martes, 14 de mayo de 2019

Una larga espera
Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

La compleja y dramática situación del país, agota la paciencia de los venezolanos; máxime cuando la mayoría ha esperado por veinte años el advenimiento de un cambio del régimen político imperante. La impaciencia crece frente a la incertidumbre; el no saber qué, cómo y cuándo va a suceder el momento definitivo del alumbramiento del cambio, hace más difícil la angustiante espera. Y, lo que es peor, con la impaciencia aparecen la frustración y la desesperanza colectivas, elementos letales en la lucha para el rescate de la libertad y la democracia en Venezuela.

Ciertamente, los cuatro meses que tiene Guaidó liderando a los factores democráticos, no pueden compararse con el sufrimiento infligido por la mafia usurpadora a lo largo de dos décadas; sin embargo, con el transcurrir de los días, la vida de los venezolanos se deteriora peligrosamente, apoderándose el pesimismo que amenaza con hacernos creer que por ahora tampoco podremos librarnos de esta pesadilla inhumana.

Es necesario deslastrarnos de actitudes negativas que no nos ayudan en estas circunstancias tan complejas. Venezuela nos quiere de pie, dando la batalla a pesar de las múltiples caídas que hemos sufrido. Física y espiritualmente fuertes; con suficientes energías para resistir hasta que llegue el fin de la usurpación. No es tarea sencilla salir de un régimen que, por un lapso de 20 años ininterrumpidos, se encargó de eliminar a la República y sus instituciones; destruir la economía con mayores oportunidades en Latinoamérica; empobrecer a la sociedad con la más próspera clase media de la región; y, producir el mayor éxodo que se haya registrado en la historia latinoamericana.

La tragedia que sembró la revolución en Venezuela es un hecho insólito e inédito; no es posible compararlo con ninguna otra experiencia del planeta. El régimen chavista-madurista es una combinación criminal de tiranía genocida, narcotráfico, terrorismo, colectivos paramilitares y guerrilla colombiana, amparada por el saqueo más grande de nuestra historia y una impunidad capaz de “legalizar” cualquier crimen por más atroz que sea. Derrotar esa mafia nos ha costado sangre, sudor y lágrimas en un lapso mayor que el que todos esperábamos. Solos no podemos.

Hasta este momento hemos avanzado significativamente pero aún Maduro permanece en el poder, sin lograr una fractura en la alianza dominante que ponga punto final a la usurpación. Todo esto a pesar que Maduro proyecta apenas un 12% de popularidad, la cifra más baja durante la era revolucionaria; con indicadores económicos que los más avezados economistas se preguntan cómo podemos sobrevivir los venezolanos en esta catástrofe; con una crisis humanitaria sin paragón en el continente americano. Sin embargo, Maduro sigue mandando a pesar de no poseer desde hace rato la gobernabilidad del país.

¿Qué más tendremos que hacer los venezolanos para conquistar la libertad, la democracia y el progreso? En mi opinión, hemos hecho todo, o casi todo, para abrazar el cambio. Cuando nos han pedido calle, hemos salido a la calle; cuando nos han dicho que sí votamos ganamos, hemos votado; cuando nos han pedido que nos abstengamos porque las condiciones electorales son un fraude, hemos dejado de votar; cuando nos han pedido organizarnos, hemos realizado esfuerzos a pesar de las restricciones del régimen. Hemos marchado por todas las calles del país; muchos han sido asesinados por hacer efectivo su derecho a la protesta. En los últimos meses, hemos apoyado y acompañado al presidente Guaidó en todas las actividades convocadas. No obstante, no hemos logrado el objetivo supremo de liberar a Venezuela.

En tal sentido, debemos admitir que la crisis venezolana es un problema que supera la voluntad y la lucha de los venezolanos; es un asunto internacional que amenaza la seguridad de la región y la preeminencia de la democracia como sistema político para nuestra América. El régimen de Maduro no sólo ha destruido al país y a los venezolanos, sino que pretende, en alianza con factores terroristas y del crimen organizado, imponer condiciones que privilegien al comunismo como modelo político bajo la tutela de Cuba.

Esa realidad harta conocida por los gobiernos democráticos del mundo, debe ser suficiente para consolidar el apoyo internacional a los demócratas venezolanos, más allá de las sanciones al régimen y a los más conspicuos personeros de la tiranía. La diplomacia del micrófono implantada por Estados Unidos, la OEA y el Grupo de Lima, debe cesar para dar paso a una diplomacia más contundente, en la que las acciones sean más importantes que los discursos. No tengo pruritos contra los Estados Unidos, jamás los he tenido porque nunca he sido comunista ni he coqueteado con esa ideología fracasada; a los que dicen que una intervención internacional atenta contra la soberanía nacional, es bueno recordarles que desde hace bastante tiempo estamos intervenidos y gobernados por los parásitos más corruptos e incapaces de Latinoamérica, como son los cubanos castro comunistas.

La defensa de la libertad, el rescate de la democracia y la llegada del progreso con oportunidades para todos, merecen tanto los esfuerzos de los venezolanos como el de los gobiernos libres y civilizados del mundo, especialmente, nuestros principales aliados, Estados Unidos, Brasil y Colombia, antes de que sea tarde y oigamos voces que digan “el hermano país de Venezuela se perdió baja la mirada indiferente de los gobiernos amigos”. Es el momento de hablar menos y de actuar con firmeza y decisión contra esta mafia que nunca debió gobernar a nuestra amada Venezuela.

Profesor Titular Eméritus de LUZ

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