martes, 28 de agosto de 2018

¡A veces estamos arriba, otras veces debajo!

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Luís Herrera Campíns, considerado el presidente más refranero de Venezuela, decía con frecuencia que “unas veces estamos arriba, otras veces debajo”, haciendo alusión a las diferentes etapas por las que atravesamos en nuestra vida terrenal. En ocasiones nos sonríe la abundancia, el éxito, la felicidad y, por supuesto, los amigos a granel que celebran nuestros logros; pero también hay momentos de pobreza, tristezas, desgracias y muy pocos amigos que se solidarizan con nuestros infortunios. ¡Qué manera tan sabia y sencilla para ilustrar la vida humana!

En días recientes, el destacado periodista zuliano, Edward Rodríguez, escribió un artículo de opinión titulado “Aporofobia por venezolanos emigrantes”, en el que explicaba las tribulaciones que viven nuestros emigrantes por el hecho de ser pobres y haber caído en desgracia por culpa de la mafia política que nos gobierna desde hace 20 años. Planteaba Rodríguez que antes los venezolanos éramos bienvenidos en cualquier país del mundo, porque teníamos dólares para gastar y disfrutar a manos llenas. Esa realidad cambió abruptamente, pues, hoy somos vistos como una pesada carga para muchas naciones y sus habitantes sienten desprecio o, en el mejor de los casos, lástima por los venezolanos regados por el mundo, especialmente, en países latinoamericanos. El sentimiento xenofóbico empieza a emerger con mucha fuerza contra la diáspora venezolana que crece abrumadoramente. Somos ya un problema de Estado para Colombia, Ecuador, Perú, Brasil y Chile, entre las naciones que reciben el mayor número de emigrantes venezolanos.

Considero que los venezolanos, desde una perspectiva objetiva deslastrada de sentimientos y afectos, tenemos una visión incompleta de la dramática situación de nuestros emigrantes. Poco sabemos del impacto que la diáspora está generando en las naciones receptoras y los sufrimientos que muchos de ellos están padeciendo en albergues, calles y plazas del extranjero. Hay razones que impiden a los que todavía estamos acá, tener una visión más completa de la diáspora; la primera, tenemos que hacer malabares para sobrevivir y no dejarnos morir, cuestión que con seguridad demanda mucho de nuestros esfuerzos y angustias como para interesarnos por los que se fueron; la segunda razón, es la proyección distorsionada que algunos de nuestros emigrantes proyectan en las redes sociales. Pareciera que automáticamente al  irse del país, se alcanzan los sueños, la felicidad y las metas que en Venezuela son imposibles alcanzar. Este es un tema álgido y muy controversial; en todo caso, no es el eje central de este artículo.

Lo realmente importante es que la emigración venezolana ha transitado por varias etapas con consecuencias diferentes. Según investigaciones realizadas por Consultores 21, prestigiosa encuestadora venezolana, el perfil de los que actualmente se quieren ir del país es muy diferente al de los que iniciaron esta inédita emigración, con el agravante que actualmente uno de cada dos venezolanos (47%) manifiesta su deseo de irse del país. Los primeros emigrantes eran mayoritariamente opositores al régimen; hoy día el 66% de los chavistas no maduristas quiere irse de Venezuela, sumado a un 17% de maduristas. La revolución está golpeando fuerte a los que otrora fueron sus fervientes defensores. Otro dato de interés, es que de los que quieren irse para el extranjero, el 54% pertenece a la clase media-alta y un 43% son del estrato marginal-bajo, de allí la explicación de la Aporofobia descrita por Edward Rodríguez. A tal efecto, si algo ha logrado “democratizar” la dictadura de Maduro, además de la pobreza y la miseria, es la diáspora venezolana. Entre los emigrantes cada vez hay menos diferencias políticas, socio-económicas y geográficas. La idea de salir del país está rondando en la mente de prácticamente la mitad de los venezolanos, y eso es un dato devastador para cualquier sociedad del mundo.

La razón principal para querer abandonar el país es la crisis económica (75%), seguido por razones políticas reportadas por un 19% de los venezolanos. Si proyectamos la situación económica en los días por venir, después de la aplicación del paquetazo revolucionario, no resulta temerario inferir que la diáspora se incrementará, convirtiéndose con seguridad en un problema que escapará del control del gobierno nacional y el de los países a los que acuden mayoritariamente nuestros emigrantes.

Esas cifras corresponden a los que declaran su intención de salir del país; ahora, ¿cuántos son los venezolanos que se han ido? Según cifras de Consultores 21, en su Segundo Informe sobre la Diáspora, para el segundo trimestre de 2018 habían salido del país 5.511.965 venezolanos, los cuales representan el 17% de la población total de la nación. De este porcentaje (17%), el 31% de los emigrantes son del Zulia y el Occidente del país, totalizando 1.713.178 habitantes. Otro hallazgo del estudio es que 37% de las familias venezolanas tiene al menos un miembro que ha emigrado del país; en promedio, dos integrantes de estas familias viven fuera del país.  

Estos datos desgarradores expresan que la emigración venezolana es un fenómeno social y humano inédito en la región; nunca antes, en la proporción y en tan brevísimo plazo, ninguna nación latinoamericana ha experimentado semejante situación, ni siquiera los países con mayor tradición migratoria del continente, como es el caso de Colombia, Haití, Cuba, entre otros. Me atrevería a decir que la diáspora venezolana, en términos porcentuales, es mayor que la ola de refugiados sirios que huyen de su país debido a la guerra fratricida que está diezmando a su nación.

Las consecuencias de la diáspora son dramáticas y dejan un sabor muy amargo. El hecho que dos de cada diez venezolanos viven fuera del país, es un dato aterrador. Es un fenómeno que ha permeado el alma de Venezuela. La familia, centro de los afectos mejor atesorados de los venezolanos, hoy está separada, destruida y entristecida porque alguien o varios de la casa se fueron del país contra su voluntad, dejando en el camino amores, recuerdos y parte de sus vidas. Ese sufrimiento difícilmente puede ser superado para quienes la familia guarda un lugar preferente en sus corazones. Por si fuera poco nos estamos quedando sin jóvenes, la savia de cualquier sociedad; se nos están yendo los talentos, las capacidades y las habilidades para reconstruir un país en ruinas que, más temprano que tarde, recobrará el brillo de la libertad y el progreso. Por si fuera poco, estamos siendo maltratados por minorías de países hermanos a quienes, en momentos difíciles de su historia, les tendimos generosa y solidariamente nuestras manos.

Ojalá, en el corto plazo, la diáspora sea evaluada por propios y extraños, como la tragedia humana que aligere la ruptura de las amarras que nos atan a un destino indigno y vergonzoso para Venezuela. En la quietud de la noche, oro para que pronto dejemos de estar abajo y nos pongamos arriba como se merecen todos los venezolanos de buena voluntad que aman profundamente a su país, aún aquellos que en contra de su voluntad se encuentran distantes.

Profesor Titular Eméritus de LUZ

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