miércoles, 18 de marzo de 2015


Nacionalismo hipócrita

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

El nacionalismo es “una ideología que se basa en un nivel superior de conciencia e identificación con la realidad y la historia de una nación”; asimismo, “el sentimiento de pertenencia a la nación”, se denomina patriotismo. Durante el siglo pasado, estas ideas sirvieron de fundamento al nazismo alemán y al fascismo italiano, responsables de millones de muertes inocentes gracias al racismo y al odio visceral que defendían con ardorosa devoción.

En América Latina, los movimientos nacionalistas han alimentado discursos belicistas que han desembocado en guerras innecesarias, dejando muertes, desolación y la desintegración de la unidad latinoamericana, para satisfacer el ego de seudolíderes que pretendían esconder sus incapacidades, insuflando en el pueblo un sentimiento nacionalista que en sus conciencias no existe.

Desafortunadamente, ese nacionalismo hipócrita y trasnochado está rodando desde hace mucho tiempo por Venezuela, pero ahora está alimentando actitudes bélicas en la población que, a la larga, profundizarán los graves problemas que padecemos. El nacionalismo ha sido un arma utilizada por políticos con vocación autoritaria, que se escudan en los militares para resolver los conflictos que la diplomacia y el diálogo respetuoso pueden solucionar. En las últimas semanas, el régimen ha desplegado sus baterías para enfrentar la supuesta amenaza yanqui a la soberanía nacional, efectuando despliegues militares, aprobaron una ley habilitante antiimperialista, marchas y discursos rimbombantes con el apoyo cómplice de los aliados de la región. Pero en el fondo, el régimen más que protegerse del enemigo extranjero –léase Barack Obama-, lo que pretende es desviar la atención de los venezolanos acerca de sus problemas y de la percepción generalizada sobre la responsabilidad directa de Nicolás Maduro en la pésima situación del país.

El nacionalismo que realmente está consustanciado con la esencia venezolanista es aquel que trabaja incansablemente para construir una sociedad mejor para todos, sin exclusiones como las que este régimen practica. Ese nacionalismo de pacotilla que nos quieren vender sólo sirve a los intereses de una minoría que ha desangrado el país, heredándonos la incertidumbre, el pesimismo, la pobreza y la corrupción como valores de vida. Ese nacionalismo revolucionario que pretenden que acompañemos todos los venezolanos, es el único responsable de nuestras desgracias actuales y, poco a poco, nos mina las fuerzas para continuar resistiendo la peor barbarie a la que régimen alguno ha sometido al pueblo venezolano.

Además, ese nacionalismo es incapaz y corrupto. Después de más quince años de revolución, podemos decir, parafraseando la célebre frase del comandante, “por ahora, no se cumplieron los objetivos”. La pobreza hoy alcanza a más de 10 millones de venezolanos, peor que la realidad que Chávez encontró en 1999. De nada valieron los miles de millones de dólares invertidos en una supuesta justicia social que, más que eliminar la pobreza, convirtió a los venezolanos en mendigos y pordioseros que han perdido el valor del trabajo productivo y la educación como únicos mecanismos para alcanzar el progreso personal y social.

Ese nacionalismo despilfarró más de mil millones de millones de dólares, arrasando con la bonanza petrolera más larga y abundante de nuestra historia republicana; dinero que fue a parar en bancos internacionales donde se amasan fortunas extraordinarias de personeros que llegaron al poder con una mano delante y otra atrás y, hoy día, son potentados que nos siguen chantajeando con una falsa moral revolucionaria.

Un nacionalismo hambreador que destruyó nuestros salarios, la calidad de vida y la capacidad de ahorro, sometiéndonos a infernales colas para adquirir los alimentos básicos que cada vez son más escasos y más caros. Un nacionalismo que se rompe las vestiduras para denunciar una amenaza externa pero que internamente se goza cínicamente del maltrato, la represión y persecución de ciudadanos inocentes a los que se les viola flagrantemente sus más elementales derechos humanos.

Un nacionalismo que se empecina en destruir la esperanza y los sueños por una sociedad donde el ser humano se respete por lo que es y no por lo que piensa, no puede esperar el apoyo de millones de ciudadanos que se sienten amenazados por la locura de un régimen que perdió la cordura y el sentido común, que está fuera de control para garantizar su exigua sobrevivencia.

Apreciados lectores, nunca olvidemos las palabras de uno de los más grandes genios de la humanidad, “el nacionalismo es una enfermedad infantil. Es el sarampión de la humanidad” (Albert Einstein).

 
Profesor Titular de LUZ

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