miércoles, 4 de marzo de 2015


La locura de un país

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Aún retumban en mis oídos los gritos enardecidos de los seguidores de la revolución que decían: “Chávez los tiene locos”. Con cada victoria electoral, se arreciaban los epítetos de burla e irrespeto en contra de los que mantenemos una posición contraria al proceso revolucionario, señalando que el comandante era tan fuerte que acababa con la cordura y tranquilidad de la mitad del país.

Esta locura continúa. Pero ya no es la locura que despierta el carisma de un líder que se creyó el “salvador de la patria”, ni mucho menos la locura de una victoria electoral evidenciada en mayoría aplastante y en multitudinario apoyo popular; es una locura de otro tipo, aquella que se hace presente cada día cuando nos toca vivir en carne propia los desafueros de un régimen que se ha planteado colocar este país patas arriba, llevándonos a la ruina total. Una locura que arrastra a ciudadanos angustiados que nos sentimos impotentes frente a tantos abusos e incapacidad, por parte de una minoría gobernante que sigue burlándose de un pueblo que no merece sufrir tantas  desgracias juntas.

No sólo somos el hazmerreir del mundo, sino que estamos en el abismo de la locura absoluta. Esto no lo entiende nadie y, sin embargo, el régimen pretende que nos hagamos los desentendidos y sigamos caminando como si no pasara nada.

La incertidumbre es sin lugar a dudas la mejor aliada de esta locura nacional. Para ser sinceros, creo que ni el propio régimen sabe para dónde vamos. En un país que padece la más espantosa escasez de nuestra historia contemporánea, el régimen insiste en mantener un cerco a la economía, con un control férreo que lejos de resolver el problema espanta las inversiones nacionales e internacionales; en vez de aliarse con los factores productivos para salir del abismo, los persigue, los criminaliza, actúa en su contra como quien trata a verdaderos delincuentes. Díganme, apreciados lectores, cómo se llama esto sino locura.

En un país seco de divisas, producto de la corrupción y de la más desastrosa administración de los últimos cincuenta años, el régimen no sabe qué hacer con la política cambiaria, porque cree que el responsable es la guerra económica, cuando todos sabemos que es la falta de oferta de dólares. Pues bien, inventaron el SIMADI que nació con una diferencia de apenas 8 Bs. por debajo del dólar paralelo; quince días después, la franja es de más de 70 Bs. a favor del innombrable. Esta locura no es capaz de construir confianza, base de cualquier economía sana y fuerte. Mientras tanto, los precios de los bienes y servicios suben cada día, con el agravante que la escasez tiende a incrementarse por falta de las importaciones que no pueden realizarse porque dólares no hay y el gobierno se hace de la vista gorda con la multimillonaria deuda con empresarios e importadores.

Esta locura revolucionaria sigue atentando contra nuestra salud mental. Perlas como éstas que nos dejan sin respiración: un kilo de queso semiduro Bs. 560; la lavada de un pantalón en una lavandería Bs. 200; una batería de automóvil –si la conseguimos- entre Bs. 15.000 y 20.000; un kilo de carne (ni lomito, ni solomo de cuerito) Bs. 450; y pare usted de contar porque con el inicio de cada día oímos estas frases “señor(a) a partir de hoy tenemos otro precio”, eso se repite en servicios, en alimentos, en cualquier insumo que necesitemos.

La otra aliada de esta locura revolucionaria es la parálisis del país. Venezuela se encuentra en estado de coma, en espera de un mejor equipo médico que aplique los medicamentos más pertinentes para salvar de la muerte al paciente; y, como corolario, la tercera aliada de la locura del régimen, es la pobreza de nuestro pueblo, el abandono y la desidia con la que empezamos a vivir. Pero lo más grave es que esa pobreza no sólo es material, sino que como un cáncer atenta con corroer las fuerzas y las reservas de moral y dignidad de un pueblo que se encuentra adormecido por el miedo que el régimen quiere proyectar, cuando su principal virtud es la debilidad y el fracaso que nos lleva a pensar que, a pesar de tantas desgracias, “no hay locura que dure 100 años, ni bolsas que la resistamos”.

Profesor Titular de LUZ

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