martes, 4 de marzo de 2014


Tiempos de crisis, tiempos de cambio

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Pocas veces en nuestra historia republicana, Venezuela ha vivido una crisis como la actual; no sólo por su complejidad, sino por el momento y las condiciones en las que se desarrolla. Es una crisis que abarca todas las áreas del quehacer nacional. Es una crisis política, económica y social.

La crisis es política por la incapacidad del gobierno para satisfacer las crecientes demandas de la población. Un modelo político que sustenta su poder en un liderazgo autoritario carente de legitimidad, con instituciones que han perdido autonomía para constituirse en un apéndice del poder ejecutivo, irrespetando abiertamente la Constitución Nacional. Un modelo que ha polarizado al país en dos sectores prácticamente irreconciliables, apreciándose escenarios cercanos a la ingobernabilidad. Una revolución que se transformó en una dictadura que ya no interpreta las opiniones y sentimientos de la mayoría del país. Un gobierno que camina de espaldas al pueblo.

La crisis es económica porque este gobierno cometió el prodigio de arruinar una nación con los mayores ingresos en toda su historia. Las erráticas políticas económicas, edulcoradas con populismo irresponsable e ideología trasnochada, acabaron con la producción nacional en manos de la empresa privada, para dejarnos la más alta inflación del planeta; una escasez peor a la que pueda tener una nación en plena guerra; falta de empleos productivos o empleos informales que cubren más de la mitad de la población económicamente activa. Un gobierno cuyo principal interés es importar más del 80% de lo que los venezolanos consumimos. En definitiva, una economía que colapsa frente a la ignorancia de un gobierno que perdió la brújula y el control de Venezuela.

La crisis también es social. Una de las consecuencias de una economía en bancarrota es el aumento de la pobreza. Salarios que se vuelven sal y agua y que apenas alcanzan para cubrir lo estrictamente necesario. El hambre empieza a ser síntoma de una sociedad enferma. Pero conjuntamente con la pobreza crecen otros males que nos flagelan: pésimos servicios de educación y salud pública; inseguridad desbordada a pesar que el gobierno cuenta con el personal y armamentos suficientes para combatirla, como lo demostró la ferocidad de la represión de los estudiantes. Pero la crisis social está en relación directa con la pérdida de valores fundamentales para la sana convivencia social. El derecho a la vida está arrinconado frente a la cultura de la muerte y la violencia; la solidaridad y la hermandad que nos caracterizaba está en minusvalía de cara al egoísmo que produce el bozal de arepa del gobierno. Una sociedad donde la paz se ha constituido en un instrumento del gobierno para acallar las voces que protestan en búsqueda del cambio que brota por todos los rincones de la patria.

Dentro de tan dantesco panorama, no es posible seguir confiando en el culpable de la debacle nacional; en aquel que destruyó nuestros sueños y esperanzas; en el que pretende secuestrar nuestra libertad e independencia;  ni mucho menos creer en un diálogo que sólo busca oxigenar al gobierno para recobrar las fuerzas que ya perdió. En momentos de intolerancia y polarización políticas, si en algo estamos de acuerdo la inmensa mayoría de los venezolanos, es en la lucha por un cambio para rescatar la democracia que estamos perdiendo, un cambio para construir un mejor país donde impere efectivamente la paz, el reencuentro, la justicia y el progreso que nos traiga oportunidades para todos los que vivimos en esta tierra de gracia. El que persevera vence.

                                                                       Profesor Titular de LUZ

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