Una
ilusión de riqueza con olor a corrupción
Efraín Rincón Marroquín
(@EfrainRincon17)
Según el Diccionario de la
Lengua Española, “la ilusión es la falsa percepción acerca de un objeto o
fenómeno debido a una errónea interpretación de los sentidos”, o también se
define como “la esperanza sin fundamento real”. Esto está sucediendo en la Venezuela
de la revolución chavista; nos engañaron con una ilusión de bienestar colectivo
producto de una gigantesca riqueza petrolera que fue aprovechada por una
minoría de privilegiados, a través del peor saqueo que ha sufrido la hacienda
pública venezolana en toda nuestra historia.
El régimen se las ingenió
para pulverizar una gigantesca riqueza petrolera; una riqueza tan grande que cualquier nación desarrollada palidecería
de envidia por su enorme cuantía. Sin embargo, en Venezuela esa riqueza sólo sirvió
para enriquecer a una minoría a través de guisos y negocios de todo tipo. No
quedó nada que no fuera penetrado por
los tentáculos de los enchufados, con la participación directa y complaciente
de las altas esferas de la revolución bolivariana.
Mientras los revolucionarios
de cuello blanco, corbatas de seda y joyas costosísimas robaban a la nación sin
remordimientos ni misericordia, el pueblo llano no se percató del saqueo –o
quiso hacerse el loco- porque el régimen nos ilusionó con un bienestar efímero,
consecuencia del enorme gasto público que puso a rodar montañas de dinero en la
calle. Con bombos y platillos, el régimen anunció la desaparición de la pobreza –mal endémico de
la IV República- para dar paso a la definitiva reivindicación social del pueblo
de Bolívar. La riqueza petrolera por fin había sido sembrada en el pueblo,
“único dueño” del petróleo. Tuvieron que transcurrir más de 16 años para darnos
cuenta de la peor estafa política e
ideológica que hemos padecido los venezolanos. Estafa que puede resumirse como
la corrupción más perversa e inmoral de la que tenga memoria la nación
venezolana, trayendo consigo más pobreza, hambre y miseria que la que teníamos hace
17 años atrás.
Si los años 80 del siglo XX
fueron catalogados como la década perdida de América Latina, la revolución
chavista-madurista debe ser considerada como la peor plaga del país en todos
los tiempos. La corrupción, sin duda alguna, es el emblema que caracteriza a
esta legión de delincuentes y forajidos. Hicieron de los guisos, las trampas y
las corruptelas su razón de vida. Acabaron con todo porque para ellos hasta el
hambre y la salud del pueblo tiene precio.
La fuerza de los hechos deja
al descubierto la realidad que pretenden esconder con su verborrea barata y su
moral de pacotilla. Destruyeron la gallinita de los huevos de oro; de ser una
de las más importantes empresas petroleras del mundo, convirtieron a PDVSA en chatarra
con una deuda descomunal; se dejó de producir y refinar petróleo para
convertirla en el centro de los guisos del régimen. Importación de alimentos
con sobreprecio; contratos de construcción de viviendas adjudicados a
personeros del régimen; adquisición de equipos y maquinarias de segunda mano
compradas como nuevas y con sobreprecio. Contratos multimillonarios que se
repartían entre los benefactores del régimen, dinero que después era lavado en
Norteamérica, Europa y paraísos fiscales. Con absoluta responsabilidad, podemos
decir que PDVSA ahora es propiedad de los enchufados y corruptos del régimen.
En cada obra, programa, misión
o proyecto ejecutado por el régimen está metida la mano peluda de la corrupción.
Destruyeron la producción agropecuaria del país. Hoy, millones de hectáreas de
tierras fértiles están abandonadas, producto de una abusiva política de
invasiones y expropiaciones, aduciendo que la tierra no podía ser propiedad de
terratenientes y oligarcas.
Pero en el fondo, ¿cuál fue la verdadera razón para
destruir el campo venezolano? Las importaciones masivas de alimentos, cuyos
contratos fueron a parar a manos de un grupito de privilegiados que se hicieron
multimillonarios importando, en alianza con productores extranjeros, toda clase
de alimentos con sobreprecio y, mucho de ellos no aptos para el consumo humano
por estar vencidos. Lo importante nunca fue alimentar al pueblo, sino el
tremendo negocio que significa importar alimentos con condiciones muy onerosas
para la Republica pero muy beneficiosas para los corruptos. Son tan inmorales
que jugaron con el hambre y la salud de los venezolanos, porque en materia de
importación de medicinas e insumos médicos la historia también está plagada de
guisos y chanchullos. Hoy día no hay comida ni medicinas, ni mucho menos
producción para mitigar el hambre que está presente en millones de hogares de
la nación.
Para “resolver” la crisis eléctrica
realizaron también muchas importaciones de equipos, insumos y plantas eléctricas
con el mismo pretexto, hacer jugosos negocios para unos pocos porque la crisis
se ha acentuado con apagones y calles oscuras que fomentan el crimen y la
delincuencia.
Todas las áreas del quehacer
nacional están minadas por la corrupción revolucionaria; la capacidad y
creatividad que les ha faltado para gobernar al país, las usaron con extraordinariamente
desempeño para husmear, inventar y concretar los guisos que les proporcionan
montañas de verdes que hoy están en extinción, gracias a la voracidad de unos
inmorales y forajidos que siguen culpando a terceros de las desgracias que
estamos padeciendo los venezolanos.
La inmoralidad
revolucionaria se escandalizó con el desangre de divisas generado por los
raspacupos, restringiendo de inmediato la distribución de divisas por ese
concepto, pero lo que suponíamos los venezolanos, y lo reveló finalmente el
inefable Giordani, es que el verdadero desangre de divisas lo protagonizaron
empresas de maletín a las que el régimen les entregó dólares preferenciales
para aumentar sus abultadas cuentas en el extranjero. Giordani preguntó al
gobierno por el destino de unos 25.000.000.000 millones de dólares entregados a
esas empresas; vaya usted a saber cuántos millones más se esfumaron por esa
vía, y ahora quieren completar semejante déficit con una tal emergencia que nos
empobrecerá más a través de impuestos, controles, restricciones y de una
inflación que, según las estimaciones, este año será superior al 500%. Quieren
enmendar la tragedia que ellos ocasionaron, con la misma fórmula que permitió
la corrupción y la destrucción de Venezuela.
En pocas palabras, el
régimen dilapidó, o mejor dicho se robó, la más grande fortuna que los
venezolanos hemos tenido. En vez de gobernar con inteligencia, honestidad, eficiencia
gerencial y la participación real de todos los actores nacionales, prefirieron
implantar un modelo ideológico obsoleto, corrupto, excluyente, inmoral y
destructor para enterrar las extraordinarias oportunidades de desarrollo y modernidad
que tuvimos tan cerca. Nos ofrecieron, por el contrario, una ilusión de riqueza
e inclusión social tanta falsas como los espejismos del desierto o como una
escalera de anime.
Hoy tenemos un país destruido,
con el peor desempeño económico del mundo; una sociedad corrompida sin los
valores fundamentales para salir airosos de esta pavorosa crisis. Todo esto
gracias a la corrupción, la avaricia y la ambición desmedida de unos resentidos
sociales que llegaron al poder con la firme intención de no dejar piedra sobre
piedra; llegaron para arrasar una nación que creyó sinceramente en sus promesas
de libertad, justicia y progreso, a cambio se llenaron los bolsillos y se
transformaron en los nuevos ricos de la patria; de supuestas víctimas pasaron a
ser victimarios y verdugos del pueblo.
Tuvieron todo para construir y hacer
grande a Venezuela; pero terminaron engañando vilmente a los más pobres, a los
indefensos, a ellos les robaron todo; por eso, se les acabó su tiempo y estamos
iniciando una nueva era donde los protagonistas seremos los venezolanos que
realmente amamos nuestra patria. Los corruptos, delincuentes, inmorales y
traidores revolucionarios serán juzgados, sino por la justicia terrenal, con
toda seguridad por la justicia divina que puede tardar pero siempre llega.
Profesor Titular de LUZ
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