martes, 10 de julio de 2018


El huracán populista mexicano
Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

El populismo de izquierda entró por la puerta grande a México. El pasado 1° de julio la coalición Juntos haremos historia, integrada por los partidos Morena, PT y ES, se convirtió en un huracán electoral que destruyó los cimientos del tradicional bipartidismo mexicano para convertirse en la nueva hegemonía política de ese país. Bajo el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), México inaugura un nuevo ciclo político fundamentado en la izquierda populista. Después de tres intentos consecutivos (2006, 2012 y 2018),  AMLO logró conquistar la confianza de las mayorías promoviendo un discurso de justicia social y redención popular, de combate a la corrupción y de eliminación de la mafia política que ha mantenido el poder en los últimos setenta años. López Obrador se convierte así en una especie de salvador que prometió sacar a México de la pobreza impulsada por el PRIAN –PRI y PAN-, con la pretensión de implantar un cambio radical del sistema político mexicano.

Sin duda, los mexicanos le firmaron un cheque en blanco a López Obrador, otorgándole el poder que nunca antes había detentado presidente mexicano desde hace mucho tiempo. La elección del pasado 1° de julio es considerada como la más importante de la historia de México, no sólo por la gran cantidad de cargos a elegir, sino por el enfrentamiento encarnizado entre las fuerzas tradicionales, representadas por el PRI y el PAN,  y el cambio político representado por el liderazgo de López Obrador, quien se constituyó en la marca más poderosa de la campaña electoral del 2018.

Son muchos los aspectos que merecen ser destacados para tener una visión exacta de lo que ocurrió en México el 1° de julio y lo que acontecerá en los próximos veinte años. La participación electoral (63,4%) ha sido la más alta de la historia reciente mexicana; sufragaron 56.608.050 electores de los 89.332.031 que conforman el padrón electoral. López Obrador se convirtió en el presidente que ha obtenido la mayor cantidad de votos  (30.112.109, 53%) de todos los tiempos; la ventaja respecto a Ricardo Anaya, que se ubicó en segundo lugar, fue de 17.502.637 votos. Al sumar los votos de Anaya y Meade (21.898.850), la ventaja sigue siendo de 8.213.259. Con tales resultados, el mapa mexicano se tiñó de color vino, perdiendo solamente en Guanajuato de los 32 Estados de la República Mexicana.

De igual manera, el 1° de julio se eligieron nueve gubernaturas, de las cuales Morena ganó cinco (Ciudad de México, Morelos, Chiapas, Tabasco y Veracruz); tres las ganó el PAN (Guanajuato, Puebla y Yucatán) y Movimiento Ciudadano ganó Jalisco. En relación con la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, de los 300 curules elegidos directamente, la coalición Juntos haremos historia obtuvo el 73%; la coalición México al Frente 22% y la coalición Todos por México 5%. El panorama en el Senado no difiere mucho del anterior. El Senado está integrado por 128 senadores, de los cuales 64 son electos como mayoría relativa, 32 como la primera minoría y los 32 restantes por representación proporcional. De los 96 senadores elegidos directamente, 56% pertenece a Juntos haremos historia, 30% a México al Frente y 14% a Todos por México.

El hartazgo se apoderó de la voluntad de millones de mexicanos que decidieron votar con el hígado; votaron con rabia para castigar a los culpables de la corrupción y las desigualdades sociales, convencidos “que peor de lo que hoy estamos no podemos estar”. Votaron en contra de Peña Nieto y del PRI, principales derrotados de estas elecciones; votaron en contra de “la mafia del poder” que implantó  el gasolinazo y las reformas fiscales; que no combatió  la inseguridad y privilegió la impunidad; en contra de la “mafia” responsable de la pobreza y la inequidad. En fin, los mexicanos votaron por un cambio capaz de desterrar sus desgracias colectivas. Y la verdad, le entregaron a López Obrador todo el poder para que mejore sustancialmente su calidad de vida; con semejante mandato popular, AMLO no tiene pretextos para no cumplirle a México.   

Escucho opiniones que pretenden dejar en evidencia la ignorancia o ingenuidad del pueblo mexicano al elegir a AMLO como su presidente para el próximo sextenio. “Los mexicanos no aprendieron de la tragedia de Venezuela”, “nadie escarmienta con cabeza ajena”, son opiniones que no reflejan necesariamente la actual realidad de México. Vamos a estar claro, la victoria de López Obrador no es responsabilidad exclusiva de los electores que lo votaron; son muchas las razones que, nos guste o no, contribuyeron con la llegada al poder de la izquierda populista. En todo caso, el pueblo fue el operador político de la victoria arrolladora de Morena en casi toda la geografía mexicana.  

A nivel interno, los principales partidos del stablisment no hicieron absolutamente nada para frenar la evidente victoria de AMLO. En vez de llegar a acuerdos que permitiesen presentarse como una opción de unidad nacional, con voluntad para enderezar los entuertos históricos y con capacidad para gobernar eficiente y honestamente a México, aprovecharon la campaña para insultarse mutuamente, convencidos que al final, tal como ocurrió en el 2006, las encuestas se equivocarían y el apoyo hacia López Obrador no sería suficiente para ganar la elección. ¡Qué falta de realismo político! Mientras que Anaya y Meade se peleaban, López Obrador crecía y legitimaba el discurso contra la “mafia del poder”. Al final de la campaña empezaron hablar del voto útil para vencer a AMLO, pero ya no había tiempo y, como lo diría el propio López Obrador, “ese arroz ya estaba cocido”.          
Se hicieron esfuerzos a través de las redes sociales para sensibilizar a los mexicanos sobre la crisis venezolana. Éstos no lograron permear a la sociedad mexicana; para la mayoría de los mexicanos, Venezuela es una realidad lejana que no tiene ningún símil con México; muchos afirman “nosotros no somos como los venezolanos”. De nada valió asociar a López Obrador con Chávez o Maduro. Cuando el pueblo está férreamente decidido, no hay nada que impida consumar su decisión.

Con el ascenso de AMLO al poder sólo queda esperar. O cumple sus promesas dentro de la institucionalidad republicana, instaurando cambios progresivos que fortalezcan la democracia y la justicia social; o, el cambio radical podría ser un salto al vacío que traiga más desgracias a los mexicanos que las que existen en la actualidad. Ojalá el huracán electoral de AMLO no se convierta en un huracán que destruya a ese noble y hermoso país latinoamericano.

Profesor Titular Emeritus de LUZ

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