Nacionalismo hipócrita
Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)
El nacionalismo es “una ideología que se basa en un
nivel superior de conciencia e identificación con la realidad y la historia de
una nación”; asimismo, “el sentimiento de pertenencia a la nación”, se denomina
patriotismo. Durante el siglo pasado, estas ideas sirvieron de fundamento al
nazismo alemán y al fascismo italiano, responsables de millones de muertes
inocentes gracias al racismo y al odio visceral que defendían con ardorosa
devoción.
En América Latina, los movimientos nacionalistas han
alimentado discursos belicistas que han desembocado en guerras innecesarias,
dejando muertes, desolación y la desintegración de la unidad latinoamericana, para
satisfacer el ego de seudolíderes que pretendían esconder sus incapacidades,
insuflando en el pueblo un sentimiento nacionalista que en sus conciencias no
existe.
Desafortunadamente, ese nacionalismo hipócrita y
trasnochado está rodando desde hace mucho tiempo por Venezuela, pero ahora está
alimentando actitudes bélicas en la población que, a la larga, profundizarán
los graves problemas que padecemos. El nacionalismo ha sido un arma utilizada
por políticos con vocación autoritaria, que se escudan en los militares para resolver
los conflictos que la diplomacia y el diálogo respetuoso pueden solucionar. En
las últimas semanas, el régimen ha desplegado sus baterías para enfrentar la
supuesta amenaza yanqui a la soberanía nacional, efectuando despliegues
militares, aprobaron una ley habilitante antiimperialista, marchas y discursos
rimbombantes con el apoyo cómplice de los aliados de la región. Pero en el
fondo, el régimen más que protegerse del enemigo extranjero –léase Barack
Obama-, lo que pretende es desviar la atención de los venezolanos acerca de sus
problemas y de la percepción generalizada sobre la responsabilidad directa de
Nicolás Maduro en la pésima situación del país.
El nacionalismo que realmente está consustanciado con
la esencia venezolanista es aquel que trabaja incansablemente para construir
una sociedad mejor para todos, sin exclusiones como las que este régimen
practica. Ese nacionalismo de pacotilla que nos quieren vender sólo sirve a los
intereses de una minoría que ha desangrado el país, heredándonos la
incertidumbre, el pesimismo, la pobreza y la corrupción como valores de vida.
Ese nacionalismo revolucionario que pretenden que acompañemos todos los
venezolanos, es el único responsable de nuestras desgracias actuales y, poco a
poco, nos mina las fuerzas para continuar resistiendo la peor barbarie a la que
régimen alguno ha sometido al pueblo venezolano.
Además, ese nacionalismo es incapaz y corrupto.
Después de más quince años de revolución, podemos decir, parafraseando la
célebre frase del comandante, “por ahora, no se cumplieron los objetivos”. La
pobreza hoy alcanza a más de 10 millones de venezolanos, peor que la realidad
que Chávez encontró en 1999. De nada valieron los miles de millones de dólares
invertidos en una supuesta justicia social que, más que eliminar la pobreza,
convirtió a los venezolanos en mendigos y pordioseros que han perdido el valor
del trabajo productivo y la educación como únicos mecanismos para alcanzar el
progreso personal y social.
Ese nacionalismo despilfarró más de mil millones de
millones de dólares, arrasando con la bonanza petrolera más larga y abundante
de nuestra historia republicana; dinero que fue a parar en bancos
internacionales donde se amasan fortunas extraordinarias de personeros que
llegaron al poder con una mano delante y otra atrás y, hoy día, son potentados
que nos siguen chantajeando con una falsa moral revolucionaria.
Un nacionalismo hambreador que destruyó nuestros
salarios, la calidad de vida y la capacidad de ahorro, sometiéndonos a
infernales colas para adquirir los alimentos básicos que cada vez son más
escasos y más caros. Un nacionalismo que se rompe las vestiduras para denunciar
una amenaza externa pero que internamente se goza cínicamente del maltrato, la
represión y persecución de ciudadanos inocentes a los que se les viola
flagrantemente sus más elementales derechos humanos.
Un nacionalismo que se empecina en destruir la
esperanza y los sueños por una sociedad donde el ser humano se respete por lo
que es y no por lo que piensa, no puede esperar el apoyo de millones de
ciudadanos que se sienten amenazados por la locura de un régimen que perdió la
cordura y el sentido común, que está fuera de control para garantizar su exigua
sobrevivencia.
Apreciados lectores, nunca olvidemos las palabras de
uno de los más grandes genios de la humanidad, “el nacionalismo es una
enfermedad infantil. Es el sarampión de la humanidad” (Albert Einstein).
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