Gobernar
con y después de la pandemia
Efraín Rincón Marroquín
(@EfrainRincon17)
La pandemia del Covid-19 ha
puesto a prueba la capacidad de los gobiernos del mundo para combatir un virus
que ha paralizado al planeta, dejando consecuencias y nuevas perspectivas que
requerirán especial atención por parte de los gobernantes y de la sociedad en
general. Durante la emergencia sanitaria, ciertos gobiernos han sobresalido por
su eficiente desempeño para contener la propagación del virus y evitar lamentables
pérdidas humanas, como son los de Taiwán, Alemania, Nueva Zelanda, Dinamarca,
Noruega, entre los más relevantes, coincidencialmente todos gobernados por
mujeres. Otros, por el contrario, han desafiado los efectos de la pandemia,
cometiendo errores que sus países probablemente vayan a pagar muy caro.
En estos momentos, las
gestiones gubernamentales están centradas
básicamente en la difusión de intensas campañas informativas para impedir el
avance del virus; ampliar y equipar instalaciones hospitalarias con insumos
médicos y con la tecnología requerida para combatir la enfermedad; y,
distribuir apoyos económicos (bonos contra el desempleo, alimentos,
exoneraciones de pagos de servicios esenciales, créditos con cero intereses,
etc.) a los sectores más vulnerables o a los más afectados por la pandemia.
Los gobiernos que están
actuando responsablemente durante esta contingencia están siendo reconocidos
por la opinión pública y por los ciudadanos-electores; lamentablemente, este
reconocimiento tendrá una duración efímera en la mente colectiva. Los
gobernantes que piensen que su correcta gestión durante la emergencia sanitaria,
es suficiente aval para mantener la popularidad y granjearse el apoyo de los
electores, están lejos de la realidad. Apenas regrese la “nueva normalidad”, los
problemas generados por la pandemia se agravarán, dando inicio a la etapa más
difícil para los gobiernos, su verdadera prueba de fuego. De la actuación post-pandemia
dependerá, en gran medida, el éxito o el fracaso de gobiernos sometidos a una
realidad inédita que demandan cambios y políticas efectivas, novedosas y
suficientemente equilibradas para satisfacer la mayor cantidad posible de las
demandas que aflorarán como hierba.
En los próximos meses, con
circunstancias donde la prioridad es cómo sobrevivir en una crisis con
pronósticos catastróficos, sólo dolerán los muertos propios porque los ajenos serán
sólo un mal recuerdo del pasado. Atrás quedarán los esfuerzos para combatir el
coronavirus; ahora lo realmente importante para los ciudadanos-electores, es cómo el gobierno
puede potenciar la economía para crear nuevos empleos y recuperar los que se
perdieron; cómo hacer para no aumentar los impuestos; y, cómo frenar escenarios
de inflación, escasez y devaluación, que van a afectar directamente el bolsillo
de los electores. Ese es el gran reto que deben enfrentar los gobiernos en los
próximos meses; el gobierno que no lo haga afrontará serios
problemas.
Ello explica, por ejemplo,
la insistencia del presidente Trump de reactivar cuanto antes la economía
norteamericana, a pesar de las recomendaciones de expertos epidemiológicos;
porque él sabe que de ello depende en gran parte su reelección en noviembre de
este año. Antes de la pandemia, pocos ponían en duda la reelección de Donald
Trump; existían suficientes razones para apostar por su victoria: una economía
en franco crecimiento, con la menor tasa de desempleo en los últimos 50 años, la
percepción generalizada del regreso de la grandeza americana y, para completar
el panorama, los demócratas divididos y con actuaciones muy erráticas. Las
cosas han podido cambiar; por ello, el gran reto que tiene Trump por delante es
reactivar la economía o, cuando menos, vender la esperanza que él tiene más
capacidad que el oponente demócrata para salir airoso de una crisis que, por
los momentos, ha dejado a más de 26 millones de desempleados, la cifra más alta
desde la gran depresión de 1930. Si Trump orienta su campaña en esa dirección,
la probabilidad que se reelija será mayor.
La era post-covid-19 es una
encrucijada que exige sabiduría de los gobernantes y paciencia de los
ciudadanos. Los gobiernos tendrán que tomar decisiones audaces que requieren el
mayor consenso político posible para que produzcan los resultados esperados por
los ciudadanos; ello supone que los gobernantes que pretendan ser exitosos
tendrán que dejar atrás actitudes autoritarias, ideologías sectarias y
caprichos personales que obstaculicen la necesaria participación de los
diferentes sectores nacionales, tanto en el diseño como en la implementación de
un plan de reactivación económica y de protección social de las poblaciones más
vulnerables.
El gobernante que crea,
además, ser un superhéroe para solucionar la crisis de su país a través de su infalible
capacidad, perdió el sentido común y, con seguridad, arrastrará a sus
conciudadanos a una tragedia peor. En momentos cruciales como los que vive la
humanidad, los gobiernos están en la obligación de convocar la unidad nacional
para que los planes de emergencia aseguren la viabilidad requerida, en el
entendido que las ganancias a las que aspiran unos conllevarán pérdidas para
otros. Es el momento de hacer la política comprometida con los verdaderos
intereses de los ciudadanos y del país, como aquella que hicieron los líderes
de la segunda postguerra mundial.
Profesor Titular Emérito de la Universidad del Zulia (Venezuela)
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