miércoles, 5 de febrero de 2014


¿Diálogo o silencio?

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

El diálogo es un elemento esencial de la democracia, jamás puede ser concebido como un acto gracioso por parte del gobierno. En una democracia, la política más normal es el diálogo respetuoso y constructivo que apuesta a la búsqueda de acuerdos para alcanzar objetivos que beneficien a todos por igual. El diálogo debe propiciar la negociación como mecanismo inherente a la actividad política, lo contrario se convertiría en un monólogo donde una de las partes termina imponiendo su voluntad y sus intereses.

En circunstancias tan difíciles como las que experimenta el país, el gobierno no puede condicionar la agenda del diálogo y mucho menos obligar a la oposición que se transforme en un mero espectador colaboracionista. La necesidad de un diálogo fecundo y sincero con el gobierno no puede acallar las voces disidentes de la oposición democrática, so pena de convertirse en un apéndice de un modelo incapaz de resolver la profunda crisis que produjo sus descomunales errores.

El vil asesinato de la actriz Mónica Spear y su pareja, motivó al gobierno a convocar sendas reuniones con los gobernadores y alcaldes opositores, a fin de unificar esfuerzos para combatir la cultura de la violencia y la muerte que se ha instalado entre nosotros. Nadie en su sano juicio puede oponerse a esa iniciativa, máxime cuando por quince años la revolución ha gobernado excluyendo e irrespetando a la oposición. Es necesario que los cuerpos de seguridad nacionales, estadales y municipales formen parte de una verdadera política de seguridad que ofrezca soluciones efectivas contra la delincuencia. Todos sabemos que el origen de la inseguridad es multifactorial y así debería ser tratada; pensar que sólo con patrullajes inteligentes, mayor represión y más armamentos, se combate este flagelo, es sencillamente una equivocación.

Se hace imperioso evaluar la situación socio-económica, la educación, los valores y el discurso violento con el que se ha expresado este gobierno desde su inicio. El país está sumergido en una de sus peores crisis; una economía con síntomas de estanflación; un desabastecimiento perverso, jamás visto en Venezuela; servicios educativos y de salud colapsados; instituciones secuestradas por un gobierno que pretende controlarlo todo, caracterizadas por la corrupción y la impunidad. En pocas palabras, una justicia al servicio de los intereses del gobierno. Entonces, es válido preguntarnos, ¿por qué esos problemas no son incorporados a la agenda del diálogo nacional?, ¿por qué el gobierno no hace realidad sus buenas intenciones y permite que los sectores del país participen activamente en la búsqueda de soluciones que ellos son incapaces de presentarnos?, ¿por qué el gobierno sigue persiguiendo y criminalizando a la disidencia democrática, calificándolos de desestabilizadores de la revolución?, ¿por qué hay sectores de la oposición que piensan que dialogar con el gobierno supone convertirse en colaboracionistas, corriendo el riesgo de perder su esencia opositora?
El diálogo debe ser interpretado como una oportunidad de oro para que el gobierno rectifique y asuma responsablemente sus errores, y para que la oposición le demuestre al país que está en capacidad de contribuir exitosamente con las soluciones que el pueblo venezolano está esperando. Si la oposición considera que el diálogo con el gobierno supone sumergirse en el silencio y la complacencia, entonces, al igual que la revolución podemos decir que también perdió la brújula.

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