, 56% pertenece a Juntos haremos historia, 30% a
México al Frente y 14% a Todos por México.
El hartazgo se apoderó de la
voluntad de millones de mexicanos que decidieron votar con el hígado; votaron
con rabia para castigar a los culpables de la corrupción y las desigualdades sociales,
convencidos “que peor de lo que hoy estamos no podemos estar”. Votaron en
contra de Peña Nieto y del PRI, principales derrotados de estas elecciones;
votaron en contra de “la mafia del poder” que implantó el gasolinazo y las reformas fiscales; que no
combatió la inseguridad y privilegió la
impunidad; en contra de la “mafia” responsable de la pobreza y la inequidad. En
fin, los mexicanos votaron por un cambio capaz de desterrar sus desgracias
colectivas. Y la verdad, le entregaron a López Obrador todo el poder para que
mejore sustancialmente su calidad de vida; con semejante mandato popular, AMLO
no tiene pretextos para no cumplirle a México.
Escucho opiniones que
pretenden dejar en evidencia la ignorancia o ingenuidad del pueblo mexicano al elegir
a AMLO como su presidente para el próximo sextenio. “Los mexicanos no
aprendieron de la tragedia de Venezuela”, “nadie escarmienta con cabeza ajena”,
son opiniones que no reflejan necesariamente la actual realidad de México.
Vamos a estar claro, la victoria de López Obrador no es responsabilidad
exclusiva de los electores que lo votaron; son muchas las razones que, nos
guste o no, contribuyeron con la llegada al poder de la izquierda populista. En
todo caso, el pueblo fue el operador político de la victoria arrolladora de
Morena en casi toda la geografía mexicana.
A nivel interno, los
principales partidos del stablisment no hicieron absolutamente nada para frenar la
evidente victoria de AMLO. En vez de llegar a acuerdos que permitiesen
presentarse como una opción de unidad nacional, con voluntad para enderezar los
entuertos históricos y con capacidad para gobernar eficiente y honestamente a
México, aprovecharon la campaña para insultarse mutuamente, convencidos que al
final, tal como ocurrió en el 2006, las encuestas se equivocarían y el apoyo
hacia López Obrador no sería suficiente para ganar la elección. ¡Qué falta de
realismo político! Mientras que Anaya y Meade se peleaban, López Obrador crecía
y legitimaba el discurso contra la “mafia del poder”. Al final de la campaña
empezaron hablar del voto útil para vencer a AMLO, pero ya no había tiempo y,
como lo diría el propio López Obrador, “ese arroz ya estaba cocido”.
Se hicieron esfuerzos a
través de las redes sociales para sensibilizar a los mexicanos sobre la crisis
venezolana. Éstos no lograron permear a la sociedad mexicana; para la mayoría
de los mexicanos, Venezuela es una realidad lejana que no tiene ningún símil con
México; muchos afirman “nosotros no somos como los venezolanos”. De nada valió
asociar a López Obrador con Chávez o Maduro. Cuando el pueblo está férreamente
decidido, no hay nada que impida consumar su decisión.
Con el ascenso de AMLO al
poder sólo queda esperar. O cumple sus promesas dentro de la institucionalidad
republicana, instaurando cambios progresivos que fortalezcan la democracia y la
justicia social; o, el cambio radical podría ser un salto al vacío que traiga más
desgracias a los mexicanos que las que existen en la actualidad. Ojalá el
huracán electoral de AMLO no se convierta en un huracán que destruya a ese
noble y hermoso país latinoamericano.
Profesor Titular
Emeritus de LUZ
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