Amarga despedida
Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)
Nací en una familia que sembró su vida en tierras del
Sur del Lago; acompañado de la tranquilidad de la naturaleza y de la bondad y
afecto de su gente. Mi infancia transcurrió sin la incertidumbre y los
sobresaltos a la que nos tienen acostumbrados estos tiempos de revolución. La
unión familiar fue uno de los valores más preciados y practicados por mis
padres, Neptaly y Laura. Para ellos, la unidad de la familia era amor, respeto,
solidaridad, lealtad y fortaleza para encarar las dificultades. Con la
sabiduría acumulada por la experiencia de los años, mi padre afirmaba
frecuentemente: “la familia es mi mayor tesoro y su unión es la razón que me
inspira para seguir luchando”. Hasta el día de hoy, he tratado de honrar el
portentoso legado de mis padres, fortaleciendo el amor hacia mi familia, los
Rincón Marroquín, con el mismo esmero con el que se cuida la flor más bella del
jardín.
Cuando hace más de treinta años me casé con mi esposa
Adeila, el Señor me bendijo otra vez al regalarme una nueva familia, conformada
por los Atencio Finol; que al igual que mi familia biológica valoran y
practican la unión familiar, como herencia que nos dejó Chinco “El Negro” y Mamá
Rosa, en calidad de líderes vitales de esta gran familia.
Durante toda la vida, Dios me ha permitido disfrutar
de familias cuyo amor, lealtad y unión son más poderosas que las diferencias
que normalmente puedan suscitarse entre sus miembros, constituyéndose en el
mejor apoyo para alcanzar metas y proyectos, y en esa fuerza y valor que nos
ayudan a sortear las adversidades que encontramos en el camino.
Puedo decir a viva voz, y en lo más profundo de mi
corazón, que la familia es uno de los dones más maravillosos que el Señor me
regala con cada amanecer. Por eso no me cansaré jamás de darle infinitas gracias
por tan hermoso obsequio. Pero, muy a pesar nuestro, la separación de la
familia empieza a tocar nuestras puertas, llenándonos de profunda tristeza.
Separación que se produce por causas ajenas a nuestra voluntad; una separación
que no puede detenerse con un fuerte abrazo, con una palabra de perdón, o con
el sentimiento del amor más genuino; no la podemos detener porque es de otros
la culpa; es una separación que produce nostalgia, lágrimas e impotencia. Que
amenaza con paralizarnos frente a lo que jamás pensamos que podría suceder.
Sin oportunidades para echar adelante; sin empleos
dignos que le permitan levantar decentemente a sus familias; con el dolor de
saber que en su país, sus talentos y capacidades son menospreciados y
pisoteados por un gobierno incapaz, excluyente y corrupto; sin la garantía de
servicios básicos de calidad como la educación, la salud, la seguridad, la
electricidad y el agua potable; un país sin alimentos, ni medicinas; un país
sin futuro. Con este escenario tan desolador, nuestros hijos, nietos, sobrinos,
primos y amigos se ven obligados irse a otros países en búsqueda de lo que en
Venezuela no pueden alcanzar, dejando atrás una familia que poco a poco se
desintegra por una separación que nos duele hasta en el alma.
Ayer fueron mis sobrinos Marisol y Alejandro; Orlando
y Kate; Ingrid, Emilio e hijos; José Ricardo, Claudia e hijas; hoy son mis
compadres, sobrinos y ahijados, Mary Gaby y Victorino, con sus niños Camila y
Juan Diego, que son la luz y la alegría de nuestro hogar; mañana será, Dios
mediante, Laura Virginia, nuestra hija amada y así otros tantos, hasta que esta
familia tan numerosa empiece a reducirse y a llenarse de recuerdos que jamás
podrán borrarse de nuestra memoria.
De la separación de miles de familias, también es
culpable este régimen nefasto que transformó a Venezuela en un país de emigrantes,
cuando siempre fuimos una nación que cobijó con afecto y respeto a extranjeros
provenientes de todas partes del mundo. Usted, Nicolás Maduro, y su régimen
fracasado, transformaron un país de progreso que daba oportunidades a nacionales
y extranjeros, porque aquí cabíamos todos, en una nación en la que sus hijos se
ven obligados a abandonarla para evitar morir de mengua.
Los que nos quedamos aquí para continuar la lucha por
un mejor país, o porque sencillamente no podemos irnos, le pedimos al Señor
bendiga con abundancia a los que por fuerza mayor dejan su tierra, sus
familias, sus afectos, sus recuerdos; a los que se van con sus corazones rotos;
que les brinde la fortaleza y la perseverancia para alcanzar en sus nuevos
destinos lo que en su país no pudieron obtener. Que esta amarga despedida se
transforme en fe viva y maravillosa esperanza que les guíe por un mejor camino
y les proporcione el bienestar necesario y anhelado.
Queridos hijos, jamás olviden que por muy grande que
sea la distancia física, nada podrá destruir la unión espiritual y el amor
sublime de la familia, porque como dice la canción de Rubén Blades “… a pesar
de los problemas, Familia es Familia y Cariño es Cariño”. Dios los bendiga y
los proteja siempre.
Profesor Titular de LUZ
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