¿Diálogo o silencio?
Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)
El diálogo es un elemento esencial de la democracia,
jamás puede ser concebido como un acto gracioso por parte del gobierno. En una
democracia, la política más normal es el diálogo respetuoso y constructivo que
apuesta a la búsqueda de acuerdos para alcanzar objetivos que beneficien a todos
por igual. El diálogo debe propiciar la negociación como mecanismo inherente a
la actividad política, lo contrario se convertiría en un monólogo donde una de
las partes termina imponiendo su voluntad y sus intereses.
En circunstancias tan difíciles como las que
experimenta el país, el gobierno no puede condicionar la agenda del diálogo y
mucho menos obligar a la oposición que se transforme en un mero espectador
colaboracionista. La necesidad de un diálogo fecundo y sincero con el gobierno
no puede acallar las voces disidentes de la oposición democrática, so pena de
convertirse en un apéndice de un modelo incapaz de resolver la profunda crisis
que produjo sus descomunales errores.
El vil asesinato de la actriz Mónica Spear y su
pareja, motivó al gobierno a convocar sendas reuniones con los gobernadores y
alcaldes opositores, a fin de unificar esfuerzos para combatir la cultura de la
violencia y la muerte que se ha instalado entre nosotros. Nadie en su sano
juicio puede oponerse a esa iniciativa, máxime cuando por quince años la
revolución ha gobernado excluyendo e irrespetando a la oposición. Es necesario
que los cuerpos de seguridad nacionales, estadales y municipales formen parte
de una verdadera política de seguridad que ofrezca soluciones efectivas contra la
delincuencia. Todos sabemos que el origen de la inseguridad es multifactorial y
así debería ser tratada; pensar que sólo con patrullajes inteligentes, mayor
represión y más armamentos, se combate este flagelo, es sencillamente una
equivocación.
Se hace imperioso evaluar la situación
socio-económica, la educación, los valores y el discurso violento con el que se
ha expresado este gobierno desde su inicio. El país está sumergido en una de
sus peores crisis; una economía con síntomas de estanflación; un
desabastecimiento perverso, jamás visto en Venezuela; servicios educativos y de
salud colapsados; instituciones secuestradas por un gobierno que pretende
controlarlo todo, caracterizadas por la corrupción y la impunidad. En pocas
palabras, una justicia al servicio de los intereses del gobierno. Entonces, es
válido preguntarnos, ¿por qué esos problemas no son incorporados a la agenda
del diálogo nacional?, ¿por qué el gobierno no hace realidad sus buenas
intenciones y permite que los sectores del país participen activamente en la
búsqueda de soluciones que ellos son incapaces de presentarnos?, ¿por qué el
gobierno sigue persiguiendo y criminalizando a la disidencia democrática,
calificándolos de desestabilizadores de la revolución?, ¿por qué hay sectores
de la oposición que piensan que dialogar con el gobierno supone convertirse en
colaboracionistas, corriendo el riesgo de perder su esencia opositora?
El diálogo debe ser
interpretado como una oportunidad de oro para que el gobierno rectifique y
asuma responsablemente sus errores, y para que la oposición le demuestre al
país que está en capacidad de contribuir exitosamente con las soluciones que el
pueblo venezolano está esperando. Si la oposición considera que el diálogo con
el gobierno supone sumergirse en el silencio y la complacencia, entonces, al
igual que la revolución podemos decir que también perdió la brújula.
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