Tiempos de crisis, tiempos de
cambio
Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)
Pocas veces en nuestra historia republicana, Venezuela
ha vivido una crisis como la actual; no sólo por su complejidad, sino por el
momento y las condiciones en las que se desarrolla. Es una crisis que abarca
todas las áreas del quehacer nacional. Es una crisis política, económica y
social.
La crisis es política por la incapacidad del gobierno
para satisfacer las crecientes demandas de la población. Un modelo político que
sustenta su poder en un liderazgo autoritario carente de legitimidad, con
instituciones que han perdido autonomía para constituirse en un apéndice del
poder ejecutivo, irrespetando abiertamente la Constitución Nacional. Un modelo
que ha polarizado al país en dos sectores prácticamente irreconciliables,
apreciándose escenarios cercanos a la ingobernabilidad. Una revolución que se
transformó en una dictadura que ya no interpreta las opiniones y sentimientos de
la mayoría del país. Un gobierno que camina de espaldas al pueblo.
La crisis es económica porque este gobierno cometió el
prodigio de arruinar una nación con los mayores ingresos en toda su historia.
Las erráticas políticas económicas, edulcoradas con populismo irresponsable e
ideología trasnochada, acabaron con la producción nacional en manos de la
empresa privada, para dejarnos la más alta inflación del planeta; una escasez
peor a la que pueda tener una nación en plena guerra; falta de empleos
productivos o empleos informales que cubren más de la mitad de la población económicamente
activa. Un gobierno cuyo principal interés es importar más del 80% de lo que
los venezolanos consumimos. En definitiva, una economía que colapsa frente a la
ignorancia de un gobierno que perdió la brújula y el control de Venezuela.
La crisis también es social. Una de las consecuencias
de una economía en bancarrota es el aumento de la pobreza. Salarios que se
vuelven sal y agua y que apenas alcanzan para cubrir lo estrictamente
necesario. El hambre empieza a ser síntoma de una sociedad enferma. Pero
conjuntamente con la pobreza crecen otros males que nos flagelan: pésimos
servicios de educación y salud pública; inseguridad desbordada a pesar que el
gobierno cuenta con el personal y armamentos suficientes para combatirla, como lo
demostró la ferocidad de la represión de los estudiantes. Pero la crisis social
está en relación directa con la pérdida de valores fundamentales para la sana
convivencia social. El derecho a la vida está arrinconado frente a la cultura
de la muerte y la violencia; la solidaridad y la hermandad que nos
caracterizaba está en minusvalía de cara al egoísmo que produce el bozal de
arepa del gobierno. Una sociedad donde la paz se ha constituido en un
instrumento del gobierno para acallar las voces que protestan en búsqueda del
cambio que brota por todos los rincones de la patria.
Dentro de tan dantesco panorama, no es posible seguir
confiando en el culpable de la debacle nacional; en aquel que destruyó nuestros
sueños y esperanzas; en el que pretende secuestrar nuestra libertad e
independencia; ni mucho menos creer en
un diálogo que sólo busca oxigenar al gobierno para recobrar las fuerzas que ya
perdió. En momentos de intolerancia y polarización políticas, si en algo
estamos de acuerdo la inmensa mayoría de los venezolanos, es en la lucha por un
cambio para rescatar la democracia que estamos perdiendo, un cambio para
construir un mejor país donde impere efectivamente la paz, el reencuentro, la
justicia y el progreso que nos traiga oportunidades para todos los que vivimos
en esta tierra de gracia. El que persevera vence.
Profesor Titular de LUZ
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