lunes, 18 de enero de 2016

Una ilusión de riqueza con olor a corrupción

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Según el Diccionario de la Lengua Española, “la ilusión es la falsa percepción acerca de un objeto o fenómeno debido a una errónea interpretación de los sentidos”, o también se define como “la esperanza sin fundamento real”. Esto está sucediendo en la Venezuela de la revolución chavista; nos engañaron con una ilusión de bienestar colectivo producto de una gigantesca riqueza petrolera que fue aprovechada por una minoría de privilegiados, a través del peor saqueo que ha sufrido la hacienda pública venezolana en toda nuestra historia.

El régimen se las ingenió para pulverizar una gigantesca riqueza petrolera; una riqueza tan grande  que cualquier nación desarrollada palidecería de envidia por su enorme cuantía. Sin embargo, en Venezuela esa riqueza sólo sirvió para enriquecer a una minoría a través de guisos y negocios de todo tipo. No quedó  nada que no fuera penetrado por los tentáculos de los enchufados, con la participación directa y complaciente de las altas esferas de la revolución bolivariana.

Mientras los revolucionarios de cuello blanco, corbatas de seda y joyas costosísimas robaban a la nación sin remordimientos ni misericordia, el pueblo llano no se percató del saqueo –o quiso hacerse el loco- porque el régimen nos ilusionó con un bienestar efímero, consecuencia del enorme gasto público que puso a rodar montañas de dinero en la calle. Con bombos y platillos, el régimen anunció  la desaparición de la pobreza –mal endémico de la IV República- para dar paso a la definitiva reivindicación social del pueblo de Bolívar. La riqueza petrolera por fin había sido sembrada en el pueblo, “único dueño” del petróleo. Tuvieron que transcurrir más de 16 años para darnos  cuenta de la peor estafa política e ideológica que hemos padecido los venezolanos. Estafa que puede resumirse como la corrupción más perversa e inmoral de la que tenga memoria la nación venezolana, trayendo consigo más pobreza, hambre y miseria que la que teníamos hace 17 años atrás.

Si los años 80 del siglo XX fueron catalogados como la década perdida de América Latina, la revolución chavista-madurista debe ser considerada como la peor plaga del país en todos los tiempos. La corrupción, sin duda alguna, es el emblema que caracteriza a esta legión de delincuentes y forajidos. Hicieron de los guisos, las trampas y las corruptelas su razón de vida. Acabaron con todo porque para ellos hasta el hambre y la salud del pueblo tiene precio.

La fuerza de los hechos deja al descubierto la realidad que pretenden esconder con su verborrea barata y su moral de pacotilla. Destruyeron la gallinita de los huevos de oro; de ser una de las más importantes empresas petroleras del mundo, convirtieron a PDVSA en chatarra con una deuda descomunal; se dejó de producir y refinar petróleo para convertirla en el centro de los guisos del régimen. Importación de alimentos con sobreprecio; contratos de construcción de viviendas adjudicados a personeros del régimen; adquisición de equipos y maquinarias de segunda mano compradas como nuevas y con sobreprecio. Contratos multimillonarios que se repartían entre los benefactores del régimen, dinero que después era lavado en Norteamérica, Europa y paraísos fiscales. Con absoluta responsabilidad, podemos decir que PDVSA ahora es propiedad de los enchufados y corruptos del régimen.
En cada obra, programa, misión o proyecto ejecutado por el régimen está metida la mano peluda de la corrupción. Destruyeron la producción agropecuaria del país. Hoy, millones de hectáreas de tierras fértiles están abandonadas, producto de una abusiva política de invasiones y expropiaciones, aduciendo que la tierra no podía ser propiedad de terratenientes y oligarcas. 

Pero en el fondo, ¿cuál fue la verdadera razón para destruir el campo venezolano? Las importaciones masivas de alimentos, cuyos contratos fueron a parar a manos de un grupito de privilegiados que se hicieron multimillonarios importando, en alianza con productores extranjeros, toda clase de alimentos con sobreprecio y, mucho de ellos no aptos para el consumo humano por estar vencidos. Lo importante nunca fue alimentar al pueblo, sino el tremendo negocio que significa importar alimentos con condiciones muy onerosas para la Republica pero muy beneficiosas para los corruptos. Son tan inmorales que jugaron con el hambre y la salud de los venezolanos, porque en materia de importación de medicinas e insumos médicos la historia también está plagada de guisos y chanchullos. Hoy día no hay comida ni medicinas, ni mucho menos producción para mitigar el hambre que está presente en millones de hogares de la nación.

Para “resolver” la crisis eléctrica realizaron también muchas importaciones de equipos, insumos y plantas eléctricas con el mismo pretexto, hacer jugosos negocios para unos pocos porque la crisis se ha acentuado con apagones y calles oscuras que fomentan el crimen y la delincuencia.

Todas las áreas del quehacer nacional están minadas por la corrupción revolucionaria; la capacidad y creatividad que les ha faltado para gobernar al país, las usaron con extraordinariamente desempeño para husmear, inventar y concretar los guisos que les proporcionan montañas de verdes que hoy están en extinción, gracias a la voracidad de unos inmorales y forajidos que siguen culpando a terceros de las desgracias que estamos padeciendo los venezolanos.

La inmoralidad revolucionaria se escandalizó con el desangre de divisas generado por los raspacupos, restringiendo de inmediato la distribución de divisas por ese concepto, pero lo que suponíamos los venezolanos, y lo reveló finalmente el inefable Giordani, es que el verdadero desangre de divisas lo protagonizaron empresas de maletín a las que el régimen les entregó dólares preferenciales para aumentar sus abultadas cuentas en el extranjero. Giordani preguntó al gobierno por el destino de unos 25.000.000.000 millones de dólares entregados a esas empresas; vaya usted a saber cuántos millones más se esfumaron por esa vía, y ahora quieren completar semejante déficit con una tal emergencia que nos empobrecerá más a través de impuestos, controles, restricciones y de una inflación que, según las estimaciones, este año será superior al 500%. Quieren enmendar la tragedia que ellos ocasionaron, con la misma fórmula que permitió la corrupción y la destrucción de Venezuela.

En pocas palabras, el régimen dilapidó, o mejor dicho se robó, la más grande fortuna que los venezolanos hemos tenido. En vez de gobernar con inteligencia, honestidad, eficiencia gerencial y la participación real de todos los actores nacionales, prefirieron implantar un modelo ideológico obsoleto, corrupto, excluyente, inmoral y destructor para enterrar las extraordinarias oportunidades de desarrollo y modernidad que tuvimos tan cerca. Nos ofrecieron, por el contrario, una ilusión de riqueza e inclusión social tanta falsas como los espejismos del desierto o como una escalera de anime.

Hoy tenemos un país destruido, con el peor desempeño económico del mundo; una sociedad corrompida sin los valores fundamentales para salir airosos de esta pavorosa crisis. Todo esto gracias a la corrupción, la avaricia y la ambición desmedida de unos resentidos sociales que llegaron al poder con la firme intención de no dejar piedra sobre piedra; llegaron para arrasar una nación que creyó sinceramente en sus promesas de libertad, justicia y progreso, a cambio se llenaron los bolsillos y se transformaron en los nuevos ricos de la patria; de supuestas víctimas pasaron a ser victimarios y verdugos del pueblo. 

Tuvieron todo para construir y hacer grande a Venezuela; pero terminaron engañando vilmente a los más pobres, a los indefensos, a ellos les robaron todo; por eso, se les acabó su tiempo y estamos iniciando una nueva era donde los protagonistas seremos los venezolanos que realmente amamos nuestra patria. Los corruptos, delincuentes, inmorales y traidores revolucionarios serán juzgados, sino por la justicia terrenal, con toda seguridad por la justicia divina que puede tardar pero siempre llega.

Profesor Titular de LUZ

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