miércoles, 11 de junio de 2014


Una sociedad en decadencia

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

La decadencia es el principio de debilidad o ruina, tanto en el orden material como espiritual. La decadencia se asocia también con deterioro, menoscabo, colapso. Una sociedad en decadencia es una sociedad enferma, cuyos efectos hacen estragos entre los ciudadanos que forman parte de ella. En una coyuntura de decadencia nadie sale ileso, porque se asemeja a un cáncer que carcome los órganos y células sanos del organismo.

En el estudio de opinión pública de Consultores 21, C.A., correspondiente al mes de marzo de este año, puede apreciarse un incremento significativo en la percepción de los venezolanos relacionada con la decadencia del país. En el primer trimestre del 2012, el 32% de los venezolanos consideraba que Venezuela es un país en decadencia, pero a partir del tercer trimestre del 2013 hasta el primero del 2014, los venezolanos que piensan de esa manera alcanzan el 44.4%, un aumento de más del 12%, a lo que se le agrega un 26.3% que cree que Venezuela es un país estancado. La suma de ambas condiciones –decadencia y estancamiento- alcanza el 70.7%, esto es, siete de cada diez venezolanos creen que nuestro país va por muy mal camino, en decadencia y estancado.

No hace falta consultar datos de la opinión pública para percatarnos del estado de postración y de ruina que estamos viviendo, en todos los órdenes de la vida nacional. La corrupción, la mediocridad y la sumisión son signos de la decadencia de las instituciones del Estado Venezolano. Allí no hay pizca de decencia ni decoro. Pero si evaluamos el sistema educativo, el colapso es mayor cada día. Ausencia de una educación de calidad que forme a niños y a jóvenes con los conocimientos, habilidades y valores necesarios para la construcción de una sociedad democrática, moderna y segura. La familia no se encuentra en mejores condiciones. La transmisión de valores como el respeto, el trabajo, la solidaridad y la honestidad, no existe en la mayoría de las familias venezolanas que sufren el flagelo de la paternidad/maternidad irresponsable, la violencia doméstica y la falta de testimonios vivos que refuercen el papel de la familia como centro fundamental de la sociedad.

La mediocridad, la apatía y la falta de la prestación de servicios de calidad, dejó de ser desde hace tiempo una realidad exclusiva de los organismos gubernamentales; la empresa privada ya se contagió de esa epidemia. Empleados que, con razón ó no, viven sólo para ganar quince y último, sin interés alguno por superarse o destacarse entre sus compañeros. Irrespetan a los clientes o, lo que es peor, los ignoran absolutamente. Son una especie de autómatas que apenas respiran para no morir.

Como es de suponer, el valor de la ciudadanía es una entelequia entre nosotros. No podemos considerarnos ciudadanos cuya actuación engrandecen al país, a la ciudad o al barrio donde residimos. Somos violadores conspicuos de las normas de respeto y convivencia social. La criminalidad nos mantiene presos en nuestras propias casas. No respetamos las señales de tránsito; se nos olvidó dar las gracias o pedir permiso; el frente de las casas o las calles son botaderos de basura, sin que nos moleste la basura y la fetidez que ella despide. Nos estamos acostumbrando muy rápido a la suciedad, al abandono, al deterioro, al igual que los cubanos se acostumbraron a vivir entre las ruinas y despojos generados por una revolución corrupta e inhumana.

Pero allí no termina el colapso de la sociedad venezolana. Algunos políticos y muchos empresarios actúan de espaldas al país, porque los negocios con el régimen les impiden defender a Venezuela so pena de quitarles las prebendas y beneficios, muy atractivos por cierto, y someterlos a un proceso de persecución en manos de una justicia que sólo hace caso a las llamadas de Miraflores.

Ni hablar de la grave situación económica de la nación. Escasez generalizada, alto costo de la vida, desempleo, falta de divisas, desinversión, destrucción de la producción nacional; en fin, un estado de pobreza general que amenaza con eliminar por completo las oportunidades de superar tan dramática situación.

Estamos frente a una sociedad enferma que necesita no sólo de médicos virtuosos y calificados, sino de acompañantes conscientes de su responsabilidad y compromiso con el país. Ese es el gran reto que debemos asumir todos como si fuéramos uno. La decadencia de Venezuela nos exige que despertemos y actuemos con firmeza y valentía para evitar decir en algún momento: “extraño a Venezuela, a pesar de vivir aquí”.

Profesor Titular de LUZ

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