miércoles, 20 de agosto de 2014


Turismo en revolución

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Conversando en días pasados con un compadre, me contó la odisea que vivió con su familia en un viaje de vacaciones para la isla de Margarita. Confiando en la palabra del ministro Izarra, pensó que hacer turismo nacional era una buena opción, ahora que viajar al extranjero es prohibitivo. Planificaron el viaje por ocho días, obtuvieron los boletos aéreos y la reservación en el resort de Porlamar. Todo listo para disfrutar de unas merecidas vacaciones familiares.

Poco tiempo duró la ilusión del viaje. Muy pronto empezaron los padecimientos del grupo de vacacionistas integrado por once personas, incluyendo niños. Debían salir del aeropuerto de Santo Domingo, en el Estado Táchira, pero el cierre de la vía por espacio de dos horas, por orden del gobernador Vielma Mora, impidió abordar el vuelo correspondiente. Después de algunas horas de espera pudieron comprar nuevos boletos para Maiquetía sin garantía de conexión con Porlamar. Al llegar a Maiquetía, con menos dinero en sus bolsillos, tuvieron que esperar hasta el otro día, ya que resultaron infructuosas las diligencias para tratar de abordar un vuelo hacia la isla. Frente al imprevisto, no tuvieron más remedio de pagar un hotel en el estado Vargas. Con los nuevos pasajes y una noche adicional de hospedaje, incluyendo la alimentación, el presupuesto familiar sufrió una merma considerable, a pesar que para la revolución unas vacaciones nacionales salen baraticas y con todas las comodidades que exigen los turistas venezolanos y extranjeros.

Después de 24 horas de haber salido de San Cristóbal, pudieron llegar a la perla del Caribe. Inmediatamente de llegar al aeropuerto isleño, se percataron que los habían sacado del sistema, con lo cual no tenían garantía de su regreso en la fecha prevista. Después de hablar con diferentes funcionarios de la línea, en tres horas resolvieron el involuntario error de la línea aérea. Ahora si estaba todo en orden para disfrutar de las paradisiacas playas del oriente venezolano. Cuanta ingenuidad y excesiva confianza.

Lo que mi compadre y su familia jamás imaginaron es que Margarita es un pedazo de Venezuela, con las mismas calamidades y tragedias que estamos viviendo en cualquier rincón de este golpeado y arruinado país. Al llegar al resort se encontraron que no había agua, debían someterse al penoso racionamiento que estamos sufriendo los venezolanos, sin contar con los continuos apagones que frustran la planificación que normalmente se hace en un viaje de vacaciones.

Pero lo peor es que allá también escasea la comida y, lo más insólito, no hay güisqui escoses, algo impensable pero cierto. Debían hacer colas para poder comprar dos unidades de pan por persona; el aceite para freír un pescadito o preparar otro tipo de comida jamás apareció. Al no poder preparar las comidas en el hospedaje, se vieron obligados comer afuera, en restaurantes nada lujosos. Un almuerzo para once personas cuesta entre 9.000 y 10.000 bolívares (10 millones de los viejos), y lo que consumían en las playas nunca bajó de 7.000 bolívares. Es decir, toda una fortuna en alimentación; afortunadamente, en los centros comerciales las tiendas están cerradas, o aquellas que aun están abiertas tienen muy poca mercancía, porque el dinero que llevaron para comprar tuvieron que gastarlo en contingencias y en manutención. Definitivamente, la referencia turística de nuestro país la destruyó la revolución, como han hecho con todo lo que sus manos tocan. Convierten en ruina maloliente todo aquello que puede brillar como oro, con razón la gente piensa que el régimen se ganó el premio nobel de Química por tan increíble transformación.

La isla está a oscuras y descuidada. Colas en todas partes, incluso en centros de salud privados para recibir servicios básicos y de emergencia. La gente perdió la cordialidad que le era innata a los isleños, pues, el drama de sobrevivir es mucho más fuerte que la sonrisa y el trato amable con los que recibían a los turistas. Cada día se hace más difícil conocer las bellezas que el Señor dispuso en cada rincón de nuestro hermoso país. Sin contar la delincuencia desbordada que mantiene en estado de paranoia a los turistas, ya que tememos no sólo de perder nuestras pertenencias sino la propia vida. En nuestras carreteras además de los huecos, desvíos y “policías acostados”, escasea la gasolina que con tanta facilidad la sacan de nuestro territorio –más de 100.000 barriles de gasolina sacan a diario por las fronteras-, frente a la “ceguera” millonaria de los uniformados de verde que tienen la responsabilidad de resguardar nuestras fronteras.

Izarra con condiciones tan deplorables resulta todo un riesgo hacer turismo nacional, a no ser que nos prestes tu avión y la flota de aviones de PDSA y ministerios para minimizar los padecimientos y, si no es pedir mucho, que recibamos igual trato y condiciones que los que reciben los dignatarios y funcionarios del ALBA que, cual chulos, vienen hacer negocios “patriotas y revolucionarios” con el régimen de Nicolás Maduro. Después de ocho días de inconvenientes y desastres, mi compadre por fin pudo llegar a su amada San Cristóbal. ¡Que viva el turismo que nos regala esta revolución bonita!
Profesor Titular de LUZ

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