miércoles, 11 de marzo de 2015


La estrategia del miedo

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

 
Correcta o incorrecta, con resultados o sin éstos, nos guste o nos disguste, el régimen está desarrollando su estrategia, fundamentada básicamente en el miedo. Frente a la incapacidad para enfrentar la peor crisis de nuestra vida democrática, el régimen conoce el descontento del pueblo y está consciente, además, que el país está debajo de un inmenso tanque de combustible que sólo basta encender un fósforo para que se produzca una explosión de grandes proporciones; la sensibilidad del pueblo está a flor de piel, por eso el régimen está jugando con el miedo de la gente. Su radicalización es un ejercicio que, por ahora, puede hacerle ganar tiempo, acompañado de un feroz discurso nacionalista que nos recuerda a Argentina (1982) cuando le declaró la guerra a Inglaterra por el caso de Las Malvinas.

Las protestas que se generan a diario a lo largo y ancho del país, le produce mucho escozor y pone al descubierto su debilidad. Para evitar que el país se embochinche, está enviando señales muy concretas dirigidas a encarcelar, arbitraria e ilegalmente, a importantes dirigentes de la oposición, como es el caso del alcalde Antonio Ledezma; persigue y hostiga a María Corina Machado; destituye alcaldes democráticos; amenaza a empresarios; encarcela a jóvenes universitarios, con el propósito de advertirle a los ciudadanos lo que podría sucederles si salen a la calle a protestar. En pocas palabras, el régimen nos dice que si es capaz de encarcelar a Ledezma, siendo el Alcalde Metropolitano, qué no sería capaz de hacer en contra de indefensos ciudadanos que sólo ejercen el derecho constitucional de la protesta pacífica y democrática. En consecuencia, el régimen pretende colocar un freno a la rebeldía de un pueblo que no se cala tanta incapacidad para gobernar Venezuela, apoyado en instituciones (Asamblea Nacional, Defensoría del Pueblo, Fiscalía General, TSJ) que obedecen ciegamente las órdenes emanadas de Miraflores.

Temeroso de la furia del pueblo, el régimen se ha prohibido hablar de la crisis. Sólo basta oír las reiteradas peroratas del presidente Maduro en cadena nacional, para entender que para ellos el país es otro muy diferente al que padecemos la inmensa mayoría de los venezolanos. Jamás pronuncia la palabra crisis, ni mucho menos decide políticas serias dirigidas a recobrar la confianza necesaria para reactivar la economía. Su discurso es invariablemente político proselitista, con la pretensión de desviar la atención de los venezolanos acerca de los graves problemas que nos golpean: la inflación más alta del planeta; una escasez sin paragón en nuestra historia contemporánea; inseguridad; desempleo; colapso de la salud pública y el resto de los servicios básicos, etc. Para el régimen, el problema es el golpe de estado “azul”, orquestado por EE.UU. y los sectores de la derecha radical; el problema es la amenaza de una intervención militar gringa que ponga fin a “la soberanía de la patria”. Por ello, el deber fundamental del gobierno y de la fuerza armada es defender la patria de un enemigo imaginario, aunque ello signifique que el pueblo de Bolívar muera de mengua. Este es el gobierno que más ha abusado de la arenga proselitista, burda e irresponsable, para tratar de responsabilizar a terceros de sus propios errores e incapacidades.

La estrategia del miedo pretende alcanzar además otro resultado concreto que permita al régimen mantenerse en el poder a través de la vía electoral. Ellos apuestan, desde sus reuniones palaciegas, que un pueblo temeroso que observa la fuerza indomable de un régimen –“dime de qué presumes y te diré de qué careces”- termina pensando que no hay posibilidades de un cambio porque “esa gente se atornilló en el poder y no hay manera de sacarlos”. Pues bien, la estrategia del miedo persigue la desmovilización, desmoralización y desmotivación de millones de ciudadanos que, frente a tanta impotencia, podrían abstenerse en las próximas elecciones para la Asamblea Nacional. Si los opositores deciden no acudir a las mesas de votación, entonces, el régimen ganará de nuevo la mayoría de las curules y, de esta manera, garantiza la vigencia de la revolución.

Inocular el miedo en un pueblo, es el testimonio más expedito de la debilidad del régimen; pero si los venezolanos nos contagiamos del miedo, entonces, las cosas serán mucho más difíciles para todos, por cuanto la real posibilidad de cambio se aborta por la malévola fuerza de un miedo que nos paraliza y corroe nuestra dignidad como pueblo amante de la libertad, la justicia y el progreso.

En circunstancias tan difíciles como las que estamos viviendo, en esta vorágine que nos lleva a la locura total, recordemos con reflexiva inteligencia las palabras sencillas de San Juan Pablo II, ¡no tengáis miedo! ¡No tengáis miedo a la verdad de vosotros mismos! ¡No tengáis miedo de vosotros mismos!
Profesor Titular de LUZ

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